El legado pedagógico
de Fernando González y
su impacto en la formación
de Estanislao Zuleta
Por Manuel Eduardo Moreno-García *
Introducción
En su libro En el principio era la ética, Alberto Valencia destaca el papel importante que Zuleta desempeñó en Colombia como inspirador e impulsor de una intensa actividad intelectual. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que esta actividad no surgió de la nada, sino que se gestó a través de conversaciones iniciales sostenidas en espacios extracadémicos, como los cafés Zoratama y La Bastilla en Medellín, donde Zuleta solía reunirse con algunos de sus amigos más cercanos.
El objetivo del presente artículo es contribuir a la investigación biográfica sobre las primeras influencias intelectuales en el pensamiento de Zuleta. Para ello, se toma en cuenta la propuesta de Valencia (1996), quien indica que es necesario profundizar en el estudio de las relaciones e influencias tempranas que moldearon el pensamiento de Zuleta, entre ellas las provenientes de intelectuales como Fernando González Ochoa. Es importante destacar que, según diversas investigaciones, la infancia es una etapa clave en la adquisición de habilidades que influyen en el desarrollo de la personalidad y en el entorno en el que se configura el sistema nervioso. Por esta razón, el estudio de estas primeras influencias resulta relevante para comprender el desarrollo de la trayectoria intelectual de Zuleta. Desde que Valencia (1996) propuso la idea, varios investigadores han trabajado en pos del objetivo de construir una biografía de Zuleta que permita comprender las circunstancias sociales e intelectuales que influyeron en su pensamiento. Las estrategias para lograrlo han sido diversas: una breve semblanza (Zuleta, 1991), unos apuntes aproximativos a su pensamiento (Restrepo, 1991), un estudio interpretativo de su pensamiento (Valencia, 1996), un documental (Dorado, 2000), una biografía construida a partir de entrevistas y documentos inéditos de sus familiares (Vallejo, 2006), unos apuntes para una biografía intelectual (Caballero, 2014), una investigación doctoral sobre los itinerarios intelectuales que Zuleta transitó dentro de la izquierda colombiana junto al intelectual Mario Arrubla (Jaramillo, 2019) y, de manera reciente, una segunda biografía construida con base en las memorias de un amigo cercano (Arango, 2022). En relación con el tema propuesto en este artículo, es decir, la influencia de González sobre el pensamiento de Zuleta, los autores anteriormente mencionados pueden clasificarse en dos grandes grupos: quienes asumen una postura a favor o quienes están en contra del reconocimiento de dicha influencia. En la lista de quienes reconocen la influencia de González sobre el pensamiento de Zuleta están: Zuleta (1991), Valencia (1996), Dorado (2000), Vallejo (2006) y Jaramillo (2019). Aquellos que cuestionan la posible influencia intelectual de González sobre Zuleta son: Caballero (2014) y Arango (2021).
Este artículo tiene como objetivo contribuir con algunos elementos a la discusión sobre esta parte inicial de la biografía intelectual del considerado «el pensador colombiano del siglo veinte» (Jaramillo, 2019, p. 250). Para alcanzarlo, nos proponemos analizar la influencia intelectual de González sobre Zuleta, a partir de un rastreo del concepto de pedagogía construido por el primero y de la práctica pedagógica que ejerció sobre el segundo. Consideramos que no basta con afirmar esta influencia de González sobre Zuleta: es necesario demostrarla. En este aspecto nos diferenciamos de aquellos que la reconocen, pero no profundizan en ella, hecho que impide dar cuenta de la forma en que se desarrolló.
Con la intención de demostrar esta influencia, el artículo se divide en tres secciones. En la primera se aborda el concepto de pedagogía elaborado por González en su libro Los negroides, ya que en este texto se ofrece una clara referencia a dicho concepto. La segunda se enfoca en el estudio de algunos postulados del filósofo holandés Baruch Spinoza, quien es citado con frecuencia cuando se hace mención de las discusiones sostenidas en aquel periodo por González y Zuleta. Finalmente, en la tercera se analiza la práctica pedagógica que González ejerció sobre Zuleta, con el fin de establecer las particularidades del método utilizado por el primero para incitar al segundo al desarrollo de un pensamiento autónomo, crítico y auténtico.
La pedagogía como arte de guiar a otros hacia su propio camino
Según señala Jaramillo Uribe (1978), «la palabra pedagogía en su sentido etimológico significa arte de conducir niños (paidos, niño, agein, conducir)» (p. 11). Sin embargo, a efectos prácticos, sugiere distinguir entre la pedagogía en sentido estricto y la didáctica. La primera se enfoca en definir los fines de la educación, es decir, lo que se busca lograr a través del proceso educativo en relación con la formación de la persona, mientras que la segunda se enfoca en el estudio de los métodos más adecuados para transmitir el conocimiento científico o cultural.
Jaramillo Uribe también destaca una tensión interna en la noción de pedagogía entre la transmisión de conocimientos útiles en el ámbito profesional y técnico, y la necesidad de «cumplir con la que es tal vez la tarea más decisiva de toda actividad pedagógica: la formación del carácter, la modelación del alma» (p. 12). Según él, esta contraposición práctica se refleja conceptualmente en la distinción entre instruir y educar. Instruir significa transmitir conocimientos profesionales para que el educando pueda enfrentar problemas prácticos. Educar implica la formación integral de la personalidad y la modelación del carácter.
En su obra Los negroides, publicada en 1936, González establece esta misma distinción, señalando que «la pedagogía consiste en la práctica de los modos para ayudar a otros a encontrarse; el pedagogo es partero» (p. 5). Para él, la pedagogía no es tanto una teoría como una práctica con una tácita orientación de «ayudar a otros a encontrarse» (p. 5). Por lo tanto, el educador debe establecer una relación personal con el educando y actuar como asistente en los descubrimientos que el estudiante realiza durante el proceso pedagógico. De esta forma, podemos afirmar que la pedagogía es una práctica continua y dinámica que busca guiar al educando a construir un camino que dirija «sus respectivos caminos hacia sus originales fuentes» (p. 5).
En conclusión, tanto González como Jaramillo coinciden en la importancia de la pedagogía como práctica para el desarrollo integral de los educandos. Asimismo, coinciden en la idea de que mediante la pedagogía no solo se busca transmitir conocimientos, sino fundamentalmente la construcción de una personalidad auténtica y capaz de enfrentar los desafíos y dificultades de la vida. Por último, los autores coinciden en que la pedagogía se desarrolla en dos direcciones, ya que tanto el pedagogo como el educando tienen un papel activo en el proceso de aprendizaje. En resumen, se enfatiza en la necesidad de una pedagogía que fomente en el educando la necesidad de pensar por sí mismo y de construir su propio camino en el campo del pensamiento.
Ahora bien, podríamos preguntarnos: ¿a qué se refiere González cuando señala que el pedagogo es un partero? Para dar respuesta a este interrogante, es necesario remitirnos al diálogo El Teeteto de Platón (s. f.), en donde se encuentra la metáfora de la partera, la cual es usada para presentar su concepto de pedagogía, entendida esta como el modo de asistir al parto de las ideas. Según Platón, la labor del pedagogo no consiste en dar información, sino en ayudar, guiar, conducir, para que cada uno pueda encontrar por sí mismo la claridad que le ofrecen los conceptos (Platón, s. f., p. 23). Además, es importante señalar que la figura del pedagogo como partero se construye sobre la premisa de que «el conocimiento se encuentra latente en la conciencia humana y que es necesario hacerlo nacer, parirlo» (Ponce, 2014). González adoptó esta idea sobre la pedagogía y la reformuló en su propia teoría pedagógica, afirmando que «nadie puede enseñar; el hombre llega a la sabiduría por el sendero de su propio dolor, o sea, consumiéndose» (González, 1936, p. 5).
En la obra referida, González formula una crítica a una costumbre muy común en la formación académica y explica lo que considera un método de enseñanza erróneo en algunas universidades, escuelas o colegios:
Veamos, por ejemplo, la aritmética. Poco me importa que mis hijos sepan las tablas de multiplicar; que sepan efectuar las cuatro operaciones con enteros y quebrados; las leyes expresadas son cadáveres; lo único vivo es el espíritu. Que mis hijos mediten y vivan los problemas, para que se fortalezcan; el hombre crece de dentro para afuera. La emoción del conocimiento es lo que embellece. Me opongo a que les enseñen así: «Ocho por siete…». Hay máquinas para eso. Basta conducirlos hasta que digan: multiplicar es sumar de una vez varias cantidades iguales. Que aprendan luego las tablas, pero en cuanto máquinas; en cuanto somos hombres, vivir la armonía, escuchar la música de los números. Toda ley que se enseñe a un niño, sin que la haya vivido, descubierto en sí mismo, es vanidad. Toda ciencia está en nosotros; la escuela, si no está basada en la pugnacidad, en la creación, perjudica. (González, 1936, p. 5)
Según González, el proceso pedagógico debe propender por una manifestación del espíritu, de dentro hacia afuera, como forma de manifestar lo vivo en nosotros. La pedagogía encuentra su razón de ser en la oportunidad que ofrece de construir un problema, convivir con él, meditarlo, permitiendo que nos acompañe en la aventura de construir una relación diferente con el mundo. Para lograr esto, es fundamental que el educando construya un carácter fuerte que le permita enfrentar las dificultades y gozar de las diferentes estancias del camino. Además, el pedagogo debe ser un maestro en el arte de cuestionar las creencias y ayudar a los educandos a construir sus propios conceptos. Lo anterior implica que el pedagogo sea un maestro en el arte de detectar los engaños que nublan el entendimiento del educando y le impiden construir un pensamiento autónomo y crítico. En conclusión, la pedagogía que propone González tiene como objetivo fundamental acompañar al educando para que este construya un camino y una autonomía que le permita manifestar lo auténtico de su vida, lo que proviene de su propio espíritu.
En la época en que González formuló su propuesta pedagógica, el paradigma predominante en Colombia era el de Ovide Decroly, un reconocido pedagogo, psicólogo y médico belga. Este enfoque pedagógico se basaba en el principio de globalización para su método de enseñanza, el cual propone que el educando debe construir una relación con el saber a partir de sus propios intereses y preferencias. Por lo tanto, el proceso pedagógico debe tener en cuenta los gustos e intereses del educando para poder orientarlo adecuadamente y ayudarlo a satisfacer sus propias necesidades «en la interacción entre el medio natural y el humano» (Londoño, 2001, p. 139).
De acuerdo con Jaramillo (1978), la propuesta de Decroly se enmarca en la idea de que el maestro debe proponer ideas, temas o problemas y, a partir de ellos, enseñar las diferentes materias. Asimismo, se apoya en la observación y la actividad, y evita el aprendizaje de memoria o el exceso de conocimiento (p. 108). Aunque el texto puede servir como base de la enseñanza, se da preferencia al contacto con las cosas mismas, la observación y las lecciones que se pueden extraer de ellas.
Aunque González comparte algunos aspectos del enfoque de Decroly, es importante destacar que también existen notables diferencias. Mientras que para Decroly el objetivo principal del aprendizaje está en «prepararse para el trabajo, a la defensa de los peligros y […] para ser útiles a la sociedad» (Londoño, 2001, p. 140), González enfatiza la necesidad de que el educando explore el mundo y empiece a pensar por sí mismo. Para González, el proceso del conocimiento implica asumir riesgos y enfrentar las dificultades que surgen en el camino, lo que conduce a que el estudiante construya un camino personal que lo lleve a una nueva forma de relacionarse consigo mismo y su entorno.
La enseñanza de la libertad: la pedagogía de Fernando González desde la perspectiva de Spinoza
Fernando González (hijo) proporciona una interesante referencia sobre la práctica pedagógica ejercida por su padre sobre Zuleta en un fragmento de una entrevista ofrecida al documentalista Antonio Dorado en diciembre de 1999:
A Estanislao lo recuerdo sentado en un ángulo del extremo y mi papá en la cabecera. Él sacaba los libros que traía y comenzaba a comentar con mi papá, que si los había leído, que tal cosa, intercambiaban libros y había una relación, diría uno, casi fraterna, era más bien una comunión.
[…]
Entonces, no sé, generacionalmente y en esa convivencia fueron fraternos. Sí, inicialmente sobre todo, pero Estanislao era un culto y un lector tremendo, porque en esa época los grandes amores de mi papá eran Nietzsche, Schopenhauer, Spinoza, sobre todo. Recuerdo que mi papá le decía a Estanislao: «Hombre, Estanislao, acuérdese en ese postulado 33 de Spinoza de la Ética, cuando dice: “porque la beatitud no es premio a la virtud, sino la virtud misma”». (González, 2018, p. 3)
En la evocación anterior puede observarse cómo esa relación pedagógica entre González y Zuleta, lejos de estar construida sobre un vínculo vertical de profesor-estudiante, se encontraba estructurada desde una actitud compartida de rebeldía e inconformismo con la realidad circundante, una actitud crítica consigo mismos, y desde el incentivo del amor al conocimiento, construida desde sus particulares coordenadas de vida. De igual modo, puede percibirse allí la referencia de González a la obra de Spinoza, en donde se encuentra plasmada una filosofía que permite asumir una ética alejada de los convencionalismos religiosos o morales.
Según lo plantea Spinoza, la ética se refiere a la manera en que el ser humano puede lograr su felicidad y su libertad. La libertad, según él, se entiende como el proceso por medio del cual se logra actuar «por la sola necesidad de su naturaleza y se determina por sí sola a obrar» (Spinoza, 2000, p. 40). Desde su perspectiva, el concepto de libertad solo es posible en relación con un cuerpo y un pensamiento.
Con base en esta relación, el filósofo holandés se propone superar la oposición entre cuerpo y alma, ya que ambos remiten a una misma cosa: la idea del cuerpo (Spinoza, 2000, p. 98). Todo pensamiento es posible mediante la afectación del cuerpo, lo que constituye la condición indispensable para que emerja todo proceso de concatenación del pensamiento. La concatenación se realiza, según Spinoza, por medio de dos procesos: el primero de ellos pasa por la afectación que sufre el cuerpo respecto de las cosas y los cuerpos externos. En este primer proceso, la afectación no permite la explicación «de la naturaleza de las cosas» (Spinoza, 2000, p. 96). El segundo proceso es la concatenación de las ideas, que se realiza según «el orden del entendimiento» (Spinoza, 2000, p. 96). En este caso, el alma percibe las cosas según las causas que las determinan.
En el proceso de conocer, según Spinoza, interviene la forma en que el cuerpo es impactado, así como las diferentes asociaciones e ideas que este ha construido entre las palabras, los cuerpos externos y las cosas. En conclusión, en este proceso de conocimiento, la relación entre cuerpo y afectación es el núcleo fundamental que permite al sujeto construir, mediante el entendimiento, su propio camino hacia la libertad.
El sujeto debe encaminar su entendimiento al estudio de la naturaleza humana, de la naturaleza en general y del mundo que lo rodea. Por medio de este entendimiento, el cuerpo puede actuar de manera libre, esto es, de acuerdo con su propia naturaleza y autonomía (Rodríguez y Bula, 2017, p. 224). Según Spinoza, el sujeto solo se perfecciona por medio de su «entendimiento o razón», lo cual le permite alcanzar su «suprema felicidad o beatitud» (Spinoza, 2000, p. 233).
El logro de la suprema felicidad solo es posible cuando el ser humano dirige su facultad de conocer hacia el estudio de la naturaleza, que es la suprema manifestación de Dios. Por lo tanto, entender las leyes que rigen el funcionamiento de la naturaleza es también entender la manera en que Dios se manifiesta en ella. De este conocimiento de la naturaleza como manifestación de Dios surge la felicidad suprema o beatitud, que, según Spinoza, es lo que se busca con la educación. Con base en estas premisas, es posible aproximarnos a la cita que ofrece Fernando González (hijo) cuando refiere el postulado 33 de Spinoza en labios de su padre.
En el mencionado libro de Ética, Spinoza (2000) presenta la proposición 42 de la tercera parte, donde señala lo siguiente: «La felicidad no es el premio de la virtud, sino la virtud misma; ni gozamos de ella porque reprimimos las concupiscencias, sino que, al contrario, porque gozamos de ella, podemos reprimir las concupiscencias» (Spinoza, 2000, p. 264).
Según lo anterior, al sujeto debe educársele en la virtud y para la virtud. La felicidad no es el premio a la virtud, ya que la virtud misma es la felicidad. Para lograrla, el sujeto debe actuar de manera libre, no por premios o castigos; razón por la cual el educando debe acostumbrarse a actuar de manera libre y virtuosa, es decir, de acuerdo con lo que le dicta su razón. En su obra La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, González adapta este postulado a su pensamiento de la siguiente manera: «… porque el cielo no es premio de la “virtud”, sino que es la “virtud misma”, como lo expresó aquel hijo de Dios, Benedicto Spinoza» (González, 1962, p. 16).
En este considerar que al educando no se le debe educar para la felicidad, sino en la felicidad; no para la autonomía, sino en la autonomía del pensamiento, es donde, a nuestro parecer, se encuentra la particular influencia intelectual de González sobre Zuleta. Según Rodríguez y Bula (2017), la educación propuesta por Spinoza toma una dirección contraria a las instituciones educativas. Estas últimas establecen que los egresados deben producirse de acuerdo con ciertos modelos y características institucionales (p. 233). En cambio, la propuesta de Spinoza busca que los educandos avancen progresivamente hacia formas mayores del conocimiento «según su propia esencia, y con los valores y saberes que el proceso de autorrealización de cada uno haya producido» (p. 233).
De igual manera, para Rodríguez y Bula (2017), la diferencia entre el proyecto de educación de las instituciones educativas y el propuesto por Spinoza puede analizarse a partir de los enfoques con los que cada uno de ellos trabaja. El empoderamiento sería el enfoque central del modelo de Spinoza, ya que en este se propone un «fomento de la autorrealización de cada esencia individual» (p. 233). Por el contrario, el sistema educativo tradicional se enfocaría más en el adiestramiento, «que consistiría en el esfuerzo por acercar a cada individuo a un modelo prefijado (que puede ser más o menos conducente a la autorrealización, pero solo de forma accidental)» (p. 233).
En el caso de Fernando González (padre), se puede considerar que su enfoque estaba orientado a empoderar a su educando para que desarrollara su autorrealización y autonomía en el pensamiento de acuerdo con su propia naturaleza. Por lo tanto, se puede compartir con González (hijo) que lo transmitido por González a Zuleta no fue tanto una teoría o doctrina, sino un ejemplo, una actitud frente al mundo y una disposición para avanzar en el proceso del conocimiento. Esta idea se refleja en lo planteado por González (hijo) al final de la entrevista previamente citada:
Por eso cuando me preguntan cómo influyó mi papá en Estanislao, hombre, yo no creo que haya influido en ese sentido de maestros y esas cosas, sino que había una afinidad, una armonía, que era no solamente por el lado del padre, Estanislao viejo (mi papá decía que era el único amigo que había tenido en la vida), sino por el mismo espíritu rebelde, buscador, caminador, valiente, solitario, que se enfrenta a la realidad, la denuncia sin amargura sino con un gran valor y una gran lucidez, que fue lo que representó. (González, 2018, p. 3)
Semblanzas de la práctica pedagógica de González sobre Zuleta
Como ya hemos visto, González adopta una postura crítica frente al concepto de pedagogía que generalmente se maneja en las instituciones académicas. Desde su perspectiva, lo fundamental en la pedagogía no es la transmisión de datos o información que otros han pensado, formulado o elaborado. De hecho, según González, considerar que la pedagogía es solo transmisión de datos o información no tiene sentido. Incluso, enseñar filosofía de esa forma o aprender filosofía de esa manera no resulta fructífero. Lo que realmente resulta productivo es enseñar a filosofar, es decir, a pensar por cuenta propia. Para González, la enseñanza de la filosofía debe apuntar a que el educando aprenda a filosofar, esto es, a construir un camino propio que le permita vivir el conocimiento como una aventura que le depara felicidad.
Ahora bien, como forma de profundizar en la práctica pedagógica que González ejerció sobre Zuleta, nos remitiremos a la referencia que ofrece el escritor José Zuleta (1991) en su texto titulado «Semblanza»:
Entre los 10 y los 17 años, Fernando González se constituyó en el tutor y en el «padre»; él orientó las primeras lecturas e introdujo un ánimo de independencia del entorno social e intelectual, que sería definitivo en la ulterior trayectoria de sus ideas y de su vida. […] Fue durante esos paseos con Fernando González cuando Estanislao conoció la filosofía, pero ese conocimiento, según sus propios recuerdos, no fue en modo alguno un conocimiento teórico: «En esas caminadas, Fernando se detenía a cada momento y de pronto se quedaba mirando una hormiga que bajaba por una rama; entonces me decía: “Para ti la hormiga está a nuestro lado, y creemos que el suelo que pisamos está abajo y que la luz que nos permite ver viene de arriba, pero para la hormiga las cosas son de otro modo”». Estas reflexiones ingenuas, esa filosofía de paseante, descorrió los velos de lo evidente, y una mirada crítica sobre el mundo comenzó a alborear en la mente de aquel joven de trece años. (p. 314)
Al analizar la anterior afirmación, en particular lo referente a las «referencias ingenuas» (Zuleta, 1991, p. 314) formuladas por González a Zuleta, se revela una práctica pedagógica totalmente alejada de aquella que privilegia la transmisión de teorías, datos o información que otros han pensado. Como se ha planteado con anterioridad, el concepto de pedagogía en González es contrario a esa concepción, ya que reconoce al educando como un sujeto con la capacidad propia de pensar. En este caso, puede observarse cómo la influencia pedagógica de González sobre el joven Zuleta está mediada por un reconocimiento de su facultad para construir un camino intelectual propio, su potencial para entender el mundo y su deseo de construir un sentido particular para su vida.
Asimismo, es importante reconocer el uso didáctico que González emplea al utilizar algunos fenómenos de la naturaleza, como el caminar de una hormiga por una rama y la relación que este insecto tiene con la luz solar, para enseñar a Zuleta a desarrollar una mirada atenta a detalles que para otros pueden pasar desapercibidos. En este aspecto, consideramos que González utiliza en su práctica pedagógica a Spinoza, ya que, según este filósofo, «todas las cosas […] están en Dios y todas cuantas son hechas por las solas leyes de la naturaleza de Dios y se siguen de la necesidad de su esencia» (Spinoza, 2000, p. 52). Según Cabañas (2012), a partir de esta idea, Spinoza sostuvo que Dios y naturaleza son la misma cosa, desafiando «el prejuicio antropocéntrico que considera que todas las cosas de la naturaleza actúan con vistas a un fin, creyendo los hombres que Dios ha dispuesto a la naturaleza de acuerdo con su utilidad» (p. 50).
La idea de una naturaleza ordenada según las causas finales no deja de ser para Spinoza una ficción de los seres humanos (Cabañas, 2012, p. 50). Para superar este ordenamiento ficticio de la realidad, construido a partir de las causas finales, Spinoza deducirá que todo en la naturaleza se mueve, al igual que Dios, a partir de causas eficientes.
González considera que la crítica de Spinoza sobre el ordenamiento de la naturaleza y el mundo a partir de las causas finales es fundamental. Este enfoque le permitirá cuestionar la manera en que, desde la educación académica y la sociedad en general, se pretende imponer un deber ser en la vida de los sujetos:
Generalmente en las escuelas y universidades, en los hogares y en la vida de relación se enseña a los individuos a vivir por norma, por ideal y entonces se frustran, no viven y realmente cuando mueren merecen ser devueltos a vivir porque vivieron inútilmente, quizá tengan que repetir el curso de su vida. Esto se llama causas finales. Hoy todo, todo el vivir de un hombre se lo determinan por causas finales. Se nace para estudiar, se estudia para ganar dinero y se gana dinero para casarse, para formar un hogar y se forma un hogar para morirse. Y así por las causas, el hombre, las causas finales han hecho del hombre un animal colocado y muerto. Un animal mortal netamente. (González, s. f., [audio], 00:01:58-00:03:34).
A partir de lo anterior, es posible considerar que el concepto de pedagogía y la correspondiente práctica desarrollada por González, siguiendo a Spinoza, es crítica de la idea de un determinado orden natural que prefija el lugar que los sujetos deben ocupar en la sociedad (Cabañas, 2012, p. 50). En este punto, la propuesta pedagógica de González (1935) asume con mayor fuerza la necesidad de romper con la idea de las causas finales en la educación, para que el educando asuma una actitud de independencia y de ruptura con cualquier relación de dependencia con el maestro, o con cualquier situación desde la cual se imponga a otros un rumbo distinto al que dicta su propia conciencia:
No tendré admiradores, porque creo solitarios; no tendré discípulos, porque creo solitarios; no me tendré sino a mí mismo. Yo no atraigo; arrojo a cada lector y persona que me habla en brazos de sí mismos. No puedo ser pastor, amado, jefe, maestro. Soy el cantor de la soberbia y de la sinceridad. (p. 59)
En relación con este aspecto del estímulo pedagógico ejercido por González, el escritor antioqueño Gonzalo Arango señala que el filósofo de Envigado alentaba a cada educando a descubrir su esencia particular para, con base en ella, construir un camino propio:
Nunca dijo: el que no está conmigo, está contra mí. La esencia de su escuelita fue: el que no está consigo mismo, no está conmigo. Usó el método de enseñar caminando, mostrando el camino. No su camino, el camino de uno mismo, de cada uno. Una vez encontrado el camino había que abandonarlo y seguir solos, ése era el examen, la prueba final. (Arango, 1988, p. 13)
En su libro En el principio era la ética, Alberto Valencia enuncia los que considera los criterios éticos de González que más influyeron en Zuleta al momento de forjar su propio camino intelectual:
Entre las confidencias que le escuché sobre sus relaciones con Fernando González hubo una que me impresionó sobremanera y explica la presencia de este comentario en el texto. Siendo muy niño (8 o 10 años) el filósofo lo invitaba a salir de paseo y lo hacía partícipe de todos sus problemas de orden personal y familiar. Una vez presentada una determinada situación pedía su opinión haciendo total abstracción de su edad y obvias diferencias generacionales. El hecho de ser tratado de igual a igual [por González], la confianza que depositaba en él y el alto grado de credibilidad que daba a sus opiniones, habrían influido significativamente en la construcción de un proyecto intelectual de pensar por sí mismo. Al menos así presentaba Zuleta este hecho. (Valencia, 1996, p. 33)
En la anécdota ofrecida por Valencia, puede observarse cómo la práctica pedagógica de González se caracterizó por considerar que cada interlocutor debe ser tratado como un igual. El filósofo de Otraparte consideraba que, a cada ser humano, sin importar su edad, experiencia o condición social, debe permitírsele hacer uso de su propia razón. Así lo presenta en su ya referido libro Los negroides: «El objeto de la vida es que el individuo se auto exprese. La Tierra es teatro para la expresión humana; el hombre es cómico; la vida es representación» (González, 1936, p. 4). De su consideración sobre la vida y la necesidad de que cada ser humano se exprese desde el lugar particular que ocupa en el mundo, González concluye que todo interlocutor debe ser visto y tratado como un igual. De allí que el problema fundamental de la pedagogía no sea el de aplicar un determinado método de enseñanza, como parece ocurrir en nuestras academias y universidades. Cada persona debe encontrar su propio método, ya que este no puede imponerse desde fuera. Esto es lo que plantea cuando establece que
El mejor método es el que cada uno tiene dentro. He ensayado con tres niños, y los tres han llegado a la solución por tres caminos. Cada hombre está llamado a llegar al Espíritu con sus propios pies. Cada mente manifiesta en su procedimiento el modo de su autoexpresión. (González, 1936, p. 16)
En este sentido, como se ha mencionado con anterioridad, el maestro no ocupa ningún lugar privilegiado en el proceso pedagógico. El problema de quien educa no es la enseñanza en sí misma, sino encontrar la mejor forma de instigar al sujeto para que pueda expresar su pensamiento. De ahí que cada palabra del interlocutor deba ser tenida en cuenta, valorada y dotada de confianza. Al asumir esta actitud, el maestro no «enseña a resolver los problemas […], sino que instiga hacia la solución individual» (González, 1936, p. 16). Este es el rasgo fundamental de la práctica pedagógica que ejerció González sobre Zuleta, lo que, según Valencia (1996), influyó en «la construcción de un proyecto intelectual de pensar por sí mismo» (p. 33).
Por último, es necesario mencionar lo expuesto por Zuleta en una entrevista publicada en su libro Conversaciones con Estanislao Zuleta, en donde se alude a la práctica pedagógica adelantada por González en su finca de Otraparte:
Entre los 15 y los 16 años, Fernando González se apareció porque se acordó del hijo de su amigo. Yo estaba entonces en situación crítica. Mis relaciones con el colegio fueron muy malas, pero no con el estudio. Tomé la costumbre de ir a su casa, a Otraparte, a conversar con él. No coincidían entonces nuestras posiciones. Él tenía una formación seria en cosas que yo ignoraba por completo, como la filosofía de Spinoza. Por el contrario, a mí me interesaba Sartre, y él no lo tomaba en serio, aunque más tarde cambió, en especial con El ser y la nada, si me atengo a las dedicatorias que me escribió. Yo era un adolescente tímido, que le sudaban las manos, y él era un enamorado de los hombres libres y autoafirmativos como, según su reconstrucción, era mi padre. Por lo tanto, tuvimos relaciones intensas y ambivalentes.
Fernando González tenía una manera encantadora de hablar, con un lenguaje preciso, plástico, con una mímica abierta, con las manos hacia afuera. El padre que no conocí me lo hacía ver, aunque seguramente idealizado. (Zuleta, 2010, p. 96)
De la referencia que hace Zuleta, como participante directo y privilegiado de la práctica pedagógica de González, pueden destacarse algunos aspectos puntuales: el inicio de esta relación se da en un momento particular de la vida de Zuleta, esto es, en el momento en que, según Jaramillo (2022), Zuleta había cursado «el primer y segundo grado de bachillerato en el colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana» (p. 256) y se había trasladado al «Liceo de la Universidad de Antioquia para cursar tercer y cuarto año [de bachillerato]» (p. 256). Es importante destacar que, de manera temprana, Zuleta tuvo varias dificultades con la disciplina y la imposición de un orden vertical que caracterizaban a las instituciones académicas en donde cursó su bachillerato. Este aspecto es referido por su hijo José Zuleta en el documental de Dorado (2000) de la siguiente manera:
[Cuando] cursaba cuarto año elemental, el profesor de aritmética llamó a Margarita [su mamá] y le sugirió que le hiciera un chequeo al niño porque no podía atender, vivía abstraído y se asfixiaba en las clases. Los médicos dictaminaron que padecía asma y que tal vez sufría una especie de retardo mental. (Dorado, 2000, 00:06:18-00:06:35)
En un momento crítico de la relación de Zuleta con las instituciones académicas, el filósofo de Envigado desempeña un papel determinante al influir en el proceso de formación intelectual que Zuleta seguiría en el futuro. Zuleta visitaba con regularidad la finca de González en Otraparte, y a pesar de las diferencias en sus influencias teóricas, González implementaba una práctica pedagógica que despertó en Zuleta una mayor capacidad de análisis, expresión y un sentido más profundo que sería de gran relevancia para su futura actividad intelectual. Aunque no existía un vínculo personal estrecho entre ellos, como señala Arrubla en una comunicación personal con Jaramillo el 12 de agosto de 2010, es evidente que se puede reconocer una influencia simbólica de gran importancia en la vida de Zuleta.
Esta influencia se manifiesta de manera especial debido a que
Fernando González era un modelo —el intelectual, cercano a su familia— llamado a fortalecer las líneas del destino de Estanislao Zuleta: su padre tenía aptitudes como escritor, su padre fue ‘destinatario’ de un libro de Fernando González (Cartas a Estanislao), su padre y Fernando González fueron dos personas unidas, en términos de identificación, como intelectuales, en el espíritu de Estanislao. (Arrubla, comunicación personal con Jaramillo, 12 de agosto de 2010)
Para finalizar este apartado, es necesario referir que, a pesar de las diferencias teóricas que influyeron sobre el pensamiento de Zuleta y González, así como la notable divergencia en sus propuestas filosóficas, ello no impidió que Viaje a pie fuera uno de los libros más amados por Zuleta (Zuleta, 2010, p. 98), ni que dejara de considerar que toda la obra de González «está impregnada de poesía» (González, 2018, p. 3).
Finalmente, mencionamos que la principal causa de la ruptura de la actividad pedagógica que ejerció González sobre Zuleta está relacionada con el nombramiento de González como cónsul en Róterdam y Bilbao en el año 1953, durante el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla. Por su parte, Zuleta viajaría en julio de ese mismo año al tercer Congreso Mundial de la Juventud, y posteriormente participaría en el cuarto Festival de la Juventud y los Estudiantes por la Paz y la Amistad, realizado en Bucarest. En esta ocasión, según señala Zuleta (1991), la figura de González adquiere relevancia, ya que, a pesar de la oposición de la familia de Zuleta al viaje, González sale en su defensa escribiendo una carta a Fernando Isaza (tío político de Zuleta). En este escrito, González señalaba que la juventud debe ser vista como «la época en la cual se deben vivir todas las experiencias, sin avaricia», y concluía diciendo: «En tu caso personal, Fernando, entiendo que te opongas, porque estás viejo y además has leído mucho Selecciones» (p. 314).
El regreso de González a Colombia se dará en el mes de septiembre de 1957, radicándose de manera definitiva en su finca Otraparte, lugar donde falleció en 1964. Por su parte, Zuleta se trasladará a vivir a Bogotá en 1957, llevando a cabo algunos procesos de formación política con campesinos de la región del Sumapaz y ejerciendo labores como profesor universitario en la Universidad Libre de Bogotá. Permanecerá en esta ciudad hasta 1969, cuando se traslada a Cali para asumir el cargo de vicerrector académico en la Universidad Santiago de Cali.
Conclusiones
En primer lugar, consideramos que la elaboración de una biografía intelectual de Estanislao Zuleta debe profundizar en las influencias intelectuales que marcaron su vida, incluyendo las primeras influencias ejercidas por un filósofo como Fernando González. Para analizar con profundidad esta influencia, resulta esencial examinar cómo González promovió en Zuleta el desarrollo de un pensamiento propio y autónomo, lo que le permitió forjar una conexión con su realidad circundante. Este proceso de exploración rigurosa del mundo sirvió como estímulo fundamental para que Zuleta se adentrara en la lectura y el diálogo crítico con algunos de los pensadores europeos más influyentes en su formación, además de permitirle analizar detenidamente «la sociedad en la cual se formó y ejerció su actividad intelectual» (Caballero, 2014, p. 252).
En segundo lugar, es importante destacar cómo el enfoque pedagógico de González se basa en una práctica ético-pedagógica que lo aleja de asumir un papel dominante en la educación. González se relacionaba con Zuleta como un sujeto activo en lugar de como un simple receptor pasivo de información, datos y planteamientos previamente elaborados por él u otros filósofos. La pedagogía que González practicaba tenía como objetivo guiar a los estudiantes en un viaje de exploración, disfrute y enfrentamiento de los desafíos que surgen al pensar por sí mismos.
El concepto de pedagogía de González está influenciado por filósofos como Platón y Spinoza. De Sócrates, González asume la idea de que la pedagogía es un proceso que permite a cada sujeto encontrar su propio camino y desarrollar un pensamiento autónomo. De Spinoza, González extrae la necesidad de cuestionar la noción de que los sujetos deben conformar sus acciones según un orden natural que les prescribe su lugar en la sociedad.
La propuesta pedagógica de González subraya la importancia de romper con la noción de causas finales en la educación, ya que considera que esto impone a los estudiantes una actitud de dependencia y sumisión hacia los educadores. En la visión de González, la pedagogía fomenta que los estudiantes sigan un único camino: el que dicta su propia conciencia.
Por último, a través de las diversas anécdotas sobre la práctica pedagógica de González con Zuleta, se puede observar cómo, a pesar de la diferencia de edad y experiencia, el primero trataba al segundo como un igual, invitándolo a pensar por sí mismo y a formular sus propias preguntas. Esto nos permite identificar cómo González otorgaba un reconocimiento especial al joven Zuleta como un interlocutor válido y como copartícipe en la recreación que produce el acto pedagógico.
En referencia a la participación directa y privilegiada de Zuleta en la práctica pedagógica de González, es relevante destacar que esta relación comenzó en un momento particular de la vida de Zuleta, cuando había completado la primera parte de su educación secundaria. A lo largo de su vida, Zuleta se convirtió en un crítico constante de la disciplina y la imposición de un orden jerárquico en la mayoría de las instituciones académicas del país.
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* Magíster en Hermenéutica Jurídica y Derecho. Magíster en Filosofía. Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia.
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