Félix Ángel Vallejo, Alfredo Vanegas Montoya y Fernando González. Envigado, noviembre 3 de 1962.
Lo he visto, gozoso, acariciando en su interior algo que acaba de vivir, de ver por dentro o de intuir. Con su quietud y su silencio, él me induce…, sabe inducirme. Permanece inmóvil, abstraído, lejanísimo, ahí sentado con las manos cruzadas sobre el puño del bastón. De fuera no ve nada, aunque los ojos le resplandecen. La vista la mantiene fija, atenta en su intimidad hasta que percibe y desnuda la vivencia. Luego levanta la cabeza, mira de frente, sonríe y la expresa embelesado… Y mientras yo la vivo y me deleito con la inefable visión de ese paraíso, él, de súbito, lo destruye con una sola palabra; pero no sin suscitar al mismo tiempo una más alta y bella esperanza. Tal es el modo como el Mago induce, comunica el misterio de morir resucitando. Por eso él, en la vida moral, no ve sino guerra e infinito viaje.
Félix Ángel Vallejo