Fernando González, Morelia Angulo y Gonzalo Arango. Fotografía © Guillermo Angulo (1958).
Yo le oí a un amigo, Félix Ángel Vallejo, noticias de un joven que estaba en Cali, un desesperado que le escribía acerca de náuseas por la poesía, la metafísica normal, la novela, y por todo lo humano; que las náuseas eran ya vómito por nuestra universidad, por los maestros y por los personajes de la patria; que ese estado se llamaba Nadaísmo y que eran sinnúmero ya sus compañeros. […] A los días leí un cuento titulado: Yo recojo mi cadáver. Pero… ¡qué lleno de angustia, qué sospecha de un gran amor incierto y de un infinito desamor a las cosas bonitas, a los cascarones sin Intimidad! ¡Este joven nos da una intimidad! Este joven al describir con estilo de otraparte al suicida y al suicidio, la resurrección, al agente de tránsito que asiste a la resurrección y que persigue asustado al camionero para sancionar todo eso anormal, y al resucitado, que se pasea y ve con otros ojos a su novia y a las gentes de la patria que van por las calles, y que, por último, movido por no sé qué, recoge su cadáver. […] Luego, un domingo, se me apareció en un café de Envigado, y lo reconocí y fue como si me hubiera llegado yo mismo a mí con los ojos asustados y atisbadores de mis 27 años. Fue una fiesta en mi larguísimo viaje que ni el ojo vio ni el oído oyó y nadie podrá ya borrar ese encuentro.
Fernando González