Fernando González
Viajero de la identidad
a la Intimidad
Por Alberto Restrepo González
Introducción
Les agradezco su presencia.
Deben tener paciencia, porque no soy conferencista de escuela. Si tienen calma, esta charla, en lugar de un discurrir aburrido, podrá ser un encuentro significativo.
Los mitos no son mentiras embellecidas sino verdades nacidas de la admiración y la emocionalidad, que no puede conceptualizarse lógicamente.
Los dramas de la pareja del Paraíso, Prometeo, Electra, Antígona, todos los mitos, son expresiones simbólicas, verdades no conceptuales de realidades intuidas y vivenciadas.
A través de una admiración y una especie de culto que, a fuerza de atribuirle tonterías y falsedades, lo va desfigurando, Fernando González ha sido progresivamente mitificado. Leía, hace poco, que le pellizcaba las tetas a la negras, en las esquinas de Envigado; todos los envigadeños que lo conocimos sabemos que eso no es cierto.
Por su aversión a la filosofía conceptual: “Qué asco la filosofía conceptual” (LVP 99), “El concepto es el cadáver de la vida” (LVP 134), “Mientras se esté en la conceptualidad muerta, el hombre no vive. Y muere sin haber vivido” (LVP 225), el mismo Fernando ayudó a generar su mito, dando pie a que quienes no logran sistematizar su pensamiento, suplan con fantasías o falsedades la verdad de su agonía, su mensaje y su testimonio vital.
Hace unos 8 o 10 años, al final de una charla en Quirama, en la que expuse ordenadamente el itinerario religioso de Fernando González hacia la madurez de la fe, percibí el desencanto de los asistentes, que veían desdibujarse el mito del brujo anarquista, repentista y atrabiliario.
Pero yo, como Sancho, que le recordaba a don Quijote que él era Panza de los panzas, que si decían pares pares habían de ser aunque todos dijeran que eran nones, sigo creyendo que la existencia de Fernando González constituyó un viaje largo, difícil y orgánico, desde el principio de Identidad hasta la vivencia de la Intimidad como Presencia, que tiene que ser estudiado sistemáticamente, si queremos recuperar la universalidad de su pensamiento, la dimensión filosófica de su obra y la validez de sus propuestas.
La organicidad del viaje de González, desde el cuestionamiento por el primer principio hasta la intuición de la Intimidad como Presencia, es lo que esta noche quiero compartir con ustedes.
González en el panorama filosófico
Para situar a Fernando González dentro del mundo de la Filosofía, es preciso hacer una sinopsis (así sea de dos centavos), sobre la historia de la filosofía occidental.
Desde Platón y Aristóteles hasta el final de la Escolástica, se hizo filosofía partiendo de la concepción de que la conceptualidad, la opinión y la episteme se originaban en las cosas, en los objetos que influían en la mente, de modo que el objeto, la cosa, desempeñaba el papel fundamental en el conocimiento humano.
Desde el siglo XVII hasta finales del XIX, luego que Descartes logró superar su duda al intuir que si pensaba existía, pues de no existir no podría pensar, se invirtió el enfoque de la filosofía aristotélico-tomista y nació la filosofía moderna, para la cual el sujeto cognoscente es quien genera el objeto de su conocimiento, de modo que lo que se conoce no es la cosa o el ente mismo sino el objeto mentalmente elaborado, según las estructuras de la mente.
Hoy, desde principios del siglo XX, porque la razón no pudo teorizarlo ni explicarlo todo, ya que la vivencialidad no se agota a nivel de la racionalidad, la pretendida suficiencia de la racionalidad moderna se ha ido convirtiendo en insuficiencia determinante de la crisis de la Modernidad y de la emergencia de una nueva cultura y una nueva filosofía.
En este contexto de crisis y emergencia filosóficas, partiendo de la negación del primer principio de la filosofía de Occidente, Fernando González hizo una filosofía vivencial latinoamericana, de valor universal.
La filosofía, o el pensamiento latinoamericano, (para quienes piensan que filosofía latinoamericana no hay), se ha desarrollado de cara a dos preguntas: ¿Qué es filosofía latinoamericana?, ¿Cómo integrar una real o posible filosofía latinoamericana al proceso de la filosofía universal?
Haciendo un recorrido desde el principio de identidad, punto focal de la filosofía de Occidente, hasta la reconciliación de los opuestos, punto focal de la sabiduría de Oriente, (que son, precisamente, los puntos de partida y llegada del pensamiento de González), es posible precisar cómo su filosofía, auténticamente latinoamericana, empalma con el pensamiento filosófico universal y hace aportes nuevos y válidos a él.
Crítica del primer principio
El proceso de construcción de la filosofía gonzaliana empieza en el colegio de los jesuítas, con la crítica del primer principio de la filosofía aristotélico-tomista.
Los primeros principios de la filosofía aristotélica, complementados con un cuarto principio de origen leibniziano, pueden enunciarse así:
Principio de identidad: El ser es lo que es. Una cosa es lo que es. Todo ente es idéntico a sí mismo.
Principio de contradicción, o de no-contradicción: Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Un ente no puede ser y no ser simultáneamente y en el mismo sentido.
Principio de tercero excluido: Entre el ser y el no-ser no hay medio.
Principio de razón suficiente: Todo ente tiene que tener razón suficiente de su ser.
González negó el primer principio, que en los colegios jesuitas era el de no-contradicción, según el tomismo, y no el de identidad, según el aristotelismo.
La negación del primer principio tomista no se redujo a un pleito de sacristía, como quiere el mito creado por los malquerientes de González, que sostienen que su expulsión del colegio de los jesuitas no pasó de generar en él una rebeldía sin causa, revertida en una larvada nostalgia clerical, que lo llevó a vivir una especie de clericalismo mendicante que añoraba la egoente figura del padre Elías, pregonaba su condición de “jesuita soltado”, y acababa, ya en la vejez, en su conversión en el padre Elías, suspenso y agonizante en su huerto, o en su transformación en benedictino de la abadía chiquita de Otraparte, como le repetía al benedictino Ripol.
Para los jesuítas la negación del primer principio filosófico equivalía a la negación de Dios. Al negar el primer principio filosófico aristotélico, González negó a Dios: “Negué el primer principio filosófico, y el padre me dijo: ‘Niegue a Dios; pero el primer principio tiene que aceptarlo, o lo echamos del Colegio…’. Yo negué a Dios y el primer principio…” (N 15).
Desde entonces enfrentó el problema de su vida: la búsqueda y el hallazgo de la realidad de Dios, que en el universo tomístico es el Ser perfecto, carente de materia prima, en quien, por la plena unidad entre esencia y existencia, se realiza plenamente el principio de identidad; y la búsqueda de un juicio evidente por sí mismo, que sirviera de principio a una metafísica válida y viva.
La negación del primer principio aristotélico-tomista, evidente por sí mismo, para el padre Quirós, y absolutamente inevidente, para el adolescente González, transformó a Fernando en un luchador solitario, decidido a liberarse de la filosofía vivida por los hombres, a encontrar el juicio evidente por sí mismo, y a vivir la experiencia de la realidad de Dios vivo.
En Viaje a pie dice:
“Cuando le decíamos al reverendo padre Quirós que cómo se probaba la verdad del primer principio que nos daba, nos decía: ‘Ese es el primero; ese no se comprueba’. Desde entonces estamos perdidos… Estamos solos, irremediablemente solos” (VP 66).
“Vamos irremediablemente perdidos desde aquel aciago año de mil novecientos cinco en que no pudimos encontrar el primer principio filosófico allá en la grata compañía y colaboración del reverendo padre Quirós S. J.” (VP 95).
En Los negroides, agrega:
“… mi vida ha estado dedicada a devolverles a los Reverendos Padres lo que me echaron encima; he vivido desnudándome… Yo negué a Dios y el primer principio, y desde ese día siento a Dios y me estoy liberando de lo que han vivido los hombres” (N 14 – 15).
Fernando González luchó toda su vida por clarificar el problema del primer principio, que es el problema del juicio evidente por sí mismo; cuando, consumido por la búsqueda, llegó al juicio de identidad o a la vivencia de la Intimidad como Presencia, se quedó sin quehacer en el mundo del espacio y del tiempo, y se durmió en la Intimidad.
Hacia 1930, en Mi Simón Bolívar, propone un primer principio antropológico: “Lucas y yo sostenemos como el primer principio, que el hombre es el centro del universo y que el universo es el alimento de su conciencia” (MS IX).
En 1933, en El Hermafrodita dormido, propone un primer principio existencial: “No pienso luego soy… la verdadera existencia empieza cuando podemos no pensar” (H D 15).
En 1941, en El maestro de escuela, mientras vive el drama de Manjarrés, icono del hombre que va viviendo la disolución del yo que se va deshaciendo al perder la razón de ser de su actividad pensante, se pregunta si “La Gracia” será el principio de una nueva causalidad libre (M E 106).
En 1959 y en 1962, después del prolongado silencio que siguió a El maestro de escuela, en El libro de los viajes o de las presencias, y en La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, hace la crítica del primer principio aristotélico tomista y esboza la crítica del primer principio cartesiano.
Los conceptos abstractos, formados por la razón, atomizan la realidad, carente de átomos:
“… nada de ‘conceptos’, ni construcciones conceptuales. Toda explicación mata aquello que pretende explicar, porque lo fragmenta. Objetivar su vida y la vida del mundo es deformarla, entonces vive uno en la nada de los opuestos, endiosa la Nada así: bello, feo, bueno, malo.
Se trata de que todo es uno y de que la razón forma conceptos abstractos y nos tapa la Intimidad. La razón o inteligencia razonante es atomizadora de lo que carece de átomos” (LVP 193).
Los primeros principios de la filosofía aristótelico-tomista, racional-conceptual, se reducen a construcciones conceptuales:
“Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo.
Esto está construido con los conceptos “cosa”, “una”, “ser”, “no ser”. Un almacén de cosas determinadas. El tiempo, una cosa que es en sí; “cosa”, otra sustancia o en sí que está metida en “el tiempo”; “Ser”, en este caso es estar metido en “el tiempo”; “No-Ser” en este caso es no estar metida la cosa en la caja del “tiempo” y “a un mismo tiempo” significa que el tiempo son varias cajas; significa, pues, “en la misma caja”.
Traduzcamos: un lucífero o cosa no puede estar metido y no metido en una caja.
Ahora, hagamos el viaje mental:
La hormiguita sube por el muro de doscientos metros de altura: la ventana que está a cien metros no existe para ella, no está presente cuando empieza a subir… se acerca… se acerca… y ya está presente! Y para mí estaba presente en el antes, el ahora y el después de la hormiga! Y yo tengo mi pasado, y mi futuro y mi presente de mis coordenadas; y para un súpero todo eso está en presente. Resulta, pues, que la infinita y total Realidad es presente para la conciencia infinita, y que las cosas SON Y NO SON según las coordenadas.
Y ese principio de contradicción era la filosofía! Eso era lo que llamaban filosofía durante milenios!
El tal juicio “evidente por sí mismo” sirvió de piedra angular para el edificio milenario de la Escolástica.” (LVP 295)
* * *
“Vuestra “lógica” la construís con “un primer principio evidente por sí mismo”, o sea, con una proposición que sencillamente es la enunciación de las coordenadas espacio temporales humanas, así: “Una cosa no puede ser y no ser a un mismo tiempo”. ¡Qué infundio!
Sabemos… que “tiempo” es la patentización del ente; es este mismo, patentizado. Suceso o escena es la patentización. Así resulta que “el tiempo” y “una cosa” son idénticos. El tiempo es la cosa patentizada, y el primer principio de vuestra lógica desaparece, y desaparece ella. Es ciencia del mundo mental nada más, o sea, el mundo resultante de las coordenadas de los primeros principios” (T II. 38).
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“Las leyes de la lógica humana son “verdaderas” en el sentido de que al observar mentalmente un pensamiento o razonamiento o curso vital ya sucedido, las observamos allí… Pero todo eso que se observa ya está muerto cuando se observa… Pero antes de suceder, en lo vivo está el entendiendo, el orando, que en lo muerto no se hallan, pues son vivos, no mueren con los muertos” (TII 40).
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“Hoy somos algunos que entendemos que cada ente y cada drama es su espacio-tiempo patentizado…” (T II 44).
La filosofía de origen platónico y aristotélico se reduce a una lógica inventada, con la que se construyen mundos inventados:
“A Platón y Aristóteles se les deben estos más de dos mil años de construcciones mentales, de creación de otros mundos, por esa definición del hombre: Animal racional…” (T II 27).
Visto desde la unicidad de lo real, más allá de los conceptos, el primer principio de la filosofía de Descartes lo que realmente expresa es que el yo es un sucederse consciente de ser tal:
“‘Pienso luego soy’. Es un juicio. Despachurremos los vocablos tan solemnes. ¿Qué expresó Descartes en pienso, en luego y en soy? El estaba bregando por dudar de todo. Pienso es, pues: Estoy bregando por dudar que yo sea algo, de que exista este cuarto, estas cosas… Luego, es lo mismo que igual, es lo mismo que “traduzco aquello por esto”, y soy es lo mismo que estoy dudando, y Yo es conciencia, es lo mismo que…
Dijo en resumen: Dudo, estoy dudando y lo sé: soy una duda sucediendo y siendo consciente. Existo y soy consciente de que existo. El yo es un sucederse que se sabe tal” (LVP 200).
La crítica gonzaliana es clara: El primer principio aristotélico-tomista no dice nada, porque se reduce a darle distintos nombres a la realidad única, en la que el ser y el tiempo del ser constituyen la misma realidad: El tiempo de este vaso y el vaso mismo no son dos cosas distintas, sino una y la misma realidad, pues mientras haya vaso tiene que haber tiempo del vaso, y si el vaso se acaba se acaba también el tiempo del vaso.
El primer principio aristotélico-tomista, estructurado con basura del pensamiento, no es en absoluto evidente, no puede probarse ni improbarse; sólo resulta útil cuando ha terminado la patentización del curso vital, pero nó mientras se está viviendo, pues lo que está sucediendo es dialéctico, contradictorio, es y no es a un mismo tiempo y en un mismo sentido: La semilla, mientras está germinando se está muriendo, es semilla que se está “desemillando” y al mismo tiempo se está “arborizando”.
Toda la filosofía aristotélico-tomista está fundamentada sobre un principio huero, porque todo lo vivo vive en la contradicción.
Si las filosofías aristotélico-tomista y moderna se fundamentan en principios conceptuales ajenos al dinamismo de la realidad, ¿cuál es el primer principio de la filosofía, el juicio evidente por sí mismo, que no necesita demostrase?
Primer principio vivencial
En La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, culminación de la búsqueda emocional, continua, orgánica, metódica y sistemática de toda su vida, Fernando nos ofrece la respuesta al interrogante sobre el primer principio.
El primer principio sapiencial, no conceptual; vivencial, no racional, es la identificación entre ser y saber:
“El primer principio de toda sabiduría: Saber es ser” (T. II. 54).
“Entender es lo mismo que ser” (T I 44).
Ese primer principio vivo se intuye viviendo; si se usan los conceptos de la ciencia para llegar al juicio de identidad, se hacen construcciones mentales vacías, pura nada conceptual:
“Pensar es perder la vida en vidas artificiales; pensar es huir de la Realidad.
Otra cosa, viva ésa sí, es entender.
La Vida no está sometida a vuestras lógicas; sino que las lógicas las abstraéis mentalmente de la Vida.
Y con vuestras lógicas pensáis mundos y pretendéis luego poner esos mundos a tapar La Vida, y perdéis vuestras vidas.
Y por eso exclamáis con hastío: No hay nada nuevo; todo es necesitado.
Pero en la realidad todo es nuevo. Es infinita posibilidad y es libertad” (T. I. 58).
Si a la pregunta de González adolescente, por la demostración del primer principio, el padre Quirós en lugar de responder “ése es el primero, ése no se prueba”, hubiera respondido: ese no se demuestra sino que se intuye, es probable que Fernando se hubiera sosegado y no hubiera tenido que pensar toda su vida sobre el primer principio filosófico, para lograr la claridad que finalmente logró: Quien intuye no discurre ni comprueba sino que ve en vivo y en directo, percibe lo que es vivo, es decir, la Intimidad como Presencia:
Ya al final de su vida, cuando llega a la vivencia de que es “…hijo de Dios, hijo pródigo… de retorno a la casa paterna, al juicio de identidad” (T I. 49), desde perspectivas diferentes, las posiciones del padre Quirós y Fernando González, sobre el primer principio, convergen: Dice Quirós, del primer principio conceptual: “Ese es el primero; ése no se comprueba” (V P 66); dice Fernando, del primer principio vivencial: “No se conoce nada hasta que no se tiene el juicio de Identidad” (LVP 244); “La intuición, saber algo porque ese algo es ya uno mismo, es un juicio de identidad” (LVP 288); “El verdadero juicio evidente, el que se intuye, es éste: La Presencia, aquello cuya esencia es la Presencia” (LVP 295).
Metafísica de las vivencias
Clarificado el problema del primer principio, Fernando hace metafísica a partir de los planteamientos de don Manuel Kant.
Una síntesis elementalísima de la filosofía kantiana sería la siguiente:
La razón no es una, como lo afirma Descartes, sino que hay razón pura y razón práctica.
La razón pura no puede captar el nóumeno o sustancia de la realidad, sino los fenómenos, sobre los cuales hace ciencia.
Sin embargo, porque el hombre se pregunta por lo que hay más allá del fenómeno y siente el deber de obrar bien, la razón práctica genera la moral a partir de la postulación del alma, la libertad y la divinidad: A partir de los fenómenos psíquicos, postula la existencia del alma; a partir de los fenómenos naturales, postula el cosmos; a partir de la conciencia de opción y responsabilidad, postula la libertad; a partir de la necesidad de la recompensa del bien, postula la existencia de Dios.
La razón pura ve fenómenos, explica fenómenos y hace ciencia. La razón práctica capta el deber-ser o imperativo moral, postula la realidad transfenoménica, fundamento del imperativo categórico, y postula lo que se debe hacer.
Sobre el Ser no hay metafísica conceptual posible; la única metafísica conceptual posible es la que trata de establecer los límites de la razón.
Fernando estudió a Kant desde su adolescencia temprana; a ello alude el padre Torres, en la carta que le envía a papá Daniel, avisándole que debe ir por el pupitre de Fernando, expulsado del colegio: “Comenzando apenas sus estudios de filosofía y no bien cimentados aún sus principios religiosos, ha leído con verdadera pasión obras de Voltaire, Víctor Hugo, Kant y sobre todo Nietche (sic), las cuales han apagado en su entendimiento la luz de la fe y han secado en su corazón todo temor saludable”.
En El libro de los viajes o de las presencias, y en La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, González critica la filosofía moderna, a partir de los planteamientos de Kant.
“Kant acertó al negar a la razón el poder metafísico, pero nó al negar su posibilidad como vivencia.
Pero quizá sospechó algo de esto cuando aceptó proposiciones metafísicas desde el punto de vista de la razón práctica. Quizá lo que quiso decir o sospechó fue que conocer racionalmente apenas es una forma de viajar”(LVP 148).
Kant:
“Fue la culminación del mundo mental. Mentalmente hizo crítica de la Mente y concluyó con esta tautología, pero que en su tiempo fue genial deposición del orgullo satánico: el mundo mental es humano; la Mente no conoce sino la Mente; no están a su alcance o en su jurisdicción EL SER, LA LIBERTAD NI LA ETERNIDAD.
Kant, que no vivió sino la Mente, lo expuso así:
La mente es fiable en lo fenoménico; es infalible en los mundos estético y racional; no vale en el mundo del Ser, ni podemos saberlo, porque la Mente son categorías espacio- temporales y racionales” (T. II 19).
Sobre Fichte asevera: fue
“Continuador de Kant que creyó encontrar explicación en el salto del Ser al Aparecer y concluyó con soberbia ignorancia hindú de YO igual a Ser; Yo soy El. Cuando, precisamente, el yo es la ausencia de la Presencia, ausencia en presencia. Pero olió el entendiendo, el Mediador en nosotros. Estuvo cerca…” (T. II. 19).
De Benedicto Spinosa dice:
“… subió al Inefable, y murió prematuramente, desgastado por el esfuerzo de hallarle explicación “lógica”, “racional” a lo que él llamaba NATURA NATURATA, o sea los mundos estético y mental (Natura Naturans manifestada). No fue, no pudo hacerse la Perturbación Original, y así quedó en el vacío el hombre más bien dotado para la Sabiduría que haya existido en la tierra” (T. II. 19).
Sobre Nietzsche afirma:
“Decía Nietzsche, que en el acto más altruista veía el egoísmo. Le faltó el paso a la Intimidad para la reconciliación…
Estos filósofos que no llegan al juicio de identidad, y a quienes el orgullo los encadena a las vivencias, quedan siempre en los opuestos, o unifican todo en la apariencia, que es la afirmación de las representaciones atomizadas hechas tiempos de verbos, o sustantivos, adjetivos sustantivos” (LVP 211).
Defraudado de la filosofía occidental, que es filosofía de los opuestos, construida desde la oposición entre espacio y tiempo, tiempo y eternidad, sensación y razón, objeto y sujeto, ciencia y sabiduría que, dada la imposibilidad de una metafísica conceptual, acaba por pensar, como lo hizo Kant, en la imposibilidad de toda metafísica, Fernando optó por una metafísica de las vivencias de la Realidad, intuida como unitotalidad.
En 1959, hablando de la muerte de su hijo Ramiro, y de la angustia y la soledad y el vacío y todo lo horrible que vivió en ese tiempo, Fernando relata la experiencia que originó su visión metafísico-mística:
“Vino un súpero en la forma de conciencia del sucederse. Ese fue el instante en que nací de nuevo… Tuve luego la sospecha de la Intimidad; luego la visión del Camino y presentimiento de que voy resolviendo o trascendiendo eso de vida-muerte-pasado-presente-futuro, y tengo la verdadera religión: adorar la Intimidad en mi representación, sinceramente, sin otra finalidad; rendirme a la verdad viva y entregarme a quien sé que está en mí y yo en El” (LVP 180).
González hace metafísica de las vivencias, desde la intuición de la unitotalidad de la Realidad, más allá de los primeros principios racional-conceptuales de las filosofías aristotélico-tomista y cartesiana, y más allá de la concepción kantiana de una metafísica conceptual:
“Kant negó la posibilidad de la metafísica (el Viaje en lenguaje antiguo), porque en su tiempo trabajó con lo que tenía: conceptos o entes de imaginación y proceso racional o de construcción conceptual.” (LVP 333).
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“Para la metafísica hay que tener otros lenguajes o modos de convivir en la desnudez de las vivencias.
Así explicamos muy bien que el ilustre Emmanuel Kant, al hacer una crítica de la Razón Pura, la cual elabora por conceptos abstraídos del mundo pasional, haya concluido que la metafísica no estaba al alcance del hombre. Le faltó decir: del actual hombre, de este sucediéndose racional que somos. Por no saber que el universo es infinito, negó. ¡Claro! Si yo encuentro unos seres que no tienen alas, digo muy bien que no pueden volar” (LVP 335).
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“… la Metafísica es posible, pero no como conocimiento conceptual sino como VIDA” (LVP 148).
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“Filosofía y ciencia conceptual… proceden a construir con entes de imaginación o de razón, que no son reales. No se conoce nada hasta que no se tiene el juicio de Identidad…” (LVP 244).
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“Para la metafísica o los Viajes aparecen necesariamente nuevas artes y lenguajes que comunican las vivencias de cada mundo” (LVP 333).
Se trata de metafísica vivencial y de experiencia mística que conducen más allá del tiempo y de la mente:
“Pensar es perder la vida en vidas artificiales; pensar es huir de la Realidad. Otra cosa, viva ésa sí, es entender.” (T I 58)
“Entender es lo mismo que ser”. (T I 44)
“Entender es ir siendo el Atemporal” (T II 48).
El entender vivo, o metafísica de las vivencias, engendra el amente:
“Entiendo por amente al que vive en la Inteligencia y ya no tiene mente; ya no piensa sino que vive; es el inteligible y la Inteligencia” (T. II. 129).
La metafísica vivencial es la experiencia mística de unificación con la Realidad universal, que culmina en la reconciliación de los contrarios.
En las culturas arias, índicas, semitas, filosofía y religión son inseparables; no es posible saber si Lao Tsé fue un filósofo o un místico, si Confucio fue un filosofo o un jurista, si Buda originó una filosofía o una religión.
La separación entre ciencia y sabiduría, exclusiva de Occidente, es propiciada por Platón, al plantearse la diferencia entre opinión (doxa) y conocimiento cierto (episteme).
La búsqueda coherente de González, que abarca desde 1905, año de su ingreso al colegio de los jesuitas, hasta 1964, año de su muerte, culmina con el hallazgo de un método para hacer metafísica de las vivencias, como realización de la dialéctica de la libertad en los viajes pasional, mental y espiritual o de intimidad, cuyo método me limito apenas a enunciar, porque su exposición requeriría un amplio espacio del que ahora no disponemos:
“Primer paso. Destripar los conceptos abstractos y los juicios sintéticos que formamos con ellos…. Sacar la vivencia que cada uno encierra en los términos abstractos y de uso común…
Segundo paso. Meditar con ejemplos de su propia vida, en cómo esos conceptos abstractos o los vocablos que los expresan son vanos….
Tercer paso. Es todo un período largo el de descomponer nuestros términos abstractos y vanidosos en sus vivencias.
Cuarta posición, ya afirmativa. Amar por sobre todas las cosas y a todas las cosas en El, a eso vivo que encuentras como vivencias al destripar la nada conceptual. Eso es Dios en ti….” (LVP 104).
La intuición de la Intimidad, el gran logro de la metafísica de las vivencias, es la respuesta a su negación de Dios y a su rechazo del primer principio racional-conceptual:
La Intimidad “la hallarás en ti mismo, en la perfecta muerte a tu vanidad, o en ninguna parte; y no la hallarás como “otra cosa”, como “cosa”, como “ente”, como “ser” o “No Ser”, sino algo así como un puro e infantil juicio de identidad. Esa es la Nada Real” (LVP 314).
Conclusiones
Fernando González enseñó una manera de vivir; no una conceptualización metafísica que se sobrepusiera a conceptualizaciones anteriores.
Su quehacer puede sintetizarse así:
Los primeros principios de las filosofías aristotélico-tomista y cartesiana son inútiles para hacer metafísica.
La metafísica conceptual se supera haciendo metafísica de las vivencias.
La metafísica de las vivencias se hace viviendo de tal manera que se llegue a la Presencia de la Intimidad, que es lo real de lo real, que está en todo lo vivo.
La dialéctica de la libertad, que permite vivir la realidad viva e íntima, consiste en vivir sus pasiones, analizar sus conceptos y trascender la oposición de los contrarios hasta entrar en la Intimidad.
Una propuesta
Realizado el propósito de presentarles el viaje de Fernando González desde el principio de identidad hasta la vivencia de la Intimidad, no quiero desaprovechar la ocasión para proponerles a ustedes, que vinieron a escucharme con tanta generosidad, que quieren tan de veras a Fernando y que les interesa tanto su pensamiento, que nos pongamos en la tarea de estudiar la vida y la obra de González.
Aquí en Otraparte debería institucionalizarse una cátedra de filosofía gonzaliana y de pensamiento antioqueño.
A los antioqueños nos está llevando el diablo. Todos dicen: “Siquiera se murieron los abuelos”, los auténticos varones de ayer; es preciso volver a las raíces, ¡y construyen una placa deportiva a la que denominan Epifanio Mejía! Lo cual no es viajar a las raíces, sino “carajear”, so pretexto de nostalgia ancestral.
Tenemos un sólido pensamiento antioqueño: Tomás Carrasquilla es un maestro en exégesis del alma antioqueña y su valores. León de Greiff, un maestro de la desadaptación, por sobrecargas ancestrales y culturales ajenas al medio natal; Luis López de Mesa, “rey del mundo conceptual”, que dice Fernando, un vidente de la emergencia de la nueva cultura, de cuyos perfiles habló desde 1942, en su bello texto Presentimiento de una nueva cultura universal, que apenas ahora en 1992, a cincuenta años de distancia, afrontan los obispos latinoamericanos reunidos en Santo Domingo. Marco Fidel Suárez, encarna la reivindicación del pensamiento conservador, redivivo ahora en los estados europeos. En fin, Gutiérrez González, Rendón, tantos otros…
¿Por qué no pensar en la realización de esta propuesta, aunque, por no tratarse de un partido de Higuita, no vayan a venir masas?
La casa de Fernando se tiene que llenar del espíritu de Fernando y del espíritu de los otros pensadores antioqueños.
No vale la pena acrecentar el mito Fernando González, el brujo de Otraparte. Ya tenemos el personaje, ya tenemos los títulos, ya tenemos el templo, ya estamos celebrando los ritos; sólo nos falta elaborar el calendario y reunirnos a celebrar el día en que se casó con Margarita, y el día en que engendró cada hijo, y el día en que…
Estudiemos el pensamiento de González y de los hombres representativos de Antioquia. Si tienen vigencia, vivamos el proceso de maduración de sus conceptos, vivencias y propuestas, aclarémoslos, sistematicémoslos, profundicémoslos. Si no lo tienen, démonos cuenta de que no valen la pena, ¡y dejémoslos descansar en paz!
Les dejo la idea de hacer de esta casa museo un centro de desarrollo del pensamiento antioqueño; creo que se trata de una buena idea, no por ser mía, sino por ser intrínsecamente válida.
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Bibliografía
González, Fernando:
Viaje a pie. Editorial Bedout. Medellín. 3ª edición.
Mi Simón Bolívar. Editorial Cervantes. Manizales. 1930.
Los negroides. Editorial Zapata. Manizales. 1936.
El maestro de escuela. Editorial ABC. Bogotá. 1941.
Libro de los viajes o de las presencias. Gamma. Aguirre Editor, Medellín. 1959.
La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera. Gamma. Medellín. 1962.
Fuente:
Conferencia en Otraparte, 1992. El texto fue revisado y editado por el autor en 2002.