Fernando González, Estanislao Zuleta y Danilo Cruz por Matador. Imagen oficial de la Feria del Libro de Pereira 2018.
Entre los 15 y los 16 años, Fernando González se apareció porque se acordó del hijo de su amigo. Yo estaba entonces en situación crítica. Mis relaciones con el colegio fueron muy malas, pero no con el estudio. Tomé la costumbre de ir a su casa, a Otraparte, a conversar con él. No coincidían entonces nuestras posiciones. Él tenía una formación seria en cosas que yo ignoraba por completo, como la filosofía de Spinoza. Por el contrario, a mí me interesaba Sartre, y él no lo tomaba en serio, aunque más tarde cambió, en especial con El ser y la nada, si me atengo a las dedicatorias que me escribió. Yo era un adolescente tímido, que le sudaban las manos, y él era un enamorado de los hombres libres y autoafirmativos como, según su reconstrucción, era mi padre. Por lo tanto tuvimos relaciones intensas y ambivalentes.
Fernando González tenía una manera encantadora de hablar, con un lenguaje preciso, plástico, con una mímica abierta, con las manos hacia afuera. El padre que no conocí, me lo hacía ver, aunque seguramente idealizado. A su alrededor no había un círculo de amigos. Quería a un cura porque le había cambiado una Biblia en latín por una botella de aguardiente. Yo frecuentaba otros amigos, Gonzalo Arango, Carlos Castro Saavedra, Óscar Hernández, y con mayor interés y una relación más larga, a Mario Arrubla…
Estanislao Zuleta