El espíritu creador
de Fernando González
Por Norelia Garzón Ruiz de Vallejo
Aproximarse a la obra de un escritor implica realizar una incursión en su intimidad, una búsqueda y una penetración en su interior para conocer los principios que rigen su pensamiento y comprender de este modo su expresión artística. El analista debe lograr un equilibrio entre la sensibilidad y el concepto; o sea que debe sentir y razonar a un mismo tiempo para escuchar la voz del artista que habla a través de la obra literaria; entender que en el balance entre la sensibilidad y el concepto está el camino para lograr una comprensión clara del que habita debajo de la palabra escrita; y recordar que el hallazgo de este ser en su dimensión real implica además una penetración del lector dentro de la intimidad del creador.
Pero importa, más que todo, entender que el hombre de carne y hueso es el supremo, más protagonista de todas las faenas del espíritu, y que una aproximación a su obra debe realizarse para mostrar el rostro del individuo capaz de crear historias vividas por sus personajes, a través de los cuales nos está revelando su pensamiento tanto como su propia experiencia vital. El análisis que se desprende de una aproximación a un autor es, ante todo, una impresión subjetiva que debe evitar juicios o catalogar al escritor, aunque de hecho requiere de una previa aceptación y de una realización espiritual.
Tanto la vida como la obra de Fernando González han sido ampliamente difundidas, analizadas y quizás demasiado exploradas en el ámbito regional. Se dice de él que es un filósofo, un pensador que escribió para generaciones futuras, sin hacer alusión a su labor artística y propiamente literaria. Conviene empezar ubicando a este escritor de provincia, que no precisamente provinciano, dentro del marco histórico y cultural en el cual realizó su actividad creativa.
En el siglo xviii, un grupo de españoles en su mayoría de Asturias, escogieron el sur del valle de Aburrá para establecer allí la que sería su definitiva residencia. Estos primeros pobladores, fundadores de lo que es hoy el municipio de Envigado, fueron los ascendientes de una gran parte de los pobladores del resto del departamento de Antioquia. Entre ellos se encontraba Lucas de Ochoa y López, abuelo de Lucas de Ochoa y Tirado, quien se casó cuatro veces y fue padre de veinte hijos legítimos que, a su vez, acrecentaron su descendencia en la población. Uno de esos descendientes es Fernando González Ochoa, nacido el 24 de abril de 1895 en Envigado.
La obra literaria de este escritor se inició en 1916 con Pensamientos de un viejo. En esta época ingresó al grupo de Los Panidas (descendientes de Pan) que había surgido en Medellín en 1915, año en el que publicaron la revista que lleva su nombre y que alcanzó a editar diez números con las colaboraciones de sus integrantes. Pensamientos de un viejo irrumpió en el ámbito de la cultura regional y nacional como una obra con matices nuevos, diferentes de la literatura que se realizaba en ese momento en Colombia. León de Greiff, Porfirio Barba Jacob y Luis Carlos López rompían los esquemas de la literatura nacional. Luis Carlos López, apodado “el Tuerto López”, oriundo de Cartagena, fue un crítico mordaz de su sociedad, que enfrentaba a su medio social y lo juzgaba en sus poesías llenas de vitalidad, en las cuales expresaba su rebeldía. León de Greiff asumió la poesía como manifestación artística y, a la vez, como juego, en una mezcla de humor, ocultamiento, lucidez y sensibilidad. Ha sido considerado poeta anticlásico. Su semejanza con Fernando González radica en su comportamiento literario: su libertad en el estilo, su escepticismo, su humor crítico, la sátira al medio pueblerino y, de alguna manera, la forma de rebelarse contra todo lo que les molestaba. Otro escritor antioqueño, amigo y contertulio de Fernando González, fue Efe Gómez, el cual inició una literatura de sondeo del alma de sus personajes en dos cuentos que había publicado en 1915: “Un padre de la patria” y “Un Zaratustramaicero”. Este escritor se caracterizaba por utilizar una forma diferente para abordar los temas: ingresando al interior de sus protagonistas para mostrar los estados del alma. En cuanto a la prosa, imperaba la obra de Tomás Carrasquilla en el ambiente nacional. Para 1915 ya habían sido publicados sus cuentos “En la diestra de Dios Padre”, “Simón el mago”, “San Antoñito”, “A la plata”. Y las novelas: Dimitas Arias, El padre Casafús, Blanca, Salve, Regina, Frutos de mi tierra, Grandeza y Entrañas de niño.
Entre 1895 y 1915 surgió un importante grupo de pintores y escultores que más tarde, en la tercera década del siglo xx, iniciaron el arte moderno en Colombia. Generación que se distinguió por haber tratado de superar la influencia académica en la búsqueda de un arte propio. Entre ellos se encontraban Pedro Nel Gómez, Carlos Correa, Luis Alberto Acuña, Ignacio Gómez Jaramillo, Gonzalo Ariza, y los escultores José Domingo Rodríguez y Rómulo Rozo. Integraron la generación de Los Nuevos que más tarde Luis Alberto Acuña bautizó con el nombre de Los Bachué.
En la educación en Antioquia se destacaban los profesores y humanistas Manuel Uribe Ángel, Marceliano Vélez y Alejandro Vásquez Uribe, todos envigadeños, cultores de la gramática y de la literatura. En este ambiente cultural y social transcurrió gran parte de la juventud de Fernando González, y fue también el momento en que éste manifestó su vocación de escritor al publicar su primera obra, Pensamientos de un viejo, en 1916. Tres años más tarde, en 1919, obtuvo su título de abogado en la Universidad de Antioquia, para lo cual elaboró su tesis denominada El derecho a no obedecer. Título que generó controversia entre el jurado que le obligó a cambiarlo por el de Una tesis.
En 1925, el nombre de Los Nuevos que utilizaron los artistas en 1915, fue retomado por un grupo de intelectuales colombianos para denominar un movimiento controvertido en el ámbito nacional. Procuraban un cambio radical en los cánones vigentes para el ejercicio estético e intelectual que respondiera a las exigencias de la contemporaneidad; entonces se tildó a los escritores que pertenecían al grupo de apego a las literaturas europeas; sin embargo, se les reconoció su interés progresista con relación al grupo anterior de Los Centenaristas, que se mantenían bajo los conceptos estéticos del siglo xix. Este grupo de Los Nuevos publicó cinco números de la revista que lleva el mismo nombre, y que constituye un aporte para la comprensión del carácter literario, artístico, político y cultural que se vivía en el país.
En 1929, Fernando González publicó su segunda obra, titulada Viaje a pie, que fue duramente censurada por la Curia. La novela fue editada en París y tiene una dedicatoria a Tomás Cipriano de Mosquera, el general que expulsó a los jesuitas de Colombia en el año de 1861. El general Mosquera llegó a ser una figura importante en la política, pues fue presidente en cuatro períodos constitucionales. Fernando González retrató como sigue la época que le tocó vivir:
¡Qué almas tan apasionadas aquellas de la Colombia liberal!; era un país digno y heroico. Fue la del sesenta y tres una Constitución que admiró por su idealismo a Víctor Hugo. Aquellos hombres eran poetas, héroes y quijotes sin tacha. ¡Pero en todo hemos sido desarmónicos! Un sátiro de Cartagena dio principio a la descomposición moral. Comenzaron vendiendo a Panamá y hoy está casi todo vendido. Ya Colombia no hace versos. A la sombra del Simón Bolívar atormentado de las plazas públicas, a la sombra de las iglesias y sirviendo de moneda la cara angulosa del Libertador, se reparten los dineros (1).
El escritor vivió gran parte de su juventud bajo los principios conservadores en los cuales existía, además, un predominio muy notorio de la jerarquía eclesiástica; y de alguna manera en sus obras se observan posiciones frente a los sucesos que lo rodeaban, aunque éstas encarnaran una aparente contradicción. Así lo define Germán Pinto:
Fernando González, al tiempo liberal y conservador en sentido político, al tiempo execrador de ambos partidos tradicionales, rinde homenaje a los liberales idealistas del período histórico inmediatamente anterior a la “hegemonía conservadora”, al país de la Constitución de Rionegro (1863), al país “digno y heroico” de Mosquera, tan opuesto al de la descomposición moral (2).
Sus obras eran miradas con recelo por parte de la Iglesia y de quienes encontraban en sus escritos una forma de rebeldía poco común en la literatura del momento. Era un analista de su época que no tenía reparos a la hora de expresar sus opiniones. Las circunstancias exteriores no podían ser indiferentes al escritor, aunque el tema que más interesaba a su sensibilidad era, en este caso, el del viaje al interior de sí mismo. En el año 1929, la política colombiana estaba atravesando un momento crucial y se aproximaba un drástico cambio. Estos primeros treinta años poco se diferenciaban de los últimos del siglo xix. La sociedad entera, como una gran familia, no podía salirse de la tutela ejercida por los jerarcas de la Iglesia. Fernando González no podía permanecer ajeno a la situación que se vivía, expuso su pensamiento crítico y su posición política en sus obras como en Viaje a pie con su dedicatoria y sus alusiones a los personajes de la vida política. Lo hizo como literato y como artista, sin llegar a matricularse activamente en ningún sectarismo. Lo cual le valió la censura y el rechazo de quienes se sintieron aludidos o criticados, y por ello lo tildaron de contradictorio.
En 1930 escribió Mi Simón Bolívar. En este año se precipitó la caída del partido conservador. Una manera eficaz de hacer política en ese momento era a través del ejercicio del periodismo y, de alguna forma, también de la literatura, como lo demuestran los escritos de Fernando González.
Entre 1932 y 1934, el escritor se trasladó a Europa con su familia, al ser nombrado cónsul en Génova y después en Marsella. En ese mismo año de 1932 publicó en París la novela Don Mirócletes, dedicada “a las ceibas de la plaza de Envigado”, recordando así su lugar de origen. Su lectura fue prohibida por el arzobispo de Medellín bajo pena de cometer pecado mortal. Dice en el prólogo: “La Gloria. La mía será en Envigado, en el jardincito al frente de la iglesia en donde me bautizaron, entre las ceibas de la plaza, y será un afrechero que se posará en mi cabeza deforme también…” (3).
En esta novela se separa la conciencia moral de la fisiológica encarnada en el personaje Manuelito Fernández. Todo en la obra lleva a ese clima interior. Se empieza a patentizar el existencialismo del autor, el cual luego ampliará en Salomé y en El remordimiento, cuando los personajes manifiestan que cada hombre es un comienzo que marcha irremediablemente hacia la tumba. La angustia que genera esta realidad y, de paso, el miedo que ellos experimentan ante la muerte, son posiblemente una explicación de la espiritualidad que se evidencia en las obras y la notoria inclinación del autor hacia la religiosidad, el volcarse hacia su interior para autoanalizarse en la búsqueda de la verdad que todos llevamos dentro. Otro tema es el de los métodos que utiliza el personaje para lograr la perfección. Estos aparecen en otras obras, y especialmente en El maestro de escuela.
En 1933 publicó en Marsella El Hermafrodita dormido, una crítica al fascismo italiano, situación que le acarreó la expulsión de Génova y que ahora le costaba también la salida de Marsella, ante la protesta airada de Benito Mussolini.
En 1934 fue editado en Barcelona Mi Compadre, que le trajo problemas por referirse al dictador venezolano Juan Vicente Gómez. La circulación de esta obra fue prohibida en el vecino país. En el mismo año escribió Salomé, novela que en un principio se llamó La primavera cuando fue publicada por entregas en la revista Antioquia en el año de 1936. Su difusión como Salomé sólo se efectuó cincuenta años más tarde. Dice así la presentación del libro, llamada “Nota sobre la edición”:
Según testimonio de Fernando, Salomé fue la semilla de donde surgió El remordimiento. Escrita en 1934, permaneció inédita hasta hoy, salvo algunos fragmentos que publicó en 1939 en su revista Antioquia (Nos. 11, 12 y 13) con título de La primavera – Una novela (4).
Es un diario de primavera en el cual todo el cosmos respira vitalidad, donde la belleza impera en la naturaleza que es descrita y disfrutada a plenitud por el personaje narrador. La obra no tiene dedicatoria, posiblemente por su concepción intimista de diario que se dirige a un público específico, una obra escrita para cuando mi sombra no oculte mis pensamientos, según cita el editor. El propio autor lo expresa como sigue, en una entrevista publicada por la revista Antioquia n.º 11, y fechada en septiembre de 1939:
Vamos a ver quién sabe leer, que no se lee en el mismo tono, y en el mismo lugar, y en las mismas circunstancias un escrito colombiano y Salomé… […] Se trata en esta novela, del autor, de una gata, de la primavera y de unas señoritas; nadie se casa ni se muere (5).
En esta obra como en El remordimiento, publicada en 1935, no se presenta el desdoblamiento en el alter ego de los personajes. Las dos narran las experiencias de un cónsul en Marsella por medio de una confesión abierta y sin convencionalismos interpuestos en su forma de mostrarse el personaje desnudo: las dos obras están íntimamente ligadas y son complementarias entre sí. Se podría decir que la belleza representa la primavera que es también Salomé, y el otoño en que fue escrito El remordimiento es la purga por el arrepentimiento. La obra lleva una dedicatoria: “A mis amigos franceses Auguste Bréal y Alban Roubaud”, el primero de los cuales fue su traductor al francés; su importancia radica en que fueron los únicos amigos que tuvo durante su estadía en Europa. En 1935 regresó a Colombia y se instaló con su familia en una casa ubicada en la carretera que de Envigado va hacia Medellín, llamada Villa Bucarest.
En Fernando González se cumple la total comunión de la vida con la obra, de tal manera que definir lo característico de su literatura es a la vez inventariar su temperamento, su pensamiento y su filosofía, sin que esta opinión signifique que sus obras sean autobiográficas como algunos de sus analistas así lo entiendan.
Para esta época, la situación política, social y cultural atravesaba un momento de cambio total en el país. Los liberales ascendieron al poder en 1930 y los dirigentes del conservatismo lograron mantener con los opositores unas relaciones cordiales para evitar confrontaciones que pusieran en peligro la paz. Estos dirigentes conservadores estaban ligados de una manera muy significativa en Antioquia con los sectores empresariales, los liberales en cambio ya desde el comienzo del siglo y encabezados por el general Rafael Uribe Uribe mostraban una vocación populista en el momento en que los conservadores encabezados por Carlos E. Restrepo y Pedro Nel Ospina dieron el toque republicano al partido conservador, buscando un acuerdo con el liberalismo moderado. En toda esta situación política estaba inmerso de alguna forma Fernando González como yerno de Carlos E. Restrepo, cuya participación activa desde principios de siglo se mantenía aún por haber liderado y llevado a buen término las famosas juntas de conciliación, compuestas por líderes conservadores en 1904.
En el momento en que Fernando González regresó al país, se estaba gestando un movimiento descentralista impulsado por socialistas como Gerardo Molina, algunos liberales y apoyado en forma entusiasta por los conservadores antioqueños para declarar una “Antioquia Federalista”. Fernando González mostró su simpatía hacia el movimiento, lo demuestra la actitud que asumió frente al centralismo ejercido en la capital y asimismo su proverbial animadversión por los bogotanos [*]. Medellín conservaba su idiosincrasia de aldea grande, y en el aspecto cultural perduraban las famosas tertulias de Carrasquilla que abarcaron un largo período (1910-1940) y en las cuales tuvieron asiento los más insignes pensadores y literatos de la región, entre quienes se destacaba Efe Gómez, amigo y compañero en años anteriores de Fernando González y de los Panidas. La otra tertulia era la que se realizaba en la librería del Negro Cano, quien publicó en 1935 un libro de poemas titulado Madrigales, poesía dedicada a su ciudad. Este personaje y sus famosas reuniones más que literarias de carácter cultural, son mencionados por Fernando González en sus obras para hacer énfasis en que en ese lugar se reunía lo más granado de la intelectualidad antioqueña. Pertenecieron a este círculo Carlos E. Restrepo, Efe Gómez y el poeta Ciro Mendía. La tertulia perduró hasta 1942. Existían también las reuniones informales que tenían gran acogida. Una de ellas era la famosa tertulia “La Cigarra”. En ellas se comentaban los sucesos sociales, los negocios, la política, el gobierno. El ambiente cultural tenía la marcada influencia de quienes lideraban también los movimientos políticos en Antioquia, que luego se expandieron al resto del territorio. Carlos E. Restrepo no solamente era un político, el más destacado entre los antioqueños, era además un humanista que apoyó un movimiento de carácter republicano al cual se atribuye la conformación de una élite intelectual refinada. Este eminente antioqueño murió en 1937.
Fernando González, por su parte, continuaba febrilmente su labor literaria. En 1936 publicó el primer número de la revista Antioquia que él mismo patrocinaba. Su contenido era variado, abarcaba novelas por entregas, ensayos de carácter filosófico, poemas, comentarios sobre cultura y también duras críticas a la política del país. Dice así en su primer número el autor:
Nuestro pueblo no lee porque no tiene a quién leer. Nuestro pueblo vive de una manera interesante, pero no tiene novelistas; nuestro pueblo produce aventureros curiosos, pero no tiene cronistas; nuestro pueblo produce rateros, usureros, negociantes, astutos, prenderos, celosos, en fin, ningún pueblo tan fecundo en tipos, pero carece de literatos observadores. […] No lee, porque no tiene a quién. Ahí está listo para que lo pinten, pero carece de pintores; ahí está listo para que lo conduzcan, pero carece de políticos. […] ¡Échenlos! ¡Déjenlos a nosotros, que los vamos a pintar tan vivos que hablen, pues nuestra madre nos parió desnudos y solitarios y nos dio una leche desfachatada! (6)
En este mismo año de 1936 escribió la novela Don Benjamín, jesuita predicador, publicada por entregas en la revista Antioquia (números 2 a 8). Es la biografía novelada de Benjamín Correa, el compañero del narrador de Viaje a pie, ex jesuita, filósofo aficionado, empleado de un juzgado. La composición de esta novela se acomoda a la vida del personaje. Se trata de una existencia humana que constituye el eje, pero que se usa para un propósito definido: el de contar las pequeñas cosas que suceden dentro de la clerecía, como parte de una sociedad dentro de la cual la Iglesia detenta un gran poder. Este tema se repite más adelante en La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera.
La revista Antioquia alcanzó a publicar diecisiete números; fue suspendida por la ausencia de apoyo económico y moral, debido a que generaba una violenta crítica por parte de la prensa liberal que sentía atacados los intereses de sus dirigentes en la pluma del escritor envigadeño. Tal situación lo obligó a claudicar en septiembre de 1945, cuando hizo conocer el último número con el nombre de Cuaderno Antioquia, panfleto amoroso.
También en 1936 Fernando González publicó su obra Los negroides, un ensayo sobre La Gran Colombia y una interpretación sociológica del país. En la literatura antioqueña se destacaban para la época un par de poetas muy singulares: Pablo Restrepo (León Zafir) y Ernesto González (El Vate González), este último fue entrañable amigo de Carrasquilla, además de ser su amanuense y su lector. Los dos poetas eran los cantores del alma antioqueña, lo que demuestra que en las manifestaciones artísticas de otros intelectuales prevalecía ese profundo sentimiento regionalista que de alguna manera los encasillaba y no les permitía entrar en el ámbito de la cultura nacional. Otro poeta que se destacaba era Libardo Parra (Tartarín Moreira), uno de los Panidas que escribió letras para tangos.
La siguiente obra de Fernando González causó polémica antes de su distribución y puesta en venta, publicada en Bogotá en el año de 1940. Se trataba de Santander, a quien el autor consideraba un falso héroe nacional. La edición fue mandada a recoger por parte del gobierno para evitar su difusión. Cada vez se hacía más marcada la posición crítica de Fernando González y también la respuesta de los dirigentes escandalizados con los irreverentes postulados del escritor que atraía y agrupaba a su alrededor a otros inconformes.
En 1941 escribió El maestro de escuela, la novela del grande hombre incomprendido. De alguna manera hacía referencia a un sentimiento que empezaba a acrecentarse en el alma del escritor ante la adversidad que debía afrontar por la costumbre que compartía con el personaje: “la inmunda práctica de Manjarrés de decir siempre lo que pensaba”. Se retoma el concepto de la descomposición del yo que había sido tratado en las obras precedentes, y se incluye el elemento de la objetivación de la culpa y el remordimiento. El personaje vive en contravía con la sociedad en la cual se considera un incomprendido. Jorge Órdenes dice de esta obra lo siguiente:
En primer lugar, consideramos a El maestro de escuela como novela porque es trabajo de imaginación narrativa. La materia prima procede de la vida real del autor; el resto es creación que se ajusta al mensaje de frustración ante una realidad ingrata y, hasta cierto punto, ofensiva. La sensibilidad de González viene a revelarse en grado mayor que en sus obras anteriores (7).
En el escenario de Medellín, una nueva generación pugnaba por hacerse sentir en 1940, no solamente en el campo de la literatura sino también en el arte, la poesía y el periodismo. Fernando González mantuvo el más absoluto silencio por un período de quince años, desde la publicación de El maestro de escuela en 1941. Regresó a Europa como cónsul de Colombia en Rotterdam en 1953 y pronto pasó al de Bilbao.
Un suceso importante que podía haber cambiado la vida del escritor envigadeño y que ha pasado casi inadvertido para quienes se aproximan a él, lo constituye el hecho de haber sido candidatizado para el premio Nobel de Literatura en 1954. Postulación hecha por un grupo de intelectuales europeos encabezados por Jean Paul Sartre y Thornton Wilder, el dramaturgo norteamericano. Esta propuesta fue obstaculizada por los integrantes de la Academia Colombiana de la Lengua, quienes consideraron que debía presentarse como candidato más idóneo a don Ramón Menéndez Pidal en lugar del escritor colombiano.
Rompió su silencio con el Libro de los viajes o de las presencias en 1959, un preámbulo a su última obra, La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, publicada en 1962, la cual resume su pensamiento, su filosofía de la vida, sus logros y sus errores, la última obra escrita por Fernando González. El término tragicomedia sugiere una contradicción y hace referencia a un hecho que provoca tristeza y goce a la vez. En sentido estricto, los dramas son clasificados en tragedias y comedias, y en ambos es el final lo que hace que se presente la diferencia, bien sea triste o cómico, pero el término tragicomedia los resume a los dos.
El 16 de febrero de 1964 murió Fernando González en Otraparte, su casa de Envigado a la cual había regresado desde 1957.
Las novelas de González, un camino a la conciencia
El escritor envigadeño, que dedicó gran parte de su vida a retratar la vida social y cultural, a contar a su manera la historia de la época que le tocó vivir, no realizó esta faena a la manera de un sociólogo o de un historiador, sino a la de quien simplemente hace literatura. Para narrar la historia de su mundo, utilizaba personajes de la vida real con nombres propios, incluyendo el suyo, a los cuales involucraba en un mundo de ficción en lo que podría llamarse realidad inventada, siempre con un carácter eminentemente literario. Tomando desde este ángulo la obra del escritor envigadeño, se llega a la convicción de que sus obras no son solamente ensayos filosóficos del pensador animado por un interés en convertirse en el maestro de las generaciones venideras, aunque sus obras hayan alcanzado una importancia vigente en el momento actual; sus novelas constituyen un aporte a la actividad estética y artística.
Fernando González escribió novelas, un género difícil de definir por el hecho de estar en permanente formación, según se deduce de los estudios acerca del tema (8). Se sabe que las características que moldean este género y su estructura interna no se encuentran totalmente consolidadas, que difiere notoriamente de otras formas literarias sujetas a modelos rígidos que les otorgan un carácter de acabamiento. La novela es un género que se nutre de los acontecimientos de una realidad reciente; ella ofrece la alternativa de parodiar otros géneros e interpretarlos, y así, entonces, se pueden encontrar comedias o tragedias convertidas en novelas que se desarrollan más espontánea y libremente, con una lengua que además se renueva cuando ellos permiten que entren la risa, la ironía y la parodia. Fernando González realiza esta forma de parodia en la obra que resume el sentimiento de lo serio y lo cómico en La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, obra que se acomoda a las características de la novela, diferentes como se dijo de las formas literarias de la antigüedad. La influencia de la novela está íntimamente ligada a una representación de la realidad, y por ser un género en transformación refleja con mayor amplitud y emotividad el proceso de formación y desarrollo de la existencia.
Basado en las definiciones de los propios: escritores, Bajtín enumera sus características especiales así:
1) La novela no debe ser “poética” en el sentido en que son poéticos los otros géneros literarios; 2) el héroe principal de la novela no debe ser “heroico” ni en el sentido épico ni trágico de esa palabra: ha de reunir en sí mismo tantos rasgos positivos como negativos, bajos como elevados, cómicos como serios; 3) el héroe no debe ser presentado ya formado e inmutable, sino en proceso de formación, de cambios, de modificación por la vida; 4) la novela debe convertirse para el mundo contemporáneo, lo que la epopeya era para el mundo antiguo (9).
La novela es viva por estar ligada a los elementos de la naturaleza, a la conversación familiar e intimista o a la fiesta y la alegría. Es la representación de una realidad presente, actual del propio “yo” o de los “otros”, pero en todo caso de los contemporáneos del autor y de su época, que en su interés por la representación de una realidad en el tiempo presente puede tratar igualmente temas relacionados con el pasado remoto o cercano, pero siempre lo hace con una visión desde el presente. En el campo de la representación el propio autor puede aparecer en diferentes actitudes: como un actor que representa momentos de su propia vida, o como un locutor que puede intervenir en las conversaciones de los personajes estableciendo de esta manera nuevas relaciones con el mundo representado; como es el caso de los personajes narradores de Viaje a pie, Salomé y El remordimiento, obras en las cuales el mundo representado y el real del novelista se colocan en un mismo plano valorativo y temporal.
El contacto con el hombre como una imagen cercana, hace que la novela demuestre siempre un notorio interés en el final de las cosas y en lo que sucederá más adelante. La aventura que presenta la novela puede en muchos casos reemplazar la propia existencia cuando logra un contacto tan importante con los receptores que los incorpora en su mundo representado, ya que la novela puede apoyarse en formas ajenas a las artísticas y tratar un tema de la vida personal. Por la novela se logra también una transformación de la imagen del hombre que no podría ser posible en otros géneros. Dice al respecto Bajtín:
Estructurándose en la zona de contacto con el imperfecto acontecimiento contemporáneo, la novela rebasa con frecuencia las fronteras de la especificad artístico-literaria, transformándose en sermón moralizador, en tratado filosófico, en discurso político directo, o bien degenera en sinceridad bruta, no clarificada por la forma, de la confesión, en grito del alma. Todos estos fenómenos son especialmente típicos de la novela como género en proceso de formación (10).
Seres en transformación son los escogidos por Fernando González para protagonizar sus novelas. Son imperfectos y contradictorios Manuelito Fernández, Manjarrés y el padre Elías; su valor está en que presentan una ideología que otorga un nuevo carácter a su imagen deteriorada. Se establece una desigualdad entre el hombre exterior y el interior en cada uno de ellos, y la subjetividad de estos personajes se convierte en experiencia que debe ser representada; de esa forma el autor desmitifica y fragmenta los personajes para interpretarlos.
La imagen del hombre en la novela es estructurada como la de un ser no acabado, que encierra numerosas imperfecciones; un hombre que no coincide consigo mismo y, por ese motivo, el autor no puede entregar un argumento que pueda revelar a este hombre hasta el fondo en lo más íntimo de su ser, ni puede establecer una perfecta correspondencia del personaje con su destino y su situación. La novela es, entonces, un género en exploración permanente que busca su contacto con la realidad en proceso de formación: es una narración ante todo, y el novelista se sitúa entre el lector y la realidad interpretándola para el primero. La novela narra una historia que acontece en un lugar y en un tiempo determinados, y que está constituida por unos eventos que el escritor dispone de una manera especial para producir un determinado efecto en el lector, según se proponga conmoverlo, hacerlo reflexionar o simplemente distraerlo.
La historia narrada es también ficticia, aunque aparentemente sea una autobiografía, o una confesión, como sucede con las novelas de Fernando González, en las cuales se tiene la sensación de estar leyendo una historia verdadera o, por lo menos, posible debido al manejo que hace el autor de la verosimilitud que lleva al lector a vacilar entre lo que es real y lo que es ficción. Pero cada tema, por sencillo que parezca en sus obras, es tratado desde diferentes ángulos, enriquecido y ampliado. La novela es forma de arte y juego de información; puede servir para develar la riqueza que se oculta detrás de una obra y que la convierte en expresión de la sensibilidad, objeto de arte.
Al realizar un análisis conviene buscar los aspectos de la historia en los cuales el autor ha puesto especial interés, los procedimientos que usa para narrarla y también las intenciones y el sentido de la narración. La concepción de los personajes en las obras de Fernando González y sus funciones tienen una finalidad clara y específica de mostrar un ser en contravía con la sociedad. Es precisamente en la estructuración de los personajes donde se percibe más nítidamente la presencia del hombre de carne y hueso, inmerso en una sociedad que no comprendía del todo y con la cual no establecía una clara relación. El acto de escribir es solamente una tarea del hombre que vive en sociedad, perteneciente a un mundo que no puede cambiar, pero que sí puede rechazar o cuestionar. En sus escritos encuentra los instrumentos y su justificación. Las obras de Fernando González tienen la propiedad de hacer tomar conciencia y, por encima de todo, desarrollar la capacidad para superar la propia condición humana. A través de ellas encuentra la forma de eternizarse, de sentar su pensamiento y dejarlo a las generaciones venideras, para multiplicarse en ellas y darles sentido a la vida y al mundo en que vivimos. Sus novelas desarrollan, además de un proceso de interiorización, un camino a la conciencia, el pensamiento y la concepción del mundo del escritor. Son obras que se desarrollan en distintos niveles creativos, pero siempre bajo un criterio intimista, en el cual los protagonistas se auscultan sin tregua en cada historia o en lo que podrían ser solamente capítulos de una sola obra.
El autor entiende que el mundo es un ente cambiante y que todo cuanto en él existe se encuentra en permanente transformación, y por este motivo debe ajustar sus descripciones a las circunstancias. Los hechos narrados en sus obras brotan de lo real y verosímil y expresan siempre lo posible. El novelista devela realidades inmediatas (ocultamientos, rencores, remordimientos) que se conectan con otras realidades, las vividas que apenas son aludidas, no propiamente expresadas. Sorprende la capacidad que demuestra Fernando González para presentar lo que es recuerdo o sólo imaginación con apariencia de objetividad, en consideraciones subjetivas expresadas como disquisiciones filosóficas o morales. Algunas veces repite ideas, o las presenta en nuevas versiones que pueden ser interpretadas como contradictorias cuando plantea unos determinados valores que luego cuestiona. Tal es el caso del ser humano caracterizado por un gran número de fallas, que paradójicamente son las que le ayudan a ascender en el encuentro consigo mismo. De esta manera está obligando al lector a enfrentarse a un cambio de valores, a contraponer su “yo ideal” al “yo real” que se encuentra dentro de cada uno. A medida que se avanza en cada novela, se van alterando la visión y los valores de los protagonistas, pero a la vez van cambiando también las expectativas de ellos tanto como las del lector, porque busca hacer aflorar en sus personajes todo lo que alberga en su inconsciente.
Un fracaso existencial y una incomunicación terrible se perciben en sus obras en las que examina su objeto (suyo) para iluminarlo desde diferentes ángulos. Sus obras no son autobiografías ni diarios. Siguiendo su propio ritmo interno las va desarrollando movido por lo que lo rodea pero no sujeto a ello, porque parte de la idea de que el hombre basado en su propia experiencia ofrece motivo y materia para la exposición de toda una filosofía moral. El novelista como visionario busca lograr lo que el mundo externo no alcanza a comprender, lo que es difícil de transmitir y de compartir con los demás, el conocimiento que se desprende de una experiencia. Para conseguirlo recurre a un acto comunicativo presentado bajo la forma de novela.
Nota de Otraparte.org:
[*] Explica Fernando González en Antioquia n.º 3: “Nuestra lucha no es contra Bogotá, como ciudad, sino contra ‘el espíritu de Santander’ que allí reina. No es contra los santafereños, sino contra los periodistas y políticos”.
Notas:
(1) | González, Fernando. Viaje a pie. Medellín: Bedout, 1969, p. 76. |
(2) | Pinto Saavedra, Germán. Fernando González y nosotros. Medellín: Сопсејо de Medellín, 1995, p. 32. |
(3) | González, Fernando. Don Mirócletes. Medellín: Bedout, 1973, p. 13. |
(4) | González, Fernando. Salomé. Medellín: Extensión Cultural Departamental, 1994, p. 6. |
(5) | Ibíd, p. 8. |
(6) | González, Fernando. Antioquia (n.º 1 y 2). Medellín, junio de 1936. (Citado en el prólogo de Don Benjamín, jesuita predicador). |
(7) | Órdenes, Jorge. El ser moral en las obras de Fernando González. Medellín: Universidad de Antioquia, 1983, p. 315. |
(8) | Bajtín, Mijaíl. Teoría y estética de la novela. Madrid: Taurus, 1989. |
(9) | Ibíd, p. 455. |
(10) | Ibíd, p. 478. |
Bibliografía:
González, Fernando. Viaje a pie. Medellín: Bedout, 1969.
——————. Don Mirócletes. Segunda edición, Medellín: Bedout, 1973.
——————. El maestro de escuela. Segunda edición, Medellín: Bedout, 1970.
——————. Salomé. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura, 1994.
——————. El remordimiento. Tercera edición, Medellín, Bedout, 1972.
——————. Don Benjamín, jesuita predicador. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1984.
——————. La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera. Segunda edición, Medellín: Bedout, 1974.
Bajtín, Mijaíl. Teoría y estética de la novela. Madrid: Taurus, 1989.
Órdenes, Jorge. El ser moral en las obras de Fernando González. Medellín: Universidad de Antioquia, 1983.
Pinto Saavedra, Germán. Fernando González y nosotros. Medellín: Concejo de Medellín, 1995.
Fuente:
Garzón Ruiz, Norelia. “El espíritu creador de Fernando González”. Universidad de Antioquia, Facultad de Comunicaciones, Estudios de Literatura Colombiana, n.º 1, julio-diciembre, 1997, p.p.: 75 – 87.