Fernando González
visto por sí mismo
Fernando González
1960
Homenaje de la Universidad Pontificia Bolivariana al Maestro Fernando González en el centenario de su nacimiento.
En 1959 Fernando González publicó el Libro de los viajes o de las presencias. Habían transcurrido 18 años desde su última obra, El maestro de escuela, que había firmado así: “Ex Fernando González”. Durante estos años de silencio y soledad, incomprensión y lucha, el maestro de Otraparte había madurado su pensamiento y abierto nuevos, pero siempre fieles, horizontes a su filosofía. Sin embargo su librito, que él soñaba “empastado en rojo oscuro, casi negro, y que cabía en el bolsillo de la chaqueta” (color madera de ataúd, cuenta Alberto Aguirre que le decía Fernando), fue rechazado por la editorial Bedout. Estalló su ira de profeta. Pensó en irse del país. Fue entonces cuando Aguirre se comprometió a editar su obra. Se iluminaron los ojos del maestro y gritó a su mujer: “Margarita, nos quedamos en Colombia”.
Pero en Colombia lo desconocían, como lo desconocieron siempre, como filósofo. Por eso, cuando un año más tarde el sacerdote jesuita Jaime Vélez Correa preparaba el material para una obra que publicó como separata de la revista “Universidad de Antioquia” (No 143) con el título “Proceso de la filosofía en Colombia”, no había pensado incluir la obra de Fernando González como representativa de un pensamiento filosófico nacido en Antioquia. El médico Luis Alfonso Vélez Correa, hermano del sacerdote, le habló de Fernando González y el jesuita fue a ver a ese otro “jesuita suelto” que vivía en Envigado. Resultado de este conocimiento fue que el padre Vélez le hizo llegar por intermedio de su hermano, “un interrogatorio sobre filosofía colombiana y sobre mi persona” al pensador de Otraparte.
Entre el 29 y el 30 de noviembre de 1960 Fernando González escribió, de su puño y letra, con bolígrafo azul, diez cuartillas que pidió al médico Vélez pasara a máquina para enviar a su hermano.
El doctor Luis Alfonso Vélez, a quien ligaban con Fernando González vínculos de amistad y admiración, ya que durante los últimos siete años de la vida del maestro mantuvo con él contacto periódico de conversación y orientación ideológica y espiritual, cumplió la misión encomendada, conservando el original manuscrito de la carta.
El padre Vélez, en la obra citada, transcribe algunos párrafos: la postdata (Proceso de la filosofía en Colombia, pág. 928) e, íntegras, las seis últimas páginas del manuscrito, donde Fernando González, tal vez la única vez en su vida, accede a definir cada una de sus obras (ib. págs. 929 y 930). Creemos brindar un aporte al creciente interés por el filósofo antioqueño con esta edición facsimilar del documento. Ahí está vivo, inquietante, perturbador, Fernando González.
Ernesto Ochoa Moreno
Envigado, abril de 1995
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Envigado, Otraparte, nov. 29 de 1960
Al doctor Presbítero
don Jaime Vélez Correa, S.J.
Universidad Javeriana
Bogotá.
Con su hermano don Alfonso me hizo usted el honor de enviarme un interrogatorio sobre filosofía colombiana y sobre mi persona.
¡Por Dios, Padre, que esto que llaman Colombia sí está en los mapas y dizque es república unitaria, capital Bogotá, y han publicado leyes, pero no es cosa viva; no es un pueblo; realmente no es un organismo vivo; tiene organismos vivos entre sus componentes, a saber; el pueblo antioqueño; bastante los pueblos caucanos, los pastusos, los boyacenses y los caribes (la costa atlántica)!
Cerremos los ojos y pregúntese cada uno, así: De mis prójimos (hombres) ¿sí tiene más comunidad conmigo el boyacense que el catalán o el francés? No. Es más próximo físicamente, porque las tierras suyas y las mías se tocan. ¿El pastuso y el caucano? Sus psiquis están a mil años luz, pero sus tierras se tocan. ¿Y los bogotaes? Estos son como de la antimateria, pero están en el centro del territorio, son La Capital, como la araña en el centro de su tela chupadora…
Quiero decir, y es tan evidente como el carbonero somnífero que tengo aquí al frente de donde estoy escribiendo, que Colombia existe como tierra alindada, más o menos aceptada por el resto del mundo como república, es decir, por convenio de política internacional, pero que no hay la nacionalidad colombiana, el pueblo colombiano, con sus pasiones, actividades, artes, filosofía, religión, costumbres vivas, comunes, vitales.
No espere nadie hallar “filosofía colombiana”, es decir, esa actividad resultante de vernos individuos, huérfanos, y la viva necesidad de tener Padre y Madre, y que esa actividad tenga como hilo histórico las características de un pueblo, una gente, una patria. Tal como sucede con las filosofías indú, persa, judía, griega, francesa, alemana, inglesa… La filosofía es una sola, pero coge úno a un filósofo francés y siempre preside el número, la medida; los sentidos están siempre alerta; y es tan pueblo el francés, que los místicos suyos nunca “enloquecen”, nunca ven aparecidos. Los ingleses coloran siempre su filosofar con cierto realismo, cierto puritanismo y cierta moral de colonizadores: God save the King, y el rey son ellos… y gold (oro) y God (Dios) se parecen mucho… Los indúes buscan y hallan al Padre, pero siempre con la desnudez y la renuncia. Todo lo indú es gimnosofista (filósofo desnudo) y su dios (avatar) o Buda está sentado en el suelo, piernicruzado, impasible y beato. Todo es nirvánico en la India sagrada. ¿Y no es tan bella y de belleza del mismo género la filosofía socrática, y la platónica y la epicúrea, etc., como las Venus y los Partenones? ¿No fue escultor Sócrates? ¿No son esculturas dinámicas los Diálogos platónicos y las Tragedias, madres de toda dramática?
Así, pues, usted sí halla escritores filosóficos colombianos, pero es una actividad sin patria, sin pueblo: anárquica, como anárquica es nuestra “república”; colonial, como colonias son estos países suramericanos. Filosofía, culto religioso, arte, etc. que unas veces son franceses; otras, alemanes; otras, anglosajones; ya rusos; ora, indúes, según la “moda” que impere. ¿Pero algo vital, manifestación de un pueblo, de una gente? ¡Nequaquam!
Esta ley de que todo tiene que estar vivo en úno para que pueda ser vivo en la manifestación, debe grabarse, vivirse muy bien, antes de que se principie a filosofar, a legislar, a esculturar o pintar, a cantar y danzar.
Y puede muy bien uno convertirse en médium de otro y obrar por él. Tales son los legisladores, los filósofos, los poetas, etc., en su mayoría casi total, que figuran y han figurado en América. Es porque todo país y tierra colonial recibe sus valores de los colonizadores, hasta que paso a paso y en larguísima brega y duro trabajo adquiere conciencia de que también es hijo de Dios o “hermano cristiano”.
¡Durísima brega y larga! Si el elefante tarda 15 meses en gestar, una colonia tarda cientos de años en gestar la conciencia de sí misma. ¡Considere usted a estos pueblos caribes, centro y suramericanos! Medite usted en que ahora, cuando África, Asia y Oceanía renacen a la conciencia de su propia vida, aquí en estas Américas, Cuba y Venezuela (yo esperaba un poco de egoencia de Venezuela) no pueden concebir el liberarse del tutelaje sino entregándose como ansiosas rameras al imperialismo ruso. El que es colonia por dentro, concibe la libertad como cambio de amo.
* * *
Pero si uno estudia y medita bien en este problema de la vanidad y de la gravedad o veracidad, ve muy claramente que todo ser vivo, toda apariencia tiene su propio espíritu; que en él hay la idea de su cuerpo actualmente existente en acto, es decir, llega uno a saber que todos somos hijos de Dios.
Y meditando en cómo puede un hombre o un conglomerado de hombres que vienen habitando determinado suelo tener conciencia del espíritu que son, se ve muy claramente que mediante lo siguiente (y no hay otro camino para ello):
1º No mentir (no aparentar ser otro; no pretender ser otro. O sea, matar toda vanidad).
2º Conocer y aceptarse (Toda apariencia es voluntad del Padre, tan divina como cualquier otra apariencia).
3º Cumplir la Voluntad de Dios impresa en uno y realizarse en el universo (concienzarse).
Así se acaban los hombres-colonias, los países-colonias; los hombres-caballeros y los hombres-peones, y todos seremos señores, dioses: “¿No oísteis que de antiguo se dijo: Dioses sois?” (Jesucristo).
Pues bien, padre Vélez Correa, de eso tratan los libritos que he escrito y todo mi vivir ha sido eso, desde que me conozco.
En Los negroides examiné dramáticamente, o sea, partiendo de mi personita, eso que se llama vanidad, mentira, estar poseído por el demonio de querer ser otro, el complejo colonial, etc.
En Mi Simón Bolívar analicé eso que se llama egoencia, personalidad, sinceridad, aceptar humilde y orgullosamente lo que somos y buscar la universalidad por el camino que el Padre nos dio. Analicé qué es Suramérica y qué estrella brillante sería Suramérica si fuese originalmente aceptante de su Cruz.
En El maestro de escuela examiné esa gran angustia y diabólica sublevación de querer ser otro y a un mismo tiempo eso divino que todos sentimos de ser “grandes hombres incomprendidos”.
En El remordimiento (en el cual hay cosas muy nuevas acerca de este ángel acicate) descubrí que el remordimiento es el que nos lleva a nosotros mismos, y, por allí, al Padre, al Paraíso.
En Mi Compadre estudié toda la vanidad o mentira social de Suramérica.
En Cartas a Estanislao hice poemas a la orgullosa y divina aceptación de uno mismo y lancé diatribas contra la mentira que ha sido la humanidad en América.
En El Hermafrodita dormido, que trata de arte griego y romano y de vida europea, pretendí hacer vivir a los prójimos que nosotros también somos dioses.
Y así, en todos mis libritos, desde Pensamientos de un viejo (1916) hasta el Libro de los viajes o de las presencias (1959).
En éste expresé dramáticamente, dialécticamente, partiendo de mí y de mi Envigado, cómo se hace el viaje desde sus raíces, desde su yo hasta el Cristo y el Padre y el Espíritu Santo.
Filosofía no es el estudio de las últimas causas, ni Dios es la última causa. Si Dios fuera causa, sería un eslabón, el último de la cadena. Un dios así es un fenómeno, el último fenómeno encadenado. Dios es Creador de la nada; creó las causas, el tiempo, y el espacio y todo, y El no es causa, ni grande ni pequeño, ni bueno ni malo… Nosotros, los hijos, somos en Dios y por Dios y nuestro vivir es en Dios. Filosofía es viajar en Dios, partiendo desde nuestro yo original, concienzándonos, y el viaje es infinito y de infinita beatitud. La filosofía es viva y es nutricia. El hombre nació para conocer y amar a Dios y ser beato en El.
Este librito, el de los Viajes y Presencias, lo viví siguiendo a Cristo con mi cruz, es decir con mi personalidad de envigadeño airado, lleno de amor y remordimientos, y puedo decir, por eso, por ser de Cristo, que allí se contiene mucho del Viaje, mucho del camino y del modo apropiado para viajar.
Va a hacer un año que salió al público ese librito y, ¡ay, ay!, no ha habido en Colombia, que yo sepa, un solo lector que sospeche las estrellas que contiene. Pero tal es también la voluntad divina.
Otraparte-Env.Nov.30/60
P.S. Respecto a mi persona, le diré que nací en Envigado el 24 de abril de 1895, en una calle con caño; que no soy de ninguna academia; que no tengo títulos, pues los de bachiller y abogado los perdí, y que me alegra mucho eso, pues el que no pierde todo, muere todo. FG.
Fuente:
Fernando González visto por sí mismo, Fernando González, Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1995.
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Ver Un filosofar antioqueño
por Jaime Vélez Correa S.J.
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Ultima revisión en noviembre 29 de 2009