Apuntes para una
filosofía colombiana en
Fernando González Ochoa

Por Guillermo Alfonso Zapata Díaz

1. Objetivo

Perseguimos como objetivo de esta elaboración la pregunta por la posibilidad de una filosofía colombiana a partir de la reflexión sobre el pensamiento de Fernando González Ochoa.

2. Introducción

Respondiendo a la pregunta sobre la existencia de la «filosofía colombiana», Andrés Holguín nos dice:

«No creo que exista, propiamente dicha, una “filosofía colombiana”, y, por tanto, resulta imposible hablar de sus rumbos. La filosofía ha sido escasa en América Latina y, como forma especializada de expresión, casi inexistente en Colombia. […] Creo, de otro lado, que el pensamiento filosófico colombiano —si existe— no debe buscarse en los libros o notas de los especialistas de filosofía —que han sido, salvo pocas excepciones, solo divulgadores o comentadores—, sino en obras que, al parecer desvinculadas de la filosofía, poseen sin embargo, ideas, conceptos y actitudes mentales que sería errado no calificar de filosóficas. […] De este modo, si no existe una filosofía colombiana expuesta temáticamente, como ya dije, es incuestionable que se revela o trasluce una posición filosófica en escritores como Caro, Suárez, en poetas como Pombo y Silva, en novelistas como Tomás Carrasquilla, ensayistas como Fernando González y Jorge Zalamea Borda. […] No sobra, pues, insistir en que un panorama de la filosofía colombiana quedaría trunco sin el estudio del pensamiento colombiano implícito en diversas obras literarias, de la misma manera que, guardadas las proporciones, la filosofía rusa quedaría incompleta sin Dostoyevski, la alemana sin Goethe, Novalis y Mann, la francesa sin Rimbaud y Proust, […] y la italiana sin Dante» (Vélez Correa, pp. 899 s).

Si queremos pues encontrar un camino para llegar a plantearnos la existencia de un «pensamiento colombiano», debemos recurrir a sus diferentes manifestaciones culturales, descubriendo un sitio muy privilegiado para ello en las obras de aquellos autores que de alguna manera han hecho «la historia del pensamiento colombiano».

La referencia al pensamiento colombiano no puede hacerse sino en el contexto que nos integre a la historia del pensar latinoamericano. Las influencias culturales, sociales y políticas son ya un hecho que nos obliga a partir de un mestizaje cultural en la búsqueda de nuestra originalidad latinoamericana (colombiana).

Sería ingenuo querer penetrar a nuestro espíritu cultural colombiano con el objetivo de encontrar una «originalidad pura», aislada de cualquier tipo de referencia y contacto con otras culturas, que desde su relación mutua la enriquecen o empobrecen (como en el caso de un «descubrimiento»).

Entonces, ¿qué camino seguir para lograr lo auténticamente original en el pensamiento colombiano?

Una primera sugerencia como respuesta a esta pregunta ya la hemos mencionado en la referencia que hicimos sobre la opinión de Andrés Holguín. Si nuestra tarea es lograr un pensamiento colombiano, es preciso recurrir a las expresiones culturales como obras del pensar.

Pero es preciso abordar más a fondo el problema, para lo cual nos podemos ayudar de la perspectiva Heideggeriana: «destrucción de la historia del pensamiento» (Ser y tiempo, parágrafo n.º 6), igualmente señalada por pensadores latinoamericanos como Enrique Dussel, Osvaldo Ardiles, entre otros, como «destrucción de la historia de la filosofía latinoamericana».

¿Cómo ha respondido el quehacer que revindica para sí el nombre de filosofía, en su itinerario americano, a esta exigencia constitutiva? (la de una filosofía latinoamericana).

Es para responder a estos interrogantes que estimamos necesario emprender una destrucción de la historia de la filosofía en América indo-ibérica, que desmonte los elementos de su discurso para hacer posible la emergencia de lo que en él se halla oculto: nuestra originalidad. Sólo mediante tal des-trucción podremos apropiarnos significativamente de nuestra historia. Consideramos que, en las actuales circunstancias, el término «des-trucción» es el más adecuado para indicar la reiteración del pasado en búsqueda del ser olvidado. «Destruir» viene del vocablo latino struo, que quiere decir «reunir, juntar, ensamblar», y de la partícula «de», que unida al término anterior significa, no aniquilamiento y ruinas, sino «desmontar, separar, discernir»» (Ardiles, 1973, p. 12).

Paradójicamente, utilizando esta palabra «destrucción» para nuestra investigación histórico especulativa, no mentamos una ruptura con el pasado, como si pretendiéramos tirar por la borda todo lo heredado, sino la condición de posibilidad para poder apropiarnos de lo «transmitido por tradición». El término «destrucción de la historia» alude, pues, a la necesidad de hacer propia una historia que fue estructurada como ajena. Como ya señala Martín Heidegger, destrucción significa «abrir nuestro oído, liberarlo para aquello que la tradición nos asigna como ser del ente» (Heidegger, ¿Qué es eso de filosofía?, 1960, p. 43).

De este modo, la tarea destructiva nos conduce a una inédita filosofía de la liberación, que superando la repetición acrítica, aséptica de «temas», asuma el riesgo de escombrar las solidificaciones de la «tradición» y poner en evidencia las condiciones socioculturales del «logos» que encubrió nuestro ser-histórico. Con ello pretendemos abrirnos paso a través de lo dado, desde nuestro hoy, a la recepción de un mañana propio.

Así también, la destrucción de la historia de la filosofía colombiana debe apoyarse sobre aquello que en la historia ya se ha dicho; para poder escuchar la palabra del pensar colombiano es preciso escuchar a Caro, a Suárez, a Silva, a Pombo, a Carrasquilla, a González, etc.

Ocupémonos de escuchar a uno de estos pensadores y forjadores de la cultura, preguntándonos conjuntamente cómo se ha dado la posibilidad de un pensamiento filosófico colombiano. Es decir, la manera como se ha ido desvelando el ser colombiano expresado en su racionalidad específica.

3. Posibilidades para una lectura latinoamericana en el pensamiento de Fernando González

Fernando González hace su discurso filosófico a partir de una idea compartida por muchos otros pensadores colombianos, Cayetano Betancur, Andrés Holguín, Jaime Vélez Sáenz, etc. Su pensamiento es un esfuerzo por recuperar la «individualidad», todo aquello que define originalmente el ser específico del latinoamericano (en palabras de González: suramericano). Quiere apuntar a la recuperación de lo auténticamente cultural de nuestro pueblo, de nuestra gente. No quiere seguir viviendo de una cultura «prestada», importada. Es preciso, dice, sobre nuestros verdaderos valores culturales construir nuestro pensar, que no sea ajeno y extraño a nuestra situación.

A la pregunta sobre la posibilidad de una filosofía colombiana el mismo, Fernando González responde:

«No espere nadie hallar “filosofía colombiana”, es decir, esa actividad resultante de vernos individuos, huérfanos, y la viva necesidad de tener Padre y Madre, y que esa actividad tenga como hilo histórico las características de un pueblo, una gente, una patria. Tal como sucede con las filosofías hindú, persa, judía, griega, francesa, alemana, inglesa…». (Vélez Correa, op. cit., p. 897).

Para González, el filosofar se inicia en el hilo histórico de un pueblo, una gente, una patria. La filosofía parte de esa admiración ante la vida que todo hombre siente y realiza en su historia. Es la expresión de lo vital que se convierte en manifestación del pueblo, de la gente.

La filosofía nace de esa ley de la vida —primero tiene que estar viva la vida—, la grabamos antes del filosofar en el arte, la pintura, la danza, la poesía, la escultura. El filosofar presupone una cultura que se gesta en el proceso de la conciencia que los pueblos van teniendo de sí mismos. Esta gestación es un caminar lento en la historia. No es el simple librarse de un tutelaje o imperialismo cultural, no es el simple cambio de conciencia esclava a conciencia del amo. El filosofar es histórico y participa en el nacimiento de los pueblos. Hay un momento en la historia de los pueblos en el que estos toman conciencia de su ser. Es esta la inquietud que nos deja Fernando González, la búsqueda del pensamiento como expresión de todo aquello que somos en nuestra historia. Agradecer todo aquello que nos han prestado y dejar surgir nuestro ser original, que en ningún momento debe entenderse como una separación del pesar universal. Es más bien una fundamentación de la autonomía, especificidad, sin despreciar la solidaridad con la historia de los demás pueblos, con su pensar.

La filosofía de Fernando González se inscribe, pues, en la perspectiva que ya varios pensadores del siglo xx han elaborado aún más desde este común deseo de pensar auténticamente desde Latinoamérica.

3.1 El quehacer de la filosofía

Más que una preocupación por términos, conceptos y temas debemos penetrar hasta el interior del «ser olvidado» a partir de una fenomenología del pueblo oprimido y dependiente. Conocer la vida de este pueblo que camina hacia la liberación, consistente en asumir nuestro verdadero y auténtico ser como hijos ilegítimos de un acto de prostitución. Dice González:

«Complejo de ilegitimidad: El hecho esencial es que Suramérica procede en todo con vergüenza. Es colonia. […] Todo pueblo sufre el complejo de ilegitimidad respecto de los que le precedieron en la manifestación de la individualidad: así, Europa respecto del Asia en cuanto a religión. El Paraíso dizque estuvo en Asia Menor. Los romanos respecto de los griegos, etc.». (Los negroides, 1976, p. 108).

Fernando González quiere probar con algunos hechos nuestro complejo de ilegitimidad o inautenticidad latinoamericana:

«1.º En cuanto negros, somos esclavos, propiedad de europeos, fuimos prostituidos.

2.º En cuanto indios, fuimos descubiertos, convertidos; discutieron “si teníamos alma”; rompieron nuestros dioses; nos prostituyeron moral, religiosa, científicamente.

3.º En cuanto españoles, somos criollos, sin poder “probar la pureza de sangre”.

4.º Lo peor: que somos mezcla de las tres sangres; ocultamos como un pecado a nuestros ascendientes negros e indios». (op. cit., p. 109).

Toda la filosofía de González es un documento humano que nos lleva a emprender el gran camino para llegar a intimidades, que vienen a resultar en presencias. Es necesario llegar a la desnudez absoluta, lograr una auténtica transmutación de valores culturales para encontrar así nuestro verdadero espíritu, para que éste se autoexprese, se manifieste tal como es. Este camino en zigzag hacia nuestro ser latinoamericano es un esfuerzo que se realiza en temores, angustias, dificultades. Es toda una lucha, por consiguiente, para conquistar aquello que somos. Para des-cubrir nuestra realidad original. Hoy podríamos denominar este camino hacia nuestro ser auténtico, paso hacia la liberación. Es el inscribir un horizonte donde se proyecta un hombre nuevo.

Profundizando más esta idea sugerida por González, autores más actuales, que se han ocupado de esta reflexión sobre un pensar latinoamericano, nos han propuesto en otros términos más claramente este camino hacia la liberación, este «viaje» (de González) hacia el auténtico ser latinoamericano:

«Nuestro bautizo coincide con la “entrada” en la historia en calidad de complemento, lo que engendrará posteriormente la dependencia, el estar dependientes de otros, el proceso de imitación y, en últimas, de alienación de la cultura e historia del hombre europeo. Desde el comienzo la polémica se instaura y se resuelve: ganaremos nuestra humanidad por “ser-como”, por participar y poder, al fin, adecuarnos a un modelo que funciona como el modelo del hombre» (Rubio, 1976, pp. 6-7).

¿Cuál es la respuesta que nuestro quehacer filosófico sugiere?

A nuestro juicio, cuando González nos presenta su filosofía como un camino, un viaje hacia la verdadera presencia suramericana, nos está exigiendo aquello que él llama en su Libro de los viajes o de las presencias un «segundo nacimiento», apoyado en el pasaje evangélico de Jesús y Nicodemo.

Para González, es preciso volver a nacer. Lograr una nueva vida que se realiza con la muerte. Este nacimiento implicaría un asumir el pasado europeo, el pasado indo-iberoamericano, el presente de nuestra mezcla cultural, nuestro ser mestizos, mulatos, y hacer con todos estos componentes un nuevo nacimiento.

Esta alusión a un nuevo nacimiento es igualmente la respuesta del autor citado anteriormente:

«En otro lugar escribíamos que la liberación es semejante a una resurrección y que ésta no es la vuelta de un cadáver a la vida sino el inicio de una nueva vida, que supone el cambio ontológico, el horizonte de sentido del ser (en este caso del ser-del-hombre) […]. Esta conversión es cambiar de rumbo, y está expresada en las palabras de Fanon: “Por nosotros mismos y por nuestra humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo”» (Rubio, op. cit. p. 16).

Fernando González es ese pensador latinoamericano, colombiano, que quiso darle a su reflexión ese contexto cultural de nuestro mestizaje. Nos hace notar el compromiso histórico de la filosofía, que tiene como punto de partida la realidad histórica del hombre. Quiere llegar a ese hombre nuevo prefigurado en la respuesta de Túpac Amaru ante la pregunta de un visitador español exigiendo los nombres de los cómplices en la abortada rebelión: «Aquí no hay más que dos cómplices: usted, por opresor; yo, por oprimido. Ambos merecemos la muerte». En la muerte del opresor como opresor y el oprimido como oprimido entrevemos el emerger de un nuevo discurso latinoamericano. En un nuevo hombre que no tenga la piel del dominador, ni la piel del dominado.

«Me preguntaréis —dice Fernando González—: ¿es una promesa de mulato? Os contestaré que abandonados al cruce entre ellos, al acaso, sin inmigración, tienden al anonadamiento. Pero que efectuando el cruce de modo que presida la ciencia, inyectando sangre negra y blanca en dosis determinadas, indudablemente aparecerá la raza definitivamente humana, el gran mulato. Suramérica es el campo experimental de las razas. Entiendo por gran mulato el producto definitivo que se obtendrá de la mezcla científica de las razas hasta unificar el tipo del hombre» (González, Don Mirócletes, p. 132).

En conclusión, creemos en la posibilidad de un pensar latinoamericano, iniciado por Fernando González a través de una expresión cultural como lo fueron sus ensayos.

El pensar latinoamericano tiene que desmontar (destruir) sus fundamentos histórico-culturales para penetrar en su origen.

El pensar latinoamericano propicia una reflexión a partir de la situación de dependencia, de «encubrimiento» cultural, social, político. Es preciso un nuevo nacimiento.

La realidad latinoamericana da qué pensar.

Fernando González inicia una reflexión, que hoy está siendo elaborada como tarea del pensar latinoamericano y, por consiguiente, colombiano.

Fernando González es uno de los pensadores colombianos.

Bibliografía citada:

HEIDEGGER, Martín. ¿Qué es eso de filosofía? Sur, Buenos Aires, 1960.

RUBIO ANGULO, Jaime. Antropología filosófica. Universidad Santo Tomás, Bogotá, 1976.

GONZÁLEZ, Fernando. Don Mirócletes. Bedout, Medellín, 1973.

GONZÁLEZ, Fernando. Libro de los viajes o de las presencias. Bedout, Medellín, 1973.

GONZÁLEZ, Fernando. Los negroides. Bedout, Medellín, 1975.

VÉLEZ CORREA, Jaime S. J.; JARAMILLO URIBE, Jaime. «Proceso de la filosofía en Colombia». En: Revista Universidad de Antioquia, n.º 143, noviembre de 1960. Ver Fernando González visto por sí mismo.

ARDILES, Osvaldo. Hacia una filosofía de la liberación latinoamericana. Bonum, Buenos Aires, 1973.

Fuente:

Zapata Díaz, Guillermo Alfonso. «Apuntes para una filosofía colombiana en Fernando González Ochoa». En: Universitas Humanística, Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía y Letras, Bogotá, n.º 12, enero de 1980.