Vagar sin casa
Por Juan Manuel Roca
Hay un poema de Fernando González de 1936 recogido en la Revista Antioquia que, como todos sus escritos, está lleno de malicia literaria y filosófica, de calidez y humor, muy preñador al oído y a la evocación.
Se titula “A mi tumba” y en él añora ser un agrimensor de su deseo de solares y mangas, y hasta de “la casa de don Álvaro”, porque tenía palmera.
Entre chiminangos y canelos, cipreses y guayacanes, quería tener tanto su casa como su tumba. Como no tenía dinero para comprarlas se conformaba con visitar el cementerio de Envigado donde “abrazarán mi ansioso cuerpo / las barbudas raíces de las palmas”.
Me gusta recordar estos versos suyos: “Vagar sin casa: eso era en la juventud”.
Creo que los pueblos y las ciudades tienen también una infancia (léase un asombro), una juventud (léase intemperie) y, por supuesto, una edad en la que ya merecen casas tutelares, con cimientos y conocimientos, bien habitadas.
Hay seres calcáreos que parecen caserones poblados de fantasmas. A veces uno cree que se prenderán candiles muy al fondo de sí mismos, pero un viento frío que les viene del alma los apaga. Casi siempre responden a uno de estos tristes apelativos: envidiosos o burócratas.
La casa que mejor representa un sitio para que ya no vague el cuerpo sino el alma, que según Michaux adora hasta nadar, sin duda es “Otraparte”, en permanente ebullición creativa.
La vida está en “otra parte”, diría un poeta en trance metafísico.
Si se cerrara la casa del maestro abierta más allá de particulares pelambres políticas y creencias diversas, si la gran ameba que es la burocracia y la peor ameba que son uno o dos cavernícolas en trance de fingidos moralistas la cercaran, si con maniobras presupuestales la bloquearan, el brujo de esa casa, no cabe duda, vendrá por las noches a jalarles las patas.
He sido testigo de la coherencia y dignidad con la que es conducida “Otraparte”, una auténtica casa de cultura. He visto allí jóvenes, niños y viejos dispuestos a alimentarse, esto es a recibir del “otro” su ración de humanidad.
Que la petición de Fernando González llegue también para su casa: “No me borres, Señor, del libro de la vida”.
En fin, como a veces, pocas veces, funciona una especie de justicia poética, la alharaca, la cizaña, la mala sangre de unos dos o tres cavernarios terminará por reforzar a “Otraparte”, para que las grandes amebas del oscurantismo y del macartismo se disuelvan en el aire, como lo hacen las babosas esparcidas con sal.
Fuente:
Comunicación personal, jueves 25 junio de 2009. Ver boletines 79, 80, 81 y 82.