Muerte, agonía y muchachas

Por José Guillermo Ánjel R.

Introito

En Colombia está todo por hacer y nunca se hace nada, eso escribía Fernando González en Don Mirócletes, libro de usuras, muertes y agonías largas. Y eso es lo que se sigue pregonando, mintiéndonos, dándonos largas para que las cosas no se den. Somos unos esperantes, agónicos, arrepentidos. Eso. Unos arrepentidos. Y mientras tanto, posamos de democráticos y burlamos los sueños de Bolívar. Nos hacemos los innovadores y perecemos en el intento. No resistimos bien lo que vamos a hacer.

Ni siquiera lo que queremos hacer. Quizás todo se deba al exceso de mestizaje, al complejo de ilegitimidad. A que nos da miedo sentir lo que la sangre nos está pidiendo. Posamos y en la pose el tiempo se encarga de convertirnos en trastos viejos, folclóricos, que alguno cuelga de un clavo y después los olvida. No están desactualizados los libros del vasco envigadeño, eso se nota cuando se leen.

Tres gustos:

Anotaba Fernando González que había tres cosas que le llamaban mucho la atención: las muertes, las agonías y las muchachas. Y que en ellas estaba la moral, esta costumbre que no asimilamos porque nos da miedo la responsabilidad de tener que meditarlas. En la meditación crecen los pueblos, pero aquí estos calores no nos dejan.

En las muertes, traducidas en entierros, el maestro hacía referencia a la más variopinta fauna social que, en lugar de enfrentar la muerte como un destino, la convertía en fiesta y en lugar de negocios y de muestreo. En esos entierros se cambiaba (se cambia) la biografía del difunto (no hay muerto malo) y se ponía de manifiesto la eternidad comprada con dinero. Dios funcionando a favor del usurero, del negociante, del criminal que, en un momento dado, ejerció el arrepentimiento o lo que el finado creía que era eso. Así, mientras creamos que lo hecho en una vida se cambia por lo sentido en un solo momento, es muy difícil corregir lo que hacemos. Pequemos que habrá un último segundo para el perdón.

Las agonías, estado pre-mortem, son un estadio de locura y de soledad. No se asiste bien al agonizante, mejor se lo deja a su suerte (o a la de los hospitales). Y entonces, los que seguimos vivos y alejados del que agoniza, evitamos ser testigos de lo que va a suceder y no nos comprometemos con la evidencia. Este alejamiento de la vitalidad que se agota nos hace unos soñadores, unos marginales del acontecer, de la realidad que evadimos. Nos hace falta asistir a una agonía, comprometernos con ella, sacar partido y enseñanzas de esa última acción del hombre. Pero, al igual que Manuelito Fernández en la agonía de Epaminondas, optamos por irnos al Cauca a mirar negras lavando. Mejor sentir los sentidos que el espíritu, así el arrepentimiento no duele tanto.

Locura y soledad en las agonías, para que nada nos comprometa, para que el que se muera se convierta en unos esfínteres sueltos y en una manera de sudar asombrosa, en mera palabrería y literatura de folletín.

Y las muchachas. Ellas le gustaron mucho al maestro. Las amó porque en ellas ejerció el dolor, la vejez, el miedo, la timidez, la religión, la bobería. En síntesis, los elementos propios del arrepentimiento, ese dolor de lo no hecho cuando había posibilidad de hacerlo. Lo que en realidad es una agonía continua, de gran soledad y locura. La intimidad acusando, burlándose de la pose, mordiendo duro para que el tiempo perdido se haga enorme y doloroso. Somos recordadores de lo que no hicimos, de los errores cometidos, de las justificaciones a esos errores. Somos unos remordidos. Y sería fabuloso que el remordimiento nos purificara, nos puliera, que hiciera de nosotros unos seres morales. Pero pocos llegan a esto y son más los que evaden el remordimiento, olvidando. En Latinoamérica ejercemos el olvido y esto no nos ayuda a reflexionar. Ni a ser morales. Es duro Fernando González, pero no se lo puede acusar de calumnia. Ni siquiera de mentira venial.

La idea de Dios

En la búsqueda del ser latinoamericano, Fernando González termina buscando a Dios. La divinidad buscada es la esencia de su tesis, esa deidad que se rebela contra los formatos que el hombre le ha querido dar, contra los usos y las usuras que se hace de ella, contra la antinaturalidad que le han asignado para legitimar un mero ejercicio del poder. Dios es la vida, la meditación, lo que sucede. Y de la reflexión en torno a Dios, nace el progreso. Pero no es una meditación sobre la idea abstracta de Dios, sino en torno a sus creaciones y a lo que estas creaciones hacen. Si nos aceptamos en lo que somos, sin evasiones, descubriendo la riqueza de nuestra limitación, llegaremos a ser. Y luego Dios será en nosotros.

Es madura la posición de Fernando González, inteligente, cuestionadora. Por eso hay que leer su obra sin prevención, en calma, repasando cada párrafo, admitiéndonos en el espacio que habitamos. Quizás allí hay parte de la salida que estamos buscando, siempre y cuando no nos escudemos en el que hay mucho por hacer… para terminar haciendo nada. Un buen vasco Fernando González. Golpeador.

Fuente:

Periódico El Colombiano, viernes 21 de abril de 1995, página 3D.