Simón González:
el hijo del filósofo
Por Gustavo Arango
Su voz es leve. Sus gestos hacen que parezca tímido. Su mirada se abre paso como aguja. Tiene largos mechones blancos y una calvicie incipiente. Está en su despacho. Tiene prisa. Está esperando una llamada del Presidente.
Desde hace diez años el país ha oído hablar de él cada cierto tiempo. Fue nombrado intendente de San Andrés en el gobierno de Betancur y, por elección popular, ha regresado como gobernador.
Pero más que su cargo, llama la atención su personalidad. Habla con amor apasionado de la mar, de los animales, de las nubes. Dice que conversa con extraterrestres y barracudas. Vive intensa y poéticamente cada momento de su vida.
Algunos se ríen de su excentricidad para hablar y gobernar, para convocar a la gente en torno a sus sueños; otros sienten que tal vez esa forma de ser desaforada sea la única posible en un país donde la seriedad y el acartonamiento no han conseguido nada.
Pero un ser así no surge por generación espontánea. Detrás de él está Fernando González, el brujo de “Otraparte”, el filósofo envigadeño que además de ser el padre de Simón y sus cuatro hermanos, fue padre del “Nadaísmo”.
Pregunte
¿Quién es Simón González?
Es un terrestre afortunado, con el que la vida ha sido generoso. Hijo de un padre que me enseñó a volar en el sentido verdadero de la palabra y de una madre muy tierna.
La vida me dio la oportunidad de vivir en Europa, Estados Unidos, Medellín, Cali, Barranquilla, Bogotá. Me dio la oportunidad de conocerlas y quererlas.
También conocí el Amazonas, la Sierra Nevada y el lugar de poder, la Isla de Providencia.
Es tan generosa la vida con Simón, que Belisario lo nombra intendente, Barco lo ratifica. Luego se retira y, con nostalgia, ve destruir lo que construyó con tanto amor, como si al hijo le cortaran los pies. Pero de nuevo una Constitución le da al pueblo el poder de elegir y vuelve como gobernador. Ése ha sido mi mejor regalo.
¿Por qué Providencia es un lugar de poder?
En el mundo hay lugares de poder. El Triángulo de las Bermudas, las montañas locas, las pirámides de Egipto. Al pisar Providencia sentí que era mi lugar de poder. Sentí una energía. Nunca me he ido de Providencia. Yo me desdoblo. Es mi prisión amorosa. El 31 de diciembre, por ejemplo, varias personas me vieron allá.
Háblenos de su padre.
Éramos cinco hijos. Yo, el menor. Mi padre era homeópata, le gustaba mucho estudiar las plantas. Con Ramiro, el hijo que murió de leucemia el día que se graduaba de medicina, mi padre estudió todas las carreras. Era su pasión.
Jamás me regañó ni me dijo qué hacer. Lo único que hacía era insinuar. Se sentaba conmigo y empezaba a hablar. Yo le entendía poco.
Recuerdo que una vez en el Museo del Louvre estábamos mi padre y yo viendo la Monalisa. Yo estaba muy cansado. Estaba estrenando zapato y me sentía aburrido.
“Simón, ¿no te gusta la Monalisa?”. Yo le respondí que era muy fea, que no me inspiraba nada, “prefiero las mujeres que pasan por los campos Elíseos”.
Mi padre se rio. Se reía mucho con lo que yo decía. “Nunca pierdas esa capacidad, eres un naturalista”, me dijo.
Mi padre me dio alas verdes, me ayudó a volar en mi propio destino. Cuando terminé mis estudios en Estados Unidos y regresé a Colombia, le dijo a mi familia que mi sueño era irme para el Amazonas. Mi madre, asustada, dijo: “Fernando, este Simón se enloqueció”.
“Margarita, si no lo hace ahora, nunca lo podrá hacer”, dijo mi padre. “Yo lo ayudo para que se vaya”.
Como ser humano era mejor que como escritor.
En un país que sigue padeciendo la mojigatería y la hipocresía que tanto criticaron su padre y los nadaístas, ¿qué vigencia tiene la obra de Fernando González?
Hace poco en Yopal, en una reunión de gobernadores, unos jóvenes se acercaron al grupo con el que yo estaba. Yo siempre ando sin guardaespaldas, pero los escoltas de los demás gobernadores se pusieron alerta. Yo les dije que iba a averiguar qué era lo que querían. Querían hablar conmigo de los libros de mi padre.
Pienso que lo de ahora es otro asunto. Los libros de mi padre fueron censurados en los años 40 y 50, El remordimiento, por ejemplo (Madeimoselle Tony era un personaje real, fue mi niñera en Marsella). Cuando mi padre mandó el libro a Colombia para que lo publicaran fue completamente mutilado, eliminaron unas escenas en las que el protagonista olía los calzoncitos de madeimoselle Tony.
Ahora las cosas han cambiado, porque el país necesita visionarios. Pero la sociedad es hipócrita. En la universidad, en el colegio, en todas partes enseñan a la gente a disfrazarse, a ponerse máscaras.
Al que se desnuda lo llaman loco o poeta.
¿Le gusta leer?
Mi padre era un gran lector.
Yo no leía. Me gustaba hablar con los pájaros, ver las nubes, montar a caballo, ver mujeres bellas. Cada vez que veo una mujer quiero volar alrededor de ella.
Hablo con la naturaleza, con el viento. Pegaso, mi caballo volador; Mao el perro filósofo chino.
Lo que llaman importante son pesas en las alas.
¿Ha pensado en cómo debería ser la educación?
Sí, en una universidad lo vuelven a uno bruto. El profesor debe ser guía, gurú; que hable el que realmente sepa de lo que está hablando.
Los doctores se tienen tirado al país.
Si hay algún defecto en Colombia son los doctores.
¿Qué opina de la juventud colombiana?
Es la más bella que existe. Las bombas les han enseñado a volar. En mi época éramos bobos.
¿Alguna frustración?
Que ser gobernador se me acaba en enero del 95. Pero voy a salir volando y me voy a quedar cuidando. Habrá un Simón caballo volador que los va a cuidar. Estoy practicando unos sonidos muy extraños.
¿Ha tenido muchos problemas para gobernar?
No existen los problemas. La vida es un destino que se va enfrentando.
¿Qué piensa de la muerte?
La muerte no existe. Es un invento para hacer negocios, ataúdes, velorios, etc.
Cuando mi padre murió, prohibió flores, que lloráramos. Fueron hasta de la Academia Colombiana. Yo estaba al lado de mi madre. Cuando lo estaban tapando un nadaísta se subió; la policía lo iba a bajar, pero no dejamos.
Nunca se me olvida la imagen de ese hombre allá en lo alto gritando: “Se murió Fernando, qué puta es la vida”.
Ahora que tanto se habla de ese Envigado en que su padre vivió y escribió, ¿qué piensa de ese pueblo y esa gente?
Recuerdo que una vez en “Otraparte”, mi padre estaba escribiendo en una libreta, una como esa, jamás usó cosas finas, y pasó un muchacho cabalgando y gritó: “Este hijueputa por qué no corre”.
Mi madre, que era hija de presidente, dijo: “Mirá estos groseros”.
“Ese es el pueblo más bello que he visto”.
¿Qué animales le gustan?
El tigre, la barracuda, Mao el perro filósofo chino, el colibrí, una vaca con unos ojos bien tiernos…
¿Cuántos años tiene?
15 años y muchas ganas de vivir. Cuando veo una mujer que me gusta, me asusto. Lo que hay que pensar es cómo pasar el susto.
¿Qué piensa de la procreación?
Todos son hijos míos.
Tiempo
Con sonrisa de patriarca joven, Simón González anuncia que ha terminado el tiempo de la entrevista. Aunque el Presidente no ha llamado, su agenda no admite dilaciones. La ventana de su oficina en el Coral Palace se asoma a una mar inmensamente azul. Tal vez, al cerrar la puerta, Simón salga a sobrevolar la isla ayudado por las alas que le regaló su padre.
Fuente:
Suplemento Dominical de El Universal, 28 de febrero de 1993. Reproducido en: