Un viaje para meditar
en “la tristeza de los
destinos humanos”
Por Daniel Palacio Jiménez
Fernando González Ochoa, “El Brujo de Otraparte”, como lo llamaban sus amigos cercanos, fue un pensador antioqueño amante de las letras y la vida. Abogado de profesión y humano de vocación, vio en la política y las condiciones sociales circundantes una excusa para ahondar en la filosofía y cuestionar, entre otras situaciones, la falta de identidad de la que aún adolecemos en Colombia.
Para el quincuagésimo aniversario de su muerte podemos decir que su nombre resuena con fuerza en tertulias académicas, cafés literarios y en las conversaciones de quienes intentan darle un sentido a un mundo que poco a poco olvida la importancia de lo metafísico. Ahora, ¿cuál es la vigencia del pensamiento filosófico y político de González?
“Eres y tienes que ser de un modo; es necesario que seas definible. Considera la infinidad de vidas posibles, y luego, considera que tú no podrás ser sino de un solo modo, que no podrás ser sino una de esas vidas, y caminar por uno del infinito número de senderos que existen”. Esta reflexión de Fernando González a sus 20 años, presente en su libro Pensamientos de un viejo, forma parte de su crítica a los pensamientos de su sociedad. En su constante búsqueda se encontró con la filosofía de Nietzsche, Schopenhauer y Dostoievski, quienes influenciaron muchas de las ideas que quedaron plasmadas en sus dos primeras obras —la mencionada anteriormente y El payaso interior—.
Como lo muestra esa cavilación, sus textos resultan difíciles de encasillar. Literarios para algunos, filosóficos para otros, lo cierto es que su poética no puede reducirse a una clasificación genérica, como él mismo lo expresó con tanto ahínco.
Reedición de una búsqueda
Desde hace algunos años el Fondo Editorial de la Universidad EAFIT, en compañía de la Corporación Otraparte, se ha propuesto re-imprimir los títulos que conformaron la carrera literaria de González. Pensamientos de un viejo, El payaso interior, Viaje a pie, El maestro de escuela, Salomé, El remordimiento y Los negroides, integran la lista de ejemplares publicados por nuestra editorial; sin embargo es importante recordar que su producción escrita fue muy vasta y abarca unos 27 títulos.
Cinco de estas obras, a excepción de Los negroides, apuntan a la necesidad de saciar los interrogantes existenciales que obseden la filosofía del autor. Los soliloquios presentes en sus páginas buscan descifrar una sociedad compleja. “Preguntad a un hombre si cree en su libertad, y si os contesta que sí, estad seguros de que ni un solo instante se ha sentido a sí mismo”. ¿Qué es sentirse a sí mismo? O, ¿en sociedad? Cuando los esfuerzos se dirigen a la búsqueda de un sentido que exponga el porqué de nuestra existencia individual frente al universo —frente a las pasiones o las circunstancias, las emociones, los deseos o la razón—, la respuesta con seguridad estará ligada al abandono que siente el “hombre silencioso”.
Dice Fernando que “hay muy pocos hombres que meditan; escasos son en la tierra los filósofos”; será porque, como lo dijo Spinoza, los seres humanos amamos las cadenas pues son sinónimo de seguridad, es decir, vivimos en una sociedad orientada a un pensamiento colectivo sin fundamento en el individuo, no porque la sociedad no piense en lo singular, sino porque el individuo ha dejado de pensarse a sí mismo para considerarse únicamente como parte de un conjunto de interacciones que le aseguran “todo” para su comodidad.
Quien se pregunte por su humanidad se enfrentará inevitablemente al concepto de libertad. En El remordimiento, el escritor interroga: “¿Obrar sobre las almas? Se puede. Se puede hacer aparecer amores y odios, deseos y repugnancias. ¿Somos libres? Nuestra vida nos la vive la sociedad, nos viven”. En Viaje a pie, en el Libro de los viajes o de las presencias, en Salomé, con sus apreciaciones morales del mundo, en El maestro de escuela y su recorrido por la vida del profesor Manjarrés, es fácil pensar que sus tesis apuntan a descifrar ¿qué vemos en nuestras almas?, ¿qué vio González en su alma?
Retrospectiva de una “nación”
La vigencia política de este pensador, quien fue Magistrado del Tribunal Superior de Manizales, Juez Segundo Civil del Circuito de Medellín, y Cónsul General de Colombia en Génova, es problemática no porque sus juicios valorativos y sus críticas al sistema hayan sido un desacierto, sino porque nunca fueron tomadas en serio.
Al leer algunos apartados de Los negroides, puede sentirse que “El Brujo” estaba adivinando a la Colombia del siglo xxi. Por ejemplo, cuando escribe: “Hoy están reunidos el Congreso y las Asambleas […] Todos son ilegítimos, es decir, todos se avergüenzan de la mamá; Presidente, Ministros, Diputados, obran y dicen torcidamente, simulando, avergonzados, sin orden, sin finalidad. Colombia produce bananos, y son de la United Fruit Company, produce platino, y es de ingleses; produce petróleo, y es de anglosajones […]; produce café, y es de los yanquis […] y produce esmeraldas, que [no] han dado un centavo para el país”.
Los mal autodenominados colombianos buscamos evadir nuestra realidad identificándonos con otros, ser parte de la historia de quienes nos impusieron sus visiones. González fue consciente de ello y Estanislao Zuleta acotó que quien sale de las zonas de confort empieza a confrontarse a sí mismo y su contexto. ¿En Colombia existe la confrontación entre historia y realidad? Digamos que no, que “pasan las gentes por la casa haciendo ruido y conversando. Quieren olvidarse; no quieren pensar en tantos atormentadores problemas; quieren apartar su mente de la muerte que se acerca; y de la alegría que no está en sus corazones”.
Somos un país vanidoso: “Un acto de vanidad es el ejecutado para ser considerado socialmente. Aparentar es el fin del vanidoso. Vanidoso es quien obra, no por íntima determinación, sino atendiendo a la consideración social. Vanidad es la ausencia de motivos íntimos, propios, y la hipertrofia del deseo de ser considerado. Vanidad significa carencia de sustancia; apariencia vacía”. Así, para Colombia y Suramérica, “copiadas las constituciones, leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados; copiadas todas las formas”, diremos que la vanidad ha sido el motor de nuestro “progreso”.
De momento concluyamos diciendo que Fernando González es una voz que no puede naufragar en el mar de la indiferencia y del olvido que anega la consolidación de una original cultura colombiana, que tanta falta nos hace para sentirnos parte de un pedazo de tierra que nos contiene, que nos identifica y al cual debemos proveer de sentido.
Abarcar sus pensamientos siempre será un reto pretensioso. Así, y recordando a Quevedo con su “conversación con los difuntos”, queda abierta la invitación para que revivan las dolencias y apreciaciones de este hombre que incubó en su pensamiento la ilusión de una Colombia que todavía no ha podido ser.
Fuente:
Palacio Jiménez, Daniel. “Un viaje para meditar en ‘la tristeza de los destinos humanos’”. Periódico Nexos, Universidad Eafit, Medellín, 12 de marzo de 2014.