Revista Antioquia
Fernando González
1936 – 1945
Antioquia 14 / 1945
Revolución
Entendemos por revolución un momento evolutivo cargado de apariencias nuevas sorprendentes.
La revolución es un modo de la evolución. Para «la gente», se trata ahí de fenómenos contrarios a un «orden»; pero es porque «la gente» no entiende, sino que vive de imaginaciones.
La teoría de los módulos de Max Plank ilustra esto de las revoluciones. Es teoría física, pero aplicable muy bien a las ciencias morales, pues «como es arriba es abajo». Dice Max Plank que la naturaleza procede por saltos: un electrón, por ejemplo, que tiene órbita x, se va cargando de energía, y apenas tiene carga z cambia de órbita, y así tenemos un fenómeno nuevo en la naturaleza, una nueva apariencia. Si no hubiera saltos, no habría fenómenos, dice Plank. Va enfermándose un organismo…; un poco más…; otro poco… y viene el salto, que es la muerte.
Contestemos a esta teoría, así: en la naturaleza, considerada en conjunto, no hay saltos. El bellísimo animal es infinito. Natura non jacit saltus. Pero la conciencia humana es granulada o saltona. Esto quiere decir que la teoría de Plank (aceptada por Einstein y todos los físicos) es categoría del conocimiento, así como el tiempo, compuesto de «instantes», y el espacio, de «partes».
De todo esto resulta la legitimidad de las revoluciones y sus anejos, las conspiraciones, los golpes, etc.
Entendemos por conspiración un amago del futuro. Conspiración, por ejemplo, son los movimientos del feto. Se trata de indicios.
Hay que insistir mucho en que a las revoluciones debe presidirlas la ley llamada de economía de la inteligencia. Esta ley la expresó Séneca así: Nihil intelligentiae odiosius acumine nimio (traducción libre: nada tan odioso para la inteligencia como el exceso o demasía).
Las normas de la buena revolución y de sus anejos (conspiraciones, golpes, etc.) son:
a) Que el ambiente esté saturado (teoría del módulus, de Plank).
b) Consecuencia de la anterior: que no se causen males peores que los que se pretenden evitar.
c) Consecuencia también: que haya sólo los sacrificios necesarios.
La guerra civil, hoy, cuando la lucha cruenta es mecanizada, es difícil para los ciudadanos; en ningún caso aconsejable.
Debe ser el salto sencillo, limpio y legítimo de Max Plank.
Se trata, por ejemplo, del vómito… Si el organismo no está saturado de hepatismo, es asunto difícil, feo y más bien perjudicial. Pero si el hepatismo llegó a la saturación, ligero tópico en la epiglotis produce el vómito y el bienestar.
Después de este análisis científico, frío e imparcial, es evidente que Alfonso López y su camada deben retirarse. Como jefes liberales, insistimos en ello. Aconsejámosles que se vayan. Queremos agotar todos los poderosos medios de la libertad de expresión del pensamiento. Y si este hombre se quedare y maltratare más, nuestros estudios irán cargando de potencialidad al ambiente…
Y en último caso…, sólo en último caso, y a tiempo y en su lugar, el brinco de Max Plank, el toque en la epiglotis del hepático saturado.
Ninguna demasía en la revolución. Ningún acumine nimio. Somos físicos, teólogos y políticos. Recordamos muy bien a don Palillo cuando fuimos nocturnamente a matar una «chucha» (zarigüeya). Estaba en el ciruelo de la huerta. Uno de los complotados se hirió al disparar, y don Palillo dijo fríamente:
Se trataba de sangre de una chucha; no de sangre humana… ¡Hubo despilfarro…!
— o o o —
Legítima defensa
El pueblo colombiano está en legítima defensa.
Para ejercerla, reanudo estas publicaciones.
Puede el individuo renunciar a defenderse y sacrificarse. Pero el pueblo no. ¿Por qué? Porque no se puede renunciar el derecho ajeno: el de los niños y las generaciones futuras.
Como miembro de la sociedad colombiana, tengo la obligación de ejercer la legítima defensa, con los medios que me son propios: la expresión escrita de mis pensamientos.
Se trata de guerra en que mis armas son estas publicaciones desnudas.
El primer deber es que el ejercicio de la defensa no cause males peores. Esto se llama ley de economía en el ejercicio del derecho.
La sangre
La sangre es licor precioso y derramarla es último argumento.
No somos conspiradores. No lo seremos, hasta que la sangre sea precio único de la libertad que tenemos de ir por la vida llevándonos a nosotros mismos a cuestas hasta llegar a la presencia del Señor.
Diremos primero que se vayan; que nada les haremos; que se pueden llevar las maletas con la plata; que no levantaremos las losas que tapan a los muertos.
Es cierto que el delincuente no se aparta del lugar de la fechoría: ronda por ahí como Raskolnikoff por la casa de la vieja. El delincuente quiere dejar al cómplice al lado de la piedra que cubre el cadáver, y a este tormento lo llaman continuismo… Les diremos que no es necesario dejar un paje ahí, cuidando el entierro; que ya todo lo sabemos; que no somos vengativos; que se vayan con el dinero y con el remordimiento; que los muertos viven en sus asesinos, y no necesitan ayuda de los vivos para que la justicia se cumpla.
¡Váyase con su conciencia! No lo odiamos. Lo compadecemos.
Un muerto habita en el asesino hasta que éste paga siete veces siete la injusticia.
Váyase, pobre hombre, que usted asesinó al sueño, como Macbeth.
¡Eso es!
Rechazamos el «éxito». Cuando algo tiene éxito, no vale un comino. Pero expliquémonos de una vez por todas: deseamos dar a luz. ¿Qué? Lo único que sabemos es que vivir es ir dando a luz, dando a luz continuamente, y que, luego, al morir, resulta que uno se parió a sí mismo.
¿El éxito de estos cuadernitos? Tenemos el convencimiento de que no valdrán nada si a ustedes les gustan. En resumidas cuentas, lo mejor es que ustedes se irriten, que los arrojen, indignados, protestando, pero que luego vayan a las casas, airados, humillados; que se acuesten; que no puedan dormir como antes, y que les parezca raro que se asome una estrella por la ventana; que se levanten a cerrarla y digan a la cónyuge que se trata de los fríjoles, que no se debe comer fríjoles por la noche.
¿O nacería el hombre para decir que todos son muy hermosos, que el ladrón es un ángel, y que este viejito arrugado y crapuloso es el as de la virtud? Es, sencillamente, el decano de las putas; el cabrón de los «presidentes»; el portero del burdel.
¿O nacería el hombre para estar diciendo y publicando que este negro de perfil de atanor es un gran hombre…?
Justicia
Todo el que está hablando de justicias es sospechoso. Lo que tapan esos discursos acerca de justicia social es envidia. Cuando se tiene conciencia de que nada es ajeno, se es comunista.
¿Comunistas estos negros atarugados?
Los pobres
Respecto de «pobres», todo hombre lo es en proporción al afán. Todos somos desaforados; nos salimos por las puntas: la punta de la barriga, la punta de los dedos, el que no los tiene cachiporras, que son los usureros, que se comen las uñas, etc.
Todos queremos ser otros, y por eso somos ladrones y toda vida humana es tristeza, pues tenemos conciencia de que nos vamos a «morir». La alegría aparece cuando se vence a la muerte.
Argumentan que hay incidentes alegres, y citan las fiestas, los bailes, los matrimonios y otros ajuntamientos. Pero al que tenga olfato, todo eso le huele a cadaverina, ácido butírico y cosas de comer, orinar y defecar. Jairo cuenta que «los delegados» fueron a la fiesta del Presidente y que sacaban con cucharones un menjurje como de agua de moras. Oh, puticos, lindos, rellenados, ¿será eso la alegría? ¡Tan jóvenes y tan bisuntos!
En resumen, mientras vivamos la «muerte», todo es angustioso y todos somos «pobres».
¿Quién venció a la muerte?
Parece que fueron Jesucristo y Sócrates. El primero contestó: «¿Qué tengo que ver con esa zorra?».
¿Qué te importa a ti, joven, ese presidente? Ajúntate con los parteros. Pero mejor es solo, darse a luz, que no morir, en el día o en la noche, que ambos tienen seno amplísimo. Si alguien te mira el hijo, o te lo oye, ¡ay, ay, ay…!, resultará que ya no es hijo tuyo, sino de monstruoso ajuntamierto de dos, semejante a dos. Aprieta tu silencio y tu noche, pues «al hombre, el mejor fruto de la Tierra, lo hacen de noche».
¿Quién ha visto el parto del hombre? Es largo, principia al nacer, y ¿quién ha oído al hijo del hombre?
¿Quién ha visto el momento? Más fugaces que lagarto o que relámpago nocturno son el momento y el hijo del hombre.
¿Qué tengo que ver con esa zorra? El día en que te honren, en que te den de lo que están ellos rellenados, el día que te lleven a «recibir el premio Cabot», habrás vendido tu alma por una papa rellena. C’est vrai, mon cher ami! Voilá le prix: la gordura, don Julio Buche; don Barrigón en el Senado. En cuanto a mí, escribo de bobilis, no quiero ser «hombre importante», sentado al lado de Patasagrias. Ahí está la cosa, en ser «loco». Cristo era «loco». ¿Fue, por ventura, Ministro de Hacienda? ¿O rey de los policías? ¡Coño! Cristo venció a la muerte.
El otro, el que tenía ojos de toro, no quiso recibir la plata ni la fuga, sino la cicuta. Estaba hasta turulato de puro «loco».
Prestaciones sociales y seguridades
El hombre no es marranito engordado de Nochebuena. Prefiere hambre canina y dolores de parto a tener seguridad de engordar, de dormir cobijado y de morir atendido. El hombre duerme solo y muere solo. Nunca se logrará que muera en sociedad. La gran blasfemia es renegar del dolor. Este es el pan específico del hombre, y es la felicidad.
Ahí está el problema: el que el dolor es preciso y precioso, y que todos los planes sociales han querido acabar con él.
El reino no es éste de los presidentes. Por eso, el «éxito» comprueba que nada vale la cosa. Y a medida que las cosas llegan al «éxito», pierden su valor. Este es siempre en proporción a la latencia.
¡A la enemiga!
Estos cuadernitos son, pues, a la enemiga. No tienen precio. Son inquietud y su precio que sea algo así como «es un loco». El día en que esta gente nos mande a «ver el esfuerzo bélico», a «radiodifundir», al Senado, al lado del negro de perfil de atanor, o codo a codo con el viejo potrudo, etc.
Pero no nos comprometemos a no tener tentaciones ni a no caer, pues hemos caído ya como siete veces siete, por gana de irnos… (¿Para dónde?)… Hace apenas unos meses, le escribimos a uno una carta vilísima, que terminaba así: «Reciba el amor de quien siempre ha admirado sus virtudes».
¡Sus virtudes! ¡Las virtudes de este hombre! ¡Si supieran quién es! ¡Putísimo, prevaricador, bajuno es el hijo de Adán y Eva! Nada puede prometer, nada les prometo.
Pero sí tengo puestas mis esperanzas en resistir a las tentaciones. ¿Cómo?
Uno de los de Francisco tenía tentación: se le aparecía el diablo en forma de crucifijo, a repetirle que no le hiciera caso a Francisco, que para qué, si ya estaba predestinado al infierno, etc.
Francisco lo llamó y le dijo que cuando se le apareciera ese crucificado le dijera: «Abre la boca, que me cago en ella».
Así, cuando este Presidente y sus paniaguados ofrezcan a los jóvenes inspectorías, viajecitos, becas, tragos de alcoholes y cosas de comer, hay que contestarles: «Abre la boca», etc.
¿Es cosa difícil esto de decir no? Si uno tiene un amor, es fácil. Casi todas las muchachas que tienen casa, y todos los «ministros», y todos los que se han enriquecido sin trabajar, no supieron decir esa palabrita. País en donde no se críe a la gente para decir no, se parece a la república de Colombia.
La cruz
No somos marranitos engordados de Nochebuena.
No somos capitalistas, tampoco.
El hombre quiere llevar su carga al cielo o a los infiernos. Quiere tener la responsabilidad de su vida. No permite que otro le resuelva sus problemas. Y sabe, además, que la vida siempre será un problema.
Es decir, estamos con Jesucristo. ¿Esclavos suyos? No. Enamorados del Hijo del Hombre.
Nuestros enemigos tienen largo el puñal; nosotros, profundo el amor.
La verdad
Somos profetas, quiere decir, que en nosotros se expresa la vida, que diremos lo que nos nazca, y… todo lo que nace es verdad.
Que otros se deleiten con el dinero o con las mujeres; que roben, simulen, mientan y calculen. «Lascivo i filosofanti lo sposarsi a ricchi stolti, a signori e a lavoratori; e essi si dilettino colla filosofia, molto migliore sposa che tutta altra». (Bocaccio, Vita del Dante).
La juventud
Maltrata a Colombia, con el nombre de Gobierno, una camada de hombrecitos. Es evidente que estamos en legítima defensa. Esta revista es revolucionaria. Es tribuna para la juventud. La ofrecemos a los jóvenes. Envíen colaboración. Apareció ya una esperanza: ya la juventud derramó su sangre en Tunja y en Bogotá.
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Suicidio verde
(Soneto para locos)
A Salvador Dalí y Inédito para la revista En el vientre sin pan de mis pistolas Las hienas buenas y las rosas malas Saco miel de las líneas paralelas Corto a la noche cármenes de esquilas Ciro Mendía |
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El Paje
(Tragedia en dos actos)
Acto I
Escena I
(Varias figuras en el escenario. La una es un frac y unos calzones con tirantes caídos; hay una Primera Dama de la República; dos mascarones con los dientes prognatas; uno, de zambo pequeño en todo, menos en la hipocresía; también está por ahí el que tiene cabeza de gato tendero.
La Conciencia, en forma de sabio viejo, al levantarse el telón, está detenida, mirando el frac y los calzones, que cuelgan de un perchero.
Durante cinco minutos queda así, quieta y silenciosa la escena.
La Conciencia va dejando caer, monótonas como campanadas, estas sentencias):
La Conciencia
—¡Es el criado…! ¡La esencia del criado es la necesidad de tener amo…! Así como la carne necesita del esqueleto o se vuelve una plasta, el criado, cuando no tiene amo, se anonada… El ego del paje es el amo…
(Silencio de un minuto)
—Si a un talego lo rellenamos, queda prestante; vacío, es un trapo caído…
(Silencio de un minuto)
—¿Está aquí monseñor Carrasquilla…? La talega se rellena de silogismos y distingos… ¿Está aquí Pedro A. López…? La talega se repleta de la voluntad del negociante… ¿Llega Alfonso López al taburete de Obando…? ¿Quién le hace mejor los mandados…?
(Un silencio. Luego, señalando
al figurín de la Primera Dama)
—Y… ¡viene la tragedia del Paje…! El ama está nerviosa, temerosa, ¿rondada por visión negra que amenaza su camino…? El Paje cita al Gran Policía y farfúllale que es preciso tranquilizarla… El Gran Policía, como paje de un paje, rellena la orden vaga y la trasmite a los menudos policías, y… así tenemos el torpe homicidio y la torpe ocultación…
(Un silencio, y dirigiéndose al Frac)
—Echandía Darío, ¡predicado de López…!
(Un silencio)
—¡Paje…! No tener personalidad sino la recibida… Concavidad que recibe… Materia prima… Os vulvae nunquam dicit: sufficit… Espejo… El espejo contiene hasta las futuras arrugas de la coqueta… Así, el Paje contiene hasta la séptima subconciencia del López…, el pseudo presidente… Ultramicroscopio… Se conoce mejor al traidor mirándolo en su paje… Sabemos de la redondez de la Tierra porque la vimos en su espejo, la luna…
(Un silencio… Revolotean por
la escena tres murciélagos)
—En Palacio lo casaron… Lo vistieron de frac… Se lo azuzaron al arzobispo don Juan Manuel González… Lo enviaron a Cali, de candidato… Le mandaron que se volviera… Lo mandaron a Roma… Hizo el mandado… Ahora lo mandan nuevamente de candidato…
(Un silencio)
—¿Cuál será la teoría de este frac con calzones…? La teoría paje, el continuismo: en mí vivirá y actuará mi amo…
Masón… Todo lo que reemplaza al ego le es piedeamigo… Trepadora o bejuco humano…: si en palmera, altura; si en ceiba, amplitud… Y cae con su árbol… Muerto, no lo juzgan; es juzgado en su amo. En el infierno, sombra de una sombra, tormento de un tormento… ¡Echandía Darío, alterego de Palacio…!
Escena II
(La misma disposición escénica, pero ahora es el Juez de Occidente, una sombra blanca la verdad desnuda, el que se va acercando a los figurines a decirles la sentencia: lo que son.
A medida que les habla, se van animando con los remordimientos y las emociones propias de los juicios).
El juez de Occidente
(Dirigiéndose al ama)
—Tú estabas temerosa…
(Dirigiéndose al Frac)
—Tú escuchabas sus temores… Cumpliste con tu naturaleza de paje, al llamar al Gran Policía y ordenarle tranquilizarla… El Gran Policía entendió, lo que se llama entender en ambiente servil como Bogotá… ¡Bogotá…!
(Dirigiéndose al Gran Policía)
—Tú reuniste a tus hombres… Asistió este secretario de Palacio… Todos «entendieron», fueron agrandando el «entender» de las almas pajes, hasta que los ejecutores «entendieron»…
Así fue como sucedió el oscuro homicidio, ¡hijos del ciego Destino!…
(Señalando al ama)
—Esta, sólo quería apartar obstáculo de su fácil camino…
(Al Frac)
—Tú, complacer a tu amo… el Gran Policía, complacer a todo Palacio, y los ejecutores, complacer al «régimen»…
Resultó el asesinato, del cual todos los de la cadena afirmáis bien que expresamente no lo ordenásteis; para el cual, los ejecutores, creéis haber recibido órdenes, pero a veces os preguntáis: «¿Sería verdad…?».
Este delito lo ordenó la subconciencia del Palacio, lo ordenaron las furias que persiguen al mal hijo coronado…
¡Matar…! Arrojar yerba a la cara del cadáver, para simular delito pasional… Esto no fue pronunciado por ninguno, ni por el primer eslabón, ni por el segundo…, pero todos sospecháis haberlas pronunciado u oído…
Solos…, cada uno de vosotros solo en grima… ¡Hablad…! Juráis que vuestro deseo era una riña, que hubiese una riña y que el negro fuese enviado lejos, a colonia penal, pero… ¿por qué no cesa la espina dolorosa…?
(Dirigiéndose al amo,
al mal hijo coronado)
—Tú no «interviniste» en los conciliábulos… Suponías que todo lo arreglarían «inteligentemente»… Pero cuando estás solo oyes que te preguntan sin palabras: ¿Por qué sabías todo y lo esperabas todo…?
(Dirigiéndose al Frac)
—Tú eres simulacro. Eres vasija. ¿Deseas ser Presidente? No… Te lo ordenaron… ¿Quién? Parece que «ellos», pero no… Es el ciego Destino, el dios serrucho… La subconciencia del «régimen» exige que tú, Paje, quedes ahí de tapa, de pesada losa del hoyo donde está escondido el crimen. ¡Voy a mostraros al homicida!
(Revolotean los murciélagos. Una racha helada penetra por el ventanal. El Juez se acerca a la ventana; estira sus largos brazos al espacio oscuro, invocando con el gesto y con les huesudas manos, como para crear una materialización… Luego se vuelve al auditorio y…):
—¡Ven, ven, homicida! ¡Te lo mando…!
(Penetra lentamente una mujer envejecida, fláccida, arrugada. Se detiene cabizbaja en el centro de las figuras).
—El asesino sois todos… El asesino es la Nueva Granada, Colombia, la parricida… El hombre es hijo del hombre, y padre del hombre y hermano del hombre…
Escena III
(Espacio ilímite, claroscuro; cielo de nubes negras y gruesas; dos troncos de árboles mútilos. Al levantarse el telón, van por la escena tres ancianos que recitan).
Coro de ancianos
Así fue… Lo vi con los ojos que ven;
todo lo demás es mentira.
El que con ojos y manos ajenos
matara al buen caballero en la oscura montaña.
Obando reina aún en el feo Palacio
donde ambulan las sombras pidiendo justicia.
Unta y bisunta tu historia, Colombia,
hasta que duerman las sombras que piden venganza.
Acto II
Escena única
(El pueblo colombiano, blancos, negros, mulatos, zambos y mestizos, forma una algarabía al levantar el telón).
El pueblo
—¿Cómo es eso de que yo fui…? ¿Qué tengo que ver ahí…?
El coro de ancianos
—Te contestaré como el maestro al niño. Ahí tienes la naranja agria en el árbol… La naranja dirá que no es cosa suya el ser ácida; que es del árbol… Este dirá que no es cosa suya, sino de tierra y aire ambientes…
Tus presidentes, tus gobernadores, tus generales Piedrahítas, tus jueces y policías, todo es tu fruto… ¿Crees que esta fila de rateros que llamas gobernantes aparecieron al acaso, sin padres, sin amigos, sin parteros…?
El pueblo
—No tengo la culpa de ser así… (Marx)
El coro
—¿Tener la culpa…?
(Se oyen gritos en la calle. Músicas y alegrías. El coro se asoma a la ventana llena de sol matutino).
El coro
—¡El Paje ha sido coronado…! Tienes, pueblo colombiano, tu rey, así como el rosal tiene su rosa. ¡Patria de los Pajes…!
Fin
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Monólogos en un puente
I
Indudablemente que la verdad de lo que piensa, siente y desea un pueblo oprimido por dictadura, ya sea violenta o solapada, se halla en esos cuadernitos de notas que los oprimidos llevan en sus bolsillos y que no son para publicar sino para desahogarse en el papel.
De los impresos de un país oprimido no se puede esperar sino la adulación, el fingimiento y lo que a cada uno le conviene para salvar el pellejo y la economía. Estaría loco el industrial, por ejemplo, que dijese su verdad, echándose la enemiga de los tiranos. El gerente verídico acabaría así con lo que gerencia; los accionistas lo destituirían. El periodista perdería los anuncios; el maestro, la escuela, y así, hasta el sacerdote, que pierde la esperanza de obispados, si, como en Colombia, es el tirano el que escoge, según el último convenio.
Por esto es por lo que en pueblos oprimidos, como lo está Colombia, una cosa se conversa en los zaguanes, por ahí en las esquinas, en voz baja, y otra cosa dicen los discursos y los impresos. Llega a tal punto la mentira y el temor, que los vocablos se vuelven al revés, es decir, que «bueno» es «malo», honrado es ladrón. Por eso, también, en los pueblos acogotados abundan cuadernitos ocultos en que se narran las tristezas y se cuentan las ganas muy grandes de que se mueran de cualquier modo los opresores. Esto se explica porque el hombre es por natural verídico y la expresión de sus verdades le es necesaria.
Hace pocos días que el doctor Luis me llevó en su automóvil a que lo acompañara a ver «unos enfermitos». En el camino me contó lo triste que estaba, con deseos de irse para Argentina, en donde no viera, ni leyera, ni oyera a todos estos tragones, que ejecutan males y parlan virtudes, bocas tiquismiquis y almarios infernales. Pero, dijo, lo tenían agarrado con unos honorarios que le pagaban los de la armadura opresora y de que vivía su familia. Además, era dizque diputado liberal.
Conversando acerca del modo o de la busca de un modo para librarnos de la opresión inmunda, llegamos a una casita de bahareques, de boñiga y sin agua. Resultó que allí estaban los «enfermitos», cinco niños como pabilos de vela de sebo, con nudos que eran escrófulas. La mamá era como palo de escoba con una bata de dril, chorriada, pues la señora no tenía hombros; la bata era corta y las piernas eran cabos de lucíferos; los pies, en unos botines muy grandes.
—¿No ha venido todavía don Eulogio, misiá Marina?
—Él no viene a almorzar, porque le queda muy lejos la escuela; desayuna y come nada más. ¡Si lo cambiaran a una escuela por aquí en Belén…!
Les recetó Jarabe de Rábano Yodado, y que doña Martina y el maestro lo tomaran también.
—Y ¿a cómo es eso?
—A dos pesos el frasco
—Lo malo es que Eulogio es de tercera, y no gana sino sesenta y la carne está a dos pesos.
Me hice amigo de don Eulogio, y a poco fui donde el director de educación (!!!).
—Vengo a pedirle algo muy fácil, nada de empleos ni de dineros. Sencillamente, que hay un maestro que tiene una casita de bahareques en Belén, en despoblado, y la escuela donde sirve le queda muy lejos y no puede almorzar: que lo cambie, con el mismo sueldo, a escuela de por ahí.
Me prometió, y pasaron los días y nada. Volví, y me dijo: Es que ese asunto es muy pequeño, es problema muy pequeño…
¡Pequeña es el alma de estos gorilas! Adular no es pequeño para ellos, ni ocupar puestos, asumir la dirección de la niñez y juventud de un pueblo, así, sin más ni más, sin otro fin que cambiar dolor de maestros y de niños por senaturía.
Así fue como me hice a los cuadernos «Bolívar», en que don Eulogio ha ido expresándose. Esto que sigue, pues, es la Colombia que hay en lo íntimo de un maestro de escuela. Esto es una bomba de cinco mil kilos, y pueda ser que estalle en almas capaces de remordimiento y de vergüenza. Copio:
II
Los colombianos estamos desde hace días en estado de legítima defensa. El honor nos obliga a bregar por librarnos de la vergonzosa opresión.
Debemos abstenernos de participar en estos delitos, principalmente en elecciones fingidas: estos fraudes son burla de la soberanía del pueblo, tan predicada y tan robada.
El fin natural del ejército es defender la patria. En Colombia lo han destinado a cuidar de los banquetes y del sueño de los prevaricadores. El pecho del general Piedrahíta semeja un baúl con chapas. Las cruces de Boyacá son más de temer que las cruces del examen de la sangre. Una, es un coronel; diez, un general.
Pero hay que tener firme la esperanza, porque la ley es inmanente. Puede el delito triunfar por tiempo corto o largo, pero el delito apetece el castigo.
Nuestro deber es no colaborar. El Partido Conservador antioqueño acaba de expresar y reconocer este deber. Todavía hay gente en Colombia. ¡Honremos a los valientes!
Tan cierto como estar de día es que el delito apetece la pena y que la pena saciará tarde o temprano al delito, es decir, estamos seguros de que Dios no ha muerto y de que Colombia resucitará.
Puede que el asesino y el ladrón sean reyes coronados aquí por un año, por tres o por diez años más, pero al fin la pena saciará al delincuente y éste morirá. Reventará, pues la pena es alimento del delito.
No colaborar. Actuar varonilmente. Resistencia activa. Somos muchos, pero dispersados. A muchos han comprado con honores y a muchos con dineros. Un Restrepo se vendió por un Banco. Otro, por oferta de embajadas. El que no se vende, ni se puede morir, pues no lo avisan en la Prensa, y el muerto que no avisen en esos periódicos, sigue vivo para padecer. Los tiranos son pocos. Su poder nace de la cobardía y anarquía de los oprimidos. Y no olvidemos que se trata de benéfico castigo; que la vida corona a prevaricadores y los apodera, hasta que se vuelva a apreciar la virtud.
III
La causalidad en un pueblo es de la misma naturaleza de los asociados. Así, como los colombianos de veintiún años han respirado siempre este ambiente de robo, hanlo visto triunfante durante sus vidas, y han asistido a la esterilidad de toda motivación noble, la causalidad colombiana, hoy, es delictuosa. La causalidad en un pueblo es de la misma naturaleza de los asociados.
Pero resulta que el hombre es por naturaleza verídico y tiende a la plenitud. A la larga, la pena lo vuelve al camino. Puede transitar por atajos, pero la inmanencia de la ley moral lo aguija y lo vuelve. Hay un dios inmanente, acial para el delito.
¡Pero esto es muy largo y la vida del individuo muy corta! No se ve ni un rayo de aurora en Colombia. Nosotros, generación triste, moriremos bajo estos ladrones, pordebajeados por la vergüenza. ¡Es como ciénaga muerta, muerta, esta Patria! ¿Dónde estás Ley, inmanencia de la Ley?
IV
Primero.—Asesinaron a Francisco A. Pérez. El ministro de gobierno, un señor Echandía, organizó este crimen y la ocultación.
Segundo.—El mismo Echandía es ahora candidato oficial para la Presidencia de la República.
Tercero.—Simularon una conspiración del ejército, simulación burda, y así pusieron preso a todo lo que valía moralmente en él.
Cuarto.—Pocas horas antes de que entrara a regir una reforma constitucional que exigía cualidades para ser de la Corte Suprema, el pseudo Presidente de la República escogió pajes suyos y con ellos formó la Corte. Si los tribunales lo condenaren en algo a él o a sus cercanos, la Corte revocará.
Quinto.—El pseudo Presidente y sus íntimos se apoderaron de los bienes de los extranjeros de países totalitarios.
Sexto.—Fraudes electorales debajo de palabras de mucha honorabilidad.
Séptimo.—El pseudo presidente López adjudicó muchas parcelas de terrenos petrolíferos a sus amigos; estos las vendieron a compañías extranjeras. Recibieron grandes sumas de dinero al contado, y con la regalía futura en las futuras explotaciones formaron sociedad anónima, con cuyas acciones le sacaron al pueblo menudo muchísimos millones.
Octavo.—El cuñado de uno de estos tres Presidentes últimos, apenas su pariente subió a la Presidencia, renunció al empleíto que le habían conseguido sus protectores en Medellín; se fue a Bogotá y en cuatro años recibió de contratistas con el Estado más de dos millones de pesos.
Noveno.—Olaya Herrera dio regalado el Catatumbo a compañía extranjera.
Décimo.—Corrompen a los hombres de influencia en los partidos de oposición: nombramiento de Gonzalo Restrepo J. para gerente del Banco Comercial; honores al clero bogotano, hasta lograr que la jerarquía eclesiástica se divida. El arzobispo don Juan Manuel González tiene que salir desterrado. La institución religiosa ha sido astutamente lanzada a la discordia. Todo lo sagrado lo hacen sospechoso.
V
Todo patriota que medite en este infierno organizado tiene que estar agradecido a quien ni por un instante ha colaborado; el único que ha mantenido una lucecita: Laureano Gómez.
Honremos a los valientes. ¿Qué sería hoy Colombia si Laureano Gómez se agacha y colabora? Contesten. Mediten y contesten.
Esteban Jaramillo, Pacho Pérez, el Chucho Marulanda, los Silvios, Leopardos y todos los negociantes antioqueños, reciben honorarios. Están riquísimos con las sobras, los sobrados. Dos hombres han sostenido dos candiles en la larga oscuridad: Laureano Gómez y Luis Navarro Ospina (1).
VI
A los tres días de muerto el niño, y a la medianoche, fue cuando la sombra augusta penetró por la ventana y, ceñuda, se paseó por mí, dejándome hecho un remordimiento. Desde entonces soy un remordimiento y tengo miedo. ¿A qué? A todos. Siento que somos solidarios en este mal.
Es evidente que morir es nacer como sombra ambulante en el alma humana.
La sombra de Napoleón no ha muerto, pero está ya muy anciana. Hitler será una sombra longeva e inquieta.
Los hombres buenos no dejan sombras ambulantes nocturnamente. Ni duelen ni aterran. Van a los cielos y son como inductores. Esto es lo que llaman Gracia.
Los que vivieron pasionalmente duran mucho como sombras. Son los espantos; deambulan bañados por los rayos lunares. Los avaros, sujetos a cruel pasión, son entre los muertos las cucarachas; espantan en rincones untados y en los agujales, en polvosos entresuelos. Los lúbricos van a morar en los tejados, desde donde atisban para descender veloces y silentes como murciélagos a reencarnar en úteros deformes. Los glotones rondan los mataderos como cauda de los gallinazos; se traban en fieras luchas, junto a las carnes muertas, a causa de las moscas rijosas. Todos los pasionales pululan en la región del ansia, que es como un vaho que rodea a la Tierra. La densidad de las sombras está en proporción de la pasionalidad de sus vidas como humanos.
Colombia es país muy triste. Hay en él un vaho de miedo. Nadie sonríe ni danza. Nos hemos hecho muy pesados. Los Presidentes colombianos serán sombras pegajosas, de cloaca. Dizque hay un planeta negro, de tanta densidad, que un puñado de su sustancia pesa miles de toneladas; lo que echemos en una cajita de fósforos pesa como una montaña. Allá van las sombras de este país triste, donde todos atormentan, se roban y prostituyen a los niños.
Allá, al tuétano de ese planeta negro, irán las sombras de ese Alfonso López que nos robó el espíritu, y de su paje, el Echandía. ¡Que sean malditas sus sombras! Amén.
¿Quién es hoy Colombia? Es el planeta negro. Es el lugar donde el general Bónitto, caballero bueno, está en una celdita de presidio, y el gran maquinador de los delitos anda por ahí de candidato a la Presidencia y dizque van a filmar sus grandezas… ¡Ay, ay, qué gana la que está haciendo de irse! (2)
(Continuará en el N°. 15)
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Mahatma Bolívar
Fue el hombre de la libertad. Pocos saben qué significa eso; creen que consiste en poder votar y ser votado. Libertad significa expresarse valerosamente: por ella es el mundo el teatro de la expresión humana. Un profesor inglés dice todo esto de un modo fuerte:
«For freedom means self-expression»; «And the secret of freedom is courage»; «No man remains free who acquiesces in what he knows to be wrong».
Ninguna inhibición para tu cabeza que persigue la verdad: así quiero al gran mulato que se expresará en el continente de Bolívar.
Quiso el Mahatma que Suramérica fuera la madre de las repúblicas, el gran campo del superhombre, el gran teatro de la expresión humana. ¿Comprendéis ahora por qué lo llamaron El Libertador?
¡Y deseo ser libre! Voy a consignar una idea-emoción que me sirva de columna para apoyarme y para hacer todos mis actos con impertinencia y vitalidad. El doctor Grillo es una universidad cuando entra a la Secretaría del Juzgado a preguntar por sus pleitos: siente su importancia; vive sus preguntas como si fuera Dios en los siete días de la creación y el descanso. A propósito, dicen que Dios quedó satisfecho de su obra. Eso prueba que en Él no hay tendencia, no existe el remordimiento.
Pues decía que seré impertinente, con esa impertinencia agradable que proviene de la convicción de la propia importancia. Para ello necesito una verdad; ella será una columna, o, mejor, un bastón como el que sirve a los buenos mozos de Bogotá para poder usar con aplomo los calzones anchos. ¡Echad, pues, esa verdad, querida manceba vida! ¿Cuál? ¿Será que mientras mis riñones filtren seré fuerte y dominador? ¿Me concentraré en la frase de Mahoma acerca de que la orina retenida es peor que brasa en la palma de la mano? No sé; voy de cabo de verdad en cabo de verdad, pasando por todas y desechándolas… Me llamaré en el baño, en soledad, mirándome en un espejo: ¡Fernando! ¡Fernando! ¿Dónde estás oculto, Fernando? ¿Por qué no te manifiestas y te impones y gritas con frase llena de persuasión: ¡Así es!; ¡lo vi!?
Me iré por los caminos y montes y llanuras, a pie, en busca de mi propia belleza, la belleza encarnada, el ideal encarnado. En esta recordación del Mahatma, deseo adquirir eso que tenía él, mejor que el oro y la verdad: facultad de irradiar vida. ¡Dónde estás, copa del conde Cagliostro!
Pero ninguna libertad he visto, ningún deseo de libertad, desde que murió Simón Bolívar.
¿Qué he visto desde mi niñez y qué he sabido de lo anterior? Generales y abogados que desean ser presidentes. He visto a Sánchez Cerro en el Perú, Uriburu en Argentina, Getulio Vargas en el Brasil, muchos indios airados en Bolivia y a Olaya en Colombia: la madre de las repúblicas despedazada.
Por eso mi gran deseo de predicar el advenimiento del gran mulato.
Suramérica está en poder de hombres que no se preocupan de nacionalismo, del aporte anímico que pueda suministrar al acervo universal.
Colombia no tiene alma; toda ella es «Mundo al día».
El hombre es un ocioso aburrido que crea grandes hombres para seguirlos; no es libre, no se preocupa por crearse a sí mismo. Por ociosos crearon los judíos el becerro de oro; ¿qué iban a hacer, a tener y amar, si el tartamudo Moisés estaba entre monte grabando penosamente diez mandamientos en dos piedras duras? Durante mi vida he asistido al endiosamiento de unos cinco bobos: Kerensky, el general Herrera, Abadía Méndez, Alfonso López y Olaya Herrera. No he podido encontrar nada grande, humano; grandes son los nevados andinos, el mar, el sol y sobre todo las estrellas y Simón Bolívar.
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El nuevo orden
¡El taita este que chilla porque al pobre le van a subir el salario! Diez años más y estará muerto, íntegramente muerto, pues su alma son diez terneros, la propiedad privada de diez becerros.
Da risa pensar en la propiedad privada: tenía mucha propiedad privada aquel viejo que caminaba en muletas y que iba todas las noches, en automóvil, donde las muchachas; llevaba una bandeja con empanadas calientes y se acostaba con ellas a rezar el rosario. Ya dizque se murió de preocupación de que fueran a subirle el salario a los pobres.
Hija de la propiedad privada es la ramera. ¿Qué muchacha se dejaría tocar de este viejo asqueroso, si él no tuviera monedas en el bolsillo y si con la moneda no se comprasen las cosas buenas?
Todos los delitos son hijos del dinero.
Apenas caiga Varsovia, van a desaparecer éste cuya alma son cuatro terneros, y el otro que manosea niñas a cambio de empanadas calientes, y el que reza creyendo que Dios es alcahuete de bolsa. Beban, beban bastante aguardiente, que se van a morir íntegramente.
Septiembre 23 de 1944
Notas:
(1) | Don Eulogio es conservador. Hace bien en admirar a Laureano Gómez en cuanto conservó su independencia y no colaboró en estos gobiernos; pero también hay que afirmar que la oposición suya ha sido apasionada; no supo frenarla con la inteligencia. En todo lo que se refiere a los conservadores, hay que tener en la cuenta que don Eulogio es gran oprimido, de esos que en sus pechos le tienen altar a Laureano Gómez. En cuanto al editor de estos monólogos, Fernando González, siempre ha dicho que es anarquista universitario. |
(2) | Avisan que ahora, pasado mañana, vendrá el Paje Echandía a buscar antioqueños que lo lleven a la Presidencia. ¿Antioquia será una ramera? ¿Por ventura será una loba? |
Fuente:
Antioquia. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, marzo de 1997. Introducción por Alberto Aguirre.
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Ultima revisión en mayo 24 de 2013