Carta a Rafael Montoya y
Montoya sobre José Félix
de Restrepo Vélez
Señor
Don Rafael Montoya y Montoya
Medellín
I
En sus visitas me trajo la edición que hizo del Gregorio Gutiérrez González que inventó (de invenire, encontrar dentro de uno) la más hermosa forma o casa para esas diosas que en palabras llaman originalidad y gravedad, a saber:
No hay sombras para ti. Como el cocuyo
el genio tuyo ostenta su fanal;
y huyendo de la luz, la luz llevando,
sigue alumbrando
las mismas sombras que buscando va.
Y también me contó que ahora, en 1960, es el segundo centenario del nacimiento de José Félix de Restrepo Vélez, y que usted prepara la edición de todo lo referente a él y que yo le hiciera algo como introducción…
Contestéle así, poco más o menos:
Que a pesar de que mi tatarabuela materna era hermana doble del mago José Félix, el espíritu Restrepo es muy ajeno a mí, por lo prevalente de los cromosomas González Ochoa, que por los primeros es una gana loca de ser santo, y por los Ochoas… ¡los Ochoas somos muy negreros…! ¡Un anarquista, un viejo anarquista es esta piltrafa de loco sensual que habita en Otraparte!
Y continué que ya en Lucas de Ochoa, cuyo soy, se vio esto, cuando doña Micaela Barrientos fue a contarle que iba a mandar al muchacho langaruto y lector empedernido que tenía, a Bogotá, para que fuera «doctor».
—¡Comadre, enséñele más bien a trabajar…!
A lo que respondió, enojada, la Barrientos, que su difunto marido José Ignacio Vélez decía con frecuencia que unos nacen para carga y otros para silla…
¡Eso! ¡Eso ha sido mi vivir, Montoya! Esa disputa Ochoa-Barrientos ha sido el hilo madre de mi vivir y filosofar. He vivido, dicho, repetido, predicado que el hombre no conoce sino porque padece y medita, porque hace el viaje pasional y luego el mental, es decir, porque se enfrenta al medio y lo domina o humaniza: quiere decir, porque trabaja inteligentemente. Que el trabajo humano realiza a Dios en la humanidad: que, por eso, somos hijos y padres de Dios… y que, por eso, por doctorcita bogotana, Suramérica es pajosa, de diálogos vanidosos, explotadores de peones, que es a lo que misiá Barrientos llamaba gente de silla, caballeritos.
Y continué el monólogo, así:
Que el espíritu Restrepo es social; que siempre todo el que sea Restrepo está visible y como en su medio en el statu quo social; que hay una simbiosis entre lo reinante en determinado momento y el espíritu Restrepo; que si un Restrepo es revolucionario alguna vez, es señal inequívoca de que ya, ya está expirando la forma aparente de gobierno…
Que entre lo imperante y próspero, sea sociedad anónima, movimiento social o político, movimiento religioso, moda en las artes, etc., en el espíritu Restrepo hay una simbiosis… Que siempre son distinguidos, apreciados y apreciables, ministros, gerentes, ejecutivos que dicen hoy, pero jamás iniciadores-revolucionarios-inactuales… Son como los jesuitas, siempre protuberantes de egoencia, muy aparentes, nunca mediocres, pero jamás «genios». Por eso entre la Compañía de Jesús y los Restrepos hay parentesco siempre: todo padre de familia Restrepo es suegro de la Compañía de Jesús. En Colombia ha habido más de cien jesuitas Restrepos. Expresándome en términos hegeliano-marxistas diré: el espíritu Restrepo es un gran parásito de la tesis… y tales fueron y son José Manuel Restrepo, la Restrepería de Medellín y el padre Félix Restrepo, el jesuita casi genial que ha convivido y reinado con todos, con los de Dios y los del diablo, y que le sacó un millón al Pinilla para la Javeriana. ¡Gente verraca con esta de Antioquia…!
Pero, no confundir, al llegar a José Félix:
Encarnó en él ese espíritu Restrepo, ese vivir la tesis, pero de modo sublimado, hecho genio. Él vivía la tesis tan inteligentemente que también vivía la antítesis y la síntesis que aparecería… Y a eso dialéctico, a eso estable-inestable y que renace de sus cenizas, lo llamaba orden, y al orden lo llamaba justicia, y esa justicia era su Dios. Y a ese Dios aconsejó al morir que sacrificaran todo, bienestar, familia, patria, pero los bogotanitos no le entendían y le inventaron una frase de ideólogo, parecida a esa de La Sábana Santa, que leeréis más adelante.
Fue precursor de Hegel-Marx, pero con superior serenidad en la inteligencia. Y digo precursor, porque fue diez años mayor que Hegel y Marx, y Marx nació en 1818. En 1791, cuando escribió su «Oración para el Estudio de la Filosofía Natural», Hegel tenía apenas veinte años, y en esa «Oración» está el tuétano de lo que hoy llamamos Hegel-Marx y del progreso científico de hoy. Y esa «Oración» aquí, entre oscuridades de colonia española, dicha a teólogos, a frailes de ese tiempo, con tal maestría que la aceptaron y casi la viven, sin violencia… ¡Qué pedagogo! Él nos enseñó que esto que al fin llegará, el prójimo tenido como uno mismo, la comunidad, el comunismo, el hombre señor mediante el trabajo inteligente, mediante el dominio de las fuerzas naturales, puede lograrse por la dialéctica histórica cuyo secreto es el trabajo inteligente del cual nace el conocimiento.
No como Stalin y Kruschev que es a garrotazos, tumbando a garrotazos toda la síntesis que se va a convertir en tesis, porque ellos tienen preconcebido el orden social último, o sea, son idealistas…
José Félix fue un maestro, el único en América, pero no en el sentido en que dicen «el maestro Valencia», «el maestro Maya», sino en el sentido de «uno que viene a…», un descendido, con una misión, gurú, un mahatma…
En este punto del monólogo usted me interrumpió, diciéndome: «¡Pues eso es lo que quiero que me escriba!».
Respondíle que sí…, pero que la gente creería que maltrataba a los Restrepos: que la gente de por aquí no entiende, que está aún viviendo su «bien» y su «mal» que son el Pinilla y el Lleras.
Y agreguéle que mi mujer es Restrepo, la fortaleza en mi anarquía, pero que aquí dirían que esto y que aquello, y que ya estoy envejecido para aguantar rencores y venganzas, pero que tenía mucha gana de hacer una aguafuerte del envigadeño, digno de figurar al lado de Benedicto Spinoza…
Que no. Leamos en «La oración del maestro»:
Platón, preguntado una vez en qué se ocupa Dios, respondió juiciosamente: «De Semper geometrizare». Así es. Cuando Dios obra en el orden natural está sujeto a las reglas de la geometría y de la aritmética.
¿Quién era el hombre para el maestro?
Un nada, un dios caído y aherrojado por la filosofía conceptual, por la escolástica… «Aquella escolástica, dice, que por tantos siglos ha tenido en prisiones al entendimiento humano; aquella escolástica, enemiga mortal de todas las ciencias y de la misma verdad…».
¿Qué era la escolástica para el maestro? «Sutilezas cavilosas», «especulaciones sobre la hipótesis»:
«Los católicos se asían de las razones que podían suministrarles la agudeza del ingenio y las sofisterías dialécticas».
«He aquí cómo de la ignorancia de las ciencias y del abuso del ingenio y de la razón nació la escolástica entre los cristianos».
«Una lógica erizada de inútil jerigonza».
«Nuestro siglo no es la estación de sutileza cavilosa; se quiere en él sustancia y verdad más bien que distingos y palabras. Sin las matemáticas falta el método necesario para rectificar los pensamientos, coordinar las ideas y formar juicios verdaderos».
Había, pues, que rectificar el camino. ¡La ciencia! El trabajo inteligente, con ritmo matemático, del cual nace el conocimiento y el señorío sobre el universo mundo…
¿En qué se ocupa Dios? Dios geometriza.
* * *
Quién había sido el hombre, quién estaba haciendo el hombre y qué sería el hombre, son las cuestiones de que trata la «Oración para el Estudio de la Filosofía Natural» que pronunció ante clérigos y ante jóvenes ansiosos, en Popayán, en el Seminario de San Francisco (leed bien: en el Seminario de San Francisco en Popayán) el 24 de octubre de 1791 el envigadeño de 31 años José Félix de Restrepo.
Primero.—El hombre había sido un dios: mandaba y era obedecido.
Segundo.—El hombre llegó a ser nonada, un dios cagado, con oscuro recuerdo de su Paraíso, aherrojado por la filosofía escolástica.
Tercero.—Pero la Verdad, el Cristo, a quien el maestro llama Filosofía Natural, baja del cielo y le dice al hombre:
Tú no has perdido los derechos que tenías sobre la naturaleza y te sobran fuerzas para reducir a la justa subordinación tus rebeldes vasallos. Con esto, el hombre vuelve en sí y comienza a tirar el plan de una nueva conquista que le ha de costar tantas fatigas. Extiende sus ojos por el universo y reconoce que es el único en todo él que posee el don de pensar. Mide la extensión de su inteligencia, calcula sus alcances, combina sus ideas, y persuadido de que no hay cosas que puedan resistir a su inteligencia, único origen de su autoridad soberana, toma el tono de señor y comienza a hacerse respetar.
Véislo ya hecho filósofo, no en la escuela de las categorías ni del ente de razón, sino en la misma naturaleza y comienza a disponer de todo como dueño. Ya es un hábil astrónomo que mide la vasta extensión de los cielos, pesa los astros que se ruedan sobre su cabeza, determina sus órbitas, predice cuántas veces en el espacio de mil años, de mil siglos, la luna y el sol deben eclipsarse… Físico, descompone los mixtos; extrae la sal, el azufre, los licores que están encerrados; desune o junta su voluntad, y fabricando cuerpos artificiales imita y reforma las obras de la naturaleza. Nuevo Prometeo, roba el fuego celeste… Valiéndose de pequeñas causas, consigue efectos admirables; arma una fuerza contra la otra; duplica los golpes contra la resistencia; aumenta la velocidad para contrarrestar la pesadez, y caminando siempre con inteligencia, el éxito va correspondiendo a sus esperanzas. Sus victorias encienden su ánimo y cada día se halla en estado de emprender cosas más grandes. Su estatura no pasa de seis pies y se anima a perfeccionar obras que un gigante de mil brazos no intentaría…
El resumen del mensaje del mago José Félix es:
Que el hombre fue un dios paradisíaco que cayó en la nada; que fue aherrojado por la filosofía conceptual… y que va siendo libertado y guiado de nuevo al Paraíso por el conocimiento, por el ángel de la inteligencia.
Esta es la dialéctica de la historia. Es un camino de trabajo inteligente, de padecimiento y de liberación.
Por eso dije que el maestro era superior en serena inteligencia a Hegel y Marx.
Se trata de la conquista del paraíso, pero no confundáis al maestro con Stalin y Kruschev, que es a garrotazos, pateando en los pupitres, tiranizando a los pueblos, dictadura, politiquería.
El maestro, diariamente, de rodillas, rezaba el rosario porque oraba al Camino, a la Verdad y la Vida que son el Cristo.
* * *
Esa frase: «Con esto, el hombre vuelve en sí y comienza a tirar el plan de una nueva conquista que le ha de costar tantas fatigas» contiene para mí toda la historia del ser humano, en una forma insuperable; «comienza a tirar el plan de una nueva conquista»… ¡Qué hermoso!
Y terminé entonces mi monólogo, así:
¡Bien, Montoya y Montoya! Con tal que usted haga una edición sencilla, muy limpia, de Epifanio Mejía el poeta de la Historia Sagrada, el ángel musical que compuso el único himno nacional que hay en América (y realmente en América no hay sino una Patria, Antioquia, capital Envigado, si por patria se entiende ámbito de original manifestación humana y por capital el sitio del manantial, «la casa»), le haré yo una aguafuerte de José Félix.
* * *
Pero, ¿quién fue el muchacho que doña Micaela Barrientos envió a Bogotá para doctor? Alejandro Vélez Barrientos, un buen ingeniero a quien por alto, langaruto y descolorido llamaban en Bogotá La Sábana Santa.
Eso que llaman Historia Patria dice así acerca de él:
Fue discípulo del sabio Caldas. Prestó grandes servicios a la Nación como diplomático en Estados Unidos y como representante al Congreso Granadino. Siendo necesaria su asistencia para la instalación del Senado y hallándose en su lecho de muerte, se reunió aquel Cuerpo en su casa; al presentar el juramento, dijo: «Muero tranquilo habiéndome concedido la Providencia el placer de contribuir, aunque moribundo, a la instalación del Congreso que salvará a mi patria de la anarquía. Este es el último servicio que puedo prestar».
¿Tenía o no tenía razón mi abuelo Lucas de Ochoa? Pajoso, que debió quedarse en Envigado, ¡trabajando!
— o o o —
II
Aguafuerte
De cómo José Félix de Restrepo nació el veinte (20) de noviembre de mil setecientos sesenta en Envigado, en Sabaneta, al lado de La Doctora.
Como los medellinenses, que no son sino envigadeños ingratos, viven ocupados escribiendo articulitos en que bregan por robarse a José Félix, será bueno molestarlos un poco. Allá no nació ni nace nadie sino hijos de almacén.
Ni siquiera nació allá, ni es de allá, el negociante en relojes ingleses en el Orinoco, el gran Hilarión Rodríguez, alias Francisco Antonio Zea. Fue que su mamá lo parió en Otrabanda, cuando venía preñada de Santa Rosa de Osos.
¿Cómo va a nacer allá nadie, con ese bochorno que hace añusgar a uno y con esa gana de plata que aplasta las narices, narices de alpargate?
Todos los medellinenses son envigadeños caídos, aplastados por el cielo de plomo y por la gana desaforada de dinero. ¿Cómo iba a ser Rector de su Universidad nuestro José Félix? Oíd lo que produce esa «Universidad»:
«Pida su copita, lleve su botella: ron viejo, aguardiente Cristal, ron extra viejo Juan de la Cruz, brandi Cruel y gran reserva».
¡Radiodifusores, paja y paja! ¡Gobernadores!
¡Y quieren llevarse al único Maestro, al semejante a Benedicto Spinoza, para su parque de Berrío!
Pues llévenselo, que se los regalamos, que el sitio de El Envigado tiene y le basta con esta cordillera de anchísima presencia, en donde hay regazos maternales telúricos, fuentes salutíferas, ninfas, sátiros, gnomos, enanos, gigantes y céfiros, y mamelones y llanadas a donde descienden los inespaciales que nos visitan. Podemos regalar todos los hijos; nos quedan las envigadeñas anchetas de caderas, olorosas a futuro, bien ubradas, migajón fecundo para sembrar hombres. Nos queda el vientre, que es el Envigado con su montaña y sus contrafuertes y atravesados, rinconadas, cielo, suelo, susurros, aguas y las abejas angelitas, menos La Ayurá desde Rosellón para abajo, que se la robó Coltejer a cambio de puestos para concejales forasteros… y, desde entonces, La Ayurá no es fecunda, por allí no engendran ni paren ya sino gentes de cesantías, con tres días de vacaciones cuando se les muere la mamá para que se la beban. «¡Pida su copita, lleve su botella!».
Llévense a José Félix para su Medellín, capital de provincia, de subgerente del prestadero de plata, pero de subgerente nada más, porque el gerente es el padre del Lleras de Bogotá, o del gobernador, pues la República de Antioquia ya murió y ahora hay «gobernadores», doctorcitos de la «universidad», cuyo oficio es hacer beber aguardiente a los antioqueños. Viva la República de Antioquia, la República del Pacífico, la Unión de Municipalidades Comunales Cristianas, de Bocas de Ceniza, aguas arriba por el río de La Magdalena hasta el Nudo Colombiano, y de aquí línea recta al Amazonas; por el norte al Atlántico hasta Costa Rica, y por el sur lindando con el Perú.
Porque Panamá volverá amorosamente a nosotros. Ella fue la porción más digna, la única que ha vomitado a Bogotá definitivamente.
Todos los males fueron por haber puesto de capital a la capital del virreinato. Por ese solo hecho, renunciamos a la independencia lograda con tanta sangre; por eso, la separación de Venezuela y del Ecuador; por eso, la separación de Panamá, y, por eso, la absoluta separación psíquica y moral de Antioquia.
Panamá quedó separada desde el día en que ese ciclón colonial de Miguel Antonio Caro le ganó la presidencia de Colombia a nuestro Marceliano Vélez.
¡Viva la República de Antioquia! Ella existió y existe y resurgirá en la apariencia. Sus dos últimos presidentes fueron envigadeños, Pedro Uribe Restrepo y Luciano Restrepo Escobar. Y de ahora en adelante, cuando escriba Nuestra Patria, entiéndase que es Antioquia. Vamos ahora a explicar cómo, a causa de esto de República de Colombia, capital Bogotá, nació la duda acerca del lugar del nacimiento de José Félix.
* * *
Cuando la presidencia de don Luciano Restrepo Escobar, la Legislatura de mi Patria abrió concurso para premiar el mejor biografía de José Félix (1881-1885).
Presentáronse sendas biografías don Víctor Gómez y el doctor Andrés Posada Arango: aquélla, obra maestra, y la de éste, mala, como un articulito para El Tiempo.
Y en 1886, Rafael Núñez nos armó este mamotreto de Colombia-Bogotá, centralismo bogotano, y entonces se destapó don Mariano Ospina Rodríguez y se destaparon las pasiones políticas. Se destapó el indio de Mariano, es decir, publicó la biografía que había presentado tapándose con el nombre de don Vicente Gómez, así:
Biografía del Dr. José Félix de Restrepo escrita por el doctor Mariano Ospina R. Medellín. – 1888 – Imprenta de «La Libertad», a cargo de Juan C. Barrientos.
En la primera página aparece la patente de privilegio que en 1885 pidió para sí don Vicente Gómez, y en la segunda página, escribe el mismo don Víctor:
… aproveché la feliz circunstancia de que la ley dispuso que se premiara la mejor biografía que se hiciera del sabio y virtuoso doctor José Félix de Restrepo; aproveché, repito, lo apuntado, haciendo que, mediante nuestra fina y antigua amistad, otro hombre eminente —el doctor Mariano Ospina Rodríguez— se pusiese a la obra y escribiese la gloriosa vida…
¡Se destaparon los fantasmas!
* * *
¡Obra maestra esta biografía escrita por don Mariano! Ninguna en ningún lugar o tiempo la supera. El viejo Mariano fue letrado insigne y tuvo estilo sencillo, claro como de manantial, envidiable. ¡Qué envidia la que da cuando se leen sus escritos! Todo se lo hemos perdonado los antioqueños y lo hemos adoptado como envigadeño, pero guardamos cierta reserva cuando pensamos que tenía enredado entre sus calzoncillos de bayeta de indio boyacense el espermatozoo que iba a ser el Marianito Ospina Pérez… Le heredó el obrar con mampara… ¡Fantasma! Y si no fuera porque don Tulio y el general Pedorro y finquero de Pedro Nel, le quedaron como muy graciosos, tartamudos, diríamos que tuvo finísima pluma, pero un pincel que era un tarugo.
* * *
Y apenas se destapó don Mariano y vieron el doctor Andrés Posada Arango y los liberales de la muerta República de Antioquia que la biografía «buena» era de «ese viejo godo y conspirador de Boyacá», pues, como el doctor Andresito había dizque hallado en Medellín la «partida de bautismo» de José Félix, se pusieron a gritar que no valía nada la obra del viejo que afirmaba que Restrepo nació en Envigado y que fue bautizado en el templo de esa parroquia… «¡Si no había parroquia ni templo de Envigado en 1760!»…
Y el doctor Andrés Posada Arango envió a Bogotá, a publicar en el Papel Periódico Ilustrado, su malita biografía con la pretendida partida de bautismo. Todo ello en 1888, cuando publicó la suya don Mariano.
Y fue tanta la grita, que el doctor Manuel Uribe Ángel, envigadeño, que ya tenía levantados en París los pliegos de su grandiosa Geografía de Antioquia y Resumen Histórico de su Conquista, hizo imprimir una nota al pie de lo referente a Envigado, que reza:
Envigado pretende honrarse con haber sido la cuna del doctor D. José Félix de Restrepo, pero Medellín le disputa esta honra. Los vecinos de Envigado dicen que nació cerca de un riachuelo que corre por las cercanías, y que por haber sido hermano de tres doctores, el riachuelo cambio su nombre por el de Doctora. El doctor Andrés Posada Arango sostiene que nació en un punto inmediato a Medellín, junto al curso del riachuelo Iguaná. La diferencia está en tela de juicio.
* * *
Haciendo el psicoanálisis de la República Liberal de Antioquia, y del maquinador contra ella Mariano Ospina Rodríguez y del autodidacto coleccionista tacaño de conocimientos que fue el «doctor Andresito», veremos cómo de las pasiones nacieron las dos opiniones, pues la ciencia no tiene opiniones.
El viejo Ospina Rodríguez que vino a esconderse en Antioquia, en las tierras de los Zulaibar, porque muy jovencito les tuvo los atados en la puerta a los que entraron a matar a Bolívar, se casó aquí con tres antioqueñas ricas; desde entonces se dejó crecer esas barbas tan graciosas que hacen resaltar los pómulos indios y hacen como pequeña y repulgada la naricita, pues no era indio propiamente, sino un salto atrás, algo insuperable que nos entristece por lo que ya no aparecerá: el hombre colombiano, el gran mulato mestizo-zambo. Tanto lo estimamos en Envigado, que su retrato, con su gorro, sus barbas, sus pómulos, su naricita y su no se qué lo tenemos en el Ayuntamiento, con el de José Félix y el de La Sábana Santa.
Ya don Mariano había vuelto de Guatemala, en donde se refugió, enseñó y preñó a sus mujeres antioqueñas, cuando Mosquerita le quitó la Presidencia.
Y vivió en Medellín, maquinando con el doctor Berrío contra el estado liberal del Cauca, y luego, a la tapada, mamparado en los parientes de sus mujeres ricas, que eran las Barrientos, los Vásquez, los Gómez, los Zulaibar, godos bravos, todos cara de alpargate como don Estanislao Gómez Barrientos, su biógrafo y que fue como la mamá del ospinismo de entonces y de ahora: fantasmas.
Los boyacenses son escondidos, acurrucados, como arrebujados en mantas, sentados en cuclillas.
Y Andrés Posada Arango, «el doctor Andresito», era «el sabio»: autodidacto. Avaro de todo. Físico avaro, químico avaro, médico avaro, historiador avaro. Si encontraba un gallinazo desplumado, lo clasificaba como «gallina Posadea»…, y encontró una «inscripción de bautismo» en Medellín, referente a José Félix…, y a él no le dieron el premio del concurso, y don Mariano decía que nació en Envigado y que fue bautizado en Envigado, y los ex gobernantes de la República de Antioquia unían la caída de la República al nombre del maquinador godo, Ospina… ¿Entendéis ya el origen pasional del José Félix medellinense…?
Y venido a ver que la biografía escrita por don Mariano no tiene un solo defecto ni error porque Restrepo nació en Envigado, fue bautizado en Envigado, y… admiraos, en el templo de Envigado, aunque en 1760 no existía la parroquia ni el templo. Es el secreto de las obras maestras que no mienten nunca; tienen lunares, que los brutos llaman errores, pero que son verdades sublimadas. Efectivamente, José Félix de Restrepo fue bautizado en su casa de La Doctora apenas nació, al amanecer del veinte (20) de noviembre de 1760, o sea, fue bautizado entre los árboles envigadeños, con agua de La Doctora y bajo el cielo envigadeño, bañado por las constelaciones que se asomaban por Las Palmas. Y ese suelo, ese cielo, y esa agua son El templo de Envigado.
* * *
Como tal partida de bautismo hallada en la Villa de la Candelaria por el doctor Andrés Posada Arango lo que dice es que José Félix nació en Envigado y fue bautizado en Envigado, se pregunta uno si el «doctor Andresito» y sus compañeros de opinión no sabían leer… Sí sabían leer, pero leían sus pasiones. Sabían leer y vivieron leyendo, pero no sabían leer en.
Leer y leer en. Hay una diferencia entre esos términos como la del cielo y la tierra. Una cosa es leer un documento y otra muy distinta leer en un documento. Y en esta diferencia está toda la sabiduría del historiador.
Una cosa es ver una herida y otra muy diferente es ver en una herida. Ustedes ven una herida de arma de fuego; una rotura de la piel, nada más. Un médico legista ve en esa herida la distancia a que se hizo el disparo, la posición de heridor y herido, etc.
En una piedra labrada, el arqueólogo ve el edificio, el tiempo y el ambiente, un mundo…
* * *
La dicha partida de bautismo reza así:
El 28 de noviembre de 1760, el doctor Juan José de Restrepo puso óleo y crisma a José Félix, antes bautizado, hijo legítimo de don Vicente de Restrepo y de doña Catalina Vélez. Fueron padrinos don José Echeverría y doña Manuela Vélez.
Yo leo en este documento que el veinte de noviembre nació en La Doctora un hijo de Vicente de Restrepo y de doña Catalina Vélez; que nació en peligro de muerte, por parto difícil o prematuro; que lo bautizó don José Echeverría que se hallaba allí, y que a los ocho días cuando cesó la creciente del Aburrá lo llevaron a Medellín a la Villa, a inscribirlo en el libro de nacimientos, y que su pariente el presbítero Juan José de Restrepo le puso óleo y crisma.
Que nació el 20 de noviembre, porque el 20 es el día de San Félix en el calendario romano. En el siglo xviii este valle de Aburrá estaba poblado, no en forma de pueblo, sino por colonos españoles que vivían en «estancias» diseminadas, sin vías de comunicación con el resto del mundo; familias patriarcales en sus costumbres, con sólo un «santoral» o un «ramillete de devociones» como biblioteca: los hijos traían el nombre del santo en cuyo día eran paridos… «¿Qué nombre trajo?», preguntaba la parturienta, y como el compadre don José Echeverría estaba allí, en La Doctora…, pues José Félix, «¡y apenas escampe y pase la creciente del río, lo llevaremos a la Villa, a cumplir con todo!…». Que lo llevaron el 28 a eso del óleo y crisma y la inscripción, porque noviembre es el mes de puro invierno en el valle de Aburrá y el río crece (el padre Escobar se ahogó en noviembre, al pasarlo cuando iba a confesar a un moribundo a Itagüí); el camino no era esta carretera de hoy, sino un sendero pantanoso y pedregoso que pasaba precisamente por esta mi Villa «Otraparte» y cogía para Noroeste, pasaba el río, que no tenía puentes, y llegaba a la Villa de la Candelaria por lo que hoy llaman San Benito. ¡Hideputa aquel que afirma y sostenga que el maestro José Félix y la Filosofía Natural no nacieron en Envigado!
* * *
Venid ahora a la plaza de Envigado: mirad para el oriente, a la anchísima cordillera que tiene —única en el mundo— declive humano, poderosos y graciosos contrafuertes, formando regazos maternales, y todos los matices del verde y muchos más; todas las benignas temperaturas y todos los aromas de los jardines, y… ¿no es aquí en donde Anteo recuperaba y recupera su fuerza al echarse sobre su madre la Tierra? ¿No fue en aquel alto, en la finca de Pachito Pareja, en ese contrafuerte que hay entre las quebradas Huyameras y Sebastiana, abajo del Atravesado, en donde hicieron a Eva de catorce años y medio…?
Y luego seguid para el sur: pasad el puente El Envigado sobre la quebrada La Minita de Cortés; continuad bordeando la Loma del Barro, y ahí tenéis ya La Sabaneta, migajón pródigo en donde hicieron a José Félix…
¡Porque don Vicente, su padre, vino aquí a casarse con rica, y se casó con Catalina Vélez, bisnieta del capitán Juan Vélez de Rivero, que fue el patriarca de Antioquia, y aquí se quedó, aquí engendró, aquí testó, fornicó y murió, diciendo que era vecino de Envigado!
* * *
Y la ciencia de la estrellería también nos dice muy claramente todos estos nacimientos. Pero de esto no diré nunca nada, pues si no saben leer en los garrapatos del cura de la Villa de la Candelaria, qué van a saberlo en las estrellas que van saliendo por la cordillera de Las Palmas. ¡Limpias y fecundas como las once hijas del capitán Juan Vélez de Rivero!
— o o o —
III
Canto a Antioquia y
a la madre de José Félix
¡El capitán Juan de Toro! Pacificador de los indios Gualíes; pacificador de los negros sublevados de Remedios; el que quemó a Remedios de Nare y lo trasladó a donde hoy está. Este fue el gran encomendero aquí en Envigado, Sabaneta o Itagüí; fue él quien trabajó La Minita e hizo el puente El Envigado y… se casó con [ilegible] de Eva de La Ayurá. A ésta la hizo el Señor con las criadillas de los trescientos conquistadores que se quedaron en estas cordilleras y con las entrañas de la cacica Ayurá.
Con las criadillas de Balboa, los Heredias, Badillo, el insuperable portugués Francisco César (en todo caldo de raza tiene que haber portugués), los macheteros Ledesma y Bocanegra, etc., y con las entrañas de las cacicas de catorce años, fue con lo que hizo Jehová, en dos centurias de silencio literario (que es el silencio de la creación), a nuestra gran madre antioqueña.
Durante esos doscientos años, de vez en cuando venían visitadores del virreinato a examinar las arcas reales y las hallaban vacías, y nada de vanidades, y nada de pueblos y palacios, y escribían: «Estas gentes son notadas de tan engreído orgullo, que, aunque todos se tratan de primos, contraen sus matrimonios en la propia familia. Trabajan minas, y los más se dedican a la labranza de sus arados y chacras; siembran maíz, caña dulce y algunas otras legumbres, y los de Medellín son más guardosos y aplicados a no gastar, rescatantes de minerales que dan en la mayor parte de la región…». «Viven con demasiada sobriedad y sencillez y acostumbrados a viandas agrestes y groseras. Se visten con chamarra de lienzo y alpargates, o descalzos casi siempre».
Estaban haciendo a Nuestra Madre, a Eva.
Sube uno en su genealogía, aquí en Antioquia, y llega hasta un venido del Mediterráneo, pero nunca, ningún antioqueño llega a madre venida. A nuestra madre la hicieron en doscientos años de brega silenciosa, de vivir heroico y sobrio. Nuestra madre nació aquí, en la finca de Pacho Pareja, y por eso somos una raza, dueña de una tierra, y no queremos ser de Colombia capital Bogotá, de la Patria Boba, sino de la República de Municipalidades Comunales del Mar de Balboa, la República del Pacífico, si queréis.
El capitán don Juan de Toro engendró a Cristóbal de Toro Zapata, porque las primeras hijas de Eva fueron Zapata, de un Zapata que da gusto y cuyo retrato, en piedra del río Nare, poseo yo, traído de la ruina de una capilla de mineros en el hoy Municipio de San Vicente. Y Cristóbal de Toro era dueño de todas las tierras que hoy son Sabaneta, Itagüí y Guayabal. Tuvo tres nietas, de las cuales desciende toda la Antioquia de hoy.
Porque en ese entonces principiaron a venir españoles «pobres, pero eructando pavo», o sea con «papeles de nobleza» a casarse con rica. A esto llamaremos colonización. El período anterior se llama de gestación de la raza o creación de la Madre.
La una nieta, Marina, se casó con el colonizador Bartolomé Pérez de la Calle, y heredó las tierras de El Envigado, con su capilla de mineros allí, y tenemos a los doctores de la Calle, al primer Seminario en Antioquia que fue en esa casa y capilla.
La otra nieta, Bárbara, se casó con el otro hidalgo «pobre pero honrado», Pedro Leonín de Estrada, y heredó las tierras de Guayabal y mucho de Itagüí.
Y la tercera nieta, Manuela, que es el nombre de la Eva Antioqueña, el nombre más amado por aquí entre nuestros padres, se casó con… el capitán Juan Vélez de Rivero, que heredó La Sabaneta y es el patriarca de los patriarcas antioqueños.
Después siguieron llegando hidalgos con sus papelitos de «pobres pero honrados» a casarse con rica, con las Vélez, las de la Calle, las Estradas.
Los Arangos, Uribes, Echeverrías, González, Ochoas, Jaramillos, Montoyas, Mejías, etc., vinieron a casarse con rica. Y tenemos a Antioquia, una raza creada por Jehová.
* * *
Ya vimos que don Vicente de Restrepo vino a casarse con rica y se casó con Catalina Vélez; y su bisabuelo, el don Alonso López de Restrepo, también era de los venidos a casarse con rica.
* * *
¿Qué hizo el capitán Vélez de Rivero apenas heredó La Sabaneta?
Asturiano, del Valle Cabezón de la sal, fue la sal de Envigado y de toda Colombia. El que algo vale en ella, tiene sangre de Vélez de Rivero. Hasta el viejo que firmó el concubinato con la Santa Sede, y el Arango Vélez que dos o más veces ha sido nuestro gran Sacristán, llevan su sangre.
¿Qué hizo, apenas heredó al suegro? ¿Qué hizo como padre de Antioquia?
Montó, leed bien, montó la primera estancia de azúcar de caña en este Aburrá, y el primer trapiche en Antioquia.
¡Poderoso señor! Fue nuestro padre. Nos dio el alimento; panela y mazamorra. Casado de arepa y dulce.
Llamó a éste, Dulce Macho. Inventó la libra de panela y el atado envuelto en hojas secas de plátano.
La libra de panela, leed bien, la libra de panela que llevaba encima, como marca de garantía, la huella de la mano abierta de sus negritas pesadoras.
¡Oh, negritas pesadoras de los trapiches de nuestros padres! Nos criamos en los trapiches de los abuelos, cabe La Ayurá, y el vaivén de las tetas de las negritas arrullaron nuestro patriotismo. ¡Viva Antioquia!
* * *
Pero el capitán, el mielero, como le llamaban, poseía otra mejor miel: once muchachas olorosas a carne limpia, que es a lo que huele el futuro.
Y así es como aquí, sobre las ruinas del puente viejo sobre La Ayurá, en Otraparte, para que no la confundan con Colombia-Bogotá, me quito la boina, porque veo, como si fuera ya, a Catalina Vélez pariendo a José Félix y a la Filosofía Natural.
Otraparte, Envigado, octubre de 1960.
Fuente:
Ochoa Moreno, Ernesto. «Texto inédito de Femando González». En: El Mundo Semanal. Medellín, 3 de mayo de 1986, pp. 6-9.