El rigor olfativo
Filósofo o biólogo, da igual el calificativo para Fernando González, su herencia está constituida de vitalidad, potencia, energía, señala el poeta colombiano Álvaro Marín.
Por Álvaro Marín
Falta de rigor, dice Gutiérrez Girardot, y con esto cree haber digerido de una sola tarascada conceptual el pensamiento de Fernando González. ¿Pero qué otra cosa es rigor si no atención desmedida?, rara vez se ha dado entre nosotros observador más agudo de su entorno. El rigor del filósofo antioqueño no tiene sus pilares en el sistema, le repugnaron los conceptos y toda especie de esclavitud mental; fue ante todo un intuitivo, un brujo, y el único argumento que puede tener un filósofo contra un brujo es la falta de intuición del filósofo.
No prosperan entre nosotros los especialismos; nuestros más agudos pensadores han sabido entrever que filosofía, arte, ciencia y religión acuden a un mismo fin, este es uno de nuestros mayores aportes; el rigor de Fernando González es su capacidad de síntesis. Sin teoremas, se dio a una manera del pensar como acto. Dueño de una fuerza interior vertida sobre los elementos con el mismo impulso vital de las germinaciones. Esta pulsión es la misma que subyace en su ideario. Para el brujo envigadeño, el pensamiento es energía transformándose, el “Ojo Simple” que puede ver los vínculos secretos de todos los fenómenos, los destinos paralelos del planeta y el óvulo. En su actitud, el brujo se parece más a un vegetal que a un filósofo. Ojalá algún día la filosofía llegara a tener, para la vida, la misma importancia que tiene la fotosíntesis.
Es tan arisco a las conceptualizaciones el pensamiento de Fernando González que la alternativa más fácil es ignorarlo, o bien, descalificarlo con arrogancia de pensador metódico. Si la filosofía no ha de servir para la vida, sólo será entonces para alargar el moco del filosofante escolástico.
El hombre no es un concepto, es un ser “enervado” que ha de abandonar las caparazones y conchas, y sacudirse la nieve calcárea que llueve sobre su espíritu. La vida es trance, viaje, movilidad continua, expansiva, pugnaz, y es tarea del hombre abandonar su propio y sucesivo cadáver para seguir el camino.
“Estudiar al hombre y toda su obra y mundo interior desde el punto de vista del hambre, el amor y el miedo, es el único método científico” [Viaje a pie].
Como todas las mentes intuitivas, Fernando González supo leer en las contradicciones de sus contemporáneos lo que vería asomar en el camino su temperamento atisbador: “El sabio será aquel hombre sintetizador que vendrá después de este período de análisis”.
A pesar de lo que se diga acerca de su cristianismo, su actitud religiosa fue también una guerra permanente contra la metafísica del miedo que sembró la conquista; es de esos pocos espíritus descolonizadores, irreverente ante lo que se le ofrecía como verdad. En los primeros años de formación jesuítica está su propia y severa contradicción que llevó siempre como una llaga estimulante; de allí su pugnacidad con lo establecido, su vivir “a la enemiga”. Ante la moral del miedo el filósofo respondió con desenfado. Desde estos años su vida era la dura brega del hombre contra sí mismo; esto hizo de Fernando González un individuo de rara especie, un anfibio: térreo y sensual bañándose en las aguas del misticismo.
Como cada brujo o místico tiene sus propios dones, éste tenía el don olfativo y con este don nos quiso hacer “ver”. Por eso nos entregó en uno de sus libros el olor de los calzoncitos de una virgen alsaciana, para que olfateáramos la presencia de la divinidad escondida tras los sentidos, y para curarnos del miedo. Así lo hizo también con sus reflexiones, nos ofreció el olor del velo de la filosofía que es como “los calzoncitos” de la intuición.
Quienes lo miran con desdén es porque aún creen que es universal toda hierba occidental, pero que jamás puede serlo la ceiba; estos no han entendido aún la manera especial de manifestarse en nuestro pensamiento y nuestras artes el sentido renovador e irreverente de lo americano. Bastaría recordar a Macedonio Fernández o a Lezama Lima para darse cuenta que en América ya se han mestizado en las artes y en el pensamiento el logos occidental y la intuición prehispánica generando una especie particularísima del pensar y de la creación; ya vamos trazando las coordenadas de nuestra propia concepción del mundo, nuestro medio es fértil para lo que González intuía: la síntesis creadora, la concentración de energía, la inteligencia como alimento para la vida: “sinergia”, es este nuestro método, sin despilfarros de erudición, ni especialismos; síntesis, complejidad y sencillez son los tres elementos del pensador americano. Ya no podemos avergonzarnos del brujo prehispánico que llevan nuestros genes, el que sube al tejado sin necesidad de la escalera del concepto: “Intuición es estar en el tejado, sin escalera. Una vez en el tejado, la escalera no tiene valor, a menos que sea para descender. Pero la escalera es complemento a las fuerzas del trepador. Se explica por la debilidad del trepador. Pero hay quienes reciben la fuerza y trepan sin escalera. Eso ha sido llamado Gracia, Intuición, Ojo Simple” [Las cartas de Ripol].
Recogemos nuestros propios fragmentos, les damos continuidad, potenciamos. ¿Pero cuál es el sentido de esta continuidad?, ante todo es la lucha contra toda forma de esclavitud. Nuestro pensamiento, nuestras artes, nuestras ideas religiosas y nuestras revoluciones políticas nos van dando el modo de nuestra propia manera de vivir el sentido de lo americano.
Hoy nos sigue sorprendiendo Fernando González, su resistencia de sílice frente a las erosiones del tiempo, desde su transitoriedad nos atisba, nos estimula. Observamos su camino regresivo, su metamorfosis inversa. Después de su muerte lo encontramos cada vez más joven, más vital. ¡Pero cómo se nos va enniñeciendo este viejo! Su tarea: sensualizar la idea, añadirle blanda carnadura a la ósea estructura del logos, humanizarlo. Muy diferente todo esto de lo que afirma Eduardo Galeano cuando nombra a los “sentipensantes”. No ha habido nunca, ni aún en la conquista, adjetivo más frívolo para calificar nuestro temperamento, Galeano nos arroja esta perla sintética y vuelve a sus escritos lleno de citas y banalidades como en Memoria del fuego. Qué banalidad más formalita, y todo esto para que las mentes conquistadas le crean el “rigor”. ¡Qué asco!
Vitalidad, potencia, energía, es esta la herencia de Fernando González, y ya no importa si le llamamos maestro, brujo, psicólogo, místico, filósofo o biólogo, igual, sus palabras han de escucharse aún después de que escuchemos el rumor de los ramalazos en la caída de la última ceiba derribada.
Fuente:
Marín, Álvaro. “El rigor olfativo”. Magazín Dominical de El Espectador, n.º 565, Bogotá, 27 de febrero de 1994, p.p.: 16 – 17.