Viaje a pie

Por Estanislao Zuleta Ferrer

Hace un mes no quedaba ya en Medellín una sola persona aficionada a la literatura que no se hubiera leído este libro extraño y desvergonzado. Se leía desaforadamente y fatigaba ya el comentario equivocado sobre las delicias de la obra. Algunos amigos del autor conocían y hablaban de artículos muy interesantes que dedicaban al libro grandes escritores franceses. Los indios sedentarios de este estrecho valle, como nos llama Fernando González, recibíamos complacidos la burla descarada de este doctor aficionado a la filosofía, al amor y al buen estilo. Pero no hubo un solo periódico que se atreviera a elogiar la obra ni un literato o crítico capaz de analizarla en público. O era el temor de posibles anatemas, o envidias literarias, o desconcierto ante el tono de superioridad intelectual del libro.

Porque esta obra se sale del ambiente y es superior al medio. No viene a exponer un sistema filosófico sino a reírse agradablemente de muchas ideas viejas y a inventar teorías sobre el amor, sobre la conservación de la energía, sobre el origen y el fin del hombre, sobre el miedo, sobre todos los problemas vitales de «este animal que suda, que digiere, que elimina toxinas, que desea la mujer ajena y todo lo ajeno».

Algunas de esas teorías vienen expuestas con fervor de convicción y otras son ensayos de filosofía humorística. El autor ama y profesa algunas de las ideas que expone y se burla donosamente de otras. Es a veces materialista y a veces místico. En sus ratos de plenitud vital es un filósofo voluptuoso enamorado de las mujeres, del agua, del sol, de todo lo que llega acariciador a los sentidos; en sus momentos de depresión nerviosa es un filósofo místico que tiene miedo a la muerte y que busca desesperadamente una idea religiosa para explicar el misterio. ¡Exactamente como cualquier bicho humano! Sólo que este hombre es sincero y no tiene inconveniente en desnudar impúdicamente ante los demás su cuerpo y su espíritu. Ese impudor, que escandaliza a los conciudadanos del doctor González, deja adivinar que el libro no pudo ser escrito para la publicidad, pero que el autor, después de hacerle al papel sus confidencias, las encontró tan espontáneas y escritas con tal gracia y diafanidad de estilo, que no pudo resistir a la tentación de mostrarlas.

O es tal vez porque al doctor González le gusta aterrar a sus conciudadanos. No hay sinceridad de convencido sino mucha ironía y mucha sorna en esas páginas sobre el pecado original, sobre nuestro padre el homínido y sobre el origen del diablo. Sería pueril pensar que este autor, que no cree en nada ni en nadie, que le gusta reírse de todo, fuera a sostener seriamente esas tesis filosóficas. ¡Es por espantar a los hombres gordos de Medellín! El aspecto religioso y el aspecto político del libro no deben tomarse en serio. ¿Cómo tomar en serio al autor cuando habla de la vulgaridad latinoamericana o cuando dice que los dos únicos hombres de Suramérica son Bolívar y Carlos E. Restrepo? Sería una majadería pensar en la sinceridad de esos conceptos, si acaso pueden llamarse así.

¡Pero qué agradable todo y qué delicioso humorismo el de este libro! Está todo lleno de gracia y mientras más disparata es mejor. Es la risa sonora de un filósofo que se siente sano y alegre y hace gimnasia. «La salud, la conservación de la elasticidad juvenil, son finalidades del viaje», dice el autor. Marchar alegre, mientras el sol calienta, riéndose apaciblemente de las cosas y los hombres. Pero este filósofo es un hombre nervioso, que padece a veces crisis de pesadumbre, y se vuelve entonces pesimista, lírico y religioso. Son desigualdades y contradicciones de un temperamento nervioso. El hombre atormentado, de nervios sensibles, a quien preocupan exageradamente las cosas, el que todo lo analiza y quiere hallarle la razón a todo, ama la risa como un descanso y se vuelve escéptico y burlón. Voltaire, Sthendal, Heine, Cervantes, Ganivet.

El libro de Fernando González tiene páginas de ironía y páginas de dolor, como los libros mejores de los grandes maestros. Es una obra de literatura subjetiva, de penetrante observación psicológica, llena de pensamientos profundos, y sobre todo, llena de gracia. El estilo es ágil, espontáneo. Parece que un fecundo profesional de la literatura hubiera querido entretenerse escribiendo unos ensayos frívolos sobre el amor y sobre el diablo.

Fuente:

Revista Claridad, n.º 1, marzo 8 de 1930. Cortesía de José Zuleta Ortiz.