Fernando González
Foto © Guillermo Angulo (1959)
Algunos malquerientes etiquetaron a (don) Tomás Carrasquilla como “escritor costumbrista”. Decir “costumbrista” es decir “chocolate con pandequeso”, “pendejo”, “montañero”. ¿Es Carrasquilla un escritor de costumbres o, más allá, un autor realista, implacable retratista de la Medellín en que vivió y creó su obra? El epíteto de “costumbrista” aleja a la gente, espanta lectores. Se lo pusieron por miedo: para que nadie lo lea, para que sus observaciones mordaces y reflexiones críticas duerman el sueño de los justos en polvorientas bibliotecas pueblerinas. Pero, háganme un favor, quítenle esa chapa y lean Frutos de mi tierra, La marquesa de Yolombó o Ligia Cruz, novelas impregnadas de ironía, perspicacia y emoción narrativa.
A Fernando González, el hereje de Otraparte, le colgaron un cliché peor: “escritor complicado”. ¡Increíble! Le tienen tanto pavor que no vacilan en clasificarlo como difícil, aburrido, solemne, heavy. “Es demasiado filosófico”, dicen, sin darse cuenta de la imbecilidad que dicen. Mero pánico. Tampoco le hagan caso a ese calificativo pernicioso. Mi Simón Bolívar o Mi Compadre, biografías de ficción, te hacen reír a carcajadas con su ambiguo sarcasmo y sus incomparables burlas al Poder.
Esteban Carlos Mejía