González para legos

Por Oscar Domínguez Giraldo

Conocí al maestro Fernando González en Otraparte, su refugio campestre envigadeño, equidistante de dos de sus musas: la prolífica quebrada La Ayurá y las ceibas de la plaza que hacen las veces de ecológico hotel de cinco estrellas de las palomas del parque de Envigado.

Todo envigadeño natural o infiltrado que se respete se ha declarado amigo del maestro. O mínimo tertulió con Fernando (!). Para no desentonar, diré que no me fue mal del todo con el Brujo.

Una tarde pasábamos frente a su casa. Ese día el padre de Simón, ex presidente de Incolda, ex intendente de San Andrés, etcétera, etcétera, estaba disponible para los ojos del prójimo. De pronto uno de los caminantes advirtió que el maestro nos llamaba. Nos arrimamos sumisos y perplejos para beber en la fuente de su sabiduría.

Pero, ¡oh, desilusión! El maestro no nos daba el estatus de interlocutores. De seguro descubrió que no había sujeto. A manera de indemnización, nos encartaba con un mundo de naranjas de su huerta envigadeña… que empezaban a podrirse.

Como González no daba puntada sin dedal filosófico, todavía andamos buscando la explicación metafísica de tan frutal regalo.

El maestro provocó siempre una silenciosa histeria entre sus devotos que nos contentábamos con verlo de lejos porque el sanedrín que tenía acceso a él lo mantenía acaparado. Además, andábamos en trotes menos filosóficos.

Tal vez para parecerse a Jesús, el Galileo, no lo vimos sonreír: Siempre estaba en plan de crear algo mirándose por dentro. Incluso cuando se sentaba a tomar Clarita Pilsen en la heladería Georgia con su infaltable boina vasca y el bastón de trotamundos.

Sin que le importara un comino, González entró en la leyenda todavía vivo gracias a su original concepción del mundo y sus achaques.

Era un militante de la libertad, en la medida en que no le hacía concesiones a nada ni a nadie cuando se trataba de rumiar ideas. Ser francote era su carné de identidad. Creó y recreó su propio cosmos.

La lectura de González debería ser obligatoria para todo católico, si apostólico, no romano, ateo gracias a Dios, o agnóstico. Hay que poner a González al alcance de todas las manos.

Por lo general, los libros de González tienen el común denominador de la falta de prólogo. De pronto no lo tiene porque, por definición, prólogo que se respete es laudatario, casi lagarto, y un adjetivo o una metáfora fuera de lugar haría revolcar en su eternidad al “novio” de mademosille Tony.

González es de alta peligrosidad porque obliga a pensar, no permite la pereza mental, nos exige ser íntegros, éticos, “vivir a la enemiga”, sin temor al qué dirán y eso es más bien “aburridorsongo”.

El subversivo de Otraparte nos saca del libreto de la figuración, de la competencia por los bienes terrenales, le manda a uno para el carajo el celular de su vanidad y otros pecadillos subalternos.

González es el preciso para que nos esté jalando las orejas y señalando rumbos.

Como las prolíficas muchachas de Envigado, González no tiene presa mala. Por donde se le mire, sorprende. ¿Qué tal el cronista, poeta, humorista, el naturista, el escritor que hay en él? No en vano comparte mes de nacimiento con Cervantes (abril).

Nada de prosa acartonada, dormilona, confusa para plasmar su mensaje. Es festiva, castiza y contundente como un nocaut. Va duro y a la cabeza.

Fuente:

Periódico El Colombiano, edición desconocida, columna de opinión Columna desvertebrada. El texto original fue editado por el autor para Otraparte.org.