Ilustración de Fernando González por Daniel Gómez Henao, basada en fotografía de Guillermo Angulo.
Leer a Fernando González Ochoa es detenerse por un momento junto a los árboles y aprender de ellos un alfabeto fértil, un alfabeto abierto a la luz y a la refrescante brisa de las palabras que no ocultan su rostro ni el rostro de aquello que nombran.
Leer a Fernando González Ochoa es sentir la transparencia del agua, su rumor nuevo y antiguo, su insistencia, su fortaleza.
Leer a Fernando González Ochoa es reconocernos a nosotros mismos, es una invitación a observarnos como quien mira de cerca el trabajo minucioso de la hormiga o escucha el oleaje tremendo de la noche en los jardines.
Leer a Fernando González Ochoa es un gozo, un sentimiento de libertad y vitalidad, pero también un llamado amoroso y duro y otra vez amoroso a volver la mirada sobre lo que parece más cómodo y conveniente olvidar.
Y son estos que ahora danzan sobre nosotros esos árboles de su palabra, y es este pequeño reino de abejas y peces y olor a guayabas y a musgo y a hierba húmeda el oleaje, la marea transparente de su verdad, de su espíritu enérgico que ahora nos convoca y celebramos.
Y son este cielo y este aire, y el día de todos los días, y la noche de todas las noches, su Casa, nuestra Casa, la ‘otra parte’ que nos hace pertenecer a la vida y sólo a la vida.
Lucía Estrada