Fernando González. Ilustraciones de Horacio Longas para Viajes de un novicio con Lucas de Ochoa.
En ellas —las fotografías que originaron estos dibujos— está su soberbio espíritu, asomándose, resplandeciente, a sus nerviosos gestos, a sus ademanes peculiares y… en fin, a todas esas volubles y expresivas transformaciones de su semblante. Allí resaltan su cráneo soberbio con su agitado mundo interior. El noble ritmo de su pensamiento. Su infinita angustia, sus gestos más característicos, sus ojos de endemoniado. Sus manos sarmentosas magullando la frente o los ojos para recordar algo, calmar la fatiga, aclarar una idea o despejar una incógnita. Sus muecas de sorna, de ironía o sarcasmo. Su rictus sardónico.
Su infernal amargura. Su diabólica malicia y su poder oculto de brujo. Sus éxtasis de beato o de santo. Su tranquila serenidad de sabio. Su iluminada figura de místico. Su astuta y perversa gracia de genuino actor de la picaresca. Su clásica estampa de jesuita. Su nostálgica silueta de andarín. Su quietud fría y silenciosa de estatua. Su tenebrosa mirada de malhechor. Su prodigiosa estampa de viejo temblón, humilde y… soberbio. Su burlona y satánica sonrisa. Su muda sequedad agresiva. Su unción religiosa.
Su generosa bondad cordial. Sus grandes y salientes orejas, como crudas y pegadas a última hora, de prisa, para terminar. Su sordera de piedra, a veces… Sus intuitivas claridades de relámpago. Su conciencia de culpa y de ascenso por el camino del remordimiento. Su serena figura de genuino pensador y filósofo. Su noble, sobria y musical expresión de artista. Su genial humorismo. Su desconcertante clarividencia de metafísico. Y, en conjunto, su milagroso don de actor, de hombre de carne y hueso que vive muchos mundos y vidas desconocidos; y siente la presencia viva de Dios, y lo ve y lo hace ver por todas partes…
Félix Ángel Vallejo