Fernando González y Alberto Escobar Ángel, cofundador del nadaísmo (1960). Archivo A.E.A.
Cuando llegó a mi ciudad el profeta Gonzalo Arango con su invento del Nadaísmo, colgué el taco de billar y acudí presuroso a su conferencia. La sala donde proclamaría su oscuro evangelio era La Tertulia, un templo de burgueses librepensadores, pero quién sabe por qué presiones oficiales o clericales las directivas pusieron un grueso candado para impedir el ingreso del seco y macilento conferencista. Entonces se pronunció en la calle, sobre un escaño de cemento, ante un público pávido y divertido, hasta que hizo su aparición un tanque para disolver la algarada.
Nos escondimos en una catacumba para dejar fundada la secta disidente caleña de la realidad de este mundo. Los catecúmenos debíamos mantener cierta veneración por el maestro Fernando González, dijo el profeta, quien tenía en preparación un libro que sería la hecatombe, el Libro de los viajes o de las presencias. Fernando González es el maestro que esperaba Latinoamérica, el único pensador que trasciende las roñosas fronteras de la inmanencia. Lleva 30 años predicando en el desierto y es nuestro deber abrirlo a las mentes. Así hablaba Gonzalo Arango, y era en el año de 1959.
Jotamario Arbeláez