El singular
anarco-comunismo
de Fernando González
Por Damián Pachón Soto
Los estudiosos de la obra de Fernando González y sus lectores poco han resaltado el hecho de que en su obra se encuentra presente una singular lectura del comunismo y del anarquismo. Por singular me refiero al hecho de que su concepción es única y no encaja en lo que normalmente concebimos por esas doctrinas políticas decimonónicas.
En efecto, desde el siglo xix, el comunismo se asocia a la obra de Marx, concebido como una nueva etapa de la historia, donde los hombres asociados tienen un completo control racional del proceso social, tras pasar por la etapa socialista donde el Estado se extingue gradualmente en manos del proletariado. Por su parte, el anarquismo se asocia a la obra de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, entre otros. En esta doctrina, el autogobierno, la crítica de la democracia representativa, la abolición del Estado, la autogestión, la cooperación, la apuesta por la libertad, etc., son principios constitutivos de la nueva visión de sociedad.
Pues bien, en su libro Nociones de izquierdismo (1936-1937), producto de unas notas periodísticas de Fernando González escritas en el periódico El Diario Nacional, en apoyo a la campaña presidencial de Darío Echandía frente a la de Eduardo Santos, el escritor expuso su concepción del izquierdismo en relación con su defensa del auténtico liberalismo, del comunismo y el anarquismo. Es una exposición doctrinal, de principios, ecléctica, donde estos aspectos aparecen entrelazados con el evolucionismo en una visión que le apuesta a la construcción de una sociedad cualitativamente superior. Veamos.
González era plenamente consciente de que los conceptos son campos de batalla política, de que ésta consiste en la disputa por el sentido común. Es decir, de que en el espacio social y especialmente en la prensa se debe luchar por la instauración de sentido y así movilizar a las masas en pro de una determinada apuesta programática de sociedad. Por eso, acusa el uso maniqueo que la prensa, especialmente El Tiempo, hace del concepto comunismo. Un concepto que para la oligarquía que gobierna el país, apoyada desde 1914 por ese diario, «no es otra cosa que destruir el capital, robar, etc.». Por eso, contra esa concepción, dice el filósofo antioqueño: «No, señores: comunismo es vocablo que pertenece a la conciencia del alma humana; no es lo mismo que el régimen que hay en Rusia». Igualmente, no es tampoco la doctrina de Marx, pues él sólo expuso un determinado grado evolutivo de su conciencia, al igual que en Rusia se expresa un determinado grado de la conciencia rusa.
Esta lectura sólo es inteligible si se comprende la famosa teoría de la evolución de la conciencia que expuso González en varios de sus libros. Esta evolución de la conciencia va aparejada a la noción de propiedad. La conciencia evoluciona en tres etapas. La primera de ellas es la «conciencia bruta o visceral», en la cual el hombre está sometido por su fisiología, por sus tripas, por la elementalidad de la vida orgánica. En este estado, «satisfecha el hambre, cesa la propiedad», lo que quiere decir que es una etapa elemental donde la apropiación está en relación con la supervivencia.
El siguiente grado de evolución de la conciencia es la «conciencia pronominal», es decir, cuando en el hombre surgen los conceptos de «lo mío y lo tuyo». Es cuando, como decía Rousseau en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, el ser humano se para en un lugar determinado y dice ¡esto es mío! En este caso, la dimensión temporal es fundamental, pues ya no es la inmediatez, el ahora, sino la perspectiva de futuro la que impera: el hombre piensa a largo plazo, no solo para reproducir su vida, sino la de la familia, el municipio o la nación. En Colombia y Suramérica, por el contrario, dice críticamente González (también en su libro Los negroides), los políticos y las oligarquías son vende patrias, venden hasta la madre y entregan las riquezas nacionales a las compañías extrajeras; es decir, los dirigentes nuestros no tienen conciencia pronominal, sino sólo visceral; en esas oligarquías la «conciencia no pasa de los calzones», por eso «temen la justicia social».
El tercer nivel y pináculo en esta evolución es la «conciencia comunista» o conciencia cósmica. En ella aparecen los bienes comunes como parques, bosques, museos, bienes nacionales, humanos. Es «cuando el hombre siente que todo el universo es suyo y es uno […]. No hay oposición entre yo y tú; mío y tuyo». Aquí hay una expansión mayor hacia una unidad general, donde desaparecen las oposiciones entre las propiedades. Por eso, se equivocan quienes piensan que el comunismo es la «negación de la propiedad», pues, más bien, es la «culminación de ésta». Esta noción de propiedad rebasa la postura donde la propiedad es para sobrevivir en el instante, al igual que aquélla donde existe una división de la propiedad y una oposición entre los bienes de unos y de otros. González pasa a apostarle, entonces, al comunismo en el sentido de una doctrina de lo común, donde hay plena consciencia de la unidad de los hombres, de éste con los otros, y con el mundo mismo. Desde este punto de vista prima el bien colectivo, y «la miseria e ignorancia de un solo colombiano es miseria propia, y la esclavitud de uno es propia esclavitud». Esto equivale a decir que un hombre no puede ser feliz, si todos no lo son; o que el sufrimiento de sólo uno, cuestiona la estructura del todo social, sus reglas de juego.
¿Cómo lograr que los ciudadanos vivan como dueños del universo, en armonía con él? Es decir, ¿cómo lograr que los ciudadanos asciendan a la consciencia comunista? Es aquí donde aparece el papel del gobierno, cuya misión no es otra que «disciplinar al hombre» para que alcance esa universalidad. Y como es bien sabido, esa universalidad significa universidad. Por eso, el fin del gobierno es educativo, educar para el crecimiento de la conciencia. El ascenso a ese nivel de conciencia no es posible sin los maestros, como mediadores, incitadores, sin las escuelas y sin la universidad. En este caso, el gobierno ejerce su función para «destituirse a sí mismo», lo cual implica el paso hacia el autogobierno. Pero ese autogobierno no es más que el anarquismo. Entonces, lo que quiere decir González es que el fin del gobierno es, mediante la autoridad (la cual está en proporción a la falta de conciencia), producir hombres libres que incluso puedan después prescindir del gobierno mismo. El gobierno tendría como misión auto-superarse.
«La universidad tiende a destruir la necesidad de autoridades exteriores; para los filósofos, es un hecho que llegará el tiempo en que los hombres sean a-nar-quis-tas universitarios, es decir, en que los ciudadanos tengan cada uno su gobierno con su propia conciencia» (énfasis añadido). La autoridad del Estado debe ir, entonces, en proporción al grado evolutivo de la conciencia de cada pueblo. Por ejemplo, se requiere mucha autoridad cuando se tienen individuos con conciencia visceral y nominal, y la inexistencia de la misma (o su existencia en un menor grado) cuando la evolución de la conciencia sea tal que no se requiere ser dominado por otros.
Si el anarquismo es el logro de la libertad del ser humano, significa que el logro de tal libertad es el fin mismo de la universidad. «La universidad hace libres a los hombres. […] La universidad hace comunistas a los hombres, es decir, propietarios del universo y conscientes de la unidad de éste; los hace anarquistas, es decir, capaces de vivir racionalmente, sin que otro los gobierne». Este párrafo deja entrever claramente que comunismo y anarquismo exigen una conciencia ampliada, de unidad con el cosmos y conformada por hombres libres, que se autogobiernen. Ese telos no es posible sin la universidad, sin los maestros, sin un gobierno que se tome en serio la educación, pues «la cultura hace comunista al hombre» y lo hace «anarquista», es decir, «capaz de gobernarse a sí mismo».
Para González, en consonancia con lo anterior, «el Estado ejerce autoridad sobre el pueblo en proporción a la ignorancia de éste y con el único fin de que se haga libre mediante el conocimiento. […] El fin de la evolución humana es la anarquía, estado cima de la conciencia» (énfasis añadido). Esto quiere decir que el Estado, el gobierno y su autoridad, sólo tienen sentido si le apuntan al grado superior de la evolución de la conciencia humana: el autogobierno de las gentes.
Fernando González, entonces, equiparó izquierdismo con auténtico liberalismo. Por eso dijo: «Los izquierdistas somos, pues, el verdadero liberalismo». Y la función de ese izquierdismo es universalizar, es decir, apostarle a grados más desarrollados de conciencia, es decir, al alcance de la conciencia comunista y al logro del anarquismo. En este contexto, la revolución no es la toma del poder por el proletariado, sino la manera como esa nueva conciencia ampliada hace «estallar» las viejas instituciones caducas y anquilosadas. En González las instituciones salvaguardan el grado de evolución de la conciencia, de tal manera que un estado de conciencia visceral tendrá instituciones primitivas que aseguren esas relaciones inmediatas con la naturaleza y con el consumo de subsistencia; y un grado de conciencia cósmica tendrá instituciones acordes a la evolución de la propiedad en favor del bien colectivo.
El lector podrá preguntarse: ¿esta mezcla y asimilación de teorías que hace el filósofo de Envigado, no ofrece, más bien, un conjunto caótico y confuso? En verdad, hay una coherencia en esta postura programática de sociedad. La clave está, según mi lectura, en dos aspectos: el primero, en no asumir plenamente las doctrinas históricas conocidas como comunismo, anarquismo, liberalismo, evolucionismo; la segunda, en tener presente que González parece tener, como en el Renacimiento, una visión positiva del eclecticismo. Por lo menos es lo que él hace de manera práctica. En el eclecticismo se toman elementos de diversas teorías o corrientes, incluso contradictorias entre sí, pero se usan algunos de esos filosofemas sólo en la medida en que sirven para exponer las propias ideas. Eso es lo que hace González con estas nociones. El comunismo «no es partido político», sino una doctrina de lo común; el anarquismo no es el terrorismo que aniquila de facto al Estado, sino autogobierno, autonomía y libertad; el liberalismo no es la doctrina egoísta e individualista, ni libre mercado, sino amor por la libertad. El evolucionismo es un principio rector del crecimiento intelectual del hombre, donde su conciencia asciende a una mayor perfección gracias a la cultura.
Esta construcción tiene cierta lógica desde las doctrinas políticas, pues, al fin y al cabo, tanto el anarquismo como el comunismo apuntan al autogobierno, prescindiendo de los gobiernos tradicionales; ambas doctrinas exigen el ejercicio práctico de la libertad, una libertad empírica y responsable; y, por último, el liberalismo, cuando rechaza la intromisión del gobierno en la vida del individuo, cuando asume que los derechos son escudos contra el abuso del poder de Estado, termina colindando con ciertas versiones anarquistas.
Así las cosas, frente al señalamiento y tergiversación de la noción de comunismo hecha por los seguidores de Eduardo Santos, González se ubica en la otra orilla, la del izquierdismo, y asimila a éste con el verdadero liberalismo (el de Darío Echandía) [*], subsumiendo en esta narrativa evolutiva los conceptos de comunismo y anarquismo. Esa es su apuesta teórica aparentemente confusa, pero que guarda plena relación con su constelación conceptual, con su filosofía de la vida y la cultura.
Finalmente, hay que decir que el libro Nociones de izquierdismo tiene, a mi parecer, un puesto especial en su obra, pues en él aparece su compromiso e ideas políticas. Un libro que, como muchos otros, es una experiencia donde el pensamiento y la vida se fusionan. Esa vida a la que el pensador antioqueño se refirió en los siguientes términos: «Somos caminantes; la vida es camino y las nociones son posadas; no es en libros o escuelas en donde estamos matriculados, sino en la escuela de la vida; y ahí no nos gradúan; no hay término, no hay doctorado».
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* Nota de Otraparte.org:
Aclaración de Fernando González: «¿Por qué luchamos con tanto ardimiento? Porque la obra apenas ideada de hacer progresar la conciencia de los colombianos, la obra de acabar con el mísero peón azadonero que no sabe ni de dónde es, está amenazada de quedarse en vicio solitario. No es propiamente por la persona de Echandía, sino por el programa que se resume en escuela, universidad, higiene y capital al servicio de la cultura». —Nociones de izquierdismo
Fuente:
Pachón Soto, Damián. «El singular anarco-comunismo de Fernando González». El Espectador, Bogotá, martes 1.° de diciembre de 2020.