Fernando González Ochoa con sus hijos Fernando (izquierda) y Simón. Los acompaña la gata Salomé. Marsella, Francia, 1933.
Fernando fue una fuerte presencia en mi vida entre los seis y los doce años. Vivía en la finca vecina a la nuestra y yo iba a su casa casi todos los días, a jugar con sus nietos. Su influencia, no literaria sino vivencial, fue grande, por lo impresionables y perceptivos que somos justamente a esa edad. Pude verlo mirar el mundo, y sólo con eso influyó en mi manera de hacerlo. Su enseñanza —que en nuestro caso consistió en estar ahí y dejar que los niños lo viéramos relacionándose con intelectuales, periodistas o personas del común— tal vez evitó que me dejara atraer de manera irreversible por el intelectualismo, y me llevó a buscar siempre en la vida, mucho más que en los libros, el impulso para mis escritos.
Tomás González