Eduardo Escobar habla
sobre Fernando González
Por María-Dolores Jaramillo
¿Qué tan cercano fue usted de Fernando González?
La verdad es que yo fui un poco descuidado con Fernando González y no fui a visitarlo tanto como debiera haber hecho. Yo estaba en la edad de perseguir muchachas, con relativo éxito además, y usted sabrá perdonarme como yo me perdoné, que me interesara más averiguar a qué olían las ninfetas de la carrera Junín, en Medellín, y qué música guardaban, que espigar en los pensamientos de los filósofos por inteligentes e intrigantes que fueran. De cualquier manera la intimidad con los amigos auténticos no se mide por el tiempo que pasamos con ellos. Hay muchas personas que vemos todos los días y con quienes al final no conseguimos establecer un contacto que se parezca ni de lejos a la amistad. Y así como yo siempre he permanecido bajo la influencia de ese hombre, al parecer, mientras él anduvo sobre la tierra, me recordó siempre con cariño y me mandaba a felicitar con nuestros conocidos comunes por mis primeros poemas publicados en la prensa de la parroquia. Su hijo Fernando me contó una vez que su padre se acordaba de mí con frecuencia a la hora del almuerzo. Aunque no sé si sucedía por mi aspecto desnutrido en aquellos tiempos de la bohemia dura del nadaísmo, o por el afecto entre parientes. Los dos contábamos con un ascendiente común, el famoso Lucas de Ochoa y Alday, que según sé fue uno de los fundadores de Envigado. Y mi abuelo, mi abuela y mi bisabuela paternos, a veces aparecen en sus escritos. De mi abuelo dijo que no había Semana Santa en Envigado sin los berridos del Mocho. El Mocho, el padre de mi padre, que tuvo fama de ser el hombre más feo de Envigado, era el corista de la parroquia.
¿Qué aprendió del ‘Brujo de Otraparte’?
Le gustaba decir que no tenía discípulos, que él creaba solitarios. Digamos que aprendí de él, o me identifiqué con él, en el mandato de bregar por la conciencia de sí mismo y por conquistar la hombría y la autenticidad. Y claro, en la admiración por las muchachas como expresiones del milagro, como incitaciones al crecimiento interior. En últimas, calificar una relación de amistad y admiración, es muy difícil. Digamos que la amistad es siempre un sentimiento inefable.
¿Qué significaba conquistar la hombría?
Bueno, eso: liberarse de los prejuicios, aprender a reconocerse uno mismo como hombre, estar siempre del lado de las causas justas y aprender a decir, sin consideraciones con el respeto humano y las conveniencias, lo que uno piensa, lo que uno piensa que debería decir. Cambiemos entonces, si quiere, hombría por integridad.
Fernando González afirma la literatura como una necesidad espiritual… ¿Conversaban con él de literatura?
Los nadaístas solo hablamos de cosas de la literatura al principio. Recuerdo que Amílcar Osorio, recordando a Rimbaud, exclamaba a veces en las fiestas, cuando alguien se ponía libresco: “Bueno, hijueputas, vinimos a beber, o a hablar de literatura”. Claro que con Fernando González nunca pasábamos del chocolate al aguardiente. Pero tampoco hablamos de libros, nunca. Una sola vez se interesó por un libro, llamado Salka Valka, según me parece recordar, que llevó un domingo a su casa Humberto Navarro. Pero solo discurríamos sobre ideas… o discurrían… porque yo en la infimidad de mis quince años o dieciséis, no hablaba mucho, apenas hablaba… Creo que me limitaba a responder sus preguntas. Una vez que dejé de ir un año seguido, me preguntó por qué no había vuelto. Le respondí que mis padres me habían consignado en un reformatorio. Y él: “Muy bueno. Allá les enseñan artesanías”. Y después habló de la educación de los judíos y de la necesidad de incluir una artesanía en la educación de los jóvenes y de la fatalidad de los padres que piensan que sus hijos son como relojes que ellos pueden poner en la hora que quieren.
Además con Fernando González era muy difícil hablar… porque era un poco sordo. O se hacía… Y sí, los nadaístas, con él o entre nosotros, hablábamos poco de literatura, o solo muy tangencialmente. Más nos comunicábamos las cosas de la vida. Cómo nos tocaba la vida. Cómo veíamos andar la vida… Más bien diría que filosofábamos… Y nos reíamos, eso sí. Los intelectuales al uso nos reclamaron con frecuencia que no éramos serios. Y es verdad. Nunca nos tomamos demasiado en serio. Y ahora me viene un recuerdo a la cabeza. Una vez Fernando González nos sorprendió a daríolemos y a mí fumando marihuana en su jardín. Y vino hacia nosotros y dijo tan solo, reconociendo el olor: “Marihuana. Yo tengo unas matas de marihuana sembradas por allí, pero les gusta a las gallinas y no me las dejan pelechar”. Le interesaba mucho la botánica y practicaba la homeopatía con su pariente político el doctor Restrepo Molina, que además fue el hombre que me extrajo de mi madre hacia este mundo y le auguró que le iba a causar muchas dificultades porque me resistí con tenacidad al corte del cordón umbilical.
Fernando González y usted, como intelectuales afines, coinciden en muchas cosas… En la exaltación de la vida, en la pasión por la lectura y la escritura, en el abundante humor de sus páginas…
Me enorgullece haber contado con su amistad. Y que usted me ponga junto a esa figura que yo respeto tanto. Pero mire, yo aún me sigo sintiendo ahora, ya viejo, o en plan de volverme viejo, como el niño que era entonces, un niño sin importancia colectiva, que se empeña en sobrevivir en medio de una soberbia inutilidad para las cosas prácticas de la vida. Pero anotemos aquí que para González los libros no eran una pasión, sino un apoyo… y que su obra no es propiamente literatura al uso…
¿Qué anécdotas recuerda de Fernando González?
Una anécdota amorosa. Cuando ya había muerto, es un decir, doña Margarita me preguntó cuál libro de su marido debía publicar primero, pues la editorial Bedout le había hecho la propuesta de reeditar sus obras. Yo le dije sin titubear que El remordimiento. Y ella hizo una cara de desagrado de mujer celosa y replicó: “Pero es que ese libro está lleno de mentiras, Eduardo. Esa historia nunca pasó”. Muchos días después, en otra visita, me contó que estaba recogiendo cosas del Brujo, recuerdos, y en la primera página de uno de esos álbumes de fotografías de familia, estaba el papel que le dejó la niñera al cónsul en el bolsillo de la bata de baño. Supongo que ya se había curado las heridas y que ya no le importaba acordarse de las infidelidades de su marido. A mi padre no le gustaba Fernando González, a propósito. Decía que era un desaforado… Y desaforado… suena a los vicios de la carne… Yo creo Fernando González marcó su pueblo con toda la fuerza de su personalidad, con sus furias, sus lujurias, sus ambiciones, su gusto por la plata y por las fincas bonitas. Ah, también le aprendí eso. A comprar fincas. Es un gran pasatiempo.
Y un pecado venial. Porque hay que ocultarle al vendedor que uno no tiene plata y fingir interés. El vendedor te atiende siempre muy bien, con sancocho y aguardiente y pasantes.
Fernando González cuestionó la pereza, el ánimo dilapidador, el poco trabajo de los bogotanos…
Estos días, leyendo a Séneca, pensé que fue en cierto modo un estoico. Se parece a Séneca en su empeño de convertirse en educador de la juventud, en promotor de una cierta moral, que sin herir ni empobrecer a los hombres los acercara a lo que él llamó la autenticidad y a la aceptación de sus impulsos. Sin embargo esas contradicciones con el espíritu bogotano se corresponden con cierto talante de época en Antioquia. Y quizás obedece también a su experiencia bogotana. En las Cartas a Estanislao, se deja notar cierto resentimiento. Natural además por el modo como se manejaba el país desde Bogotá, a punta de vanidades y retóricas vacías. Creo, finalmente, que se identificaba con el modo de hacer política de su suegro.
¿Cómo hacía política Carlos E. Restrepo?
Don Carlos E. dejó fama de ser un político pulcro con la cosa pública, conciliador, decente. Un político muy raro. El que el país necesitaba en su momento.
Fernando González fue un antipolítico…
No se paraba en pelillos… y era directo a la hora de expresar sus opiniones… Participó en política alguna vez, y en las Cartas a Estanislao hay una donde se mofa de su experiencia, una carta divertidísima. Sacó tres votos. Es una de las mejores cartas de ese libro, con la dedicada a Eduardo Santos, en la cual compara el bigote del doctor Santos con las lanas que les salieron entre el pelo a los primeros cerdos que llegaron a Bogotá.
A Fernando González le repugnaba la guerra… Cuestionó a Hitler y a Mussolini… aunque algunos críticos no lo señalen…
Los críticos superficiales destacan en su obra y su vida lo que él llamó el vivir a la enemiga… Su desfachatez para cantarles las tablas a sus adversarios, legítimos o inventados, y a veces su agresividad verbal, que heredó Fernando Vallejo. Pero sobre todo, el vivir a la enemiga fue en Fernando González un mandato que va mucho más allá: es también el vivir a la enemiga con uno mismo. Se le ha reprochado, en los ambientes de izquierda, una incierta inclinación al fascismo por sus visiones de Mussolini en El Hermafrodita dormido y de José Vicente Gómez, en Mi Compadre. Pero él se refirió a estos personajes más como ejemplares de lo que llamó también la egoencia, y alabó el modo como saturaban el medio. Tuvo un toque nietzscheano, sobre todo en su juventud, pero descartando el talante ario del guerrero… su lucha era consigo mismo, sobre todo consigo mismo.
Fernando González destaca el ‘espíritu de patria’ como propio de los antioqueños…
Me parece que ese concepto de la patria era el propio de su tiempo también. Y habla de su angustia por las deformidades ambientales, del dolor que experimentaba al contemplar un país lleno de vicios, de seres desordenados y desarmonizados, tiranizados por una casta de ambiciosos, y por sus propios vicios y sus enfermedades: el alcoholismo, la uncinariasis.
Y consideraba también connatural al antioqueño el anhelo de superación…
Pues sí, el superarse, el elevarse sobre sí mismo. Que recuerda a Séneca otra vez. Y otra vez a Nietzsche. Y que se corresponde al mismo tiempo, con una inclinación de la época de su actividad. También por eso, críticos como Jaime Mejía Duque, confundieron su pedagogía con los textos de autosuperación de ciertos escritores yanquis.
Fernando González rechazaba las medallas, y los honores…
Vivió no sé cuánto tiempo por fuera del país. Y al regreso se recluyó en el ostracismo a medias obligado y a medias voluntario de su casa en Envigado. Y enarboló la bandera del pirata en su Revista Antioquia.
La vida de Fernando González estuvo alejada de toda impostura, de cualquier apariencia…
Cuando apareció el nadaísmo dijo que siempre había querido crear una escuela, escuelita, decía en antioqueño, sin pretensiones, de solitarios y le pareció que nosotros la realizábamos… Y por eso nos quiso tanto y se preocupó tanto por nosotros. Gustavo Restrepo, director ejecutivo de la Corporación Otraparte, descubrió hace poco una carta muy bella que le escribió a gonzaloarango una vez, encabezada, según me acuerdo, Gonzalo del alma mía…
El vitalismo de Fernando González deja una enseñanza ejemplar…
El amor por la vida, es evidente. Pero también el deseo de superarla. Es una contradicción aparente. Lo que causaba la fricción con la vida, le permitía sentirse vivo. Le gustaba decir que el hombre que no se contradice es porque está muerto. Pero en su obra se conjugan a veces un cierto vitalismo y un cierto pesimismo. Es su dialéctica: el amor y el asco.
Es muy interesante el estilo de Fernando González…
Me gusta de su estilo sobre todo la manera como equilibra el habla literaria con el habla de todos los días. Es muy difícil de lograr. Si uno rumia sus descuidos aparentes, encuentra al mismo tiempo algo muy elaborado, un estilo, algo conseguido…
La mezcla del lenguaje literario y el cotidiano produce efectos sobresalientes… Fernando González y Tomás Carrasquilla logran preservar giros, fijar palabras y expresiones del habla que podrían haber desaparecido sin los registros literarios… y el lector reencuentra y recupera amables formas verbales…
Creo que se admiraron mutuamente. Y se identificaron en la idea de que era posible hacer buena literatura a partir de los tipos del pueblo antioqueño y del habla antioqueña.
¿Por qué la prosa de Fernando González no ha sido justamente valorada… y reconocida en su belleza, claridad y precisión…?
Aún, todavía, el canon bogotano, que es el que se nos impone… lo considera anodino. Nicolás Suescún me dijo una vez que no era más que un paisa loco. Y Cobo lo ha menospreciado y en cierto modo, Gutiérrez Girardot. Usted sabe que las gentes del altiplano tienen un dicho: “Antioqueño, ni grande ni pequeño”. Para mí, y no son ganas de llevar la contraria, me parece que Fernando González es uno de los grandes escritores colombianos.
¿Qué aspectos podríamos destacar de su prosa?
La síntesis tan hermosa a veces entre el habla de todos los días y el lenguaje literario, primero que todo. Y como no se adornaba, y huía del patetismo y la retórica, el resultado es apreciable siempre. Dicen que es uno de los escritores colombianos más reeditados… Lo que pasa es que su influencia es discreta. Es lo que hoy llaman ahora un escritor de culto, un escritor de unos pocos y quienes lo amamos y admiramos, volvemos a sus libros una y otra vez y nos dejamos sorprender siempre por su inteligencia y por el carácter que cobija esa inteligencia.
La prosa de Fernando González limpia, precisa, y sin adornos, invita a cuestionar nuestras tradiciones retóricas… recargadas y excesivas…
Usted lo ha dicho. No es tan fácil escribir con esa naturalidad. Charla con el lector, no se le impone. Es muy elegante.
Ensaya el aforismo… y el pensamiento breve…
Era un hombre muy ingenioso, en el mejor sentido. Irónico y a veces, incluso, sarcástico, cuando se sentía herido.
Contrasta con el abundante impresionismo literario de nuestros escritores desde Jorge Zalamea hasta Germán Espinosa…
Zalamea y Espinosa, siempre parece que quisieran deslumbrar al lector, con sus estilos engolados y sus palabras raras, altisonantes y eso los jode. No se trata de escribir bonito sino de manifestar el alma, la vida.
Su distancia de los poderosos es una importante lección…
Pero al mismo tiempo la gente del poder no lo tomaba en serio… Y los intelectuales bogotanos como Nicolás Suescún, como ya le dije, siguen pensando que era un loquito de Envigado y que pertenece más al folclor que a la literatura. Pero es que Valencia Goelkel también dijo que Carrasquilla le había dado sueño. Yo pienso que debía estar muy cansado cuando emprendió su lectura. Yo desprecié a Carrasquilla muchos años, sin conocerlo, por pura nadaistería, y lo leí, no hace mucho tiempo a ver qué había allí. Y es deslumbrante.
De loquito no tenía nada. Tal vez hay que comprender mejor la capacidad analítica de Fernando González…
Su obra la creó en la rumia del caminante, recorriendo los caminos de las montañas envigadeñas más que en el escritorio. Y por eso casi toda la sustancia de sus libros en principio quedaba en libretas de esas que usaban los carniceros antioqueños para apuntar los fiados y por eso tienen sus libros un aire fragmentario. Pero en su obra hay una gran unidad, desde los libros históricos y políticos, como la biografía de Santander, y Mi Simón Bolívar, hasta los de la madurez, que son introspectivos, una intensa exploración interior. A la manera de Montaigne.
Sus ideas son muy audaces y muy novedosas para su medio y su época…
Yo sí creo que fue muy audaz y sobre todo, debió enfrentar un medio mezquino, y plagado de prejuicios. Los nadaístas luchamos en pandilla, en manada, como los lobos. A él le tocó hacer su trabajo de profilaxis social solo.
Fernando González hablaba del ‘camino de la verdad…’
El camino, en el sentido místico del ir descubriendo la verdad que se oculta en las muchachas, las manas de agua y los vahos de su vaca paturra y el olor de la gente y el modo de caminar y la manera de hablar la gente.
¿Qué estados de ánimo suscitan los textos de Fernando González?
Fernando González suscita un montón de estados de ánimo, según la expresión de Heidegger, digamos. Y deberíamos ocuparnos de ese aspecto de su obra que nos incita, a partir del estado de ánimo, de la pequeña vida personal, de cada uno, a la observación de la vida interior, que es donde surge la verdad.
¿Qué opinaba Fernando González de Heidegger?
Alguna vez dijo que los únicos en occidente eran Sartre, Heidegger, y él mismo. Creo ahora que por aquel punto de partida que Heidegger llamaba el estado ánimo y por el Sartre existencialista más que por el materialista dialéctico. Aunque expresó veladamente una comprensión por el comunismo de moda en su tiempo. A propósito, a Heidegger lo leímos los nadaístas de Medellín, en especial sus textos sobre la poesía y el arte. Y yo a veces vuelvo a leerlo. Y para hacerlo soportable, a medida que avanzo lo voy traduciendo al cristiano. Él pertenece a una cierta tradición alemana dada a los circunloquios, el abuso de los gerundios, a enredar las cosas. Una vez le preguntaron a Hegel por lo que quería decir un texto suyo de juventud y dijo que ya no lo entendía. Schopenhauer y Nietzsche de algún modo ofrecen una cierta claridad porque tenían sus modelos entre los ingleses y los franceses. Estos días estuve leyendo unas notas de Nietzsche sobre los franceses llenas de emoción. Aunque me sorprendió su entusiasmo por Carmen. Bizet le parecía enorme. Pero quizás quería molestar al aparatoso Wagner, con quien ya estaba enemistado.
Fernando González se debate entre las muchachas… y el remordimiento…
Hay una diferencia con las generaciones del pasado. Nosotros, entonces, las muchachas tanto como los muchachos, soportábamos la carga de un componente que ahora se desconoce: el pecado. Que si bien le concedía al asunto un cierto encanto, en la lucha entre el instinto y la superestructura metafísica también lo hacía a veces doloroso. Doña Margarita le contó, con un gran sentido del humor, ya vieja, a una amiga común, a la amante gringa de Gonzalo Arango, que ella se había resistido a los acercamientos de la luna de miel armada con unas tijeras. “Arrímese para que vea”, le decía. El pobre hombre, al parecer, tuvo que ejercer una penosa pedagogía sobre su novia, para que cediera y lo dejara arrimar a la cama. Para mi generación, por supuesto, no fue ya tan arduo el acercamiento a la muchacha pero de todos modos había que hacer un largo trabajo de llamadas y visitas para tener derecho a un dedo meñique, primero, a un codo después, y después… Era una labor larga. En nuestros años de juventud el amor era una cosa que se hacía entre tres: el muchacho, la muchacha, y el diablo que estaba siempre más o menos presente… En tiempos del nadaísmo esas barreras comenzaron a pulverizarse. De cualquier manera, sus hijos y mis hijos se van a la cama con sus amigas de un modo más inocente. Supongo… Y no sé bien si ganan o pierden…
Cómo sería pues el conflicto en la juventud de Fernando González…
Luchaba contra el remordimiento…
Recuerde el principio de El remordimiento: “¡Qué animales tan hermosos hizo el Señor al crear las muchachas!”… Y en las Cartas a Estanislao, asegura que cuando Dios terminó de amasar a Eva, se olió las manos.
¿Cuál fue el conflicto en el amor por las muchachas…?
Bueno, con sus pulsiones sensuales que se confundieron en él, un paisa de su tiempo, con el amor por el dinero, el gusto por las fincas y lo que él mismo llamó sus malas tendencias a la publicidad, a hacerse publicidad. Pero esto de resistir al amor es una vieja tradición que los musulmanes llamaron el amor urdú y que según cuentan fue el amor que experimentó Dante por la niña Beatriz. El amor que se mantiene, convirtiendo la hembra en ideal, sin consumarse.
Los remordimientos de F. González se relacionan con sus más íntimos deseos… no surgen por haber amado… sino por no haberse atrevido a amar…
Era un enamorado de lo que llamó la muchacha. Las muchachas lo enloquecían. Y dicen que con frecuencia se le veía a la salida de la escuela de señoritas de Envigado que si mis datos son fidedignos después habría de llevar su nombre. No sé cómo sería su vida matrimonial. Por lo poco que me he podido enterar, debió ser amorosamente conflictiva. Doña Margarita lo amaba con inmensa ternura como a un niño…
En “El maestro de escuela” dice que la cónyuge opina y cela…
Me parece recordar que Kierkegaard, citando a un Sócrates que no encontré en los Diálogos ni en el Jenofonte, decía: “Te cases, o no te cases, siempre lo lamentarás”. Mi conocimiento del matrimonio antioqueño parte de lo que vi en mi casa. Mi padre era el emperador de la última palabra. Mi madre ni siquiera reía en su presencia. Pero ella fue la que se impuso a la larga, en las decisiones familiares, valiéndose de los silencios, de los pequeños actos, de suspiros. En mi familia se usaba que los varones entregaran sus salarios en el sobre cerrado para que los administraran las mujeres. En un artículo sobre el amor expresé la situación. El varón de rodillas con un ramo de nomeolvides encubre su aspiración secreta de devorar a la novia. Y ella sabe que solo simulando la sumisión reinará sobre el corazón de su amante. El amor es dando y dando. Un juego de falsas sumisiones, pérdidas mutuas y felicidades fugaces. Y estamos condenados a jugarlo. Unos pocos renuncian a la hermosa farsa y se convierten en santos o se enferman… Llevamos siglos tratando de entendernos con el amor. Finalmente, recuerdo a Rimbaud: “Sucio desdén, único alimento del matrimonio moderno”… Pero creo que Fernando y doña Margarita lograron una cierta armonía al final.
Fernando González daba su reino por una muchacha… ojalá de catorce años y medio…
Volvamos al matrimonio. Conozco una anécdota. Un día el hombre resolvió que se iba a vivir a Argentina donde había una industria editorial que le permitiría dar a sus libros una difusión continental. Para financiar el viaje le pidió a doña Margarita que vendieran sus joyas. Y ella se negó a entregar su tesoro. Entonces el hombre enfermó de gravedad y se echó en la cama… in articulo mortis. Al fin ella, aconsejada por la familia, dio su brazo a torcer. Si entendí bien el chisme, a última hora el joven Fernando tuvo una iluminación y resolvió invertir el dinero en acciones petroleras del Carare. Fue a Medellín, compró un paquete de acciones. Y cuando volvió a su casa las acciones habían bajado de precio en una de esas estafas revestidas de legalidad aparente que suelen repetirse en Colombia y en todas partes, de cuando en cuando… Por eso es que el hombre sabía tanto de enredos bursátiles. Algunas personas, amigas y admiradores del Brujo, piensan que la divulgación de estos anecdotarios lo rebajan, irrespetan su memoria. Pero yo creo que solo hace más encantadora y transparente su personalidad. Era un paisa de Envigado, uno que defecaba mirando al cielo. A mí no me gusta que conviertan a mis amigos en santos. Además, casi todos esos secretos están insinuados en su obra de una manera más o menos desvergonzada. En el mejor sentido de la palabra. Por ejemplo, en la historia con Jovino en La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, se narra cómo corría los cercos para hacerse al lecho seco de una quebrada (1), el padre Elías, que fue una imagen de su alteridad en sus últimos años, cuando se cansó de Lucas, Manjarrés, Jacinto, etc.
Las reflexiones de Fernando González sobre el matrimonio aúnan la influencia de Schopenhauer… y la experiencia propia…
Mire, yo sé por experiencia lo difícil que es ser un escritor casado. Gonzalo siempre me aconsejó que mantuviera mi celibato y evitara a los hijos…
En F. G. hay mucha comprensión, mucha inteligencia. Es un nietzscheano que le contesta a Nietzsche… y mira la infidelidad como virtud del buscar…
Mi padre me parió cabezón pero infiel (2), le gustaba decir.
Fernando González es un gran observador de la psicología humana… explica muy bien que la mujer dice no cuando quiere decir sí…
Y que el pudor femenino está en los oídos…
Fernando González se debate entre el deseo carnal y el hambre espiritual…
Es la vieja pulsión, Tanatos y Eros… Que algunos han achacado al cristianismo, pero que está en la raíz de la cultura, para Freud, desde la prohibición del incesto. Todas las culturas desde el principio se sintieron en contradicción con la sexualidad, desde que inventaron los portapenes, primero, y el traje después… y después la sofisticación del pecado…
En “El remordimiento” ofrece a la Virgen, en cambalache, calzoncitos por conocimiento…
Es una de las partes más conmovedoras de ese libro tan hermoso. Y también encierra un gran sentido del humor muy propio de Fernando González. Se imagina usted a un cónsul ofreciéndole unos calzoncitos de muchacha a la Virgen…
¿Cuál es ese complejo de hideputa del que habla Fernando González?
El complejo de hideputa es según la definición de su descubridor, el de los hechos a escondidas, el de los faltos de autenticidad, el de los que son incapaces de quererse en lo propio y siempre están imitando… Así lo llamó, con la contracción del castellano antiguo: complejo de hideputa… el complejo de los hijos de los frailes.
Es hermosa la contraposición que hace F. G. entre los pretenciosos sistemas filosóficos y los balbuceos…
Los hombres no hacemos más que bregar por decir, por decirnos… Estoy leyendo a Hawking, tardíamente, estas noches… y veo que la ciencia moderna no es más que una gran armazón de hipótesis inciertas… incomprobables en últimas más allá de las descripciones matemáticas…
Delimita muy bien el campo de la filosofía como intento de preguntas y respuestas, como posible explicación causal… La teología y la metafísica parecen quedar excluidas…
Aunque en el último libro, La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, acusa a sus contemporáneos de haber lanzado al tacho de la basura de la metafísica muchas preguntas que deberían mantenerse vivas, porque siguen siendo esenciales…
Antioquia tiene a Fernando Botero, constructor de volúmenes… y a Fernando González, pintor de animales en celo….
Botero fue amigo de Gonzalo en el bachillerato, y me contaba que Botero solo ambicionaba entonces reunir una plata suficiente para comprar una tienda en Sonsón, contratar un dependiente que se la administrara y dedicarse a la pintura en la trastienda… Pero en Nueva York lo cebaron con el gusto por el verde de los dólares… y se convirtió en el empresario maravilloso que es…
A Fernando González le gustaban los heterónimos…
Creo que eso de los heterónimos fue una costumbre entre sus contemporáneos… A León de Greiff alguien le contó como cuarentaitantos… Fernando, que me acuerde, es el padre Elías, Jacinto, Manjarrés, el maestro de escuela… y claro, Lucas de Ochoa, el bisabuelo común…
Tal vez lo más interesante de Fernando González es el pensamiento propio… Los conceptos y hasta las definiciones son propias…
Fue muy inteligente en su búsqueda, realizada a partir de los paradigmas de su cultura y su tiempo. Cuando apareció el nadaísmo, dijo: “Voy a orar por estos jóvenes que se están desnudando”.
El rastreo de la historia política del país, y la manera de reconstruirla intercalando distintos relatos, comentarios, y anécdotas… ¿pueden considerarse una herencia significativa?
Sus obras fueron de cierto espíritu nietzscheano de la juventud a lo inefable en el sentido de Wittgenstein, pasando por la digestión de la circunstancia o la historia. Y supongo que todos hacemos algo parecido por razón o por fuerza.
Recuerda usted en “Prosa incompleta” que Fernando González era también un escritor de devocionarios… y un místico…
Yo diría que en esto reside su gracia, en elaborar su propia sustancia a partir de lo dado, de su medio y sus bajezas y grandezas. Algunos desprecian el espíritu religioso. Pero usted sabe que yo respeto mucho esa dimensión de la condición humana. El gusto por la intuición de los invisibles.
El agradable humor de Fernando González lo comparten otros escritores de origen antioqueño… Tomás Carrasquilla… León De Greiff… Gonzalo Arango… X-504… Eduardo Escobar…
Tal vez el antioqueño en medio de sus frustraciones, para sobrevivir recurre al humor, a la ironía. El sentido del humor es un signo de la inteligencia, dicen. Y es un recurso para atraer. La gente demasiado seria espanta a la larga, atedia.
¿Qué emociones produce la relectura de Fernando González?
Un gran disfrute que es al mismo tiempo una revelación que no se cansa. Todos los días redescubre uno cosas nuevas en el hombre, en el decir y en el pensar, a medida que uno mismo evoluciona ciertos autores se engrandecen. Es uno de los pocos escritores a los que vuelvo siempre con respeto y cariño.
Es de admirar el valor personal de Fernando González, su coraje y sinceridad al atreverse a exponer un pensamiento independiente, en contravía de la Antioquia pacata, clerical y conservadora de su tiempo…
Se opuso a las mentiras medioambientales… Y a su modo y manera y como un hombre de su tiempo esperó un gran destino para Colombia, para Latinoamérica. Con su ilusión de ver aparecer al Gran mulato. Chávez como expresión del Gran Mulato, seguramente lo habría decepcionado.
¿Podría corresponder su visión del Gran Mulato de alguna manera con la ilusión nietzscheana del hombre superior?
Podríamos tomarlo como una variación dentro de esos prejuicios culturales que vivieron los hombres de esa generación, prejuicios derivados muy probablemente de las ideas de Gobineau… El espíritu del paisaje y el genio de la raza fueron paradigmas antes de nuestro tiempo más intrigado por las armazones del código genético.
Un buen hombre, inteligente, vital, con simpatía y humor, lleno de gracia y carisma personal… ¿por qué fue un solitario?
Fue un incomprendido, porque asustaba su lenguaje desfachatado y la falta de pelos en la lengua. El maestro de escuela desarrolla la idea del grande hombre incomprendido que se sentía. Es una novela minimalista que mereció elogios de hombres como Thornton Wilder, el novelista norteamericano. Pero como le dije primero, es un escritor de culto y lo era ya en vida y su casa se llenaba de gente que lo quería los fines de semana. Pintores, escritores, arquitectos y hasta simples cacharreros de Guayaquil, que sentían curiosidad por el personaje.
¿Qué aspectos visionarios le podemos reconocer a Fernando González?
Bueno, él pensaba que mientras no alcanzáramos la autenticidad, es decir, mientras no aprendiéramos a pensar nuestros problemas por nosotros mismos, abandonando el complejo de hideputas que nos hace imitar todo lo que nos viene de afuera, el país no tendría remedio. Por eso creo que es tan importante su enseñanza. Mire usted que todo lo copiamos, comenzando por nuestra constitución que es un enredo calcado de cosas foráneas. Aquí en Bogotá sobre todo, los alcaldes, en vez de pensar en el modo como viven los bogotanos, como les gusta vivir a los bogotanos, vuelven cargados de ideas para mejorar la ciudad, de sus viajes al Japón o al Brasil o a los Estados Unidos o Milán. Yo trabajé en una agencia de publicidad y una vez oí a un creativo decir esta barbaridad: “Se me acaba de ocurrir una idea. ¿Por qué no fusilamos esto?”. Y nos mostró el aviso de una revista alemana.
En “Prosa incompleta” usted ofrece una valoración literaria de Fernando González, y destaca la unidad y coherencia de su obra…
Fernando González escribió un solo libro. Todos sus libros son una sola obra: los apuntes de su propio camino. Un gran autorretrato en el cual podemos contemplarnos todos, uno por uno, no en masa. Uno por uno.
¿Cuáles son las más feroces diatribas de Fernando González, las que produjeron más asombro y rechazo social…?
Hay un panfleto ejemplar en las Cartas a Estanislao, en una que le dedica a Eduardo Santos. Pero hay muchas alusiones cargadas de veneno a lo largo y ancho de su obra, aunque siempre advirtió que no odiaba a nadie más que como expresión de vicios sociales. A Mariano Ospina, por ejemplo, lo llamaba “comulgante con fotógrafo”.
Poca crítica ha reconocido la riqueza musical de la prosa de Fernando González…
Bueno, hay escritores así… Para minorías. El Ulises de Joyce aparece de año en año en la lista de los libros importantes de nuestro tiempo y no conozco diez personas que lo hayan leído con juicio. Nuestros intelectuales leen mucho de oídas o se alimentan con las solapas de los editores. Inauténticos. Mentirosos. Creen que son intelectuales porque representan un papel.
En la obra de Fernando González hay memorias, autobiografía, reflexión filosófica, análisis histórico, crónicas, novela, digresiones, drama y comedia… En esa moderna fusión de los géneros fue un cervantino… y un adelantado vanguardista, ¿verdad?
Yo sí creo. Un adelantado en muchas cosas.
¿Fernando González les dio a sus hijos consejos de librepensador? ¿Alguno fue a la universidad?
Me parece haber sabido que sus hijos accedieron a la educación formal cuando ya estaban grandes. Que prefería siguiendo a Rousseau la educación personalizada en contacto con la naturaleza. Algunas personas como Velasco Ibarra que fue presidente de Ecuador como cinco veces y lo derrocaron siempre, era su huésped en las desgracias políticas y hacía de institutor de sus hijos Simón y Fernando a quienes conocí y de quienes fui amigo. Simón era ingeniero, me parece, de alguna universidad yanqui. Y Fernando, abogado. De los otros, sé muy poco… Solo que uno les prohibía a sus hijos los libros del abuelo.
F. González fue un observador de la calle… Recorría las plazas… los caminos… el mercado… Y pensaba al caminar…
Estaba entregado a un ostracismo más o menos voluntario, y cuando apareció el nadaísmo sintió que había llegado su hora, que había surgido la generación que iba a reconocerlo en su grandeza. Él mismo dijo que los nadaístas eran como la escuelita de hombres libres que él había soñado en vano en su juventud. Y que cuando se encontró por primera vez con Gonzalo Arango sintió que se encontraba consigo mismo viniendo a sí mismo. Pero no sé cómo se resuelve su pregunta. Gonzalo, aunque era un buen lector, no puso su alma entera en los libros y aprendió a seguir los impulsos de la vida. Yo, mea culpa, me convertí en cambio en un devorador de bibliotecas… O mejor dicho, seguí siendo un devorador de bibliotecas… Porque ya antes del nadaísmo mi bibliomanía preocupaba a mis padres… Eso no quiere decir que hubiera renunciado a las enseñanzas de la calle. Habiendo carecido de un hogar, en mi adolescencia recorría el país con tres cajas grandes de libros que a veces se me desbarataban en plena calle.
Qué lío.
En “Carta a Fernando González” incluida en su libro “Invención de la uva” dice usted que todos lo destrozaron… que no lo amaron…
Bueno, ahora me parece una expresión pueril. Pero es verdad. La gente incluso lo agredía, los choferes de plaza, los truhanes de la aldea. Porque pensaban que era un incrédulo, un hereje.
A Fernando González la escritura lo conduce a la reflexión en sí mismo… Libre de influencias académicas y librescas…
Él se llamó peripatético. Era un andariego. Y buscaba su inspiración en los caminos veredales de esas lomas de Envigado que yo viví en los años de mi primer matrimonio y que sigo amando de corazón… y donde quizás algún día vuelva… aunque esas lomas han cambiado tanto desde que las colonizaron los barones del narcotráfico.
En “El testigo y las máscaras”, texto incluido en su libro “Prosa incompleta”, usted recuerda que Montaigne defiende la presencia del yo en la escritura, la inclusión de lo personal e íntimo… y destaca esta tradición recogida en Colombia por Fernando González… y también por usted…
La autobiografía dicen algunos que será la escritura del futuro. Todo el mundo, como digo en Lecturas de la muerte de Dios, cree tener un Yo y el derecho a ventilarlo ante sus semejantes. Pero no basta escribir en primera persona. Ante todo, esa persona debería estar inscrita en un espacio que la supera, integrada en una dimensión mayor que el pequeño pronombre de la primera persona del singular… en una aventura interior que a través de ese yo ensanchado abra también el mundo del lector o por lo menos consiga asombrarlo. Los siete pilares de la sabiduría de Lawrence, lo mismo que la feliz verborrea de Henry Miller, pertenecen a esta clase de autobiografías que sobrepasan el testimonio personal. Otra cosa es Fernando Vallejo, que aunque a veces es tan divertido, se queda a mitad de camino en la exasperación egoísta.
En cuanto a mí, me gustaría escribir alguna vez una Autobiografía desnudo, que narrara la experiencia de un muchacho de mi condición y en su medio, regalado y torturado también por una educación confesional. Tal vez me sirva para purificar mi experiencia, mis recuerdos, que a veces duelen y que a veces también entiendo como un apoyo que me permitió ser el que soy en mi singularidad, según la singularidad, la terrible singularidad que me impresionó tanto en mis lecturas precoces de Kierkegaard… Esa singularidad que me permitió no desfallecer en los peores momentos de mi vida, en mis cárceles de adolescente, en mis hambres de adolescente, en mis abandonos.
Tal vez Fernando González logra con la confesión personal un vínculo de complicidad y cercanía con el lector…
En todo caso, hizo una exploración maravillosa en los espacios del yo, para desmantelar las nociones de lo mío y lo tuyo, por ejemplo.
¿Cuál obra de Fernando González le gusta más y por qué?
Cada uno de sus libros completa el anterior, lo hace avanzar… desde su pequeño yo personal de adolescente, expresado paradójicamente en Pensamientos de un viejo, hasta sus preocupaciones por la historia y hasta las reflexiones místicas del final, aunque deba calificarlas con esta palabra tan desprestigiada, donde trata del entendiendo, del vivir en el gerundio, de la desnudez de los preconceptos, de la comunicación con la Nada, del valor de enfrentar la nadidad y del canto de la juventud… Así pues, creo que para entenderlo es preciso leer toda su obra, los quince libros que publicó en vida… Para gozarlo, las Cartas a Estanislao son una fiesta de humor negro y una expresión de soledad incomparable… Y El remordimiento…, tratado de teología moral, que cuenta la historia de la culpa que casi lo mata de haber dejado virgen a la niñera de sus hijos en Marsella… Ese señor es muy complejo. El remordimiento es el remordimiento de haber obrado bien… Un descubrimiento suyo, enteramente.
¿Tal vez hay en Fernando González una nueva propuesta ética?
Carlos Enrique Ruiz me regaló hace días unas obras de Spinoza, que me hicieron entender mejor el pensamiento de Fernando González. Él lo mencionó a veces, aunque no era dado a revelarnos sus influencias y sus lecturas, pues estaba convencido de que no son los libros los que nos revelan, sino la rumia de uno mismo. En todo caso, creo que es un sabio de la estirpe de Spinoza. Cómo no. Y de Séneca y Cicerón. Sin exagerar. Gutiérrez-Girardot se preguntaba si es posible filosofar entre nosotros. Pues sí, Fernando González filosofaba en Envigado, mi patria chica.
Sí. Fernando González filosofaba. Fue un hombre de pensamiento propio. Un filósofo alejado de los sistemas tradicionales. De las verdades absolutas. Amigo de la verdad parcial y provisional… De la respuesta breve. Hoy esas características acompañan a muchos importantes filósofos contemporáneos.
Notas de Otraparte.org:
(1) | Su vecino era quien corría el cerco, y así lo narra en la Tragicomedia: “Avisó Fabricio que Jovino Ruiz estaba tapando el frente de mi huerto a la quebrada Circe, dizque al enderezar su cerco de alambre de púas. Tuve que ir al Inspector de Entremontes, en donde me dieron dos agentes de policía para que suspendieran el trabajo y citaran a Jovino para el lunes en la Personería, pues alega que el Personero le dio permiso para la obra. Venderé a Progredere: cada día se hace más difícil el terminar aquí la vida… No dormí, porque yo era esto: ‘Jovino me roba tierra, al correr el cerco’”. |
(2) | Así lo dice en Mi Compadre y en otros libros: “Mi madre me parió cabezón, pero infiel”. |
Fuente:
Revista Aleph, n.º 166, año XLVII, julio – septiembre de 2013, p.p: 15 – 33. Texto revisado por la autora para Otraparte.org.