Una escuela de medicina
(Fernando González se ha distinguido en Colombia porque dice siempre lo que piensa con franqueza y sin ambages. Publicamos a continuación un artículo suyo que aunque con exageración y algunas injusticias honra a nuestro periódico y es como todo lo suyo magnífico y audaz).
Tiene que ser la casa de Paracelso y no la casa en donde Decano y Profesores ajustan el mercado. ¿Qué hace vuestro decano? ¿Dónde lo encontráis? No lo encontráis. No hay ninguno que esté arremangado (claro que hay excepciones, como el Dr. Correa Henao). Hay que culparlos, aunque no les paguen, pues no debían aceptar, porque una Escuela es o no es. La vuestra, jóvenes, es en […] a los enfermos: quien padece algo que no sea gripa, blenorragia, cefalea, tifoidea, ascárides y apendicitis, se tiene que ir para Rochester.
El médico profesor tiene que estar por ahí en los caminos, observando, manoseando, viendo u oyendo, tocando, bregando por curar, con la rastra de aprendices que le dan el nombre de los nombres: maestro. Hay que entronizar el retrato de Aureolus Philippus Teophrastus Bombastus Paracelsus von Hohenheim. ¿Qué decía de nuestra Escuela de Medicina?
«Así, gritó con su voz chillona, debe aparecer un médico ante sus enfermos, arremangado, para curarlo con sus conocimientos y no con finos trajes: «Enseguida rompió un libro y arrojó los pedazos a la multitud, gritando: ese era Galeno: —Luego rompió y arrojó otro gritando: ese era Avicena: —Viejas muertas palabras griegas y latinas que designan enfermedades que no conocen estos estafadores: un médico debe buscar las viejas curanderas, los brujos y los ladrones, para observar […] -castra perros. […] por los caminos, conversando en las posadas, asistir a las ejecuciones, estar entre jiferos, porque la Universidad es la vida.
Sí, doctorcitos: no es para ser lindos, y pasar cuentas grandes o vender píldoras de jalea para lo que el nuevo orden va a tener Escuela de Medicina. Es para mandaros por todas partes a curar, inventar y en una palabra, servir. Todos los médicos de esta escuelita de hoy viven en Medellín copiando cosas, recelando por anuncios de «El Tiempo» o por folletos de propaganda, e intrigando por una clase o un Decanato. Eso no sirve: le da a uno algo que no está en el folleto, algo que no se cure con […] de hígado, […] libros que […] capaz de llevarlos […] dos viajes, y vosotros tenéis que recitarlos de memoria. ¿A qué se reduce la práctica? Ochenta estudiantes siguen a un médico a un pabellón: allí, por turno, se ponen a golpear la espalda de un zambito moribundo y a escuchar: ya saben auscultar. ¿Cómo no?
Si no se renuevan las escuelas, ¿para qué inventaron la bomba? No quiero decir que lancen la bomba a la Escuela, sino que después de «la bomba» las cosas deben ser diferentes.
No me digáis que no sois puntuales a las lecciones, y que no les ponéis «investigación», «manoseo», un movimiento, porque no pagan. Si no lo vais a hacer bien, bien, pues no aceptar: si no aceptáis, o pagan o se acaba lo que es malo. Y el Decano tiene que vivir ahí, inventando novedades, estimulando, conviviendo, o ¿para qué es Decano? Y a los estudiantes no se les puede cobrar matrícula ni nada, pues eso es bárbaro. Por eso, porque pagan, es por lo que luego explotan, ponen farmacia y el corazón lo tienen en «la cuenta» y no en el enfermo. Estudiar es trabajar, y al que trabaja se le remunera. Hay que suministrar libros, laboratorio, instrumental, etc. El Estado necesita médicos; los forma, los sostiene, etc. Y que no se enoje nadie, pues si lo que querían era que dijéramos que eso es el laboratorio Kaiser Guillermo, y que son muy buenos mozos, ahí está El Colombiano.
Fuente:
Periódico U-235, Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, página editorial, Medellín, viernes 24 de agosto de 1945.
Nota:
Héctor Abad Faciolince cita este artículo en su libro El olvido que seremos. Fernando González lo escribió por solicitud de su padre Héctor Abad Gómez, que en ese entonces estudiaba medicina y era el director del periódico. Los corchetes […] indican fragmentos ilegibles en la copia que amablemente nos envió Héctor Abad Faciolince para el archivo de la Corporación Otraparte.