Fernando González
Si nos fijamos en su intento por imaginar asociaciones entre diversos aspectos de la cultura bajo la luz de un compromiso con la experiencia personal, y por crear con esas asociaciones un texto que refleje a un nuevo y noble ser humano —o, en otras palabras, si observamos su intención de darse una figura y una ley haciendo ensayos, mostrándose a través de interpretaciones del mundo que den cuenta de diversos aspectos de sí mismo—, podemos relacionar a Fernando González con Michel de Montaigne. Si consideramos su concepción de la confesión como camino para comprender la condición del tiempo, y su deleite en la autocrítica, podemos emparentarlo con santa Teresa de Jesús. En su oscilación entre el ejercicio de la crítica y el deseo de retiro, entre la desazón y la exaltación, González nos remite a fray Luis de León y, más acá, nos sugiere la existencia de una cepa de autores colombianos, actores de largos parlamentos en una conversación solitaria, imprecadores místicos y humorísticos, entre los que estaría también Fernando Vallejo.
Carolina Sanín