Filósofos
Por Luis López de Mesa
Sería juicio imprudente y hasta temerario el afirmar que el pueblo aburraesita carece de vocación filosófica o de espíritu hábil para ello, mas no se puede remitir a duda que no ha producido ninguna filosofía sistemática ni siquiera un filósofo de vuelo aquilino. Los que filosofaron incidentalmente de suyo u obligatoriamente por función pedagógica en el siglo XIX, un prócer de luengo profesorado e índole jurista, y un polígrafo mutifario, por así decir exactamente al uso latino, o periodístico, según lo entendemos ahora, y apodado por su defecto ocular, no alcanzaron la gracia del genuino entendimiento del asunto, aquel arrumándose piadosamente a la tradición escolástica predominante entonces, con leve giro newtoniano, y éste picoteando en el positivismo de sus aleatorias lecturas con muy parvo genio especulativo.
Ya por los tremendos avatares o transmutaciones ideológicas de este siglo, continúa el doble fenómeno conceptual con honduras mayor, esto sí, y más hábiles discursantes, de un lado los continuadores del patricio, ora apologistas de las tesis católicas con arrobamiento místico a las veces, ora regimentados razonantes que no conciben alterna certidumbre, ora, en fin, eruditos que razonadamente profesan su credo, todos quizás un poquillo temerosos de las postrimerías o novísimos, que como buenos aburraesitas juzgan mal negocio arriesgar por tiquismiquis ideológicos.
El sucesor del asendereado tuerto, no es tuerto sino sordo, ni radical sino indefinible, y constituye encantador motivo de análisis. De mío sé decir que atrapo con delectación inefable toda oportunidad de oírle discurrir, y que sin poder nunca estar a tono con sus tesis, y aun repugnándolas dentro de mí, casi casi, en absoluto me cautivan sus torcimientos de la ideación, sus esguinces de la historia y sus transposiciones filosóficas. Cuantas veces puedo voy a su casa de La Margarita y él sabe que lo quiero entrañablemente.
Empero, otro caso de mi aptitud ahora para ante el tribunal público de estas mis interpretaciones críticas, que exigen de mi tarea un juicio interpretativo aparte de amistosas tertulias o personal camaradería porque él ocupa puesto eminente en nuestro tinglado de las letras aburraesitas. En primer lugar, ¿cómo es que sus biografías tan antibiográficas, es decir, tan a su gusto excluyente de consabidas nociones, nos atraen? He llegado a suponer que porque su no verdad se parece mucho a la que debió ser, o en otras palabras, que su acomodación del personaje crea un personaje más significativo. En sus novelas se anticipó a los revolucionarios europeos, introduciendo la desnudez sexual de Joyce, no tal vez con intento de derruir el viejo Cant o gazmoñería inglesa, sino en solicitud de mayor aproximación a la autenticidad de los seres y los actos, como el desnudo escultórico lo logra en manos de genio, pero que él, infortunadamente, no alcanza sino en rarísimas ocasiones, las otras son puro empelotamiento inútil, y con todo, esas narraciones seudorealistas que no siguen congruencia de episodios, que van y vienen deshilachadamente, que terminan en el prólogo o en la mitad o en ninguna parte, son cautivadoramente legibles, esencialmente vivas, embrolladamente artísticas, y casan, hecho interesante, con las novísimas realizaciones de la antinovela, que él no conoce.
“Similia similibus” ocurre con su filosofar inverosímil, que ni es pagano, ni es cristiano, ni es filosófico y ello no obstante tiene algún sentido, no de verdad pero de indagación a la gallina ciega, con uno que otro resplandor de esencias ocultas, que él no traduce ni siquiera advierte, mas de cierto plausibles al lector. Sus teorías de la presencia, la vivencia, la autenticidad no conducen a nada, y sin embargo justifican su reiterado parloteo.
Allá muy, muy secretamente, yo he deducido que él piensa en espejo, como escritura en espejo, trastocadas las posiciones, y aun desfiguradas como en espejo pando, alabeado que dirían los técnicos, y yendo más a la entraña el asunto, temo que la urdimbre de su personalidad sea esquizoide, es decir, veedora de las cosas al revés, con el negativismo que caracteriza a ese temperamento, añadiendo, en justicia, que no me refiero a locura confirmada sino a constitución paranoica —me dice mi psiquiatra de cabecera—, de latente, lo que explicaría su originalidad y lo descobalado, al mismo tiempo, de su obra.
A sucederle están llegando los epígonos de la neofilosofía alemana, francesa y aun española de Unamuno, Zubiri y Ortega, tan cargada de sutilidad y erudición como de incertidumbre de los temas eternos del destino, y de la cual nuestro espíritu incipiente en tales tramoyas no derivará estructura ninguna de personalidad o de salud histórica, sino un tinte en pie de erudición dialéctica.
Tal ausencia de pensadores genuinos compromete la reciedumbre cultural aburraesita, porque un pueblo está en el mundo de la civilización cuando asume la tarea eminentísima de interpretar las tres demandas fundamentales de la sabiduría, la del origen de los seres, la del ser en sí de la entidad y la del destino absoluto del cosmos, hombre individualmente inclusive.
Contestar siquiera con razón tentativa pero verosímil, al porqué elemental de ser uno, esta efímera individualidad que soy, verbigracia, existente contra casi, casi infinitud de probabilidades adversas, uno entre un decillón de decillones de posibilidades distintas, o de ser una más enigmáticamente todavía, una pavecilla del cosmos que desde su minucia lo mide y dota de sentido, y de ser uno, ya en la frontera de lo ultrapensable, un instante en ser una eternidad en el haber sido. Por eso, por tamaño reto del hombre pensante a la divinidad respondiente, juzgo equivocada y peligrosa la bella admonición de Píndaro que dice: “No te empeñes en ser Dios, para el mortal sueño de mortal”, subtendiente del tontiloco y vanílocuo pragmatismo de nuestra agonizante época, que se aturde queriendo sólo ser existente.
Cuánto quisiera yo, pobre de mí, conocer la mitad de lo que saben algunos de mis eruditos coterráneos aburraesitas para hilvanar otra tanda de estos apuntes que hoy concluyo por mandato de cordura, pues van ya siendo vena incontenible de mi presuntuoso intento de advertencia cuando yo debiera ser el advertido.
Vicegaspar de Rodas
Niquía con Junín. 19 – 63.
Fuente:
López de Mesa, Luis. Nosotros. Seguida de El nueve de abril. Compilador y presentador: Sergio H. Arroyave Maya, Medellín, Imprenta Departamental de Antioquia, 2000, p. 294.