«Yo no doy entrevistas»
Por Enrique Posada Cano *
Este reportaje ha sido casi un asalto a Fernando González, a su malicia ingenua, a su soledad del pasado Viernes Santo, cuando a zancadas sobre las calles empedradas de Envigado le dimos alcance mientras medíamos con la vista su espaldita de monje medieval. Y mirábamos, más arriba de sus hombros, unas orejas tan grandes como alas, pero muy sordas.
Pasada la aduana internacional de «Otraparte», sentimos la presencia de un anacoreta exiliado que mira al mundo con ojos de niño, como si quisiera descubrirlo otra vez. En su mirada baila picardía de alguien que ha cometido una maldad y que la saborea. Su mano derecha está casi siempre sobre la oreja respectiva. Es que el pensador quiere escuchar.
Fernando González creó un mundo simbólico. Entre los otros y él se levanta lo que pudiéramos llamar «el telón de asceta». Para definir mejor esta distancia mental que existe entre él y los colombianos, a su finca —sembrada con veinticinco árboles y donde pasta una sola vaca— la bautizó con el nombre de «Otraparte», o sea el lugar habitado por un «filósofo desnudo».
Nos preocupó no hallar a Fernando González. En su casa nos dijeron que estaba huyendo de los nietos. Averiguando por él, nos dimos cuenta de que ninguno de sus vecinos lo conoce. Pero cuando regresábamos en su compañía parece que en las bocas de todos los parroquianos —asomados a las ventanas porque ese día mataban a Cristo— pujaba por salir esa exclamación: «¡Ah… ah…!».
Casi nadie sabe tampoco que Fernando González es abogado de la Universidad de Antioquia, grado al que optó con una tesis en la que sostiene que la corrupción de la democracia entre nosotros obedece a que hay muchos bachilleres y doctores.
Nosotros mismos desconocíamos que aún vive una hija del ex presidente Carlos E. Restrepo, a quien el maestro rebautizó Berenguela pero que en el acta parroquial figura con el nombre de Margarita. Y que, a propósito, es la señora del filósofo. Con ella recorrió Marsella, Génova, Rotterdam y Bilbao como cónsul de Colombia. Al consulado de Bilbao renunció en vista de que «el país no ganaba con qué pagarme».
El Filósofo de Envigado, como se le conoce, nació allí mismo. Una vez, en pleno viaje oceánico hacia Europa, quiso que el capitán del barco regresara porque lo estaba matando la nostalgia de su pueblo. Tiene ahora 66 años y una de sus mayores preocupaciones es la ancianidad. Sin embargo, la energía de su personalidad es la de un hombre de 25 años.
Desde 1916, cuando produjo su primera obra, titulada Pensamientos de un viejo, no ha dejado de escribir. Son doce las obras suyas publicadas hasta el presente. Sin embargo, un amigo suyo cuenta que cuando se enteró de que «la señora Bertha ganó las elecciones» prometió no publicar más libros.
Tal vez su obra más citada, pero también la más desconocida, es El Hermafrodita dormido. Por haberla publicado, Mussolini lo expulsó de Italia. El libro suyo que más polémica ha despertado es Santander, publicado en Bogotá en 1940.
La hernia ficticia
Mientras caminamos a su lado, el maestro nos cuenta que está triste porque el médico le descubrió una hernia y le prohibió volver a ordeñar La Paturra (así bautizó su vaca preferida). Sin embargo, un amigo íntimo del escritor sostiene en un libro reciente que tanto la hernia como el cáncer son puro invento de Fernando para no hablar en la casa.
Un día el maestro amaneció con el ceño fruncido y mandó llamar a un comisionista para que le vendiera todo el ganado. Le preguntamos por qué lo hacía y él respondió, cerrando maliciosamente el ojo derecho: «Es que estos animales se parecen mucho a los hombres». Sólo conservó a La Paturra, y en cambio sembró una mata de plátano cuyos racimos cuenta con frecuencia.
La gente nos enseñó a mirar a Fernando González como a un renegado amigo de propinar latigazos. Pero luego de hablar con él, ¿podrá alguien afirmar que este intelectual de veras es un «loco obsceno»? Todo su lenguaje es de amor. Utiliza palabras que los buenos burgueses llaman «ordinarias», pero es precisamente este lenguaje el que le comunica vigor a su pensamiento. Nosotros respetaremos su lenguaje en este relato de lo que nos dijo.
No me gusta ese Lozano
Luego de dos horas de conversación, le decimos que hemos venido de Bogotá exclusivamente a entrevistarlo.
—Yo no concedo reportajes —nos dijo.
—Viajé enviado por Política, que dirige Juan Lozano.
Cerró el ojo derecho, miró al cielo de Envigado y agitando en su mano la varita de siempre, nos respondió:
—No me gusta ese Lozano. Pero dígame: ¿qué es Política?
—Un periódico moderno.
—Periódicos modernos son los de Estados Unidos.
Como observamos que la cosa se nos ponía mala para el reportaje, lo asaltamos con estas frases:
—Mire, maestro: el reportaje ya está hecho. Y a mí me van a pagar por él.
En nuestra segunda entrevista, cuando fuimos a corroborar las ideas de la primera visita, nos leyó lo que había escrito en una libretica: «Estoy muy angustiado por la visita de ese periodista de Bogotá. Yo le hablé con amor. Y resultó ser un enviado de Juan Lozano para hacerme un reportaje. Investigué la raíz de la palabra “reporte” y encontré que huele a mentira, a chisme».
—¿Y por qué escribe en libreticas, maestro?
—No sea bobo, hombre, pues porque son más baratas.
El fun-fun
—¿Qué opinión le merece el presidente Lleras?
—Lleras Camargo es un tuntuniento que se robó la honorabilidad, un lombriciento honrado. Como todo mundo, creerá usted que él es bueno. Pero qué va, hombre: es un Pinilla con una declaración de renta exigua. Lleras nos está cansando por el «hombre bueno», el que no tiene dineros ni ganado. Esto es un círculo: el Marianito engendró al Pinilla y el Pinilla al Lleras y el Lleras parirá al Marianito… Tres hoyos de golf. Lleras pudo administrar con un programa popular, pero no a base de telegramas firmados por los oligarcas y por los pajes de los oligarcas.
No sé por qué pasamos al tema de la violencia colombiana. El maestro propone que la solución es que nos unamos en sociedades comunales de a cinco personas.
—¿Formaría usted sociedad con Ospina Pérez?
—Yo no me asocio con la flor de la m… colombiana. Él y yo estudiamos en la misma escuela, aunque Ospina estaba en un curso superior. Los jesuitas que dirigían la escuela fueron quienes lo prepararon para presidente. Recuerdo que Mariano usaba vestiditos de solapa marinera. Era muy orgulloso y rezandero.
—Y a usted, ¿para qué lo prepararon los jesuitas?
—Desde chiquito me gustó ser filósofo; cuando estaba en la escuela tenía muchas ganas de ver un espanto, de tener sobre mis sentidos el peso de lo sobrenatural…
—¿Es que usted cree en espantos?
—El único espanto que he visto es esta gran bestia que llamamos Colombia… Y lo peor es que vive todavía.
Dulcinea raptada
—¿Cree que López Michelsen llegue a ser presidente?
—Hombre, aquí es presidente el que quiera ser violento. Eso es muy fácil. Para los políticos, Colombia no es más que su Dulcinea. Y López Michelsen quiere liberar a Dulcinea, pero para llevársela él.
Luego nos dice que López Michelsen y Lleras son «dos vagamunditos que nunca han vivido… A menos que sea en el Jockey Club». «Lleras tiene una vanidad chiquita». En seguida nos cuenta cómo él también es vanidoso. Nos dice que le duele serlo. Cuando se le cayó el diente, se lo hizo poner artificial. Y como le maltrataba, lo mantenía guardado en el bolsillo. Pero una vez Lola, la lavandera, se lo llevó por olvido. La desgracia coincidió con la visita de una muchacha muy bonita que lo admiraba: Fernando buscó el diente por toda la casa. Y como no lo encontrara, prefirió no salir. Al fin Lola echó el diente a la quebrada Ayurá y descabezó la vanidad del filósofo.
Cuando en el curso de la entrevista alguien menciona a Calibán, el maestro frunce el ceño, enciende un cigarrillo y al fin despeja los labios:
—Calibán se cree el Montaigne colombiano. Me dijeron que escribía la «Danza [de las horas]» acostado en su cama. Pero hace muchos años no se me presenta la forma de su ausencia.
Muleta deliberada
—Maestro, ¿le atrae o no la personalidad de Turbay Ayala?
—Ese muchacho es muy simpático. Mire usted que se dejó caer del techo de su casa nada más que para usar muletas, porque lo mismo le pasó a un ministro yanqui.
Bolívar se fue al infierno
—¿Cuándo cree usted que empezó toda la crisis colombiana?
—Desde Bolívar Colombia ha sido la deshonra del género humano. ¿Sabe?, Bolívar se fue al infierno por lo que hizo…
—¿Y qué hizo Bolívar para merecer el infierno?
—Hizo un pueblo que corta la cabeza a los niños y que condena a un presidente y deja libres a sus secuaces y ladrones. Éste es el único país del mundo donde se hace sobre personas «el corte de franela». Por eso también aquí nacerá el gran santo.
—¿Qué propone usted para acabar con la violencia en Antioquia?
—Que nos separemos del país. ¡Pero estos ricos no dejan!
—Su libro sobre Santander fue muy discutido. ¿Ha cambiado de opinión acerca del prócer?
—Santander fue el más colombiano de todos, porque fue el que mejor supo rabuliar. Santander era solapado como todos los colombianos. Y en este arte sus discípulos más aprovechados han sido Olaya, Santos y López.
—¿Cree usted que era más respetable la figura de Bolívar?
—Sí. Bolívar era muy vagamundo, pero honesto.
Saltar el pozo
—En su concepto, ¿cuál es la solución a los problemas económicos del país?
—La mejor solución sería dividir a Colombia en cinco republiquitas que se darían su propio gobierno. Siento nostalgia de cuando Envigado era república independiente, y Rengifo, para acabar con una invasión de langostas, les pagaba de a dos «chimbos» a los muchachos para que le recogieran animales. En dos días acabó con ellas.
Está América prostituida
—¿Cree usted que Latinoamérica posee una política internacional propia?
—América no es más que una prostituta. Vea usted lo que pasó con Cuba, que abandonó a los Estados Unidos, y como le hacía falta el amante, se enmozó con la Unión Soviética.
—A propósito: ¿qué opina usted de Fidel Castro?
—Fidel Castro es un muchacho de 24 años. Castro se quedará al final solo y con el retrato de Nikita. Aquellas consignas de los revolucionarios: «Yankees no, Fidel sí», son como los griticos que lanzábamos en los paseos de escuela.
«No me gusta la Revolución Cubana porque no es americana. Todos nos hubiéramos sentido cubanos con una revolución propia. Por eso mismo amo los países neutrales. Y creo que el mundo será de países como los gobernados hoy por Tito, Nehru, Nasser».
Marinilla: capital del mundo
Hay un tema obsesionante para el maestro: el «embetunamiento» de los bogotanos. Los insulta, pero al final nos dice que los quiere mucho. Hablando del centralismo, nos dice:
—Imagínese que nosotros le mandamos a Bogotá 500 millones de pesos, con lo que podíamos construir todas las escuelas que necesitamos. Yo propongo que nos declaremos república independiente con capital en Marinilla.
—¿Y por qué en Marinilla, maestro?
—Esa gente de Marinilla es muy buena.
—¿Pero a usted sí le gustan los godos rodillones?
—La palabrita godo es un invento nuestro. Pero cuando los colombianos nos ponemos a sacudir el árbol genealógico, resultamos hasta primos. Entonces, ¿para qué odiarnos, si amar es lo más sabroso del mundo, más que comer «obispos» en Envigado?
Cuando arribamos al tema de la literatura colombiana, Fernando González se pone serio y su rostro adopta la expresión de un Gandhi antioqueño muy indignado. «¡Cuál literatura, hombre! ¡Si aquí no hay nada! ¡Silva y Valencia, dizque nuestro orgullo, eran unos poetas pajosos!».
—¿En Rusia, en cambio, sí hay literatura?
—Menos todavía. Allá la literatura tiene que ser para el partido. Y el arte se hace para el servicio de uno, de lo vivo. El comunismo es una cosa muerta como sistema.
—¿Pero no le gusta nada de los escritores colombianos?
—Sí, me gustan Carrasquilla y Epifanio Mejía, lo mismo que esa obra de Samuel Velásquez llamada Al pie del Ruiz y escrita en el ambiente de Guayaquil.
—A pesar de su afirmación de que entre nosotros no hay novela, La Vorágine gustó a los extranjeros y la tradujeron…
—Esa novela les gustó a los gringos porque es un relato violento. Es la primera novela de violencia en Colombia. Yo no pude terminar de leerla, se lo confieso. No resistí ese lenguaje cruel en que un hombre es sometido a esperar amarrado a un árbol a que se lo coman las hormigas tambochas.
—Maestro, parece que usted la tiene cargada contra los gringos.
—Los gringos son tipos buenos, casi bobos. ¿No los ha visto usted cuando están borrachitos cómo desean a las negras y cómo es de fácil sacarles la plata?
—Pero se robaron el canal…
—Eso es puro cuento. Se los vendimos. Es que no hay prostituta sin prostituto.
El joven Sartre
—Maestro: hace tiempo nos interesa saber qué piensa usted de Jean Paul Sartre.
—Sartre tiene 10 años menos que yo. Y hasta esta hora su influencia ha sido desastrosa. A pesar de ser un hombre muy inteligente, y cuando escribió El ser y la nada se reveló como un filósofo muy interesante. Pero cuando se dedicó a ser artista, sobre todo en el campo del teatro, lo que hizo fue producir ese infierno en el que se matricularon los muchachitos de Saint-Germain-des-Prés.
—Debe tener mejor opinión de Kafka, maestro…
—Kafka fue un santico, inocente, purísimo.
—Dicen que El Tuerto López es el mejor poeta colombiano.
—Yo lo admiro. Era un repentista lleno de ingenio.
—¿Y el Barba?
El maestro se lleva la mano al mentón, como tratando de quitarse algo estorboso. «¿Cuál barba?», nos pregunta. Al fin, mueve su cabeza que parece un triángulo y nos dice sonriendo:
—¡Ah, Barba Jacob!, el gran poeta. Es el rey de la poesía americana.
Gilberto el cojineto
—¿Se amañó de cónsul, maestro?
—No, porque los colombianos son muy brutos. España no produce sino mantillas y vino tinto. Ellos dicen que es vino de consagrar, pero mentiras. Cuando yo era cónsul en Bilbao, Alemania, en cambio, ya tenía otra vez una industria pesada. Le aconsejé al gobierno comerciar con Alemania y abandonar a España. Me vaciaron. Y cuando le conté a ese cojineto tan simpático que se llamaba Gilberto Alzate que iba a renunciar, me respondió: «No sea bruto, hombre, mame tranquilo».
El maestro calla. De pronto sonríe: «¡Es que Alzate era colombiano!».
—Usted dice que España no produce nada, pero tiene a Picasso.
—Qué va, hombre, si Picasso es francés.
—¿Y Dalí?
—Dalí no es más que un loquito comerciante y desagradable.
Fobia de linotipo
—Maestro, ¿usted lee la prensa colombiana?
—Yo no leo la prensa porque se me daña el estómago; en el país hay mucha gente que desayuna con un editorial de Santos y otros de Gómez Martínez. Es mejor que se coman dos chorizos. Gómez Martínez, el de El Colombiano, tiene una sonrisa de señora preñada muy honorable.
Los nadaístas
—¿Qué opina de los nadaistas?
—¿Los nadaístas? Yo los quiero porque vienen aquí. Yo amo a todo el que pasa las aduanas de «Otraparte». Ellos son muchachos inteligentes. Pero hace poco me dijeron que estaban cometiendo pendejadas. Y entonces me dije que son como todos los muchachos, como Fidel Castro, con muchas ganas de figurar. Y que utilizan los grandes periódicos para conseguirse una novia o un buen puesto. Los nadaístas botaron de sus existencias unas cosas podridas pero para recoger otras: la prostitución, por ejemplo.
Tratamos de salvar el umbral de «Otraparte», pero Fernando González nos toma del brazo. Quiere contarnos que hace algún tiempo —eran épocas de dictadura— Vieira, «ese que dice que es comunista», se escondió en la parte alta de su casa cuando supo que Marulanda (no supimos a quién se refería, suponemos que un militar) fue a visitarlo. Nos dijo, como en confesión, que había descubierto cómo Gilberto Vieira se pintaba las uñas.
—No vive la presencia que dice tener. Marx, en cambio, era un místico.
Maestro: usted nos dijo que no metiéramos mentiras. Hemos tratado de que este relato de una conversación con usted no fuera un chisme. Creemos que el mejor homenaje a usted es decir la verdad. Y en todo caso, perdónenos haber sido intrusos en su exilio que sabe a «obispo», huele a estiércol fresco de vaca triste y por cuyas aduanas lo único que pasa es el contrabando de la autenticidad.
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* Novelista y traductor nacido en Medellín en 1936, Posada estudió economía política y ha sido voceador de prensa, diputado y frecuente colaborador de revistas literarias.
El filósofo antioqueño Fernando González (Envigado, 1895-1964) fue entrevistado en su finca «Otraparte» por Enrique Posada, sobre temas tan variados como la política, la literatura y la economía. La conversación tuvo un comienzo curioso, que es el que recoge el título de la selección, que se publicó en el semanario Política y Algo Más del 15 de abril de 1961.
Fuente:
Antología de grandes entrevistas colombianas. Selección y prólogo de Daniel Samper Pizano, Editorial Aguilar, Santafé de Bogotá, 2002, pp. 275 – 285.