Estanislao Zuleta Velásquez

Semblanza

A la memoria de Margarita Velásquez.

Por José Zuleta Ortiz

El 13 de febrero de 1935 nació en Medellín Estanislao Zuleta Velásquez. Su padre, Estanislao Zuleta Ferrer, era un abogado con múltiples inquietudes intelectuales; había escrito varios ensayos de crítica literaria y de opinión política en la revista Claridad, que circuló por los años 30 en esta ciudad. Tenía una tertulia con Fernando González, Fernando Isaza y otros amigos, con quienes leía a Montaigne y hacían experimentos de hipnosis para observar el comportamiento del psiquismo humano. Eran ateos y anticlericales, algunos de ellos eran masones y, en general, el tipo de intelectuales que por esos años producían las facultades de Derecho.

En 1933, Estanislao Zuleta Ferrer se casó con Margarita Velásquez, y dos años más tarde, y a la usanza antioqueña, de ese matrimonio ya tenían dos hijos. La familia se había trasladado a Bogotá, donde el joven abogado de 29 años era asesor de una compañía de petróleos. Pero como había abierto en Medellín una oficina con Fernando Isaza, debía viajar con frecuencia a esta ciudad para tender sus negocios. El 19 de junio de 1935 Estanislao Zuleta Ferrer viajó por última vez a Medellín; el 23 su esposa recibió un marconigrama que decía: «He terminado mis asuntos. Esta tarde visito a Fernando González. Mañana viajo SCADTA. Me gustaría verte en el campo. Lleva a los niños. Un abrazo. Estanislao». Al día siguiente Margarita arregló a la nena y al niño, y a mediodía tomó el tranvía del campo de aviación de Techo. Estaba lloviendo; Margarita miraba por la ventanilla esa ciudad fría y empañada, donde se sentía extranjera. El niño tenía cuatro meses y tres semanas, era el 24 de junio de 1935. En el aeropuerto, se acercó a la oficina de SCADTA y preguntó: «Señorita, estoy esperando a mi marido que viene de Medellín, se llama Estanislao Zuleta». La señorita dejó caer el labio y clavó la mirada en el niño que Margarita tenía dormido sobre el hombro; entonces dijo: «Señora, pasó un cosa muy horrible. Váyase para su casa, hubo un accidente: murió Gardel».

Los aviones se chocaron en la pista y explotaron; desde el barrio Manrique se vio una bola de candela como un sol anaranjado y humeante. Desde su finca «Otraparte» [*], Fernando González se quedó mirando el brillo magnífico de las llamas que consumían a su amigo, y por la noche, cuando aún no se habían apagado los escombros, y luego de escuchar el radioperiódico, dijo: «Ahora ya no hay con quien hablar en este país…».

Unos años después, Estanislao Zuleta Velásquez ingresó a la escuela. Allí nunca se sintió bien. Cuando cursaba cuarto año elemental, el profesor de aritmética llamó a Margarita y le sugirió que le hiciera un chequeo al niño porque «no podía entender, vivía abstraído y se asfixiaba en clases». Los médicos dictaminaron que padecía asma y que tal vez sufría una especie de retardo mental. En adelante, sus relaciones con la escolaridad y con la salud mental fueron más bien conflictivas.

La ausencia del padre vino a ser reemplazada por la evocación maravillosa y continua que de él hacía Margarita; ella se sentaba horas enteras con su hijo, antes de dormirlo, para narrarle un padre extraordinario, mitificado y glorioso. Estanislao no tuvo, pues, un sustituto de su padre: tuvo un padre configurado por la narración. En esa narración había un ingrediente fundamental que era un desprecio por lo actual, por lo real, por el presente, que obedecía a la negación de Margarita a otro amor, a otro hombre, pues ninguno pasaba la prueba de la confrontación con su maravilla irrecuperable. Esta actitud difería de la de Penélope, en que la esperanza, para Margarita, fue lo primero que se perdió. Estanislao fue influenciado para siempre por esas referencias al pasado y al origen que vinieron a crear en él una inusitada pasión por lo narrado, durante la infancia, y más adelante, por los libros.

Para Estanislao el mundo quedó dividido en dos: por un lado estaba el mundo de lo práctico, o sea, el mundo inmediato, y por otro, estaba el mundo de lo verdadero y de lo sublime, que se encontraba oculto y en reposo dentro de los libros. De este modo, se fue alejando cada vez más del ámbito cotidiano de la vida práctica, de las relaciones familiares, de ciertas formas sociales de relación, para que la timidez y la idealización se apoderaran para siempre de su carácter.

Entre los 10 y los 17 años, Fernando González se constituyó en el tutor y en el «padre»; él orientó las primeras lecturas e introdujo un ánimo de independencia del entorno social e intelectual, que sería definitivo en la ulterior trayectoria de sus ideas y de su vida.

La lectura fue su gran refugio; leía con una avidez incolmable. Por esa época Margarita tenía un costurero donde se confeccionaban los trajes de novia de las niñas ricas de Medellín, y allí, en medio de sedas y velos blancos, Estanislao seguía leyendo, esperando el fin de semana para irse a «Otraparte» a caminar con Fernando por las quebradas de Envigado y confrontar entre los bosques las ideas que habían surgido en el costurero de su madre. Esa fue su primera influencia y su primera formación.

Fue durante esos paseos con Fernando González cuando Estanislao conoció la filosofía, pero ese conocimiento, según sus propios recuerdos, no fue en modo alguno un conocimiento teórico: «En esas caminadas, Fernando se detenía a cada momento y de pronto se quedaba mirando una hormiga que bajaba por una rama; entonces me decía: “Para ti la hormiga está a nuestro lado, y creemos que el suelo que pisamos está abajo y que la luz que nos permite ver viene de arriba, pero para la hormiga las cosas son de otro modo”». Estas reflexiones ingenuas, esa filosofía de paseante, descorrió los velos de lo evidente, y una mirada crítica sobre el mundo comenzó a alborear en la mente de aquel joven de trece años.

De los amigos, en primer lugar habría que hablar de Fernando Isaza, tío político y de quien diría don Gabriel Cano en un editorial de El Espectador: «Las condiciones del estilo de Fernando Isaza fueron en él innatas y consubstanciales, porque no escribía más correcta y elegantemente al final de sus días que como lo hacía hace 50 años, en plena adolescencia intelectual, y porque sus lecturas literarias fueron voluntariamente escasas y no sujetas a método alguno. Ecléctico en literatura como escéptico en filosofía, sus lecturas se orientaron menos hacia el pensamiento o la doctrina de los libros, que hacia el estilo y, sobre todo, hacia la personalidad humana de sus autores». En efecto, Fernando Isaza regaló a Estanislao Zuleta La montaña mágica cuando éste cumplió 14 años, y lo alentaba a que no pensara solamente en las historias que leía sino también en sus autores, en lo que estos proponían en sus vidas. Fernando Isaza rehusaría una candidatura presidencial y varios ministerios, pero no rehusó ser, al lado del otro Fernando, un maestro y un alcahueta en los días de juventud de mi padre.

Cuando Estanislao comunicó a su familia el propósito de abandonar el colegio, se armó un revuelo que parecía iba a romper para siempre los vínculos con la parentela. Fernando Isaza, un poco más sereno, reunió en su casa a la familia y les dijo: «Estanislao no necesita seguir en el colegio porque el colegio le quita mucho tiempo para sus estudios, además yo lo apoyo y me hago responsable». Este fue un acto de amistad que inauguraría la contravía en la cual se iba a desarrollar su existencia. Con esa licencia filial y con la libertad que su autoridad le daba, Estanislao continuó con el proyecto que se había trazado, cuyo primer paso era abandonar el colegio.

Después… Mario Arrubla, Óscar Hernández, Carlos Castro Saavedra, Óscar Ochoa, Delmiro Moreno, Ramiro Montoya y Gonzalo Arango, fundaron el Centro Literario Porfirio Barba Jacob. Las reuniones tenían lugar los sábados en la Biblioteca Santander; leían lo que escribían ellos mismos. Después de las reuniones, y en medio de la excitación de las discusiones y de la charla, sobrevino la bohemia. En el Café Regina, en el Metropol, en la Tienda del Sordo y en las calles de Medellín se oyeron sus poemas, recitados por voces afirmativas, jóvenes y ebrias. En las mesas de los cafés, los tangos vendrían a recordar el origen y la tragedia. Al final de las noches esculcaban los bolsillos, buscando la moneda que podría prolongar el exceso y la palabra.

Por esos días había un muchacho en Medellín que pintaba. Se llamaba Fernando Botero. Había estado trabajando en unas obras que reunió bajo el nombre de «Las mujeres azules», y consiguió que este trabajo fuera expuesto en el Museo de Antioquia. Estanislao se entusiasmó con las obras y realizó la presentación en un texto casi desconocido que tituló «La pintura de Fernando Botero»; en este texto decía:

¿Por qué emociona la pintura?, ¿qué puede ser para que haya hombres que eligen su vida a través de ella?, ¿qué significa esta elección?

Sabemos bien que la pintura empezó con el hombre; como todo lo esencial, nunca pudo ser inventada y permanece igualmente nueva, tampoco termina nunca, ni se agota, pues como dice Hölderlin, «difícilmente abandona el lugar lo que habita cerca del origen». Y la pintura habita cerca del origen, es decir, que está presente como una posibilidad siempre indicada de nuestra vida en la estructura misma de la conciencia. Es necesario que nos dirijamos a esta posibilidad original si queremos comprender realmente la obra de un pintor.

Los cuadros de Botero parecen imágenes que hubieran encarnado de pronto. Una preocupación estética muy semejante al amor ha descartado de ellos todo lo que pudiera reforzar la impresión de existencia real. Los colores, repartidos en grandes planos, producen una especie de decoración afectiva; el dibujo se impone ampliamente como en los frescos, destacando el objeto de su existencia ideal, suprimiendo todas las complicaciones de la percepción. Son formas sintéticas, sencillas, y presentan la hermosa característica de que sólo quieren ser lo que son: fantasmas imaginarios, es decir, producto de una pasión que busca desembarazarlo de lo que en ellos no sea sensible para todos.

Ese escrito fue la primera publicación que hizo en su vida.

De los amigos del Centro Literario, Óscar Ochoa era el más bohemio: con él, los tangos y los poemas de Barba Jacob recorrieron las noches y llenaron las horas. Alguna vez, en un aniversario, recordaron que León de Greiff había traído de México, en una comisión consular, los restos del poeta que había dado nombre a su tertulia. Entonces fueron al Cementerio Universal y, ante la tumba de Miguel Ángel Osorio (Barba Jacob), leyeron ensayos sobre sus obras y recitaron sus versos.

Esa era la vida y la actividad del grupo. Pero Óscar Ochoa, «Ochoíta», el más frágil de todos, comenzó a derrumbarse y finalmente enloqueció. Este acontecimiento conmocionó a Estanislao y a Arrubla, que hasta esos días sólo habían leído algo del psicoanálisis. Entonces comenzó una lectura sistemática del psicoanálisis, en la cual se pedía cuenta sobre la pérdida del amigo.

En 1953, Estanislao había ingresado al partido comunista y fue invitado a Bucarest al Encuentro anual de Juventudes Comunistas. A ese viaje se oponían Fernando Isaza y la familia, pero Fernando González en esta ocasión salió en su defensa y le escribió una carta a Fernando Isaza donde hablaba de la juventud como la época en la cual se deben vivir todas las experiencias, sin avaricia, y concluía diciendo: «En tu caso personal, Fernando, entiendo que te opongas, porque estás viejo y además has leído mucho Selecciones». Este viaje terminó con la relación entre Estanislao y Fernando Isaza, quien, sin embargo, seis años más tarde, fue padrino de bodas de su primer matrimonio.

Ese viaje en compañía de Óscar Hernández fue definitivo en sus ulteriores lecturas; de allí trajo alguno libros de Sartre, que consiguió en París, y también algunos números de Les Temps Modernes. Había observado el movimiento intelectual de París, y, al confrontarlo con el que se realizaba en Colombia, vio que era necesario replantear las lecturas y trabajar por una cultura más universal que comprendiera otras miradas y abriera espacio, para que también aquí fuese posible promover el conocimiento de la antropología y el psicoanálisis. Además vio que había que sumar otras miradas y otras disciplinas en el pensamiento de nuestros problemas políticos. La vida intelectual de Estanislao se puede definir como esa búsqueda.

Como es obvio, mi conocimiento de esta época de la vida de Estanislao, mi padre, obedece a sus propios recuerdos y a los de Margarita y las tías. El período de Bogotá fue resumido por él en una entrevista, de la cual transcribo unos apartes:

Mis primeros estudios —si se descuentan unos pocos inútiles, completamente estériles, años de bachillerato— fueron, hacia 1951 y 1952, la lectura de diversas obras filosóficas, entre las cuales me causaron una muy grande impresión principalmente Platón y Descartes. En el año 1952 comencé a leer a Freud, con poca compresión pero con mucha pasión. Leí los trabajos que podrían denominarse de análisis directo: La interpretación de los sueños, El chiste, La psicología de las masas y La psicopatología de la vida cotidiana.

Si no recuerdo mal, un poco más tarde, en el año 1954, comencé a estudiar a Heidegger muy detenidamente, principalmente El ser y el tiempo, y poco después a Sartre, El ser y la nada y las obras sobre psicología: La imaginación, Lo imaginario y La fenomenología de las emociones. Hasta ese momento había recibido influencia personal de algunos amigos de mi padre: Fernando Isaza y Fernando González, quien escribió un libro que se llama Cartas a Estanislao, o sea, mi papá.

Un poco después, en el año 53 ó 54, leí por primera vez un texto de Marx, Manuscritos del 44. No conocía nada de marxismo, tampoco sus divulgaciones, pues, como se recordará, hasta ese año del 53 la prohibición que pesaba sobre el marxismo era supremamente fuerte; ese fue el año en que subió al poder Rojas Pinilla. Ese texto de Marx, al que siguieron algunos otros, me llevó a hacer algunos estudios sobre la situación económica y política y a fundar con unos amigos la primera publicación en la que yo participé: Crisis, una revista de política y economía.

Más adelante, durante el año 56, viajé a Bogotá. Entonces comencé a trabajar en el Instituto de Investigaciones Históricas, bajo la dirección de Pérez Villa, lo que me permitió hacer estudios sobre historia de Colombia; también me permitió estudiar durante casi un año completo todos los textos históricos de Hegel: Historia de la filosofía, Las lecciones de la filosofía de la historia, La estética. Entonces participé en otra publicación que había tenido origen estudiantil, que se llamaba Junio.

En el año 1958 se ofrece un viaje a Sumapaz para residir entre los campesinos en calidad de instructor. Emprendí entonces la primera lectura de El capital. En ese año se conocieron también muchos otros estudios de marxismo; era el período —por lo menos para nosotros, a quienes llegaba todo un poco retrasado— llamado de la desestalinización. Entonces se pudieron conocer los marxistas polacos. Los textos de Sartre sobre el marxismo, Los comunistas y la paz, por ejemplo, y algunos otros de Merleau-Ponty, entre ellos Humanismo y terror; eran textos muy anteriores, del 52 al 57, que finalmente llegaron aquí. En realidad, los estudios sobre el marxismo siguieron en gran parte en dirección a los textos de la llamada desestalinización. Textos que eran muy próximos entonces al pensamiento que se ha dado en llamar existencialista, aunque sus propios autores no gustan mucho de este calificativo, ni Sartre, ni Heidegger, y menos Merleau-Ponty.

Entonces estudié ya las obras en conjunto de estos autores, en la medida en que se conseguían en francés, en inglés o en castellano.

En el año 59 trabajé en el Ministerio del Trabajo, en una oficina que se llamaba Seguridad Social Campesina, e hicimos un libro entre varios autores sobre el departamento de Nariño (publicado precisamente por el Ministerio del Trabajo), en el cual se puede notar muchísimo la influencia del marxismo.

Publiqué igualmente algunos ensayos en esa época, de los que recuerdo sobre todo uno que fue objeto de múltiples ataques por parte de la prensa conservadora, que se llamaba «Sobre el matrimonio, la prostitución y el onanismo: tres taras de nuestra sociedad».

En esta época no existía ninguna corriente marxista organizada, diferente al partido comunista, que, a pesar de la desestalinización, seguía practicando una forma de organización, una política educativa, cultural y teórica, prácticamente tan dogmática como la de la época del stalinismo.

Por ese motivo, con algunos amigos, entre ellos Mario Arrubla, Jaime Mejía Duque, Delimiro Moreno, Eduardo Gómez, fundamos entonces un grupo político con una publicación propia que se denominó Estrategia. Nosotros estábamos desde ese año ya en Bogotá; sin embargo, seguíamos participando desde lejos y colaborando con Crisis.

A Estrategia se vincularon en seguida también otros amigos: Jorge Orlando Melo, Guillermo Mina y Javier Vélez, que luego se han dedicado a la enseñanza de la filosofía; sacamos, pues, algunos números de Estrategia; yo escribí allí un análisis del proceso electoral que se llamaba «Claves para las elecciones». Luego escribí un estudio sobre las corrientes de izquierda en Colombia: «Contribución a un debate sobre la política revolucionaria»; y, finalmente, un estudio en el que recogía, en el año 63, la principal preocupación teórica que había tenido en los últimos diez años, que se titulaba «Marxismo y psicoanálisis».

También en el psicoanálisis, desde luego, se presentaban nuevas corrientes, principalmente la corriente que encabezaba, desde el 53, Lacan, a quien yo comencé a leer un poco tardíamente con muy mala comprensión: con más empecinamiento que comprensión. Desde el año 58, finalmente, comenzó a sernos más accesible, a partir de que volvimos a sus textos publicados en la revista La Psycoanalyse, luego de haber leído los textos de sus discípulos, puesto que los de él mismo vinieron a ser comprendidos a posteriori, lo cual condujo a una nueva lectura de las obras de Freud, esta vez completa.

En los años siguientes me interesó cada vez más la aplicación del psicoanálisis al estudio de la literatura, que había sido una pasión desde la infancia; especialmente Dostoievski, Thomas Mann, Kafka, y luego también la literatura sartriana. Publiqué algunos trabajos poco después sobre psicoanálisis y literatura, por ejemplo, un estudio que publicó la Gaceta de Tercer Mundo, y que luego ha ido reproducido en diversas universidades, sobre una novela de Arrubla, denominado «Comentarios a La infancia legendaria de Ramiro Cruz».

En el año 56, y luego del viaje a Europa, vinieron grandes cambios en la vida de Estanislao. La segunda y definitiva salida de la casa materna y el traslado a Bogotá, donde, en compañía de Mario Arrubla, Álvaro Vélez, Rómulo Jaramillo, Bernardo Guerra, Octavio Vélez y otros amigos, compartían una pensión de cinco pesos mensuales, que incluía comida y lavado de ropas.

La dictadura de Rojas Pinilla acentuó el interés por los problemas políticos; la militancia y el estudio del marxismo eran la prioridad de aquellos días. El interés por los problemas colombianos y la aplicación de la teoría marxista a la sociedad colombiana produjeron un grupo de estudio, que daría sus frutos más tarde con los trabajos de Arrubla sobre el subdesarrollo y de Estanislao sobre la tenencia de la tierra en Colombia.

En aquella época de militancia habría que recordar una aventura que contribuye a conocer su carácter. La aventura comenzó en una fiesta en la que María del Rosario Ortiz Santos, sobrina de Calibán y cobijada con el manto de la casa Santos, se interesó por la joven figura intelectual que había llegado a Bogotá. No sé si Estanislao se enamoró de ella, pero aquella fiesta terminó en la parroquia del Sufragio de Medellín y, más tarde, en las montañas del páramo de Sumapaz, un municipio donde el partido comunista tenía muchas simpatías, y donde se debía hacer lo que denominaban formación de cuadros. En medio del frío y la mala alimentación, Mario Arrubla, Mario Vélez y la pareja de recién casados trataban de explicar a los atribulados campesinos los problemas de la lucha de clases, al tiempo que les enseñaban a leer y a escribir. Pero de esta montaña, que poco o nada tenía de mágica, regresarían rápidamente a la ciudad.

Ya en Bogotá, surgieron algunas publicaciones como Junio, Agitación, y luego Estrategia, revista de critica contemporánea. Los directores, Mario Arrubla y Estanislao Zuleta, abrieron una librería con otros amigos, que funcionaba en la calle 19, arriba de la Séptima en Bogotá: se llamó Librería La Tertulia, y allí funcionaba Estrategia. También intentaron editar: Jorge Orlando Melo tradujo Problemas del método de Sartre, y Ediciones Estrategia editó el libro, que fue un fracaso económico. Finalmente, la librería tuvo el destino que su nombre sugería, y los múltiples socios terminaron por repartirse los libros y acordaron seguirse viendo en «El Automático» para seguir las tertulias. Finalmente, la crisis se extendió a Estrategia; a ésta se sumó la ruptura del matrimonio de Estanislao, y el proyecto político quedó aplazado.

Estanislao no tenía empleo, tenía tres hijos, estaba perseguido por los agentes del DAS, quienes informaban a todos los sitios donde trataba de trabajar que él era un comunista indeseable. Pero las adversidades nunca interrumpieron su trabajo intelectual; al contrario, lo hacían más activo. Después de largas jornadas de lectura, se iba a los cafés —«El Cisne», «El Automático»— para hablar con los amigos de lo que estaba pasando y de la lecturas.

León de Greiff fue un amigo que, desde aquellos días hasta la muerte del poeta, influiría definitivamente en la vida de Estanislao. Una amistad como todas las de León: incondicional y a la vez distante; elevada sobre el terreno del arte y la poesía, donde la política y la teorización no estaban invitadas a la mesa. Sobre ese acuerdo tácito sobrevino una tertulia literaria que nada tenía de formal y que fue siempre accidental, disculpada en alguna época por la costumbre de reunirse todos los sábados en casa de Estanislao para almorzar frijoles y tomar aguardiente, en compañía de Boris, Hjalmar, el negro Mina, Javier Vélez, Óscar Espinoza y otros amigos de la casa.

En 1964, Jorge Orlando Melo se había casado con Margarita González, y Germán Colmenares con Marina, hermana de ella. A una fiesta, en casa de los Melo, invitaron a Estanislao y a la hermana menor de Margarita y Marina, una estudiante del Liceo Francés, de diecisiete años, llamada Yolanda González, y que sentía admiración por los intelectuales. Yolanda fue el gran amor de Estanislao, con ella vivió veinte años y tuvo dos hijas.

Después del segundo matrimonio, Estanislao trabajó en la Universidad Libre de Bogotá hasta 1969; la familia vivió en Cali hasta 1971, y luego vino a Medellín, donde fue profesor de la Universidad de Antioquia hasta 1975. En todo ese periodo estuvo trabajando demasiado tiempo por la subsistencia; la escritura fue muy afectada por ello, aunque escribió «Psicoanálisis y criminología» e impulsó la creación de tres publicaciones mimeografiadas, llamadas Contraataque, Polémica y Veinte varas de lienzo. Su actividad fundamental fue la de promover la lectura de El capital de Marx, con los que él llamaba el grupo de Cali y el grupo de Medellín, y de los cuales fueron surgiendo esas publicaciones.

También al final de este período comenzó a hacer clínica psicoanalítica, intentando seguir el método freudiano, pero con grandes dificultades para manejar la contaminación, pues en la elección de los pacientes pesaba más el afecto que tuviera por ellos que la distancia que suponía una relación analítica.

Del grupo de Medellín eran: Klaus Meschkat, Álvaro Tirado, Juan Camilo Ochoa, Antonio Restrepo, Beatriz Abbad, Gloria Arango, Yolanda González, Santiago Peláez, Fernando Zambrano, Iván Villegas y otros que no recuerdo ahora. Pero el suicidio de Iván Villegas produjo una crisis que terminó por disolver el grupo y sumió a Estanislao en una depresión de la cual no saldría hasta que fue invitado a Cali para hacer parte del recién fundado Centro Psicoanalítico Sigmund Freud. Allí, y como hacía siempre en épocas de crisis, Estanislao volvió sobre las obras de Thomas Mann, y de esta manera surgió la exposición sobre La montaña mágica en veinticinco charlas que después fueron reunidas y publicadas por Colcultura con el nombre de Thomas Mann, La Montaña mágica y la llanura prosaica, en 1977.

En la época del Centro Psicoanalítico se pusieron de moda uno grupos que grababan lo que Estanislao decía en la charlas y luego lo transcribían para estudiarlo. De estas charlas y de esas grabaciones son hijos los libros La teoría de Freud al final de su vida (Editorial Latina, 1978), La propiedad, el matrimonio y la muerte en Tolstoi (Editorial Nueva Letra, 1980) y Comentario a Así habló Zaratustra (Univalle, 1981). También existen, de esa época, sin publicar, las charlas sobre «Inhibición, síntoma y angustia», «Teorías de la infancia», «Análisis terminable e interminable», «Construcciones en el análisis», «Más allá del principio del placer», «El duelo en Chéjov, Proust y Mann», «El mercader de Venecia, Ricardo III y El rey Lear de Shakespeare», «La mujer en Faulkner, Hemingway y Poe», «Sobre el amor», «La metamorfosis de Kafka», «La náusea de Sartre», «El hombre del subsuelo de Dostoievski», «Luces de Chéjov», «La fenomenología del espíritu de Hegel», «El ser y el tiempo de Heidegger», y otros textos que fueron parcialmente transcritos o que se perdieron, como: «El Quijote», «Sartre y el psicoanálisis» y «Poe y el alcohol».

Como se ve, en esta época Estanislao vuelve sobre los temas y las lecturas más importantes, dejando la lectura de Marx para el consabido grupo de Cali, que seguía funcionando en su casa los fines de semana y del cual surgiría la última publicación política orientada por Estanislao: Ruptura, de la cual se hicieron tres números. A partir de aquí, Estanislao rompió para siempre con la idea de partido de Lenin y abandonó el ideal socialista de Marx, como se puede ver en los textos que sobre este autor escribiría más tarde: «El fetichismo en Marx», «Marx y los derechos humanos» y «El individualismo en Marx».

Luego urge el texto «Elogio de la dificultad», que daría a conocer en el acto en el que recibió el doctorado honoris causa en Psicología de la Universidad del Valle, en 1981, y que introduce una mirada sobre la sociedad, que se había gestado muchos años atrás, para la cual fueron ingredientes fundamentales el estudio de la antropología, las lecturas de André Gorz, de Bachelard, de Roland Barthes, de Bahro, de Kautsky y de los nuevos filósofos franceses. En el texto pedía cuentas al ideal revolucionario y a los fantasmas contenido en él, y no dejaba de mirar el capitalismo como una terrible enfermedad de la humanidad.

La democracia surgía entonces como el menor de los males, pero era necesario repensarla y hacerla más democrática, dentro de lo terribles límites de nuestra sociedad. A esto se refieren los últimos trabajos de Estanislao.

En 1984, Estanislao es llamado por el gobierno de Belisario Betancur como asesor de la Secretaría de Integración de la Presidencia de la República, cargo en el cual desempeña múltiples funciones en el proyecto PNR (Plan Nacional de Rehabilitación) y en la redacción de documentos oficiales de esa oficina.

En 1985 sobreviene su última gran crisis, con la ruptura de la relación con Yolanda González, y en 1986 debe abandonar la ciudad de Cali por amenazas contra su vida. Entonces, las Naciones Unidas lo nombran asesor en la Consejería de la Presidencia para los Derechos Humanos, y más tarde en un proyecto para la autonomía municipal en el departamento del Valle; su trabajo consistía en dar charlas sobre democracia y participación y en redactar documentos.

En diciembre de 1988 regresa a Cali y se reincorpora a la Universidad del Valle, donde trabajaba desde 1976; de su clases en esta universidad también surgieron, por el sistema de grabación de las clases, algunos textos que publicaría más adelante la Editorial Percepción; estos textos fueron: El pensamiento psicoanalítico, Arte y filosofía y Estudios sobre la psicosis.

En los últimos cuatro años de vida, Estanislao emprendió una lectura crítica del psicoanálisis, estableciendo una contraposición con las teorías de la etología y preguntándose sobre la validez del determinismo inconsciente que planteaba la teoría de Freud. En esta última mirada sobre el psicoanálisis se preguntaba por el sistema demostrativo de Freud, con el cual no estaba ya de acuerdo, más concretamente en lo que se refiere a la interpretación de lo sueños. Así, pues, se había propuesto servirse tanto del psicoanálisis como de la etología para reformular la inteligencia humana.

En una de las notas para este trabajo escribió:

La inteligencia, definida provisionalmente como capacidad de pensar, capacidad de adoptar una actitud de expectativa exploradora que permita una adquisición cognitiva, un nuevo saber, capacidad de autorreflexión crítica, es en gran parte imaginación. Pero no es, desde luego, cualquier tipo de imaginación. No una imaginación completamente sometida a los fantasmas, reiterativa, compulsiva, como la que se dan en ciertas formas de neurosis. Tampoco las fantasías que podríamos llamar compensadoras, principalmente las comandadas por pasiones y emociones como el odio y la rabia y las que son «actualizaciones» de omnipotencia. Por importante que pueda ser su papel en la economía del psiquismo, su relación con el pensamiento es más bien pobre, aunque no son excluyentes. Confieren en todo caso un espacio para pensar, mucho mayor que el paso al acto; significan una primera distancia que permite en principio la elaboración y la autorreflexión.

Así, pues, vemos al viejo Estanislao indagando al final de su vida sobre los mismos temas que se planteara al comienzo de su trayectoria intelectual, porque en su caso personal nunca concibió una verdad absoluta, una teoría única que diera cuenta de todo y por siempre. Así, y según la cita de Hölderlin que trae a cuento de la pintura de Botero, podemos decir que «difícilmente abandona el lugar lo que habita cerca del origen», y, en el caso de Estanislao, jamás se abandonó la pregunta sobre la felicidad y la tribulación del pensamiento, que devino de una interrogación permanente sobre su origen y su destino.

Pero, dejando de lado los aspectos biográficos, surge una pregunta: ¿cuál es la singularidad de Estanislao como pensador? ¿Cuál fue su aporte y cuál era la dirección de su trabajo intelectual?

La universidad colombiana, y en general nuestra cultura, ha sido durante la última mitad de este siglo dominada por un ánimo de especialidad. Las diversas disciplinas intelectuales han buscado lenguajes y esquemas cada vez más independientes; las llamadas ciencias sociales reúnen bajo estas dos palabras discursos cada vez más específicos a cada disciplina, produciendo así un intrincado mapa de jergas y particularidades que separan y singularizan el pensamiento y la crítica, creando un mosaico en el cual cada especialista es celoso de preservar las fronteras de su disciplina.

Los historiadores se han repartido las diversas épocas de nuestra historia, y cuidan de ellas como de feudos. Los filósofos se ubican desde la lógica analítica o desde la filosofía de las ciencias o del lenguaje, tratando de reducir cada vez más su órbita de pensamiento. Los psicólogos y los psicoanalistas parecen no tener ya nada en común. Los profesionales de la disección literaria, por su parte, se reparten autores y estilos para dar rienda suelta a sus especulaciones. Lo antropólogos se unen y se pierden con sus respectivas tribus en una selva donde cada uno es cacique de su etnia. Y los violentólogos suman todos los días más muertos a sus estadísticas, sin alcanzar a comprender los motivos de tanta sangre.

La vía de Estanislao Zuleta es la de tratar de pensar al hombre y a la sociedad en su conjunto. Dejando de lado el limitado pero seguro refugio de una disciplina, luchó durante cuarenta años de trabajo y estudio por traspasar los muros que cada disciplina había levantado y para emprender así la búsqueda de un pensamiento más universal, que confrontara los distintos autores y las teorías para abrir preguntas y enriquecer el pensamiento.

¿Qué es un pensador? ¿Cómo, viajando en solitario por un terreno tan árido como el nuestro, es posible que ocurra este fenómeno? En el caso de Estanislao hay un elemento que puede dar alguna luz a esa pregunta. Buscando entre sus papeles, descubrí un grupo de cuadernillos fechados todos en 1955, cuando Estanislao tenía 20 años. En ellos hay una característica común, y es el título lacónico que llevan: «Problemas». Son 556 páginas escritas a mano, en que, a manera de diario, Estanislao se pregunta sobre sí mismo. En alguna parte dice: «Mi proyecto nace de una contemplación de la situación concreta en el mundo y de la voluntad de cambiarla y cambiar las circunstancias reales; por lo contrario, el sueño, la aventura imaginaria, nace de un intento de abstraer la situación concreta en el mundo, de una voluntad de negarla. La distinción principal es la de que la imaginación no contempla la situación concreta, no repara, imagina que realiza, no opera en el mundo, lo niega, y por eso nos aísla de él».

En esta época Estanislao se dio a la tarea de confrontar sus propios problemas con las teorías de Sartre y de Freud sobre lo imaginario, sobre la muerte, sobre el amor, y asumió la superación de sus limitaciones como un gran proyecto intelectual, buscando apoyo en la literatura y en la filosofía para tratar de comprender la problemática humana. En esos diarios de lectura y meditaciones es evidente que Estanislao asume su postura intelectual desde su problemática personal, en continua confrontación con las teorías y discursos que iban surgiendo de sus lecturas. Tal vez por ello fue un lector tan agudo y tan poco dado a la acumulación de información erudita o sistemática, porque en su caso estaba de por medio su vida. Y fue precisamente Sartre quien introdujo una característica fundamental en la trayectoria de Estanislao, la exigencia primordial de una conducta paralela a un pensamiento. Pocos conocen la difícil tarea que resulta de hacer de la vida un compromiso ético. No es fácil, en un entorno como el nuestro, asumir la soledad a que obliga la independencia intelectual y la inflexible voluntad de asumir sus consecuencias.

En el transcurso de su vida, Estanislao tuvo dos influencias que habría que subrayar: Thomas Mann y Sigmund Freud; pero me refiero a ellas no como teorías o concepciones del hombre, sino también, y muy especialmente, a sus personalidades. Me atrevería a decir que los ideales del yo de Zuleta fueron fundamentalmente estos dos pensadores. Freud y Mann fueron lecturas de su juventud, pero cuarenta años más tarde seguían siendo autores a los que recurría continuamente. Esas dos figuras fueron el eterno entorno de su búsqueda. Tal vez porque allí estaban condensadas todas sus idealizaciones, y también todos sus obstáculos.

La familia, tengo que decirlo, fue para él, más que una seguridad o un proyecto, una limitación y un conflicto. Sus múltiples pasiones rebasaban el ámbito de lo familiar, y aunque su carácter idealizador promovía utopías y fraternidades, su racionalidad le advertía los peligros de tales deseos y lo regresaban a su habitual distancia de pensador solitario. Si bien Estanislao entendía el amor como una empresa común, en la cual era necesario tener una comunidad de ideales y de búsquedas en un terreno de respeto y de reciprocidad, lo cierto es que dichos ideales y búsquedas generalmente eran trazados por él de manera unilateral, según sus propios criterios, y se referían, más que a un proyecto familiar, a la relación con Yolanda, su mujer, su refugio y su compañera incondicional por muchos años.

Sus relaciones con la parentela fueron prácticamente nulas; aunque pensaba y hablaba de su familia, prefería no frecuentarla, ni ser frecuentado por ella.

Lo únicos entretenimientos que tenía eran resolver problemas de ajedrez o jugar de vez en cuando una partida y, al final de su vida, ver películas en betamax antes de dormirse; por lo demás, siempre dormía muy poco, cuatro o cinco horas a lo sumo; lo demás, era lectura y trabajo, y, en algunos períodos de su vida, alcohol, con el cual, a pesar de ser un excelente contertulio, no tuvo, según sus propios términos, buenas relaciones.

No fue nunca un ser mesurado. Al contrario, si uno quisiera definirlo en este sentido, habría que decir que Estanislao fue un hombre excesivo, excesivo en el afecto, en la lectura, en las exigencias éticas, en la conversación, en el humor y en la depresión, en el amor y en los dos litros diarios de café, en la crítica y en el aprecio, en los cincuenta cigarrillos mentolados al día, en la bohemia y en la esperanza en una sociedad en la cual todos los días se reconocía menos.

Estanislao murió el 17 de febrero de 1990 en la mesa de trabajo, donde preparaba dos cursos que debía dictar ese año: uno sobre la obra de León de Greiff y otro sobre ética y política. Acababa de cumplir 55 años, vivía solo con sus libros, en un pequeño apartamento cerca de la universidad. La víspera de su muerte, me dijo: «¿Sabes una cosa? Me está gustando la soledad, uno se acostumbra y termina por quererla». Al día siguiente, la empleada lo encontró: tenía un café y unas tostadas en la mesa. Su apasionado corazón se había parado para siempre.

Pretender abarcar en unas pocas páginas el contenido de una vida tan intensa como la de Estanislao Zuleta, es un propósito a todas luces irrealizable. Hacer un perfil o una semblanza es, sin caer en la frivolidad que estos estilos suponen, el limitado resultado de esta tarea. No pude, pues, más que intentar un esbozo de lo que fue la existencia de Estanislao Zuleta.

Todo este tiempo, en el que la muerte parece solazarse con los seres más próximos, he pensado en ese hecho absoluto y aplastante que tan frágilmente nos separa de la vida y nos muestra que en la vida habitan todos los sentimientos, todas las expectaciones: habitan la historia y el dolor, el gozo, lo sublime y lo ruin; en la vida hay luz, hay formas, olores y sonidos, y también hay nostalgia. En la muerte, en cambio, no hay nada. Nada. Y aunque el umbral, la línea de sombra que separa la vida de la muerte es leve y azaroso, la diferencia entre estos dos estados de nuestra materia es monstruosamente diferente. Entonces entendemos por qué existen religiones, por qué para los indígenas era necesario proveer de alimento a sus muertos para el largo viaje. También por ello existen teorías sobre la reencarnación o la transmutación; pero además sobre el arte y el pensamiento. El arte y el pensamiento procuran rasgar las vestiduras de la muerte y entrar en el tiempo con voluntad propia; así, ante la muerte de su creador, la obra continúa. Entonces, el ámbito, el tiempo del artista y del pensador, no es el tiempo de sus días, no es el tiempo de su permanencia, sino el tiempo de su obra, y en ese sentido, aún tenemos a Estanislao.

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* Nota de Otraparte.org:

Otraparte no existía en 1935. Tras ser destituido como cónsul en Marsella, Francia, Fernando González regresa en 1934 a Colombia y se instala con su familia en «Villa Bucarest», una casa ubicada en las inmediaciones del actual colegio Colombo Británico en Envigado. Después de la muerte de su suegro Carlos E. Restrepo en 1937, Fernando González y Margarita Restrepo inician la construcción de su propia casa, que en 1941 nombran «La Huerta del Alemán», luego «La Colmena de Ramiro» y, finalmente, «Otraparte».

Fuente:

Zuleta Ortiz, José. «Semblanza». En: Zuleta, Estanislao. Colombia: violencia, democracia y derechos humanos. Altamir Ediciones, Bogotá, 1991, pp.: 309-327.