Revista Antioquia

Fernando González

1936 – 1945

Antioquia 10 / 1938

Frases para 1938

Ayer me dijo Pelón Palillo, escriba del Tribunal, refiriéndose a un señor que se volvió mantecoso, gacho, etc.: Hay que sobreponerse o nos joden. ¡Qué bella frase! Ponerse sobre sí mismo, sobre sus pasiones y debilidades, sobre pobreza y enfermedad, sobre sucesos, cosas y hombres. ¿Cuál la esencia del heroísmo sino ese verbo reflejo: sobreponerse? ¿Qué constituye la parte activa de la belleza sino la sobreposición? ¿A quién buscan las gentes y los éxitos sino al sobrepuesto? El hombre sobrepuesto se llama Cristo o Sócrates, Napoleón o Bolívar. El sobrepuesto, en resumen, el exitoso.

¿Por qué estás así, triste? ¿Qué le hace que estés solo? ¿Naciste ajuntado? ¿Eres mellizo o quíntuple? ¡Que no sean pendejos, que tú no te dejarás aplastar, porque tan hijo eres de Dios como cualquier pechisacado!

Puedes no tener cualidades aparentes, puedes ser nadie, pero puedes sobreponerte y, cuando lo hagas, lo tendrás todo, que también en ti sopló Jehová.

Todo lo que hicieres está bien si lo haces desfachatadamente; no dañes tus actos ni empeores tus faltas desacreditándolos con quejas de hembra de cañaveral.

Aquel Jacinto todo lo que hacía y tenía lo trataba de tal modo que nos convencía de que decía lo mejor y poseía lo mejor. Pues si su dueño está descontento ¿qué puede valer lo poseído? ¿No es el valor una sugestión? Y si está dudoso de sus actos ¿quién va a creer en su mérito, pues? Si el padre no cree en el hijo ¿quién, entonces?

Vivir es un secreto artístico. Vivir solo o en sociedad es arte. ¿Por qué corres, oh hijo del pánico, a vender tus cosas? Pierde las cosas pero no pierdas tu dignidad; arroja la bolsa pero quédate con el señorío.

En la sugestión está el secreto. ¿No es relatividad todo lo humano? Por ende, es apariencia.

¡Serenidad! ¡Pero si creerse nada es tan falso como creerse mucho! ¡Pero si todo depende del ánimo!

En la conversación no digas nada que no sea a propósito. Un poco más y ya se acaba la vida organizada; haz todo con gracia, que la gracia es untura de magos.

Sobreponerse es lo mismo que concretarse, y el que se concreta, construye; es el único que produce impresión, efectos.

Sea tu bello oficio el estudio y práctica de la lógica. Allí está el venero de la alegría. Y, sobre todo, piensa que un poco más y ya estaremos muertos; haz pues todo con gracia, que esa es la untura infalible para coger los bienes celícolas. ¿Por qué corres a vender, como si tu alma fueran acciones de compañía de tabaco?

Hay que ser desfachatados, porque un poco más y muertos. Y eso de querer los bienes que son de otras edades, juventud, niñez, es falta de lógica; posee el bien esencial, sobreponerse.

Si «Calibán» se mueve y habla ¿por qué no tú? Si lo oyen ¿por qué no a ti? «Calibán» es Jorge S., el hijo de don Abundio. Abundio dice que debajo del atrio de la iglesia de Envigado hay una mina riquísima, que él descubre tesoros, que posee unas varillas mágicas, que en tal lugar, etc. Es tostador de café. Jorge S. (Calibán) dice que no fuma, que tiene sex appeal, que triunfará, etc.

Hay, así por el estilo, mil estímulos para ser desfachatado. ¿No es presidente Alfonso López, y habla, y escribe y es admirado? Por ejemplo, un hijo del Manco ya se va a ordenar de sacerdote, y predicará y administrará a Cristo… ¿Y Marita, José Marita? ¿No es Marita cura de Bello? ¿Y el hijo de Ana María no está escribiendo de finanzas? Hay muchas espuelas para vencer la timidez.

Un poco más y legañoso; otro poco y meado, y otro poco y muerto, y recordado y olvidado.

No dudes, pues tú eres el núcleo de la verdad: todos los catadores de ella han dicho que por lo menos somos hijos ilegítimos de la esencia. No dudes, te repito, porque yo dudé y estoy prematuramente canoso y enervado. Oíd mis quejas enervantes:

Una de mis inferioridades es que nunca vivo en lo que conozco, o mejor, que parece que dudara de las evidencias que paro; soy esencialmente dudoso. Por ejemplo, que estoy viejo: lo sé, tengo, ¡ay!, que saberlo y, sin embargo, luego va y veo una muchacha y me tumba y obro como un calzonazos; espero en milagros, llamo para que me devuelvan mi juventud: soy imbécil. A causa de esto, mi vida ha venido declinando desde los treintas; ya voy para anciano; he padecido negros tormentos interiores; el corazón me está fallando.

No seas tú así, pues un poco más y ya imbécil; otro poco, y muerto. ¿Qué importan pues los tejidos elásticos que nacen, que devienen, que aparecen y desaparecen eternamente y que hacen gestos al pasado canoso?

Bien que seas imbécil, pero sobreponte, que nadie de tan ancha presencia, como el dueño de sí mismo. ¿No ves que Dios es quien hace una cosa tan maligna como esto que llaman hombre y que, sin embargo, quedó contento?

Y si eres vanidoso, piensa que un poco más y muerto. ¿Qué vale el que te digan inteligente? Por lo tanto, sobreponte, como hijo ilegítimo de la verdad.

Oye: ló-gi-ca es el arte de manifestarse y obrar apropiadamente; pensar, negociar, investigar, amar, odiar, asesinar, acariciar, caminar, etc. Es la ciencia de los modos; la madre de las artes. Su fundamento es la ley de causalidad o paternidad: que cada apariencia se transforma determinadamente. Nos enseña que no hay sino la divina necesidad.

Por consiguiente, sé tolerante contigo y no corras, que lo tuyo nadie puede quitártelo: la ley vigila a la entrada del hueco en donde serás enterrado, y morirás solo, así como naciste, y todo minuto está lleno de tu obra: vive tranquilo, hermano, que nadie ha pasado de muerto y ninguno ha escapado tampoco.

¿Por qué maldices y protestas? Aclimátate; esa es la virtud de los organismos. Aclimátate y acepta la muerte.

Las cosas exteriores no te embellecen; tu única propiedad es tu energía y ella es la que abrillanta al mundo exterior; por consiguiente, que jamás te fatigues; no te dejes usar, que no eres cosa sino hijo ilegítimo de Jehová.

¿No has visto, ahora, en diciembre de 1937, cómo se apresuran y son usados por el pánico estos hombrecillos que pueblan las cañadas andinas? Su alma era café y acciones de compañía de tabaco. ¡Pobres ulcerados intestinales! He visto a todos los hombres de por aquí en carreras desenfrenadas, no medidas por el ritmo de la inteligencia, buscando modo de vender lo que creían que poseían y he pensado que Fausto no perdió el señorío cuando vendió su alma. Aquí habita el homínido.

He visto que discuten y se insultan averiguando quién tiene la culpa de la baja del precio del café. ¡Pobres infantes hidrocéfalos que creen aún en la culpa! A la causalidad la llaman culpa… y a ésta la llaman Alfonso López. Este es el hijo de Venus callejera y es el presidente digno de Colombia. Nada más. ¡Pobres hidrocéfalos que tienen la dignidad en las bolsas!

Escucha mis consejos, hermano, y no tendrás cara de enervado; oye la voz de mi experiencia.

Estoy en El Manantial, la finquita raíz que compré engañado por mi ansia; óyeme:

En El Manantial, obsesionado:

Primero. —Porque tengo que tratar y contratar con animalillos astutos, alias campesinos, como son mayordomos, colindantes, etc. Los de por aquí son mestizos malignos. Me engañan; me ganan.

Segundo. —Porque toda esta gente me engaña, me gana para la brega del contratito, me domina.

Tercero. —Porque se robaron anoche, al amanecer, sacada del hermoso gallinero que edifiqué, la mejor de mis gallinas.

Esta propiedad me friega, me restriega, me abusa; es ella la que me posee a mí; es como la cónyuge. Dos errores contra naturaleza, o dos ficciones ídem, ha creado el hombre, a saber: el matrimonio y la propiedad raíz.

Lo cierto del caso es que El Manantial me posee a mí, no me deja tranquilo, por celos, celos de que otras propiedades sean mejores, por temores de robos, usurpaciones, perturbaciones del goce, limitaciones del uso y del abuso, jus fruendi, jus utendi, jus abutendi… ¡Cómo pronunciaba el doctor Ossa estas palabras bárbaras, paladeadamente, como si estuviera masticando a lo hindú el mejor manjar, para extraerle el prana, y el mejor manjar era el derecho civil…!

Por ejemplo, el Benedicto colindante afirmó hoy que la zanja del agua es suya, y ayer me pareció más bella la casita del Pedrito que la mía, y hasta me dolió físicamente el hurto de la gallina y me hizo pensar en homicidios, en escopeta regadora para matar a todos los rateros… ¡Pero si antes yo no había pensado en matar a nadie…! Y físicamente me dolió un ternero que se entró a mi fundo. ¡Pero si antes yo amaba todos los animales!

Es indudable que no soy filósofo en cuanto soy propietario. Yo era más hombre cuando habitaba la tierra ilímite y meaba en la tierra ilímite. ¿Por qué hice eso de comprar, si en Viaje a pie sentí y escribí que el cerco de púas y la partida de matrimonio eran ilusiones?

En cuanto nos casamos y en cuanto compramos finca raíz dejamos de ser inteligentes, celícolas, para convertirnos en el animal malicioso que llaman hombre. Y entonces nos dejamos usar.

Que te sirva esto de lección, hermano que buscas las huellas de la sabiduría; ¡sigue la voz de mi experiencia!

¡Necios son los que se figuran que pueden ser señores de la hembra o de la tierra, cosas que, como la mar, el cielo y el aire, son res communes omnium…!

Si hay cosas lisas, resbaladizas y antojadizas, ellas son la tierra y la mujer: pertenecen a quien ellas quieran y por el tiempo que ellas quieran.

Lo que más me ha fregado el alma es un viejo bebeco, mocho de cuatro dedos de la mano derecha, indicio de ratería, delgaducho, ojiescaldado, que lleva arena y piedra en cuatro mulitas patiquebradas, andamiajes cubiertos de cueros rotos, que cobró seiscientas cargas… ¡y eran un montoncito! ¡Viejo inicuo, capaz de enjalmar a su vieja madre, para llevar arena al Manantial…!

Oye la voz de mi experiencia, hijo mío; sigue las huellas de la sabiduría: no corras, que lo tuyo está esperándote y lo ajeno espera a su dueño; no hay robo: es ilusión: nadie puede robarte lo tuyo ni tú puedes violentar lo ajeno; tu hueco te espera y cada hombre tiene su tumba y para todos hay; por orden, que a todos nos despacharán, y un poco más y chocho, y otro poco y cadáver, y otra miaja y olvidado. No corras, hijo mío…

Sobre todo, conserva el ritmo del señorío; no te dejes afanar, pues la ley no te ha sido delegada; no eres sino hijo ilegítimo de la verdad, y si no te hiciste ni te consultaron ¿por qué te preocupas?

Escucha el resumen de mi experiencia: que jamás fui tan señor ni jamás meé tan desfachatadamente como cuando no era propietario ni cónyuge; entonces meé sobre la tierra ilímite y dormí sobre la hembra ilímite. Oye bien: «Se tu sarai solo tu sarai tutto tuo».

Eres rey de la creación; fuiste hecho el último, así como la cúpula, para que estuvieras sobrepuesto; por ende, usa y no seas usado; que todo gire alrededor de ti, hijo ilegítimo de Jehová.

Mira la obra del hombre desde que dejó de sobreponerse: propiedad, matrimonio, patrias, esclavitud y guerras.

¿Y qué importa que tú mueras? Al mundo, nada; a ti, todo; parécete que el mundo no puede continuar sin ti; sientes eso; eres, pues, una nada maravillosa.

¿No estás triste por irte de Medellín, paraíso? ¡Y hay 1.999 millones de hombres que ignoran qué es Medellín!

Un poco más y eres cero; otro poco y eres Dios. ¡Que fanciulo tan importante y tan miserable!

Noche; insomnio… ¡Qué amargas son las horas, descontento de sí mismo, de su patria, de su gente, de los hombres!

Observación: Tous mes ennemis sont déjà vieux, maigres, laids. La bonne vengeance est de se tenir jeune et gai au milieu de ses ennemis qui entrent au tombeau. Je pense Ca en regardant ce docteur avocat, Botero, qui boit du lait au front (1) de mon guéridon au Café Luis XV.

El brujo: no odia. No padece sino hasta donde no alcanza su comprensión y euforia. Vive dentro de la Ley. No ansía. No corre. Ama la salud y el dominio.

Entrégate de lleno a la brujería. Que sea tu única preocupación.

El brujo jamás, jamás critica sino que observa y comprende, pues nada puede ser de otro modo de como sucede.

El brujo no ama sino en cuanto no lo es. Es brujo en cuanto imagen de Dios, el cual es un hombre sin preocupaciones y que no se afana.

Está atento a la voz de la experiencia:

El bien es la salud y su adorno el dinero; esos que llaman filósofos son enfermos y es la enfermedad la que crea los «así debía ser». En cuanto sano, el hombre no se da cuenta, vive como pez en el agua. Contempla esos jovencitos y muchachas: tejidos elásticos, felicidad y no piensan; apenas se arrugan, filosofan. ¿Cuándo dices tú que un objeto está mal colocado? Cuando te hiere, cuando te choca. Luego la moral es reacción, es obra de no aclimatados. Todos los filósofos han sido feos y viejos, locos. Sigue tú las huellas de la sabiduría y no filosofes; ama las cosas como son; no te resistas a la vida, que ella es río; vive aclimatado; ama la salud, y al dinero como un adorno de ella. No digas «debía ser así», sino que observa cómo es y goza de ello. Acepta tu ser y al universo con orgullo y llévate a ti mismo desfachatadamente, así como las muchachas llevan las tetas.

No te duelas de tus modos irremediables, que ellos no son defectos sino cuando aceptas la opinión de quienes así los consideran; no te use la opinión ajena.

¡Qué bello serás cuando creas que eres bello! El súmmum de la sabiduría es aceptarse a sí mismo, pues somos cagajón aguas abajo.

Vive tu vida, hijo mío, y tolera tu carácter, que a nadie han encomendado el vivir por ti, y tus modos son irremediables como arrugas y tú no los escogiste.

¿Y por qué temes? Considera que de la sustancia no puedes salir, pues ¿para dónde te irías? Fuera de la sustancia no hay donde; por ende, no temas a esa apariencia que llaman muerte. Sobreponte, hijo mío.

No quieras ser de otro modo de como eres, pues tú no eres Dios.

Llévate a ti mismo, así como la muchacha sana, que no ha sido usada, lleva sus tetas.

Considera a los filósofos como enfermos que crean mundos imaginarios, y aprecia únicamente la salud y al dinero como adorno de ella.

Deseo tratar una cosa contigo y es: ¿si porque implores, te apresures, ruegues y te impacientes, conseguirás éxitos? La experiencia dice que los sucesos nacen como los organismos, de un huevo. Por lo tanto, donde no hay huevo no hay suceso. Dice la experiencia que nacemos con los huevos dentro. Por ende, nadie puede robarte tu destino y no puedes violentar la vida. El único esfuerzo que permite la sabiduría es el del parto, aquel esfuerzo que acompaña al mear con gana, al comer con gana, al viajar con gana, al laborar con gana. En resumen, no te enerves, que las cosas no se dejan coger sino cuando son irremediablemente cogibles.

Allí veo un comerciante que está demacrado, enervado. Eso no se compagina con la dignidad humana. ¡Conserva tu señorío!

— o o o —

Casiano, presbítero

Toqué. Retoqué y abrió la puerta: estaba de calzones cortos, medias largas, por encima de los calzones, camisa vieja por fuera y una escoba en las manos.

—¡Eh, hombre, ve cómo se me inundó la casita…!

—¡Pues yo le ayudo…!

—No; ya terminé. Sentate.

* * *

Su casita son dos cuartos y un comedor en donde no caben sino una mesita y un comensal.

—Bueno, padrecito, parece que usted está más pobre que yo: parecemos «conservadores»…

—Sí, hombre… Ahora nombraron un segundo coadjutor en esa parroquia y me ha quitado los trabajitos…

—¿A quién nombraron?

—¿No sabías…? Pues al padre Josefito, una fiera para los muchachos… Piensa que Cayzedo lo echó de por aquí a causa de ello; éste de ahora lo trajo y quiere apaciguarlo por las buenas… ¡Pero es un desaforado…! Anteayer me dijo el sacristán: «Padre Casiano, ¿qué hacer, que este padre Josefito me está acariciando al hijo que tengo y que ya está despertando?». Le dije: ¡Quitáselo a esa águila! Decíle a tu muchacho que no se deje manosear de sacerdotes, que Jesucristo no los mandó a eso. Decíle que le reviente las ñatas…

—¿Y por qué no se pasa usted a La Cruz?

—No; eso no; ¡con todo lo que me odia ese sacristán que puso allí Sierra…!

—¿Quién es?

—¡Pues Adolfón! El padre Henao lo había arrojado y Sierra lo trajo nuevamente. Henao, que sí era un verraco de hombre, le dijo un día, airado: «Adolfón, cacorrón, me estás pasando los monaguillos… ¡Te vas de aquí ya, ya…!».

—Bueno, padrecito, ¿y es que se han propagado los vicios contra natura?

—¡Están chotos! El único colegio en donde hay moral, en donde persiguen a los pasetas es donde los jesuitas. ¡Si vieras las escuelas y la Universidad! ¡Maricas…! Estos días vino un púber, con gomina, dizque a consultarme si era pecado dejarse acariciar por el maestro del Liceo… ¿Y es que vos vas a salir pasetas?, díjele. ¿Por qué venís a mí con esos cuentos? ¿Creés que porque estoy humillado y pobre…? «No, padre, díjome; es en serio como se lo consulto, etc.». Respondíle: ¿Y es que no has leído la historia de Pentápolis, que Dios la arrasó porque no había sino pasetas, excepto Lot…?

Mira, hombre, es lo que me decía el obispo Rueda: «A mí… me hacen sufrir mucho, padre Casiano, estos sacerdotes así… Yo disculpo que usen de la cosa natural,… pero no como este padrecito, que lo mandé a Santa Rita y pasó a los monaguillos… Que usen la cosa natural es un pecado, pero pase; lo que decía el Apóstol: si no puedes ser casto, sé cauto».

—¿Quién era el obispo Rueda?

—Era bogotano, muy bueno…, pero comprable. El padre Cadavid, cura en propiedad de Jericó, lo compró… Vas a oír: el padre Cadavid era un potentado; de más visión que Pepe Sierra para los negocios… Ya riquísimo, puso en Jericó zapaterías y carpinterías para los vagos. Algunos colegas lo acusaron, por envidia… Parte el obispo Rueda a visitarlo… Cadavid, que conocía el flaco del prelado, sale a la feria y compra la mejor muleta; va a la talabartería y encarga un apero con dorados e inscripciones. Estas rezaban: «Al egregio obispo Manuel Antonio Rueda, homenaje de su hijo espiritual, Ramón María Cadavid». Hizo pasear la muleta, ensillada, por las calles de Jericó. Luego envía una diputación compuesta por los gamonales y por una muchacha tan hermosa como la muleta; iban al encuentro del prelado; la muchacha llevaba a la mula de cabestro.

Encuentran al Obispo. La muchacha le presenta la mula y la carta remisoria. El obispo bogotano exclama: «¡Oh, el doctor Cadavid…! ¡Qué regalo tan rico…! ¡Oh, el doctor Cadavid…!». Se trepa al animal, es decir, a la mula, que no a la otra, y entra al pueblo, en cuya primera calle estaba el padre Cadavid, de capa pluvial y con el palio para entrar al Obispo. La muleta iba detrás del palio… Rueda era muy buen mozo y simpático… ¡Esas son carajadas, hombre!: Cadavid y Pepe Sierra se enriquecieron porque sabían que todo el que vive o ha vivido en Bogotá, se vende…

Te voy a contar lo que sucedió al obispo Rueda cuando se fue a pasear a Bogotá durante un recle…

—¿Qué es eso?

—¿No sabés? Es la vacación que se toma el Prelado… Pues Rueda se llevó consigo al canónigo Tirado y a la sobrina con quien vivía… Por allá los sacaron de paseo, por una hacienda de La Sabana, montados en hermosos caballos. A la sobrina le tocó el mejor, uno entero… Iban muy sabroso, muy rico, como dicen por allá, cuando el entero alcanzó a ver una potranca y ¡zas!: corre, y se le trepa y la castiga… Mientras el caballo se satisfacía, el Obispo gritaba a la sobrina: «¡Hola, hola! ¡Tente bien…! ¡No temas, que él está cumpliendo su oficio…!».

—¡Carajo!

—¡Y ve lo que son las cosas! Yo ya no me lo encuentro… ¡Lo que es la vejez…!

—¿Qué me dice de política?

—Que mano Alifonso jurgó el avispero…

—¿Cómo así…?

—¡La religión, hombre! Y es muy carajo: o ser o no ser… Pero éste, ¡dizque metido en la Iglesia y trancándole…!

—¿Cuál será el Presidente 1938?

—Le temo a Eduardo Santos… Por eso está bien la pastoral de González… ¿No la conocés?

* * *

Yo la voy muy bien con todos; soy curita de misa y olla… ¡Eso sí, el que me joda, le doy a entender quién es Casiano Restrepo…!

Se me sube la restrepada… Soy curita de misa y olla, humilde… De vez en cuando veo por aquí cerca, después de mi casa, unas doncellitas en agüita, con galanes, conversando en la acera… Yo me bajo al pasar y les digo:

El hombre es fuego;
la mujer, estopa;
el diablo viene, se acurruca y sopla…

A ellas se les sale la babita, y a los galanes, el prana… Me preguntan: «¿Qué nos dijo, padre?». Adiós, preciosuras, respóndoles, yo no acostumbro repetir.

* * *

Cuando este Casiano se vino a vivir a Medellín, Cayzedo amagó expulsarlo de la Arquidiócesis. El padre Enrique le ofició así: «Usted tiene que irse para su diócesis, la de monseñor Builes. Diga su misita, nada más, mientras tanto, y arregle el viaje».

Casiano contestó en un memorial en que sostuvo que si ningún ciudadano podía ser castigado sin oírlo y luego de vencerlo en juicio, mucho menos podíase extrañar a un sacerdote, etc. «Yo no vengo a petardear». «La restrepada me impide petardear y pordiosear». «Vine porque soy de aquí; aquí fui carrero y negociante; he servido como treinta parroquias; estoy viejo y vengo al lado de los míos». «No he cometido crimen; si hubiere algo contra mí, notifíqueseme». Hay allí esta sentencia bellísima: «Dios nos creó libres y Jesús nos libertó de la vergüenza del pecado: deseo ser tratado como tal por mis superiores jerárquicos, a quienes reverencio en Dios nada más». Termina el memorial invocando los sentimientos de benevolencia de Cayzedo, para que «no me obligue a levantar corotos».

—Padre Casiano: su memorial está muy bueno, tanto, que ordené que fuera guardado como modelo razonado y respetuoso, díjole el padre Enrique.

El diálogo entre ellos continuó así:

—Dígame una cosa, padre Casiano: cuando usted no tiene estipendio ¿siempre celebra la misa…?

—Vea, padre Enrique: usted sabe que a un caballo padre lo único que lo contiene es un buen freno… Por eso yo digo misa diariamente, aun sin estipendio, pues tal es mi freno…

El padre Enrique lo abrazó entonces y díjole: «Nunca había oído a ningún sacerdote, aunque he tratado a muchos, una respuesta tan sabia y gráfica…».

Ahí mismo le regaló un sombrero de teja, usado, y le mandó luego una docena de medias de piernipeludo (largas) y siempre que se encuentran le regala paqueticos de cigarros…

Yo quiero mucho a Enrique, dice Casiano; es ilustrado, limpio y bueno, aunque no dejo de reconocer que Cayzedo se le entregó completamente, por chocho, y que de allí vino la caída del régimen adversus Marinilla… ¡Está muy chocho, Cayzedo! Fue la figura más noble y de canela que ha producido Colombia en 130 años…

Me cuenta Casiano que luego fue donde monseñor Salazar a que le refrendara las licencias y le ampliara el ministerio «pues algo se hace y algo se gana en platiquitas», etc.

—Pues, padre Casiano, díjole el nuevo prelado, tengo que seguir el mismo derrotero de Cayzedo. Pero si usted se somete a un examen, veremos…

—Pero, su Señoría, ¿eso, a un viejo de bodas de oro como yo…? ¿Exigirle eso…?

—Entonces no podemos…

—¡No me dé el permiso! ¡Hasta mejor no confesar!

—¿Cómo así…?

—Sí, Ilustrísimo Señor, porque ahí está el perdedero del sacerdote…

* * *

Casiano vive solo, pero tiene una sobrina que es la niña de sus ojos. Ella es la contabilista, díceme, y misa dicha y plata gastada. No pertenece Casiano a esta runfla de curitas bogotanizados, que se roban el dinero de las misas encomendadas a ellos. Díceme que ajusta el con qué con los padrenuestros que reza a la salida de las misas y «con los entierros solemnes de los liberales».

—¿Cómo así, padrecito…?

«Pues que se destripa uno de estos prenderos liberales; traen la carroña a enterrarla en las Américas, pues siempre los prenderos y los políticos de por aquí mueren en Europa, de putear, pues el abuso de la mujer no sólo enerva sino que tumba el cacho, y las agencias mortuorias me buscan a mí para el entierro, “para no favorecer al clero rico”…».

* * *

En estos días, una mujer rica, dama de «la acción católica», que puso una escuela por ahí, en un barrio, «para que las rameras se tuvieran que ir», lo llevó a decir una misa a la escuela. Cuenta así:

«¡Un automóvil celestial! ¡Y qué desayuno tan verraco, hombre! ¡Vine piponcho…! ¡Si vieras!». (Se acariciaba la barriga, al decir esto).

* * *

Con sus ahorros compró casita y la reconstruyó. Para esto último tuvo que echar de ella a Pelón Palillo, que no pagaba los cánones del arrendamiento. El desahucio fue así:

—Bueno, Pelón, ¡está caída la casita…! Decíme una cosa: ¿esta casa es tuya o mía…?

—Pues yo no la desocupo, porque le he hecho reformas…

—¿Qué reformas? ¡Si hasta los quicios los has tumbado…! Bueno, Pelón, a mí no me gustan autoridades; a las diez de la mañana del miércoles vengo por las llaves…, y si no está vacía, te doy fuete y bala… ¡Mira! (Le mostró el revólver…). Vas a saber quién es Casiano, presbítero.

Al miércoles se fue decidido y encontró la casa desocupada y las llaves en la vecindad. La reconstruyó y le hizo donación de ella a la sobrina.

* * *

La sobrina es virgen madura; camina muy fino. (Casiano, para enseñarme cómo camina, mueve rápidamente los dedos índice y anular).

Cuando vino a vivir a Medellín, la halló muy enamorada de un mulato. Le dijo: «Si dejás a ese mulato, te regalo la casa». Bueno, contestó ella. Desde entonces se dedicó al arte… «Mira», díceme Casiano, y me muestra tejidos y pinturas hechos por la muchacha: una papelera, bordados, un cuadro que representa a un cura francés, de babero, que lleva el viático por una avenida sembrada de plátanos. También me muestra un retrato suyo; está con el obispo Builes y con Joaquín Emilio Gómez, jesuita.

Pero no vive con la sobrina. No es hombre para vivir en compañía este padre Casiano, con ese genio que se gasta. «A usted lo van a matar en un curato de esos, padre Casiano», dizque le decía el obispo Rueda…

—Ve, termina; conseguíme tres balas para este revólver; no tengo sino dos… y ya han venido ladrones y se llevaron diez pesos, los del entierro de aquel Néstor Cuartas…

* * *

—Bueno, padrecito, allá lo vi oficiando en el entierro de Néstor Cuartas, el que murió en Madrid, España, y Posada y el coadjutor de La Cruz parecían monaguillos, al lado suyo… Usted estaba majestuoso, como un obispito…

—¿Con que te gustó…? ¿Con que siempre te gustó…? ¡Y el coro estuvo muy bien! ¿No? El coro, de acuerdo con nosotros, los oficiantes. Ve: ¡y eso que no saqué allí todos los tonos…!

— o o o —

Hija ilegítima

Ayer fuimos hasta la casa del difunto Perucho Jaramillo y por allá nos dijeron que La Mona había parido en Las Llanadas. Todos nos alegramos. Por la noche trajeron a la parida y estuvimos mirando, mimando y comentando a la ternerita. Resulta que es hija del toro de Merce Echavarría, pues en el mes de enero, cuando estábamos en Claraval, la vaca se pasó donde el toro y le robó la semilla a la señora doña Merce. ¡Si ella y su marido supieran de este adulterio bovino, se morirían de tristeza!

Resulta que La Mona es comunista: no realiza en su conciencia el principio jurídico de que el toro de Merce sólo puede cohabitar con las vacas de Merce.

En todo caso, la ternerita se llamará La Kolontai y es blanca, con manchas café-oscuro y con el testuz abombado. Será angus, como el toro de Merce. El bolsista Uribe, marido de Merce, introdujo esa raza, muy lechera, y ya nosotros somos dueños hoy de una hija ilegítima del toro sin cuernos.

Mi vaca es de raza también. Se llama La Mona, por la color, o el general Berrío, porque es ancha de culo. Ninguno en casa sabía que estuviera preñada y mucho menos preñada del toro de Merce. Fue Margarita la que, al ver a La Kolontai anoche, exclamó: «¡Pero si es hija del toro de Merce! ¡Mira el testuz y las pintas! ¡Haz la cuenta y verás que es del toro de Merce…!: hace nueves meses que estábamos en Claraval… ¡Sí; no es del toro de don Luis Toro sino del toro de Merce!».

Pasé la noche preocupado con La Kolontai y con su porvenir. Los niños disputaron hasta muy tarde acerca de ella; todos quieren llamarse dueños; tienen desarrollado el sentido de la propiedad. Logré dormirme cuando iba en el siguiente pensamiento: es ilegítima, porque no pagamos a la señora Merce un peso por «la cogida». ¿Puede la legitimidad depender de un peso? ¿Se habrá contagiado la vida bovina de la peste moral de los hombres?, etc. (Aquí me dormí).

Los lectores estarán creyendo que este acontecimiento es oscuro, que no les importa, pero les suplico que mediten en que se relaciona con todos los problemas sociológicos a causa de los cuales el general Franco y el señor Azaña están matando gente… Sí; en el fondo, en algo es por este problema…

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El entierro de Valerio
Suárez en San Jerónimo

En un campo de este municipio, llamado Pie de Cuesta de Lopera, vivía Valerio, llamado por la gente Valerio Sapo. Este pobre era casado y tenía ocho hijos, tres mujeres, llamadas Las Sapitas, y a los hombres, que eran los otros cinco, Los Sapitos.

El dicho campo es un terreno extenso que se divide en algunas mangas con ganado y en muchos trabajaderos de arrozales, algo de cañadulce y de otros buenos frutos. Hay muchas casitas pajizas de gente trabajadora, pero sumamente pobres, pues casi todos son agregados de algunos propietarios que no viven allí. Los que las habitan, viven del jornalito, que no les alcanza sino para sustentar la envidia.

Valerio Sapo era uno de esos, pues no ganaba en la semana sino un pesito con ochenta centavos, siempre que no hubiera día de fiesta, porque entonces no recibía nada.

Resultó, pues, que Valerio se fue llenando de tuntún y todos los días estaba peor, porque si acaso le mandaban algún ferrotónico, no se cuidaba de la boca y, así, le iba peor, es decir, se empeoraba, y se fue hidropicando poco a poco, hasta que se murió.

Valerio era de grande estatura, blanco y muy soplado, feo como él solo: Dios pudo haber hecho otro más feo y no lo hizo.

Aquella noche en que murió fui yo al velorio de Valerio y lo encontré tendido en la salita, en el suelo, sobre una hilachita de esterilla, con una velita a un lado y una lamparita de petróleo al otro.

Luego que llegué, me senté en el patiecito, en una piedra grande que había y fueron llegando los vecinos al velorio, y se fueron agrupando, unos con ganas de cantar, otros con ganas de jugar y muy pocos los que querían rezarle a Valerio Sapo. Una vieja mundana, llamada Jacoba García, muy clarota, les dijo a unas muchachas que acababan de llegar: «¡Ah, ustedes…! ¿No…? No pierden reunión y sepan que si se dejan tirar las tetas de los hombres, se les vuelven como lenguas de vaca…», y a esto contestaron ellas: «Usted es una vieja muy novelera…», y ella respondió: «No les digo más; allá se los haya…».

A poco comenzó un caratoso a rezar un rosario de hora y media, que más disparatado no lo volveré a oír jamás, y terminado que hubo, empezó un canto lúgubre, tristísimo, así:

El caratoso:

Santa Catalina
cabellos de oro,
mató a su padre
porque era moro.

Coro:

Con tantas flores,
los campos se alegran,
los ángeles cantan
ave gratia plena.

El caratoso:

Mucho quiere la Virgen
a San Gregorio,
porque saca las almas
del purgatorio.

Coro:

Con tantas flores, etc.

El caratoso:

Mucho quiere la Virgen
a San Francisco,
porque imprimió las llagas
de Jesucristo.

Coro:

Con tantas flores, etc.

El caratoso:

Mucho quiere la Virgen
a San Miguel,
porque pesa las almas
como ha de ser.

Coro:

Con tantas flores, etc.

El caratoso:

Gloria Patri et filius
at espiritu santus. (Remedo del latín).

Coro:

Siculera en un principius
etinsemper seculorum
Amén. (Remedo del latín).

Después sigue lo que ellos llaman La Maunífica, remedando el tono eclesiástico, en un simulacro de latín, así:

Caratoso:

Maunífica ánima mea, Domine…

Coro:

Etescultavi spiritus meus
in eus meus…

Caratoso:

Quifeci mismagna in potens es,
esautum nomen eyus…

Siguen así:

Por allá arriba no sé dónde
celebran no sé qué santo
y por rezar un no sé qué
se gana no sé qué tanto…

Rendido de padecer
he salido a la campaña
y hasta no dar vuelta a España
no he tenido gusto y placer…

De allí me pasé, me pasé a Vergel,
donde muy bien se divisa
la sombra de un negro manto
que con camándula o rosario
rezando no sé qué
se gana no sé qué tanto…

Luego de terminado el cantico ese, unos se pusieron a jugar centavos, a los dados, otros a contar cuentos en que se oye mucho agora, cuasi, poro, lo mesmo, truje y mil antigüedades y disparates. También se desperdigaron algunas mujercillas con algunos perros, por los arrabales y mangas.

En este velorio vi a un Jorge Ramírez, casado con una vieja muy trabajosa, al que de pronto oí que le dijo una mujer: «Jorge, venga yo le digo una cosa…» y se lo llevó para detrás de la casa, y se le tendió en el suelo, se descubrió las vergüenzas y le dijo: «Échese, Jorge…», y él le contestó, muy asustado: «Bájese la saya, que se noja María Ramona», que era la mujer de él.

También hay que tener en la cuenta que esa gente no trata en el juego sino con centavos, porque son más pobres que Lázaro y más arrancados que un manco.

Pues bien, toda la noche me estuve allí viendo tantas cositas buenas y hasta cosonas, como ésas de la mujer…

Cuando amaneció, algunos llegaron con una barbacoa, para poner encima el cadáver y cubrirlo con pedazo de gante, pues no hubo caja, y lo alzaron en medio del llanto de Sapa, Sapos y Sapitos.

Diez cuadras dista la población de ese lugar de Pie de Cuesta de Lopera; apenas se llega al pueblo, en la primera calle está el cementerio y allí está el sepulturero, a quien llaman «Mata». Es un caratejo negro y bastante feo y repugnante; les dijo a los que llevaban al Sapo: «No lo lleven a la iglesia, que el Cura, si no le llevan plata, no le canta; déntrenmelo aquí, que yo le canto y es lo mismo».

Entonces lo dentraron, y Mata consiguió agua en una totuma y con una ramita de salvia le aspergió la cara, diciéndole esto:

¡Triste situación!
¡Triste situación!
¡Triste situación!
¡Sapo de monte!

y le roció la cara con la rama mojada y lo dejaron caer al hoyo; como cayó, cayó, y lo pisaron y quedó sepultado.

Epílogo

Al otro día, que era domingo, supo el Cura, y lo mandó llamar, y cuando se presentó, el tal Mata ya iba armado de cuchillo en mano y entró diciendo: «¿Qué es su llamada con tanta urgencia?». A lo que respondió el Cura: «Mata maldito, dame la llave del cementerio, maldito excomulgado…». Y entonces Mata entre otras cosas le dijo: «¡Ah so güevón, yo te puedo matar a vos como a un perro…», y levantó el cuchillo, y el Cura levantó un taburete, y llegó la policía, y se llevó al Mata y así terminó el entierro de Valerio Sapo en San Jerónimo.

— o o o —

Esbozo de
sociología colombiana [II]

(Continuación)

III. Ciencia, estética y moral. Nuestros «grandes hombres» en la revista Zig-Zag y en Buenos Aires

No me cansaré de repetiros que la sociología produce en nosotros una crisis de la capacidad admirativa, porque todo suceso tiene ombligo y todo ombligo tiene suceso. La admiración está en proporción directa de la ignorancia; de ahí que los dioses sean muy serenos; el sociólogo se les parece en cuanto que todo lo que va aconteciendo le produce la impresión de lo ya visto. Augusto Comte escribió en 1822: «La admiración y la reprobación deben estar desterradas de la ciencia».

Efectivamente, los fenómenos sociales no ocurren para que los admiremos, censuremos o aplaudamos, sino para que expliquemos su biología; dejamos la admiración para la actividad inferior del poeta y la apreciación moral para la más inferior aún del moralista.

Un caso: coged un acontecimiento cualquiera de nuestra sociedad, el número de la revista Zig-Zag de Chile, dedicado a Colombia; ahí están los retratos de los «grandes hombres» 1934 a 1937; cada pueblo tiene sus grandes hombres; estos son una función popular; los nuestros pagaron dos mil pesos para que les publicaran los retratos; ahí están los que acaban de ir a la conferencia de Buenos Aires.

Pues bien, ¿qué dirá el sociólogo? ¿Dirá, como el esteta, que Colombia está muy mal porque sus gobernantes están muy feos? ¿Dirá, como el moralista, que tal publicación es deshonrosa y que no debieron enviar a Buenos Aires a esos muchachos prematuros…? No; el sociólogo se expresará así:

Los pueblos suramericanos están determinados por el complejo colonial, porque aparecieron en circunstancias impropias para competir en obras; en ellos no se pueden fabricar unos calzones, por ejemplo, sino impidiendo la importación, y, cuando los hacen, se le caen al cliente. Y un pueblo que está en imposibilidad de hacer cosas, ¿qué hará? Soñar, derramarse… Y en un pueblo que sueña, que habla y que se derrama, ¿cómo serán los retratos de sus «grandes hombres»? Sin un solo rasgo fisonómico que tenga espiritualidad; ni una frente noble; los ojos con cierta flojedad espiritual, cierta falta de tonicidad en la mirada que no agarra, que no comprende, que no está segura… (¿Provendrá de un desacuerdo entre los hemisferios cerebrales?).

He ahí, señor poeta, que la revista Zig-Zag, de Chile, a pesar de los dos mil pesos, no podía traer sino los retratos que trae: en tiempos de Abadía Méndez habría publicado los de Pacho Pérez, equivalentes.

Y un pueblo así, señor moralista, ¿a quién enviará a Buenos Aires? A muchachos maduros a destiempo. ¿Y qué les dirán de sus proyectos? Que no están maduros. Y ¿qué harán entonces esos muchachos? Un discurso «sensacional».

La lógica es un serrucho: por donde se mete un diente sigue el otro. «Debía ser así o de este modo» son palabras de ignorante; dada la edad de la inteligencia colombiana, tenemos determinado grande hombre y, dado éste, habrá manoseo de Bolívar.

Los europeos, que ya apropian los medios a los fines, le dieron el premio de la paz a Saavedra Lamas; así derrotaron a Franklyn D. Roosevelt…

¿Por qué no enviaron a Carlos E. Restrepo? Porque este señor no está por ninguna parte del ombligo de Alfonso López.

Así contestaría un sociólogo a estos periodistas que se están admirando.

Para terminar, meditemos en estas palabras del doctor Starcke: «Todo lo que existe es digno de existir, y todo lo que es digno de existir es digno de conocimiento».

Por ejemplo, le regalé a Alfonso López un ejemplar de Mi Simón Bolívar que envió a solicitar con Ricardo Uribe Escobar, y ya veis lo que ha resultado… Y ya veis que también apareció el Haz Godo… Como teólogo, exclamé: aquí no puede un pensador engendrar porque le paren un ternero de tres patas. Como sociólogo diré: tenía que suceder; son fenómenos dignos de conocimiento.

IV. La poesía como índice. Noción de raza. Poesía de aluvión emotivo. Subestructura psíquica de Antioquia. Fariseísmo o resurrección de la carne; usura; afinidad con el judío; profetas: mesianismo; superación o casarse con rica.

En este ensayo periodístico de sociología, el orden tiene que estar subordinado a la actualidad; así, antes de seguir examinando al hombre colombiano, comentaremos la «Oda a Antioquia» del poeta Roberto Jaramillo Arango, que acaba de ser laureada y publicada en Medellín.

Pueden acusarnos de que abandonamos el camino. ¿Qué importa, si ello equivale a acusarnos de juventud? Efectivamente, la juventud se va por los atajos, persiguiendo muchachas que a veces resultan ropas que están secando en los vallados, como le sucedió a don Clodomiro. Nosotros vamos a perseguir un poema.

Un poema tiene nexos con la sociología cuando el poeta estuvo poseído por el genio de su pueblo; cuando el poeta cayó en la sagrada locura y por su boca se expresaron los instintos raciales.

En la poesía antioqueña hay indicios de alma colectiva, indicios de una raza. ¿Cuál es la noción de raza? ¿Cómo la definiremos? Así: conjunto de hombres que tienen una subestructura psíquica común que caracterizó su historia y determina su futuro.

¿Cómo les parece? Ahí está muy claro que una raza tiene personalidad. Es definición que cumple con el primer requisito: estar grávida de conceptos.

En los pueblos amorfos, híbridos en formación, tal el conjunto suramericano, no hay subestructura psíquica; todo es aluvial; de ahí que la poesía suramericana sea contagio de emociones foráneas.

Mentes altísimas fueron los Caros, Silva, y lo es Guillermo Valencia; son hombres de quienes se siente uno orgulloso de ser prójimo. Pero carecen de subestructura racial; son hombres sin patria psíquica: vástagos de inmigrantes.

Antioquia tiene indicios de una raza; posee cierta determinación en sus manifestaciones. Veamos:

El usurero antioqueño, alias financista (éste es evolución de aquél y Suramérica está aún en el periodo de la usura), es determinado en su físico, en sus modos y hasta posee una jurisprudencia o metodología: el general Ospina, Esteban Jaramillo, Gallito de Medellín, Marceliano de Envigado y, sobre todo, Marulanda.

Existe afinidad psíquica entre judío y antioqueño. Pruebas: Isaacs amó y cantó a Antioquia y aquí está enterrado cerca de Uribes, Delvalles, Santamarías y Restrepos, por voluntad expresa que manifestó, indudablemente para resucitar entre los suyos.

Hay «patriarcas»; la mujer ejerce cierto dominio judío; los sacerdotes se conducen como los levitas del Antiguo Testamento; hay profetas; abundan los Alejandro López, que predicen; se equivocan, pero predicen. En ninguna parte del mundo hay el espíritu mesiánico que reina en Antioquia. Cada antioqueño, mientras más bobo, más planes tiene para «salvar la patria»; medítese en esto de «la carretera al mar», que es una locura mesiánica; apenas enloquece un antioqueño, o quiebra, le da por «la carretera al mar». También es hebrea esa manía de creer que les están robando, que hay centralismo, que Bogotá lo absorbe todo. Judío es el casarse con rica; todo emigrante antioqueño se casa con rica.

Indudablemente que el judío es antioqueño degenerado.

Primera estrofa

Dice el poeta que no quiere morir si el cielo no es antioqueño. Comenzó penetrando en la entraña de nuestra raza.

Alma región serena,
suelo de bienandanza, fértil suelo
de rosa y azucena,
no me falte tu cielo
de aquesta vestidura roto el velo.

Segunda estrofa

Dice el poeta, en forma inimitable, que el antioqueño emigrante lleva consigo, siempre, la imagen de Antioquia y que se siente huérfano. Lo que no dice el poeta es que se casa con rica… para consolarse.

Sin la luz de tus ojos
la planta de tus hijos huella en breve
sólo espinas y abrojos,
lejos de tu aura leve,
tus nubes de vellón de oro y de nieve.

Tercera estrofa

Dice el poeta lo que todos los antioqueños sentimos: que estas arrugas estériles son fértiles. Tanto las amamos, que nos parecen fértiles. Ahí está la raíz psíquica de las exageraciones.

Solar en cuyo seno
fecunda zona derramó sus dones,
do el influjo sereno
de tus constelaciones
es fragua de los grandes corazones.

Cuarta estrofa

Dice el poeta cómo nuestro amor a la patria y aun a Dios no es otra cosa que el amor a la casita que está en la calle de atrás de la iglesia de Marinilla.

Vivienda de mi aldea,
que de opaco follaje en la espesura
calladamente humea,
dádiva la más pura
de cuantas debe al cielo mi ventura.

Quinta estrofa

Aquí es insuperable el poeta, «… que la cuna —meciste macabea— de Girardot, de Córdova, de Zea», nos hace brincar las entrañas a los antioqueños.

No madre ni hada alguna
amamantó de libertad la idea
como tú, que la cuna meciste macabea
De Girardot, de Córdoba, de Zea.

Sexta estrofa

Dice el poeta que todos nuestros padres trabajaron la tierra; que nuestros «grandes hombres» saben a qué huele el cespedón. Que de ahí proviene el sentimiento de libertad: patriarcado.

Ni dobla los hinojos
en tierra ante la testa de los reyes,
que hubo ya en tus rastrojos
quién a tus tardos bueyes
alzase el yugo para darte leyes.
…………………………………

Novena estrofa

Dice el poeta que la antioqueña tiene un dejo melancólico, pero que es gustosa; calienta a los ancianos.

De moras y mortiñas
teñidas tus zagalas y doncellas,
vagan por tus campiñas;
sus dolientes querellas
triste es oír mas es contento vellas.

Décima novena y vigésima estrofas

Nos da el poeta una descripción tan bella del café, en cuanto a su forma y su «humanización», que basta para decirle al poeta que si viviere cien años, ya pagó con creces el don de vivirlos.

No es el tomillo hibleo
ni el del Himeto en la ferace falda
cual tu arbusto sabeo,
de hoja de esmeralda,
jazmín de nieve y búcaros de gualda.

Émulo del falerno,
es blanda musa que al poeta inspira,
remite del invierno
la destemplada ira
y aromas presta a la flotante espira.
……………………………………

Última estrofa

¡Oh! Este canto meonio
que ora debo a tus dioses tutelares,
si venciendo favonio
del hado los azares
llevase allende tus paternos lares.

Sí. Es un canto meonio y lo debes a todos los antioqueños, porque es la raza la que se ha poseído de tu mortal forma para expresarse.

* * *

Resumen. El poeta ha manifestado la subestructura de una raza: como Saulo, somos fariseos, de la gran secta hebrea de la resurrección de la carne: nuestra subconciencia exige que el cielo sea aquí, al lado de éstas «cuyas dolientes querellas triste es oír más es contento vellas». Somos tan fariseos, que al espíritu nos lo imaginamos oloroso a «capote» (pedazo de tierra vegetal con el césped, que levanta el arado; cespedón). Somos tan fariseos, que no podemos usar los verbos morir e ir sino en forma refleja: irnos, es decir, llevándonos a toda Antioquia; morirnos, es decir llevándonos todas las cosas.

Le faltó al poeta la estrofa acerca del instinto de superación, de casarse con rica, de comprar las fincas del Cauca al fiado y para no pagarlas; es decir, que el papel histórico de este pueblo ha consistido y consistirá en emigrar, para unificar a Colombia.

El instinto lleva a Antioquia para el sur, orillas caucanas donde hay fincas raíces de muchachas ricas que esperan al hombre que llega con un atado a la espalda. El instinto ordena terminar esos caminos que nos llevarán a la hermosa Cali. Eso de «carretera al mar» será bueno después, pero ahora es contravenir al papel histórico de Antioquia el darle salida al mar. Nuestro deber es fecundar; deben encerrarnos dentro del país, para que fecundemos. Y tan verdadero es esto, que le han pagado al antioqueño por ir a Urabá, y se vuelve. Hacia el sur, hay que pagarle para que no se vaya en busca de muchacha que tenga finca raíz… para ponérsela a producir.

V. Gerhar Masur. El hombre manizaleño, hijo rico de antioqueño pobre: es la noción de «lo más» encarnada y con bastón de cayado. La tierra del espectaculón. El occiso y el mohán. Democracia y mohanes, etc.

Sigamos con el antioqueño por este atajo en que nos metimos y vámonos para la fría y bella Manizales. ¿Qué importa que digan que somos desordenados, si el Gobierno no nos está pagando por sociólogos, como a Gerhar Masur, un alemán turco que introdujeron dizque para mejorar la raza de los Alejandro López y Luis López de Mesa, es decir, de los adivinos? ¡Cómo hay gente bruta del cerebro por aquí! ¡Ahora sí que no van a predecir si el café subió…! Grandes cosas ha hecho el Gobierno de Alfonso López, pero la mejor es la traída de Masur. Porque francamente ¿díganme si el lector o yo estamos libres de ser presidentes? Luego aquí es muy difícil la sociología; rige aquí el principio de casualidad.

He visto, a propósito, que ahora discuten acerca de cuál será el presidente. Ese, aquí, es un problema muy esquivo; lo único que podemos afirmar es que para eso sí debían traer un Masur, quiero decir, un reproductor.

Decíamos que en la subestructura del antioqueño se observa el instinto de superación: que se casa con rica, que atisba fincas raíces. Todo el que no sea un Masur, quiero decir, que haya vivido nuestra vida, ha visto un joven descalzo, que va a pie y con un atado a la espalda. Ese joven es de Marinilla, Abejorral o Envigado y va para el sur… A los pocos años lo encontramos en Manizales, Armenia o Sevilla, con un gran bastón en forma de cayado, hablando de finanzas y «sonando para gobernador»…

¿Qué pasó? Que se casó con rica o que atisbó una finca raíz… ¡Gente verraca!

Es la historia de todos los Arangos, Villegas, Jaramillos, Uribes, etc.

Al departamento de Caldas lo conozco mucho: es el hijo del antioqueño pobre. Y un pobre que se enriquece, goza demasiado, se vuelve psíquicamente exuberante. ¿Y cómo será un pueblo de hijos ricos de emigrados pobres que encontraron finca raíz? Escandalosos; serán la gente de «lo más grande:» los yanquis, por ejemplo, y Manizales es la tierra del «espectaculón».

El «espectaculón», el espectáculo más grande de mal gusto, mucho más grande que la catedral que están haciendo, es el que dieron y dan los conservadores de Manizales con la muerte de un señor Clímaco Villegas. Esos Aquilinos están convencidos de que Dios fabricó el universo para que leyera lo que ellos escriben de la muerte de su «mártir».

Sucedió que a este señor lo mataron. Estoy seguro, pues conozco a mi gente, que en el fondo se amaban el occiso y el otro. Si éste no hubiera disparado tan ligero, se habrían abrazado o lo habrían matado a él. Es como los suicidas, que, según anota un observador astuto, si se demoran un poco, en espera de una idea agradable, no se matan. ¡Y tanto como abundan en Colombia las ideas agradables!, sobre todo en la literatura de Alfonso López: leyéndolo, se duerme el suicida.

Pues bien, «el mártir» por aquí y «el mártir» por allá; no dejaron agonizar a su herido tranquilamente; necesitaban un mártir, un santo y un asesinato que fueran «los más grandes de Suramérica». Los médicos conservadores se dedicaron a ponerle inyecciones al herido para que la agonía fuera «la más larga»; los notarios redactaron el testamento «más conmovedor». Y todo ello para que volviera a ser gobernador el general Pompilio, el más bruto de Suramérica; para que tuviéramos otra vez el Gobierno más negro de Suramérica, el conservador.

El día del entierro los haces godos llevaban estandartes en que se leía literalmente:

«¡Sangre de Clímaco, redímenos!». (!)

Así, por leyes sociológicas, Manizales tiene la gloria de ser hoy la tierra del «espectaculón» y de Aquilino.

Y tiene la gloria de que, por ello, la convención de Laureano Gómez no hable sino de mártires, y la gloria de que el país marche a la ruina social a causa de tanto mártir.

¿Por qué no se contentó con ser la más original de Suramérica en topografía, y arquitectura, y escaleras levadizas y Aquilino? Porque los de Medellín tenían… al Mártir del Capitolio.

En realidad, aquí no hay mártires; no hay sino gente enojada que no quiere colaborar. El antioqueño es avaro de su sangre; lo es todo colombiano; apenas son pródigos de lengua y de lápiz. Al que matan por aquí, es por la plata o por equivocación. Y es porque somos inteligentes, pues ¿cómo derramar la sangre por opiniones? ¿Por opiniones de estos muchachos con pelos e instinto de gobernar? El envigadeño, por lo menos, les «hace pistola».

Y pasando del occiso al mohán, es decir, de Clímaco Villegas a Barrera Uribe, ¿cómo no bendecir a nuestra barragana, la Lógica, al ver que cada tierra tiene su mohán, parecido a ella? ¡Qué deleites produce la sociología! Esto de ver que los fenómenos se ordenan legítimamente, necesitados unos por otros, como los dientes de un serrucho, nos quita el rencor, el apresuramiento y nos asemeja físicamente a los dioses: serenos y sin arrugas.

Porque respondedme: ¿qué hará el hijo rico de este antioqueño pobre, si en Medellín hay un incendio? Atizará otro «más grande» en Manizales. ¿Y si en Medellín tienen un mohán como el general Berrío? Conseguirá otro más barrigón. ¡Qué bella es la sociología!

Cada tierra tiene su mohán, parecido a ella, y en capítulos posteriores los veremos uno a uno, los de cada departamento, intendencia o comisaría. ¿Cómo hay gente tan ignorante que afirme que Venezuela no es democrática por tener al general Gómez, Italia a Mussolini, Alemania a Hitler y Rusia a Stalin? ¡Pues si cada uno es igualito a su pueblo! Stalin es el «padrecito»; por la radiodifusora de Moscú lo llaman «nuestro amado Stalin»; todos los italianos de las posguerras tienen la mandíbula angulosa; Hitler tiene la mecha de la guerra en la estrecha frente y Barrera Uribe es formidable, graso y bueno como el Quindío y Manizales.

Respecto de Venezuela, fui buen profeta en aquel Mi Compadre: allá no puede mandar sino el difunto general Páez, es decir, el difunto general Gómez, es decir, el general López Contreras, mi amigo. Predije. Dotóme la naturaleza de un gran olfato; veo y oigo por el olfato; pariéronme cabezón pero infiel, es decir, la sociología me hace guiños. ¡Y a pesar de «Mi Compadre», el Congreso colombiano sigue metiéndose en los negocios venezolanos; exige que un naranjo produzca lulumocos, que el hombre de la guerra obre como hombre de los congresos. ¡Sí que hay por aquí gente bruta para la sociología!

Continuando con el manizaleño, veamos que Barrera Uribe también es el hombre más digno de compasión. Esta gente presentista y de reacciones alharaquientas, de todo hace «lo más»: siendo un ciudadano de buena índole y activo, envigadeño de lejano origen, mató en Manizales, por impulso primitivo y, como el occiso tenía sociológicamente que ser el mártir más grande, al pobre envigadeño lo dedicaron a «hombre más corrompido de Suramérica».

¡Es cruel la sociología! Si bien nos causa deleites, también nos hiere, pues «la mujer perfecta araña».

Con razón se ha dicho que la especie sacrifica al individuo; aquí vemos que los pueblos sacrifican a los ciudadanos en aras de «la causa».

¡Pero en Colombia no puede uno ni morir! Eso de que hagan política, es decir, que riñan por los empleos, valiéndose de la fatalidad biológica que nos arrastra a un homicidio, y valiéndose de la agonía de un herido que tiene rota la columna vertebral, nos destempla los dientes a los pensadores. Cuando el autor de este esbozo muriere, no vayan, por Dios, a hacer escándalo, a decir que fue mártir del liberalismo, pues no quiere morir sino de viejo… ¡Qué horrible que de pronto vaya y Calibán se desocupe sobre mi cadáver!

(Continuará).

— o o o —

Varios

I. El idiota

Aquel hombre alto, peludo, no propiamente desagradable sino carente de sex appeal, tendría por ahí cuarenta años; por lo menos estaba en esa edad en que el amor hay que pagarlo. ¿Qué iba pensando en esa mañana luminosa? Pensaba así:

Creo haber hallado en qué consiste lo que llaman suerte en la vida social de los hombres. Lo hallé porque hace días que el trasudor del tafilete del sombrero y ciertas camisas y zapatos que me sacan en casa, me fueron adobando el juicio. Sí, indudablemente que de hoy en adelante el rey será mi gallo y que todo poder viene de Dios y que no escribiré más contra los gobernantes, etc.

Este hombre, en esa edad, en esa cierta edad, en los cuarentas, bajo la sombra de un cedro joven del Parque de Bolívar, había creído descubrir en su interior que el suertudo es como la planta sembrada en su terreno propio, es decir, que el hombre se robustece, crece y domina en la sociedad cuando ella es apropiada a su modo de ser, y viceversa; que suertudo es lo mismo que hombre actual, o bien, boca de su tiempo. Decíase: He sido de malas; no he encontrado mi terreno en donde quede sembrado para ser útil, próspero y poderoso. He bregado, pero mis actos son como huevos de gallina beata, que no echan pollos. Desde esperma he sido inactual. Sólo me consuela el principio fundamental de la estética de que todo es centro del universo; que al fin, al fin todos tenemos la misma importancia.

Y ese hombre de cierta edad se encontró conmigo después de esas meditaciones salidas del trasudor del tafilete del sombrero y díjome: Voy donde el Gobernador a decirle que es buen mozo, que es el putas de los buenos gobernantes; ¿no viste que el presbítero Enrique Uribe ya se lo dijo? Yo no volveré a escribir en El Colombiano. El padre Enrique tiene razón: ¡El rey es mi gallo! Y Santo Tomás tiene razón: el poder viene de Dios.

Así es como la vida va adobando el juicio de los jóvenes. ¡Putísima es la vida!

II. Mauricio, partero

Mauricio. —¿Ya le dio cominos?

Partera. —Tres paqueticos… ¡y nada!

Vuelve Mauricio con dos cogollos de guamo pajarito; prepara el cocimiento; se lo da a la parturienta y pun…: ¡salió el muñeco!

El autor. —Bueno Mauricio, y después del muchacho ¿qué sale?

Mauricio. —Salen las compañías…, lo que llaman las pares… Es que vea: primero sale la fuente; luego el muñeco y después las compañías…

Si no salen éstas, se pudren adentro y viene la fiebre cuerperal.

El autor. —¿Y quién era la partera?

Mauricio. —Una vieja que tenía ¡un ojo…!

El autor. —¿Qué ojo?

Mauricio. —Un ojo para conocer cuando la mujer estaba pisada. Decíame: Vea, Mauricito, ésta está ya pisada; han corcoveado mucho sobre ella.

Le pregunté en qué lo conocía y me dijo: en que tienen el culo plancho.

También conocía cuando comenzaba el embarazo.

El autor. —¿Cómo?

Mauricio. —En el ojo muerto…

El autor. —¿Qué es eso?

Mauricio. —La preñada tiene el ojo apagado. Pero hay que ser expertísimo… Decíales la vieja a las jóvenes, cuando iban de parranda: Mijas, no se dejen tirar las tetas de estos hombres corrompidos, porque se les caen como lenguas de vaca.

III. De política

El lector juicioso habrá observado que en estas publicaciones ya no se habla de política. El autor confiesa humildemente que ello se debe a un escrúpulo, a que de pronto vaya y Alfonso López sea honrado. Todo puede suceder; hay gente que gana la lotería; tan extravagante es la vida, que puede suceder hasta que Alfonso López sea honrado.

IV. De magia

Don Juancho Cadavid, el papá del padre Nolasquito, poseía la magia blanca, y un paje suyo, negro, la magia de este color. Daban funciones en la casa y a ellas asistieron mi bisabuela, mi abuela, etc. Iban muchas señoras y salía el negro y las asustaba deliciosamente con unos gestos que hacía antes de comenzar. Después de los gestos traía de la cocina un tizón encendido y se ponía a lamerlo hasta que lo apagaba. Las señoras se santiguaban y muy molestas comenzaban a decir que eso pintaba mal, que por ahí había algo pecaminoso, pero se quedaban; el negro les repetía los gestos y les rogaba que asistieran aún a otra prueba: sacaba del fogón una rodaja de madera en llamas y se la tragaba. Entonces las señoras decían: No…, no, no, y corría por la asistencia como la sombra del pecado.

En cuanto a don Juancho, sus trabajos eran con culebras principalmente. Mantenía los bolsillos llenos de culebras y se las ponía al cuello en forma de corbatas.

Un lunes dijo el paje que se iba para Tacamocho. No valieron ruegos… Las mujeres le arreglaron el joto y él partió al atardecer… Al día siguiente, por la mañana, al abrir el portón, ahí encontramos al negro.

—¿Pero no dizque se había ido…?

—¡Qué me iba a ir! ¡Toquen y verán cómo estoy juagado en sudor!

Efectivamente, estaba empapado. Dijo que había caminado toda la noche y que ya se creía cerca de Tacamocho, cuando se percató de que había estado dándole vueltas a la plaza y que estaba parado en el portón… Entramos a avisarle del suceso a don Juancho, que dormía aún; levantó la cabeza y dijo apenas: ¡Y el zambito que creía saber más que yo…!

De este negro fue de quien aprendí acerca de yerbas, contrayerbas, encantos y asombros. Voy a copiarles las recetas para enyerbar el hombre a la mujer:

1a. —Coger un tiraguas, alias matacaballo; quitarle el pífano (abdomen) y hacerlo en un tamal u otra cosa de comer.

2a. —Raspaduras del dedo gordo izquierdo del pie y de la mano mezcladas con raspadura de jarrete.

3a. —Un pelo de la cabeza, otro del sobaco y otro del negocio, en un cigarro o cigarrillo.

Me falta advertir acerca de estas fórmulas del negro mago, que a mí no me han dado resultados, pero el negro me dijo que era que yo no tenía el palito para abajo para las mujeres y que yo necesitaba la fórmula infalible. ¿Cuál? El envoltorio de billetes…

(Continuará)

V. De música

A Enrique Vargas Nariño,
maestro de rectitud
.

Febrero 7, 1938. Ayer, al retornar a «Bucarest», desprevenido, una ola repentina de bienestar salió a mi encuentro. ¡Era Martel! Aquí es mi casa: así se expresaba mi sentimiento.

¿Y por qué en francés, en este pobre francés mío? ¿Por qué me hablas en el idioma amado, amado como las mujeres que apenas hemos poseído a medias sin llegar al hastío?

Nuestra casa es aquélla en donde habitamos con los seres amados y no ésa que hemos comprado; mi casa es Bucarest, a pesar de que está registrada a nombre de Eugenio Jaramillo, pues allí estás tú enterrado y yace, en el patio, don Tilín; tú, al pie de la portada…

Y en francés, porque mi alma se va alejando cada día más de por aquí. En todo caso, me asaltó esta musiquilla:

Tu est partí le premier
en me laissant tout seul
au milieu du silence:
ma vie est un monologue
enseveli dans mon âme.

J’avais encore deux amis
et tous les deux sont partis.
Le silence: mon apanage.
Ma vie est un monologue,
et au milieu du silence.

J’oubliai la consonance
et n’aime que l’assonance
en souvenir de ta queue.

Tu queue ne faisait du bruit;
je ne la vois pas déjà
qu’en rêves, au devant de moi:

Parce que
tu es parti le premier
et je suis le voyageur
qui tient déjà sa valise
et qu’attend a la fenêtre.

Aujourd’hui en retournant
quand j’eus regardé ta tombe
mon coeur t’a demandé: pourquoi
est tu parti le premier?

Pour te guider, tu repondis
en remuant la queue…
Pour te guider au paradis
                 de l’assonance,
où demeuret ceux
qui ne surent pas dialoguer
ou qu’oublièrent le dialogue
en cherchant la beauté…

O mon ami, comme tu sais
parler en silence,
dans le silence du tombeau,
en rêves, avec l’assonance
de ta queue! A bientot!

Fernando González

* * *

Nota:

(1) Léase en face, donde dice au front. Recuerdo un cafecito parisiense que se llamaba: Ici on est mieux qu’en face.

Fuente:

Antioquia. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, marzo de 1997. Introducción por Alberto Aguirre.

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Revista Antioquia - (1936 - 1945)

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Ultima revisión en noviembre 2 de 2012