Carta a Enrique
Caballero Escovar
Medellín, julio 30/40
Señor doctor
Don Enrique Caballero Escovar
Bogotá
Con mucho gusto le diré lo que me sugiere el recuerdo del general Rafael Uribe Uribe.
En primer lugar entiendo por dioses a los seres que nos incitan a la manifestación de nuestras capacidades creadoras; los dioses nos hacen desfachatados, nos libertan.
Entiendo por demonios los seres que nos impulsan a destruir o contaminar algo dentro o fuera de nosotros.
Todo el ambiente influye en la conducta humana; así, el que habita en jardín, revela en su actividad la influencia de éste; lo mismo, nos induce el acto de mirar un calvario, una roca, un cadáver… Todo contacto, ya sea visual, auditivo, olfatorio o táctil induce al animal. Todo nos contamina o nos embellece.
Considerados así todos los fenómenos del universo, como dioses o demonios, concluimos que debemos ser muy cautos; las cautelas de San Ignacio de Loyola…
Pero el maestro principal para el individuo de cada especie, o su principal corruptor, es su semejante; para el hombre es el hombre; ambas sentencias son verdaderas, a saber: el hombre es lobo para el hombre y el hombre es dios para el hombre.
El general Rafael Uribe Uribe, tanto en vida espacial como en la que tiene después de su muerte en nosotros, es uno de los pocos dioses que posee el pueblo colombiano.
¿A qué nos incita? ¿Cómo es pedagogo este hombre?
A la castidad. Castidad es vigilancia constante de sí mismo para evitar que la vida sea ensuciada en nosotros, o por nosotros en los demás seres.
Se es casto cuando se ama la vida y en proporción del amor. Y se la ama en cuanto se la conoce.
Así, el general Uribe vivió una vida activa y limpia en su casa paterna, en el hogar que fundó, en todos los caminos colombianos que recorrió bregando por acabar con la opresión.
El primer esfuerzo logrado del general Uribe fue el de la posesión de sí mismo: un niño tardo para aprender, ideaba métodos heroicos para no dormirse mientras estudiaba durante la noche. Así llegó a poseer cada músculo de su cuerpo; éste llegó a ser su instrumento.
¿Quién puede reclamar del general Uribe, diciendo: su ejemplo me indujo a la maldad? Y no hay individuo ni partido político colombiano que al recordar los actos valerosos que haya ejecutado no tenga que reconocer que el ejemplo del general Uribe lo incitó.
Fue también maestro de silencio. La República está llena de habladores. Hay silenciosos por impotencia y otros por continencia. Los contrarios a veces se asemejan, como el caminar despacio del elefante y la lentitud del cojo; las inquietudes de la hormiga y del excitado mestizo.
Los dioses son inmanentes, están dentro de sí mismos; son silenciosos. “El inmane Aquiles”, dice Homero. Párate ahí y si vales, aunque no hables ni te muevas, te comprarán. Entra a ese parlamento, y si tienes tu verdad, aunque no hables, convences. La vida obra directamente: sale el sol, y alumbra; sale la mujer, y los hombres la siguen embriagados. Ante el general Uribe Uribe nos sentíamos y nos sentimos libertadas todas nuestras capacidades: liberalismo.
Nunca halagó al pueblo; algunos han pretendido halagarlo con su recuerdo; nunca quiso derivar su fuerza del juego de los intereses y pasiones creados. Es decir, ni un instante fue demagogo; pero algunos han querido usufructuar su gloria. Casi siempre dijo que no, que no era así, non serviam, y muchos han pretendido adular al pueblo con su figura histórica. Su amor era el pueblo en potencia, el pueblo futuro, la promesa que encierra el pueblo.
Éste anhela un vivir cada vez más potente, pero no sabe ni expresarlo ni realizarlo. De esta impotencia nacen las directivas liberales. Para darle forma al anhelo popular. Pero directivas que abusen de los intereses creados, demagogas, no lo son sino de nombre. El general Rafael Uribe Uribe, primero, y el general Herrera fueron verdaderas directivas liberales.
Si viviera, sería el presidente que necesitamos cuando la angustia europea conmueve a la humanidad. Pero como apenas vive en nuestras almas, escuchamos su voz sin palabras, que dice: El presidente colombiano para 1942 debe ser un hombre inmanente y que se dé al pueblo colombiano; que sepa decir no; hombre para quien no exista lucha entre capital y trabajo, porque todos somos iguales, hijos de un Dios escondido, trabajadores todos, y el capital es instrumento y nunca arma para nadie.
En todo caso, este General es legendario: endurecido el cuerpo; acerada el alma; de águila y negros los ojos; ausente la blanda grasa encubridora; los bigotes como signo de eñe sobe la insinuación de ene del labio superior; hermosa la abolladura que hay entre las dos sinuosidades de éste. Agilísimo; rápido; duerme sobre el duro suelo; aparece aquí y ahora allá; la república de canónigos barrigones vive inquieta.
Hoy, muerto ya, pasa cabalgando por las plazas de los pueblos, en donde ahora son condóminos el cura y el administrador de rentas departamentales, jefe de la “directiva”; pasa cabalgando por el corazón de las muchachas ateridas, manoseadas y abusadas que mueren de hambre en las fábricas de Rosellón, Coltejer y Bello, y que esperan que este dios las liberte del gerente; cabalga por la conciencia de los que le amamos de niños por el señorío de su férrea voluntad.
Siempre suyo,
Fuente:
Publicada en: Ochoa Moreno, Ernesto. “Uribe Uribe, según Fernando González”. Generación, suplemento dominical de El Colombiano, Medellín, domingo 27 de diciembre de 2009, p.p.: 16 – 17.