Mi Compadre
Fernando González
1934
Este camino es mío, opuesto al de todos los americanos, y no tengo más compañero que al Libertador.
Primera parte
Historia de Venezuela
Introducción
La historia de Venezuela servirá de fondo al retrato de Gómez.
El método será el emocional: revivir la historia hasta sentir que se organiza e inerva, tibia como lo está mi mano. Nadie podrá decir que así no es, cuando yo sienta que está viva.
Es verdad, puesto que vive.
Estoy en Venezuela, entre su gente y recuerdos, empapándome de ella, con una libreta en cada bolsillo. Los de la Academia de Historia me llaman el hombre de las libretas. Todo lo apunto, de amigos y de enemigos de Gómez, de guerrilleros y de hijos de próceres, de letrados y de rameras. Me definiré: creo ser detective de la filosofía, de la teología y de la virtud. Mi madre me parió cabezón, pero infiel; Dios me atrae, pero las muchachas no me dejan. Me explicaré: unas diez veces he creído acercarme a la verdad, y las muchachas me han hecho caer. Ocho por ciento tengo, pues, de filósofo. El resto está entregado al mundo y al demonio, pero nunca he dicho una mentira. Resumiendo, diré que soy un hombre, espíritu que desde la carne y por medio de los sentidos atisba con fruiciones a La Verdad Desnuda. Soy, pues, retratista.
“Hace pegotes”, dice Vicente Lecuna. Pegotes que, apenas agarre la idea madre, irán a organizarse, atraídos, como los clavitos que recogía Néstor, el carpintero, de entre el aserrín, acercándoles un imán.
Los primeros meses me parecía ahogarme en las libretas, perdido en un monte de anécdotas. Ahora tengo las ideas madres y dentro de mí un organismo que pugna por salir, un agradable niño chillón. ¡Qué fácil es parir cuando se está bien preñado! Lo estoy muy bien y me parece ser la mujer de la medicina legal del Dr. Uribe Cálad, que dio a luz tan fácilmente que ni se dio cuenta. “No hubo infanticidio —exclamaba el Dr. Uribe Cálad— porque ella creyó que había orinado”.
Es como en las excursiones a pie, que se ven riachuelos y cañadas y nos parece que estamos perdidos y, cuando trepamos a una cima, tiembla el alma al comprender que todo corre para un río. Es la liberación que causan las ideas madres. Por eso los antiguos decían que el principio de la vida filosófica era una especie de embriaguez y admiración ante la vida. Las ideas generales nos libertan de las libretas, o sea, de la multiplicidad de hechos inconexos. La única libertad posible la da la filosofía. ¡Qué capacidad dominadora tienen, el mar, que atrae todos los ríos, estos, que atraen a todos los riachuelos! ¡Qué capacidad castigadora que tienen las ideas madres, que atraen a los hechos! ¡Qué suprema dominación ejerce el centro de la tierra, que nos retiene y retiene a los elementos según sus densidades! ¡Qué imperio el del sol sobre sus planetas y el de otro sol sobre los soles y el de La Verdad Desnuda sobre la apariencia!
¡Benditas sean, pues, las ideas madres!
El retrato de mi compadre Gómez está organizado, porque comprendí. Nada vale la observación cuando no se logra coger la idea que explica los hechos sujetos al estudio. Ella los inerva; atrae a unos para allá, a formar el tronco; a estos a formar las extremidades y a otros a servir de fondo y de complemento.
Seamos, pues, orgánicos. Hay muchos libros hoy; hay muchos que escribimos. Pero son una docena nada más las verdaderas madres intelectuales. ¡Muchos libros! Escritores que dan a luz pedazos de organismos. Organismos ideológicos impresos hay unos veinte. Para que el mío sea como yo, cabezón, 8% detective que le sigue los pasos a la verdad desnuda y 92% tentado por las muchachas americanas de ojos quemados y pechos duros…; un libro que atisbe a la verdad a través de la exuberancia sensual que es América, voy a componer un canto a las ideas madres:
Canto a las ideas madres
¡Venid, que estamos ansiosos de comprensión y perdidos en las libretas, en la variada apariencia! Venid, que deseamos comprender cómo llegó al poder nuestro compadre Gómez, quién es, para dónde dice que va y para dónde va y cuál será el destino de Suramérica.
Queremos salir de la selva de los sucesos; hay muchas caras, muchas guerrillas, muchas anécdotas, muchos animales, vegetales y minerales; hay muchos números; hay muchos días y noches; muchos segundos…
Venid, ideas madres, a sacarnos de las apariencias y a conducirnos a Dios, que es tan sencillo, tan simple, según lo vimos una vez en la Catedral de Medellín, que cuando lleguemos a Él, diremos: ¡Vean, pues, lo que era Dios! ¡Es tan inocente como un niño! ¡Pero si Dios es como los niños, que son bellos aunque no se bañen!
Contestación
Una idea madre contestó: Déjate llevar y no pretendas subirte: comienza por donde quieras, por tu lápiz, por una yerba, y trabaja por comprender y si no eres soberbio y no te das a los adjetivos y a creerte mucho, llegarás a dormir con nuestra hija, llamada la verdad desnuda.
Panorama
Así, pues, siguiendo este consejo, breguemos por ir diciendo la verdad y dejemos tanta promesa, que más vale pájaro en mano que ciento volando.
La vida venezolana está representada principalmente por tres hombres: Páez, Guzmán Blanco y Gómez.
Claro que el destino de los pueblos, o sea, el complejo de aspiraciones, pasiones, inquietudes, etc., se realiza mediante los hombres representativos de tales complejos. Es una ley que todo se represente: desde la gravedad que lo hace en astros, hasta la infección orgánica, que se localiza.
En los pueblos viejos, donde la instrucción ha llegado al pueblo todo, el destino se representa en mayor número de hombres. De ahí que la antigüedad esté representada únicamente por unos cuantos Césares y que Francia, por ejemplo, no tenga hombres representativos. Así como sus montañas fueron abajadas por las aguas, también su vida es llanura; todo ciudadano es Laval o Herriot; todos son primeros ministros. La energía vital irriga por igual a toda la población; hay trabajadores intelectuales sobresalientes, que cada día sobresalen menos.
Es una ley que llamaremos de la dispersión de la conciencia patria. Al levantarse la conciencia de las masas de ciudadanos, la representación del país se efectúa un poco en cada uno. Igual a las aguas y su distribución, que si hay muchos canales, desaparecen los ríos.
Pongamos un problema: ¿No se percibe que haya grandes hombres porque todos aumentan su conciencia, o bien es a causa de que la energía se dispersa en muchos? Ambas cosas. Creo que al aumentar la conciencia en todos los ciudadanos, la necesidad de grandes hombres representativos desaparece.
Suramérica es nueva en todo y tiene las montañas más altas, el ave que más alto vuela y el rey de los ríos. Nueva, y por eso tiene los Andes juveniles que la recorren de sur a norte, su columna vertebral; por tener tantas montañas, es donde hay más agua y fertilidad. Allá la naturaleza hace ensayos: ríos representativos y hombres representativos; también árboles. Inundaciones en las llanuras, durante el invierno, que cubren leguas y leguas. Mucha hojarasca en descomposición.
Igual es en espíritu. La energía no está canalizada; hace apenas cuatrocientos años que las varias razas comenzaron a fundirse en ese horno; la sangre española se prepara allí para asombrar al mundo, mezclada con la raza india y con una pinta de negro.
Y en Suramérica lo más original y representativo es Venezuela. Levadura preciosa para la Gran Colombia que habrá de extenderse desde el Amazonas hasta el mar Caribe.
Enumeremos las leyes, ya que le hicimos cantos a las ideas generales:
1ª Las tierras viejas se van convirtiendo en llanura por el correr de las aguas; los ríos van desapareciendo con el aplanamiento.
2ª Los pueblos se van aplanando con el trascurso de la vida; la energía se reparte por igual entre los ciudadanos. Los hombres representativos van desapareciendo.
* * *
Sólo la historia de Venezuela puede escribirse en tres capítulos que tienen por títulos tres hombres: Páez, Guzmán y Gómez.
Hay otros tres de menor importancia: José Tadeo Monagas, Crespo y Cipriano Castro. El primero sirvió de puente para el advenimiento de Guzmán, o el liberalismo; y los otros dos para el de Gómez.
Los demás —unos trece— han sido suplefaltas y ensayos desgraciados.
Páez, o el predominio de los nobles criollos (los que habían sido realistas, los patriotas tibios y los que reaccionaban contra los revolucionarios), tuvo el poder diez y seis años (1830-1846) y duró en descomposición, predominando cada día más lo que se llamó liberalismo, durante veintitrés años, hasta 1870.
Los complejos que componen la personalidad de Páez nos explican mucho: godo (1), porque en su lucha contra el Libertador, para disolver la Gran Colombia, quedó de jefe de los enemigos y disgustados con la revolución, y liberal, porque todo su pasado lo unía a sus conmilitones. Como godo, dejó en el poder a José Mª Vargas y a Soublette y, como liberal, hizo elegir a José Tadeo Monagas, preparando su propia ruina y la dominación de Guzmán Blanco.
Éste mandó durante diez y ocho años, hasta 1888. Y, como Páez, produjo una descomposición que se extiende hasta 1908, en que aparece Gómez.
Llamaremos a éste la sagacidad o la astucia: gobierno netamente suramericano. Con él aparece el primer ensayo de auto-expresión de la raza suramericana. Su gran importancia consiste en que se abandona la sugestión de Europa. Suramérica es mestiza, sangres española e india con pinta negra, y, en Venezuela, única parte en donde ya están completamente mezcladas, comienza a auto-expresarse. Le corresponde esta gloria también.
Hay un individuo curioso, demagogo inquieto, cuya vida me propongo estudiar algún día, que aparece desde la Independencia, Antonio Leocadio Guzmán. Su inquietud es típica: microcosmos de la Venezuela liberal, encarnó durante los primeros días del gobierno de Páez el movimiento liberal y lo continuó, y engendró un hijo, para que gozara de sus inquietudes: Antonio Guzmán Blanco, alias El Gran Americano. Pero no hay tal. Gran americano es el montañero Gómez. Aquél era rastacuero.
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(1) Conservador (americanismo).
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Capítulo I
Páez. Los Godos.
Era blanco, de origen humilde. Se formó trabajando de peón en un hato. Durante la guerra de independencia se elevó a jefe de guerrillas por sus aptitudes para la lucha personal y su astucia. Fue el gran instrumento del Libertador, en los Llanos.
Como Jefe de Apure tuvo rebeldías contra Bolívar, pero sin romper nunca. Desobediencias de astuto y, en definitiva, se dejó dirigir. En los archivos de Caracas existe una carta suya (quizá publicada en O’Leary) en que le dice a Bolívar, después de quejarse porque no lo llevó a las campañas del Perú: “Usted ha sido el maestro que me ha enseñado el camino de la victoria”. Bolívar era entonces omnipotente en Suramérica. Andando el tiempo, cuando Páez lo sintió débil, lo traicionó, faltando a los juramentos que le hizo en Caracas de sostener la integridad de Colombia. Y más tarde, cuando quiso escribir su historia, calumnió al Libertador como militar, falseando los hechos, a fin de presentarlo como desacertado y presentarse como el vencedor. Hay una carta (la tiene L. Vallenilla Lanz) del General Mariño para Páez, escrita en 1834, poco antes de la revolución de Las Reformas, en que le dice lo siguiente: “Yo fui enemigo de aquel grande hombre (Bolívar) cuando él existía con la espada en la mano y usted se le sometía incondicionalmente, y hoy que está muerto, yo venero su memoria y usted lo calumnia solapadamente”.
Separada Venezuela de la Gran Colombia, Páez fie el rey de los zamuros (2). Muy fácil. En Venezuela nadie podía oponérsele. Era el héroe invencible. La sociedad distinguida de Caracas había quedado casi destruida. Los conservadores del país deseaban ardientemente un régimen que restañara las heridas profundas de la guerra de independencia. Para gobernar no necesitaba ejército, pues el país estaba lleno de hombres de armas que oían su voz a la primera llamada. Los godos veían en Páez la salvación, pues los soldados de la independencia le obedecían. Páez se unió a ellos.
Así se formó la República de Venezuela, con mantuanos de carácter franco; Páez los respetaba, siempre que no atentaran contra su influencia. Siempre fue hombre dirigido, aconsejado; el Libertador, que así lo definía, le tuvo siempre un consejero al lado. Así es como la organización que se dio al país no fue la obra de un dictador, sino la de todos los que deseaban ordenar un Estado.
Hasta aquí muy bien; pero se manejó mal con los libertadores. En su casa “La Viñeta”, durante las tertulias, se dejaba decir por los aduladores que él había sido el verdadero Libertador: se dejaba calumniar, y hay que perdonarlo, porque nada, fuera del sueño, es mejor que la alabanza. De vez en vez decía, por política o por remordimientos, algunas palabras en favor de Bolívar. Desde 1830 acogió, por interés político, a todos los enemigos del Libertador, es decir, a los que habían sido realistas.
Esto, junto con la conducta que observó con los libertadores, causó la revolución de Las Reformas, como veremos.
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(2) Cuervo suramericano. Gallinazo, en Colombia, Aura, en España.
Páez y los llaneros
Su conducta con estos, sus compañeros de gloria, fue infame. Les pagaron sus recompensas militares con deudas y él se las compró, bajo cuerda, a dos, tres, cuatro y cinco por ciento. Con estos papeles de deuda pública adquirió del Estado, en los días de la Gran Colombia, las grandes fincas del Marqués de Casa León… Quedó rico.
Páez no supo conciliar, pues, las dos tendencias de Venezuela y de su propia naturaleza.
Los patriotas se sublevaron con José Tadeo Monagas. Luego hubo otra revuelta, en Caracas, para acabar con los mantuanos, o sea, con los nobles criollos cuyas mujeres creían tener derecho exclusivo de usar mantos; los promotores fueron ejecutados. Después se alzaron los llaneros, con Farfán a la cabeza, en 1836 ó 37, y Páez los barrió en los Llanos, en un sitio llamado Payara, en donde mató tantos que el brazo se le murió de cansancio. Por esto le pusieron El León de Payara, y Guzmán Blanco decía después: “Páez fue tigre carnicero en las montañas de Payara y manso cordero en los salones de la adulación”.
Su gobierno, administrativamente, fue casi bueno, pues entre los godos estaban los más instruidos. Tuvo la suerte de que los frutos de exportación, depreciados durante la Gran Colombia, subieron mucho. Hubo bienestar y siempre parecen buenos los gobiernos que coinciden con éste y viceversa, siendo así que casi nunca hay causalidad entre tales fenómenos.
Le gustaba el dinero y le gustaba matar a los enemigos. Al venezolano genial le gusta el dinero para hacer el bien y le gusta destruir injusticias. La misma fuerza que se manifiesta en Teresa de Jesús, se manifiesta en las cortesanas; la misma que se manifiesta en Bolívar, está en el León de Payara: hay diferencia de evolución. La energía es siempre promesa. En los presidios están los indicios de los grandes hombres. Así es Venezuela, siempre admirable en sus manifestaciones humanas.
¿Qué más podría exigirse de Páez, que aprendió a coger el tenedor y a usar cuchara al lado de Bolívar? Dios carnicero de los Llanos, jinete inverosímil, orgullo del organismo. Era epiléptico. ¿Por qué exigirle que fuera también santo y un Solón? Era un palo de hombre (3).
Sus pequeñeces eran las propias de su naturaleza. Por ejemplo, en los días de la Gran Colombia tuvo el monopolio de la carne, casas de juego, el remate de los diezmos y muchas otras cosas. De ahí su lucha contra Escalona y los disgustos con Bolívar, quien se veía obligado a educar a sus soldados. Las diferencias con Escalona produjeron el alzamiento de 1826; el Libertador tuvo que venir desde el Perú a corregir los abusos de Páez. Apenas Bolívar se fue, volvió a establecer su negocio de carne, venta para el público y suministro al ejército. Por medio de un cuñado tomó en arrendamiento, por casi nada, la hacienda de Chuao, de cacao fino, de propiedad de la Universidad. En carta de 1828 dice el Libertador: “Todos me escriben de Venezuela acerca de la miseria pública, menos Páez, porque seguramente sus negocios andan bien”. En otra carta, para Páez, le dice finamente: “Me escriben de Venezuela que las especies están estancadas. Hágame un informe sobre esto”.
Pero desde 1831, en el mando, no tuvo negocios o no dejó huella; o bien, se conformó con lo reunido y con las facilidades que da el poder, pues un sucesor suyo, Alcántara, contestaba, cuando le proponían un negocio: “No seas pendejo, chico, que yo tengo el mejor negocio del mundo, que es la Tesorería”.
Durante su dominio, apareció, como ya dijimos, la reacción liberal. Comenzaron a organizarla hombres moderados y puros, como Manuel Felipe Tovar; pero se fueron apartando y cediendo el campo a un demagogo: Leocadio Guzmán.
Páez se casó en los días de la guerra de independencia con Dominga Ortiz, señora honorable y rica que lo acompañó en sus campañas y en quien tuvo varios hijos. Cuando llegó al poder los abandonó y se amancebó con Barbarita Nieves, de origen humilde, mulata casi blanca, inteligente, de mucha trastienda política. En ésta y en otras tuvo varios hijos. Los educó en Estados Unidos. En los informes de los ministros diplomáticos europeos hay referencias a las intrigas de los hijos de varias procedencias…
Barbarita tomó parte activa en la política y murió antes de 1848, llevándose la estrella de Páez, según él lo repetía.
Tenía un gran poder de asimilación y llegó hasta a ocuparse de Historia y del progreso científico. Instigado por él, escribió sus memorias el Gral. Urdaneta. Protegió la obra de Baralt, la Geografía y Atlas de Codazzi y también la publicación de la obra de Montenegro Colón.
Escribió sus campañas de Apure. Tenía favoritos intelectuales. Con uno de ellos, un polaco llamado Kola Skiwisky, aventurero que se decía sobrino de Kosiusko, músico y matemático, mandó sus memorias a París, para que las imprimiera, y el aventurero se gastó allá el dinero y botó los manuscritos.
Páez conservó una copia que le sirvió después para redactar su autobiografía, ayudado por el cubano Mantilla. La narración original, o sea, las campañas de Apure, es de mucho mérito. La publicó Lecuna en unos números de la revista de La Academia de la Historia. En la autobiografía tiene falsedades contra el Libertador, propias del espíritu de la época.
Contaba para dominar siempre en Venezuela con su prestigio personal y con los godos. Durante sus diez y seis años de señorío, el ejército permanente se redujo a nada; pero organizó las milicias con elementos conservadores; los milicianos que reunían ciertas condiciones tenían las armas en sus casas. Gravísimo mal que explica en mucho la constante guerrilla del tiempo liberal.
Durante este largo período en que él mandaba, ya de Presidente o ya desde su hato de San Pablo, puede decirse que se gobernó casi legalmente. Los gobernadores fueron más bien honrados; hubo elecciones, imperfectas, pero casi las únicas que se conocen en la historia de Venezuela. La Hacienda Pública la organizó Santos Michelena; se disminuyeron las deudas. Se iniciaron e hicieron caminos.
Los períodos presidenciales eran de cuatro años. Páez estaba preparado, con sus milicias, para dejar un reemplazo en 1834. Un suplefaltas.
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(3) Expresión venezolana para indicar magnanimidad; sobre todo, valor en la lucha.
Dr. José María Vargas
Los godos eligieron a este doctor. Páez hubiera preferido a Soublette, a uno maleable a su voluntad. Aparece aquí su dualidad: si estaba con los mantuanos, era por coincidencia de intereses. La popularidad de Vargas era mucha y Páez cedió de mala gana.
Era el fundador de los estudios médicos en Venezuela. Se graduó en Caracas y estudió durante muchos años en Inglaterra. En 1827, el Libertador, cuando vino a debelar la revolución de Páez, reformó el reglamento de la Universidad, para que pudiera ser rector de ella un médico. Bolívar hizo esto para que Vargas creara las cátedras de medicina y de ciencias naturales, que faltaban. Bolívar y Santander enriquecieron la Universidad de Caracas. Tenía rentas en ese entonces, pero le faltaba un hombre de ciencia.
Vargas era tres años menor que Bolívar. Fue muy buen rector. Creó cátedras que él mismo regentaba, museos, la Sociedad de Amigos del País, que se ocupaba de reformas económicas. En Caracas era el médico; tenía mucha influencia; era respetado y venerado por todos. Durante la guerra de la independencia estuvo en Inglaterra. Fue albacea del Libertador. Muy desinteresado, de gran espíritu público. Hizo también mucho por la instrucción en general. Era, en parte, de origen isleño. En el Congreso de 1830 defendió la persona de Bolívar. Creo que salvó el voto cuando el Congreso exigió que lo expulsaran de Colombia.
Era un absurdo el Dr. Vargas en la Presidencia de Venezuela. Páez tenía razón. Fue obediente a sus copartidarios exigentes, los godos. No tuvo precaución ninguna y pronto estalló la revolución que fermentaba entre los patriotas, entre los soldados de la independencia, alejados del Gobierno. Se llamó revolución de Las Reformas y estaba encabezada por los libertadores Mariño y Briceño Méndez.
Carujo, uno de los que atacaron al Libertador en Bogotá en el año 28, se encargó de prender a Vargas. Al hacerlo, le dijo: “¡Doctor, el mundo es de los valientes!”. “Se engaña usted, contestó Vargas, el mundo es de la ilustración y la virtud”. Parece que estaban acordes, pues el valor es virtud y la ilustración y justicia también. En cuanto al caso particular de Venezuela, habría que decir que ninguno tenía razón: Venezuela era de Páez.
Éste se había retirado a su hato de San Pablo y no auguraba bien de un gobierno universitario.
Vargas murió soltero. Tuvo una hija. Regalaba el sueldo. Después de que Páez lo restableció en el poder, como veremos, renunció y se fue disgustado. No salió a despedirlo a La Guaira sino Manuel María Urbaneja Alayón, profesor de matemáticas, y Vargas le dijo: “Encenáguese usted en sus libros y no piense nunca en la Patria, que es un pensamiento que mata”. Murió en New York.
Su período lo acabó el General Soublette, hombre de confianza de Páez.
Soublette
(1843-1846)
Siguiendo el sabio consejo del viejo Vargas, encenaguémonos en la vida de nuestros héroes, pero no sin antes hacer un fugaz recuerdo de Bolívar y de Manuel María Urbaneja Alayón. Éste era tipo del antiguo caraqueño desaparecido ya a causa de las guerras. Se acordaba del Bolívar de 1827. Él tenía trece años entonces. Había escasez de hombres en Venezuela; había muchas mujeres. Estudiaba en un cuarto y las mujeres charlaban en el portón… De pronto oía que ellas gritaban: “¡Allí viene! ¡Allí viene!”. Salía corriendo y no veía ya nada, un jinete que desaparecía a lo lejos, como exhalación, y los edecanes a cinco cuadras de distancia.
Refiriéndose a la estatua de Bolívar, por Tadolini, decía que desde el ángulo S.O. de la plaza daba la impresión de verlo en realidad cuando volteaba la calle a la carrera y gritaban las mujeres y niños: “¡Ahí viene! ¡Ahí viene!”.
Esta estatua la hizo hacer el General Chenique, y el Perú envió hombres que lo conocieron para que ilustraran al escultor.
Era Urbaneja Alayón tío de Luis A. Sucre, mi amigo, el gran genealogista, seco, liberal y que acciona en forma de anzuelo cuando discute de historia, para decir: “¡A menos que exista el documento!”.
Decía Urbaneja: “¡Yo no soy Urbaneja, yo soy Alayón!”. Pues en los años gloriosos de 1813 y 1814 figuró uno de estos Alayones, muy simpático, mezclado a los pleitos amorosos de Bolívar con Briceño, el diablo.
Cuando la emigración del año 14, iba Urbaneja Alayón en brazos de su madre, Isabel. Tenía siete meses y Bolívar lo pasó a caballo por el caño de la laguna de Tacarigua. Era tío de la mujer de Guzmán Blanco, de quien fue maestro, pero decía: “Guzmán dice que yo fui su maestro, pero yo no me acuerdo”.
De estos tipos nobles, francos y generosos está llena la ciudad de Caracas. Cada uno de ellos, Lecuna, Luis Sucre, Luis Correa, etc., tiene retratos vivos del Libertador, indicios de esa estrella fugaz que ya iba lejos cuando uno se asomaba…
El universitario es impropio para gobernar, y mucho más aún a los pueblos nuevos, porque no tiene la conciencia de la multitud. Con el estudio se pierden aquellas facultades de percibir los secretos de las selvas, llanuras, montañas, senderos…; se pierde la comunidad o habituación con la masa amorfa del país. Lo que crea la habituación al medio, es la convivencia. El indio suramericano es un órgano de la comunidad y de su país; sabe muchas cosas, pero no se da cuenta de que las sabe. Cuando el conocimiento es connatural, no se tiene conciencia de él. El tigre, por ejemplo, sabe a qué motivación equivale cada movimiento de su presa, pero no tiene objetivado tal conocimiento, no puede dar una conferencia sobre eso. Esto pasaba con Páez y el Dr. Vargas. Vargas había estudiado muchas cosas en Inglaterra, pero no sabía nada; Páez no había estudiado, pero sabía muchas cosas. Al médico le curan sus infecciones los glóbulos rojos, la fagocitosis, que no han estudiado en ninguna parte.
Por eso Bolívar era la boca y el pensamiento de América, no por haber estudiado; en cuanto leyó no era Bolívar: dañaba más bien sus escritos con citas de la revolución francesa.
Páez era la conciencia del Llano, “tigre carnicero”. En todo caso, en cuanto estudiamos en Inglaterra, no somos interesantes. El estudio es un artificio que apenas puede ayudar a la manifestación de la personalidad, cuando se llega a la perfecta asimilación. En general, el mucho leer crea estorbos para la manifestación de la personalidad.
Páez es lo que nos interesa: comunicación con las fuentes vivas. Dejemos al Dr. Vargas encenagarse en sus libros.
El hombre de Páez era el jesuita General Carlos Soublette. Veamos:
Decía el Libertador en 1828, en Bucaramanga:
“Voy a mandar a Soublette para Venezuela; nadie mejor que él para dirigir al General Páez y mantenerlo en armonía conmigo, con mi política, de la cual lo están apartando continuamente algunos consejeros malvados. Pero temo que Páez, al contrario, sea el que dirija al General Soublette y lo haga entrar en sus miras. A mi lado es hombre seguro, pero no si se halla distante y cerca de una voluntad fuerte, como Páez. Soublette es duro, seco y altivo bajo un aire meloso y bondadoso y bajo esa imperturbable serenidad jesuítica. Tiene espíritu de orden y pormenores que le impiden para las amplias concepciones y ser bueno para grandes cosas. Es trabajador y con gusto para la burocracia; conoce las ordenanzas militares; es buen administrador. Plega sus opiniones y principios a sus intereses”.
Retrato que es verdad y profecía que se cumplió al pie de la letra. Lo mandó el Libertador a Venezuela y fue dirigido por Páez; fue su hombre de burocracia, conocedor de las ordenanzas y buen administrador; fue el jesuita dulzón que tuvo siempre el sueldo seguro. El Libertador era en todo inverosímil, pero más aún como psicólogo.
¿Qué hizo Soublette? Hizo reconocer la República por los franceses, por la misma España, y creó montepíos militares. Obedeció a Páez y al fin de su período, jesuíticamente, quiso preparar las cosas para que lo sucediera su amigo el General Urdaneta, o el General Salom, o el Presbítero José Félix Blanco. Ya veremos.
Páez no le dejó ejército; Páez tenía las milicias y así estaba tranquilo. En Caracas no había sino un solo policía, un coriano, sargento de la guardia del Libertador, a quien llamaban Ño Morián, el cual, por la noche gritaba: “¡La de afuera, que la de adentro no hace falta!”. Se trataba de la vela que los habitantes debían sacar a la ventana para iluminar la calle.
Era Soublette seco y altivo bajo aires melosos. Imaginémoslo paseando de noche por las calles de la ciudad paradisíaca del Guaire, rincón dulce del planeta, en la ciudad santa de Suramérica, en donde Ño Morián gritaba que sacaran las velas, que dentro no hacían falta sino los ojos negros de las caraqueñas…, pues Soublette era galanteador y de noche salía solo. ¡Bendita sea para siempre Caracas! ¡Benditos su Guaire con sus meandros, el Ávila y bendita Venezuela que nos ha dado hombres para estudiar!
Los caraqueños veían su noble figura envuelta en la capa española. Iba completamente solo. Dejó muchos hijos naturales, como todos los venezolanos. Se casó en 1811 y su mujer estaba vieja.
Sólo tenía treinta hombres de guardia del parque. No tomaba del Tesoro sino el sueldo.
Como Páez estaba lejos, los liberales atacaban rudamente. Antonio Leocadio Guzmán le hacía terrible oposición; tanta, que lo llevaron ante los tribunales. El día del juicio hicieron un motín los liberales y Soublette le contestó por tres veces al Juez, que le pedía auxilio: “Que toque la campanilla”. Efectivamente, las ordenanzas no autorizaban para otra cosa.
Hombre simpático, que parece que se hubiera propuesto realizar el retrato que de él hizo el Libertador.
Ruina de Páez
Los godos, amigos de Páez, eran, o libertadores amantes del orden, las ordenanzas y los sueldos fijos; o antiguos realistas, que llamaban a Bolívar de 1810 a 1819 joven loco y que huían a Curazao o Haití cuando él tomaba a Caracas; o patriotas tibios, que por los mismos años huían a las Antillas y hacían recibir declaraciones para comprobar que eran partidarios de Fernando VII y que habían escondido españoles en sus casas, con el fin de que les devolvieran sus fincas de cacao.
La mayoría de ellos tenían el carácter altivo y recto de nobles vascos; jactanciosos, y entre ellos estaba la gente más ponderada de Venezuela.
Claro que su unión con el llanero Páez, de origen humilde, amancebado y a quien le gustaba el monopolio de la carne y el de los dados (cuentan que en su primera juventud fue aprisionado por copador de mesas de juego, o sea, porque apagaba las luces y recogía y alzaba con todo); claro que esa unión fue únicamente coincidencia de intereses, no estaba en la naturaleza profunda de los cónyuges. Los godos dominaron por medio del llanero invencible a los libertadores, soldados de Bolívar, a esas fieras iletradas en su mayoría y de quienes él mismo decía: “Para vencer, en los días difíciles, tuve que dar grados y recompensas a brutos, porque lo que necesitaba entonces era valor personal: hoy, terminada la obra, esos generales son el gran obstáculo”.
Páez se apoyó en los godos para separar a Venezuela de la Gran Colombia. Recordemos que los otros dos grandes Jefes, Monagas y Mariño, se levantaban cada año contra Páez, proclamando dizque la integridad de la Gran Colombia.
Soublette fue siempre el celestino de esta unión de Páez con los godos. Claro está que estos, apenas pudieran librarse del llanero, lo harían, pues era obstáculo para hacer gobiernos bien legales, ordenados, de autoridad de paterfamilias, con pueblo sumiso y buenos criados obedientes.
Jamás Soublette hizo nada visible contra Páez. Pero al finalizar su período, se envió al General Rafael Urdaneta de Ministro plenipotenciario a España, para realzar su candidatura, y como muriera en París, pensaron los godos en el Presbítero José Félix Blanco o en el General Salom. Ambos, amigos de Soublette y amigos del Libertador, espíritus rectos, nobles.
Además, Páez había sido llevado muy lejos por sus amigos, hasta el punto de traer a Caracas los restos del Libertador; casi apoteosis… Ese jesuita Soublette lo estaba llevando muy lejos; comenzaban a sonar muchos nombres gloriosos para la Presidencia.
Entonces el partido liberal había tomado mucho auge. Su candidato era Leocadio Guzmán. La lucha eleccionaria fue dura y hasta hubo una revolución.
Los consejeros de Páez eran Soublette y Ángel Quintero, su ministro siempre.
“Temo que sea Páez quien lo dirija”.
Efectivamente, Páez apoyó al General José Tadeo Monagas. Cayó en las llamas por huir de las brasas. Monagas era precisamente el representativo de los soldados libertadores bárbaros que Páez y los godos dominaron durante 16 años. Monagas era el que se levantaba cada rato proclamando la integridad de la Gran Colombia.
También hay que pensar que había muerto Barbarita Nieves. Creyó Páez que había llegado el momento de cambiar de hombres. Pero mal podrían perdonarle los liberales y aceptarlo por Jefe.
Páez creyó dominar a Monagas con las milicias, que eran la fuerza decisiva; no había ejército. Se hizo nombrar por el Congreso para jefe de ellas durante dos años. Contaba también con el Congreso, hechura suya.
Así fue como acabó su reinado de 16 años el gran Páez. Monagas lo va a acabar a machete limpio, sin elegancia, como verá el lector.
Retrato del León de Payara
Tenía Páez una figura de bull-dog; cuadrado el rostro y poderosas las mandíbulas; un hoyuelo bellísimo en la barba, el cual quedaba contra el interlocutor, porque la barba era regordeta, sin punta. Esto era muy atrayente. Los ojos separados y las cejas levantadas afuera, en arco, como si hiciera esfuerzo para abrir aquéllos. Ojos esfumadamente risueños y con un no sé qué que le daban las bolsas algo hinchadas de los párpados. Pero lo mejor era la cabeza: un adorno del rostro, así como la inteligencia lo era de su voluntad. Las mejillas y las sienes muy anchas; las orejas estaban muy lejos de los ojos. Frente abombada y encima de ella, allá atrás, una cabellera bellísima en mechones. No había sino cara, frente y pelo. Parece que no tuviera nada detrás de la frente.
Cuello corto. Parecía pegada la cara al tronco y que no pudiera voltearla. Busto atlético. Nada de gordo. Caja torácica la más bella que he visto. Nada de barriga, y piernas de centauro. Lo veía uno y comprendía que faltaba el caballo. La nariz chata y arriba de ella, en donde separa a los ojos, una arruga que explica cómo se le cansaba el brazo cuando estaba enojado y mataba gente.
Era epiléptico e impulsivo. Bolívar era su Dios y su religión. No era hombre para traiciones frías; ningún venezolano lo es. Fueron las circunstancias, su rivalidad con el torcido Santander, sus consejeros. “La enemistad entre Páez y Santander nos va a perder a todos”, decía el Libertador. En fin, Páez era un orgullo del organismo humano.
Comentario
Páez y los godos hicieron durante 16 años una república muy honorable, y si no hicieron más fue porque los hombres son apenas instrumentos de la evolución, o sea, representativos.
Dos hombres letrados gobernaron durante el reino de Páez. Pero la forma democrática-republicana, inventada hace unos ciento cincuenta años, es la más complicada de todas las de gobierno. Siempre el gobernante ha representado al pueblo, en sus virtudes o vicios, en sus tendencias. Pero tal representación no puede lograrse por medio de elecciones; se efectúa inconscientemente. Desde que interviene la conciencia, hay trabas. ¡Mucho más en la joven América! La República, tal como apareció en Francia, ha sido y será una de las experiencias más dolorosas y preciosas de la humanidad. No olvidemos que somos aficionados a la filosofía y que para nosotros no existen el bien ni el mal. Eso es para los moralistas. Para nosotros existen hechos que forman el complejo evolución. Desde tal punto de vista, todo lo que sucede tenía que suceder, era necesario. Todos los hechos están determinados por los precedentes y determinan a los que siguen, y la finalidad es la conciencia absoluta.
Por ejemplo, ni Santander ni Páez separaron a Colombia y Venezuela; fueron los representativos de las tendencias separatistas. Los dos pueblos no podían estar unidos políticamente; la prueba está en las formas en que se manifestaron después: allá, en gobiernos de abogados dirigidos por obispos; acá, en dominación de caudillos; allá, Olayita llama al Prelado para rogarle que le pacifique un departamento; aquí, Páez le escribe al Arzobispo: “Compadre, usted también tiene que someterse”. En Bogotá, los Santos, los que mandan, tienen calzones anchos, pegadas las ingles, y bigoticos en las fosas nasales; leen todos los libros y se suicidan con D’Annunzio bajo la almohada; en Caracas usan como bastón una especie de verga, un látigo; el padre Borges tira la sotana cada ocho días para ponerse el uniforme de capellán del ejército; se suicidan levantándose contra el gobierno.
— o o o —
Capítulo II
Agonía de los Godos
José Tadeo Monagas
(1847-1858)
Era el hombre del oriente venezolano. El Libertador lo llamaba así y cado rato le escribía a Páez diciéndole que enviara al General Monagas a oriente, que era el hombre para pacificar a Cumaná, para tener unidos a Mariño y Bermúdez, etc.
Ya sabemos que varias veces se levantó en armas contra el gobierno de los godos. El candidato liberal fue Leocadio Guzmán. Obtuvo muchos votos; pero fue elegido Monagas, por el apoyo de Páez. Comenzó su período haciendo renunciar a los gobernadores, que habían sido elegidos legalmente de ternas presentadas por los diputados provinciales. Estaba resuelto a acabar con Páez y dio así un golpe a la organización que éste había dado al país, a las milicias, para dominar siempre. En seguida le perdonó la vida a Guzmán, condenado a muerte por la revolución que instigó en los últimos días del período de Soublette.
El Congreso era godo; se reunió para acusar al Presidente, por violación de las leyes. ¡Pues hizo asesinar al Congreso, según frase venezolana, azuzando la plebe liberal! Estaban allí dos hombres de carácter español, rectos, ponderados, con todas las características del antiguo caballero ibero: Santos Michelena, Fermín Toro. Individuos que tenían un código de honor, moral doméstica cerrada, respeto a las ideas y costumbres de los antepasados. Podían ser infieles alguna vez a la mujer o a sus ideas, pero sentían remordimiento toda la vida. En ese asesinato del Congreso perdió la vida Santos Michelena, el gran hacendista.
Acabó con la organización de la Hacienda. Se entregó en manos de usureros. No quería a Leocadio Guzmán, pero el destino los unió; le perdonó la vida y luego lo llamó del destierro para Ministro del Interior y Vicepresidente. Se pasó al liberalismo. Hubo puñal asesino; sometió la república al terror. En fin, una tigra con sed de quince años.
Su acto más impúdico fue al día siguiente de haber asesinado al Congreso, que obligó a los diputados a reunirse y a expedir amnistía general, para que no se averiguara el crimen. Ese 25 de enero fue cuando Fermín Toro contestó a quienes lo fueron a citar para la reunión: “Decid al General Monagas que mi cadáver podrán llevarlo, pero que Fermín Toro no se prostituye”. Acabaron los godos con frase típica de su carácter: ¡Altivos!
Durante Monagas se suspendió el pago de la deuda, se desorganizó el Tesoro y comenzaron las especulaciones hechas por amigos y deudos del Presidente.
Los Belisarios (dos hermanos y un primo) asaltaron la casa de Monagas, después del “asesinato del Congreso”. Fracasaron y se fueron al Llano. Allí los cogió el monaguista Sotillo y les cortó las cabezas a dos de ellos, las metió en un saco y se las trajo a su compadre Monagas. ¿Cómo? Pues reservó al mayor de los hermanos y lo obligó a cargar al hombro el saco de las dos cabezas. Se enloqueció. Cuentan que cuando pasaba la comitiva por delante de la selva de Tamanaco, se asomó un tigre y le gritó a Sotillo: “¡Adiós, hermano!”.
* * *
Páez le hizo dos revoluciones. Lo vencieron fácilmente. Ya había muerto Barbarita Nieves y el prestigio de Páez y su aplomo habían desaparecido con este azote que impuso al país. En la primera revolución lo derrotó un Cornelio Muñoz, en un punto llamado los Araguatos, por lo cual le pusieron El Rey de los Araguatos. En la segunda, en 1849, Laurencio Silva, sobrino político del Libertador, lo obligó a rendirse en los Llanos de Cogedes, en Macapo. Monagas lo envió preso a un castillo en Cumaná y de ahí al destierro. No había de retornar sino nueve años después.
Monagas pasó el poder a su hermano José Gregorio, por otros cuatro años, y luego fue reelegido. Reinó, pues, diez años, del 47 al 57 inclusive.
Hay que recalcar que en Venezuela se trata de pocos hombres que han dominado largos períodos, ejerciendo el poder directamente o por interpuesta persona. Son Páez, Monagas, Guzmán, Crespo y Juan Vicente Gómez. Poderosos organismos. Cinco milagros. Entre ellos sobresalen Páez y Gómez.
No se trata de pueblo viejo en donde haya canalización para la energía, como Francia, que tiene tantos Herriotes, tantos mediocres como ciudadanos. No se trata de Colombia, en donde la configuración geográfica, la variedad de tipos raciales y el haber sido colonizada por letrados, produce el fenómeno de que todos puedan ser malos presidentes.
Cada uno de estos padres que ha tenido Venezuela ha hecho nombrar reemplazos al terminar los períodos legales, para guardar las apariencias. Por ejemplo, Gil Fortoul ejerció unos días de presidente. Una vez iba para Maracay a darle cuenta al General Gómez y lo cogieron un daño del automóvil y un aguacero. Se acercó a un rancho a guarecerse y le dijo al dueño, con su voz de extranjero, que era ¡presidente de Venezuela! El hombre se quedó mirándole la cara de alemán y la flor que usa siempre en la solapa y exclamó: “¡A musiú pa pendejo! ¿No sabe, puee, que yo conozco al viejo?”.
También a Márquez Bustillos, otro de los presidentes del General Gómez, le pusieron, una noche, en la puerta del Palacio de Miraflores, el siguiente letrero: “Aquí vive Márquez Bustillos y al frente vive el que manda”.
Retrato de Monagas
José Tadeo Monagas era alto, blanco, arrogante, muy buen jinete. Amo del oriente venezolano y sus llanos, así como Páez del occidente.
Tenía una cara de ave de presa. Ojos agudos; nariz curva y frente curva. Boca pequeña y desde los lados de las aletas de la nariz hasta las comisuras de los labios, dos arrugas que revelaban la tigra que era. Figura de tirano rápido, sin tapujos, a machete limpio. Preguntaba: “¿Qué hora es?”, y le contestaban: “La que usted quiera, General…”.
Era inteligente. Comenzó a escribir sus memorias, publicadas después por el gran Vicente Lecuna en un boletín de la Academia de la Historia.
Era un gran judío, pero no amaba demasiado el dinero. A Monagas lo tumbó una revolución que estalló en Valencia, unidos todos los partidos, a causa de tanta vileza.
Tenemos, pues, diez y seis años de gobierno de los godos, con Páez, y diez años de dictadura de Monagas, quien se apoyó en los liberales. Vienen luego doce años de guerra civil y de cambios de presidentes, hasta que apareció otro palo de hombre, Guzmán Blanco, para aprovecharse de tanto desorden.
La revolución que tumbó a Monagas fue hecha por los dos partidos. Se reunió una convención, y los liberales, descontentos con ella, iniciaron la guerra; el Presidente provisional era un general Julián Castro; lo aprisionaron los conservadores porque pretendía rodearse de liberales, para apaciguarlos; lo reemplaza Don Pedro Gual, Designado. Así transcurre el año de 1859.
Manuel Felipe Tovar
(1860)
Hombre virtuoso y caballero, heredero del título y de la inmensa fortuna de los Tovares. Se educó en París, en el colegio de San Luis el Grande. De ideas liberales, pero por su nacimiento fue reconocido como jefe del partido conservador civilista.
El grupo que lo sostenía trató de hacer un ensayo de república en momentos en que había estallado la guerra en todo el país a favor de los liberales que acababan de perder el poder con la caída de Monagas. El país estaba por las guerrillas y demagogias. El grupo de Tovar y de Gual era una oligarquía. Sobre todo carecían de un hombre de acción. Era inverosímil.
Durante su gobierno, un año, y durante la designatura anterior de Don Pedro Gual, Zamora, el guerrillero liberal, batió al ejército del gobierno en la batalla de Santa Inés, y, muerto Zamora en el sitio de San Carlos, Febres Cordero derrotó a los federales en Coplé. No iba, pues, mal la guerra; los godos llamaron del destierro a Páez, para que asumiera el mando de sus tropas.
La ambición de Páez los perdió; vino nada más que a intrigar; dividió a los conservadores, impulsado por su ambición de mando.
Tovar, hastiado de las intrigas y oposición de Páez, renunció y se fue, dejando encargado de la Presidencia a
Don Pedro Gual
(1861)
hombre íntegro y de carácter, pero que tenía ochenta años. Quiso arreglar pacíficamente la guerra con los liberales, y en esas estaba cuando la guardia de Palacio lo amarró, por intrigas de Páez.
¡Curiosas las democracias de América! Allá, los hombres intelectuales en el poder son como las aves caminando, casi ridículos.
Encerrado en un cuarto de la Casa Amarilla, le gritaba al jefe de la guardia, coronel Echesuria: “¡Tan joven y traidor!”.
En Venezuela han sido presidentes hombres civiles de gran pureza, como Vargas, Gual, Tovar, pero no han dado resultado. Los que piensen en gobiernos republicanos, de elecciones y libertades, en Venezuela, ignoran el abecé.
“Estoy penetrado hasta dentro de mis huesos —decía el Libertador— que solamente un hábil despotismo puede regir a la América”. “¡Que marchen esas legiones de principios —exclamaba en 1826— a parar el trote a la insurrección de Páez, si es con ellos y no con los hombres con quien se gobierna! Ninguna ley es capaz de contener a estos esclavos desencadenados. El origen más impuro es el de Suramérica: todo lo que nos ha precedido está envuelto en el negro manto del crimen. Somos el compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a la América a derramarle su sangre y a encastar con las víctimas antes de sacrificarlas, para mezclar después los frutos espurios de estos enlaces con los frutos de esos esclavos arrancados del África. Con tales mezclas, con tales elementos morales, ¿cómo poner las leyes sobre los héroes y los principios sobre los hombres? ¡Muy bien!; que esos señores ideólogos gobiernen y combatan y entonces veremos el bello ideal de Haití y nuevos Robespierres serán los dignos magistrados de esa tremenda libertad”.
Dictadura de Páez
(1862-1863)
No pudo sostenerse. La guerra federal, reacción contra los blancos, etapa decisiva en la mezcla de razas, continuó. Páez lo que hizo fue darle golpe decisivo al partido de los nobles criollos. Año y medio pudo sostenerse en la dictadura.
Páez no se elevaba a concepciones generales, no dominaba el arte de la guerra. Era muy bueno bajo la dirección de Bolívar, o podía dominar con el apoyo de una clase social ilustrada, tal como sucedió en la guerra de la independencia y, luego, durante el predominio de los godos.
El hombre que había realizado tantas hazañas, resultó ahora, viejo ya y sin relación con fuentes de energía, hombre nulo en el gobierno y militar mediocre.
Le decían cosas amargas. Le faltaban al respeto. Por ejemplo, Juan Vicente González, gran letrado y polemista, defensor del gobierno civil que deseaban los godos, lo atacó duramente. Cuando la destitución de Gual, publicó esta fórmula: “26 más 35 igual a 61”, es decir, que el bárbaro que había destrozado la Gran Colombia en 1826 y que había causado la caída de Vargas, con su desdén, era el mismo que destruía en 1861 el ensayo de república civil. También escribía: “¡Miserable! ¡Te has sentado al borde del sepulcro para gritarnos que nada vales, que todo lo que hemos dicho de ti es mentira! ¡Dictador caduco, y viles esos que por el pan que les arrojas en el lodo aúllan la adulación y la mentira!”.
Ideólogos. Para nosotros es natural todo lo que pasa. Se trata de la fusión de las sangres que hay en América.
Triunfó la federación. Páez entregó el mando al jefe de ella y se fue para Estados Unidos, en donde murió.
Comentario
La guerra federal fue una sublevación contra el tipo europeo. Fue episodio importante en la gestación del tipo suramericano en Venezuela. No quedaron españoles criollos. Fue el triunfo de la pardocracia. Los soldados federales tuteaban a los generales. Suramérica es el teatro del gran mulato; allí es donde la vida tiende a crear la unificación de las razas.
Venezuela tenía los indios más bravíos, los caribes; fue colonizada por los europeos más fieros, y en su terreno, llanura inmensa resguardada del mar por largo brazo de los Andes, se efectuó la guerra a muerte, o sea, lo duro de la independencia suramericana. También fue adonde más negros se introdujeron.
La guerra de independencia fue obra de nobles criollos contra nobles de España, para reclamar la tiranía activa. Tuvo dos períodos: durante siete años se efectuó entre los nobles criollos, por una parte, y los negros, mestizos, mulatos y españoles, por otra parte. Casi todos los nobles criollos murieron a manos de zambos y mulatos a órdenes de Boves. Luego, el genio de Bolívar se atrajo a zambos, mulatos y mestizos, para reanudar la lucha. Este segundo período de seis años fue ganado por Bolívar; ya era Suramérica la que luchaba contra España.
¿Bolívar quiso este triunfo de los mulatos? (Entiendo por mulato todo individuo de sangre mezclada).
Este fue uno de los elementos de su tragedia. El noble criollo que era y que buscaba la tiranía activa, decía:
“Ud. se encontrará en Caracas como un duende que viene de la otra vida y observará que nada es de lo que fue; todos los nuestros han desaparecido. Tan sólo yo he recibido los favores de la fortuna…”.
“En los primeros años de la independencia se buscaban hombres, y el primer mérito era ser valiente; de todas clases eran buenos con tal de que peleasen con brío. A nadie se podía recompensar con dinero, porque no había: sólo se podían dar grados militares para estimular el entusiasmo y premiar las hazañas. Así es que hombres de todas castas se hallan hoy entre nuestros generales, jefes y oficiales, y la mayor parte de ellos no tienen otro mérito que el valor brutal, que ha sido tan útil a la República; haber matado muchos españoles y haberse hecho temibles. Negros, zambos, mulatos, blancos, hombres de todas las clases, que en el día, en medio de la paz, son un obstáculo para el orden y la tranquilidad, pero fue un mal necesario”.
Refiriéndose a los hombres de color, que fueron realistas hasta 1817 y con quienes luego hizo la independencia, decía en 1825:
“No quiero nada con esos abominables soldados de Boves; con esos infames aduladores de Morillo; con esos esclavos de Morales y de Calzada. A esos obedecían y querían esos fieros republicanos que hemos libertado contra su voluntad, contra sus armas, contra su lengua y contra su pluma y que hoy no quieren obedecer a nuestras leyes”.
“Es conveniente mandar a Venezuela 4.000 hombres del sur, pues mi hermana, que tiene mucho talento, me escribe que Caracas está inhabitable por las tentativas y amenazas de la pardocracia (1825).
Hay que llevar a Colombia tropas que no sean de allá ni de Venezuela, a fin de evitar cualquier desorden de parte de aquellos hombres de color, que no dejan de tener aspiraciones muy fuertes”.
Al mismo tiempo, sostiene que Suramérica no es española, ni india, ni negra. Predice el tipo americano, con gobiernos americanos. Brega por casar a sus generales blancos con mulatas y a los mulatos con blancas. Llega hasta casar a su sobrina Felicia con el General Laurencio Silva, mulato. Fue una historia divertida. Felicia se resistió a este matrimonio. Copiemos una carta suya para Bolívar:
“Mayo 5 de 1827
Mi estimado tío: He retenido hasta la fecha la contestación al recado de usted, por dos motivos muy poderosos. Primero, porque, como usted sabe, es asunto que necesita mucha reflexión, y, segundo, para que no creyese Ud. que una pronta contestación, nacía de su amenaza, cuando usted me mandó decir por conducto del señor Santana (cuya carta conservo y puedo enseñarle) ‘que si no convengo a sus instancias, desde luego tiene a mi hermano Fernando, en quien hará caer el todo de sus bondades’. Sin duda que se había usted olvidado que desde el principio le dije que jamás había pensado contrariar los deseos de usted. Ahora repito lo mismo, asegurándole que sólo el cariño y respeto que le profeso, me inducen a ello. Desde el año de 14 hasta el de 21 no tuve más protector que el Ser Supremo, y estoy convencida de que jamás desampara a nadie. Sí, mi tío Simón; en esta vez en que le doy la mayor prueba de mi amor, permítame desahogar mi corazón de un justo resentimiento que tengo de usted y que con su inmerecida amenaza ha renovado; quisiera que nunca me hubiera usted dado nuevos motivos para descubrírselo”… Termina así: “…pero suplan a estas faltas la voluntad con que condesciendo a cuanto usted quiera y la gustosa resignación con que pone en sus manos su futura suerte —Felicia”.
Y se casó con Laurencio Silva… Pero vemos la repugnancia de estos mantuanos por la gente de color.
Aun en su vejez, cuando había tenido muchos hijos de Silva, quien había asistido a la muerte del Libertador, había vencido a Páez y estaba ciego, no podía conformarse con que Bolívar la hubiera casado con él. A su ahijado, el niño Luis Agostini, que le pedía confites, le preguntaba: “¿Dónde está mi tío Simón?”. “En el cielo, madrina” “No te doy confites, porque tío Simón está en el infierno, por haberme casado con este negro”.
La familia de Bolívar era típicamente mantuana; sus tíos eran realistas en el fondo de su corazón; lo eran sus hermanas. María Antonia escondía españoles en su casa. Todos ellos hablaban de las locas aventuras de Simón.
También lo era Bolívar, pero era la conciencia de Suramérica; representaba el destino de nuestro continente, y por eso sacrificó familia, amigos, clase social, fortuna y su persona en aras del futuro. Una tragedia.
¿Cuál ha sido, pues, la tendencia definitiva que rige toda la historia de Suramérica, desde la conquista? La formación de un tipo nuevo, nuevas costumbres, nuevos gobiernos y nueva civilización. Veo muy claro que el futuro está en Suramérica. Todas nuestras guerras, crueldades y lo demás que mirado al detalle parecen males, son manifestaciones de nuestro destino. Colombia, Venezuela y Ecuador separáronse para unirse una vez cumplidos los preparativos. La Gran Colombia está latente.
En Venezuela apareció ya el tipo suramericano. Todos son iguales, tienen egoencia admirable, desfachatez y capacidad dominadora. Biológica e históricamente, Caracas es la capital suramericana.
La guerra federal fue para acabar con los blancos, y se acabaron hasta el punto de que hoy se introducen en Alemania para pajes. Todos los pajes en Venezuela son europeos, generalmente alemanes, por disciplinados y obedientes. Nacieron para marchar al látigo o para la insolencia, cuando mandan.
Algunos se han enojado porque he dicho que el venezolano no es blanco; que es producto de las tres razas. ¿Por qué? Ni el que aún sea blanco puede enojarse en Suramérica; sus nietos no lo serán. ¿Qué se hicieron las indias? A éstas no las mataban los españoles. ¿Qué se hicieron negros y negras?
La ventaja que nos llevan los venezolanos consiste en que se unificaron por las guerras y la configuración territorial: una llanura con un brazo andino que la resguarda del mar. En Colombia hay departamentos indios, blancos y negros; hay dispersión ideológica: gran montaña andina en que los grupos están encerrados por barreras infranqueables. El Ecuador necesita mayor aporte de blancos para su sangre india. Carreteras y unión para mezclarnos los tres pueblos. No necesitamos de europeos, podridos de viejos y de vicios. Los tres países tienen la cantidad de sangres necesarias para la mezcla. Hay lo suficiente para el tipo definitivo. ¡A la obra!
* * *
La historia de Venezuela es una guerra y el período que llaman guerra federal es de los más crueles. Desaparecieron los mantuanos y sus concepciones europeas.
Por ejemplo, Luciano Mendoza comenzó a figurar entonces. Guerrillero de origen humilde, carpintero de Petare. Llegó a tener mucho prestigio por acciones parciales. Desde los cerros, al E. de Petare, molestaba las pequeñas fuerzas de Páez que se arriesgaban por esos lados. Páez envió al coronel Torres con cien hombres a batirlo. Mendoza lo esperó en los cerritos de Chupulún, entre Petare y Caracas. Lo derrotó y le quitó un cañoncito que le había dado Páez. Torres se suicidó, avergonzado. La gente dijo que Mendoza había derrotado a Páez y consiguió mucho prestigio. Páez salió con 150 hombres, los cuales, junto con otros de una guarnición de por allí, y dirigidos por un oficial, derrotaron a Mendoza. Páez se quedó en Los dos Caminos durante la pelea y luego entró a Petare. Vio en la casita de Chupulún que los liberales de Mendoza les habían cortado las vergas a los godos muertos en el combate de la víspera y que se las habían puesto en las bocas. La ira lo cegó y mandó fusilar a dos jefes liberales que tenía presos en Caracas, llamados Herrera y Paredes.
Así eran las cosas en estas peleas. Los esclavos y negros que con Boves defendían a Fernando VII, les gritaban a los blancos patriotas que iban en derrota en el año 14: “No se mueva, mi blanco, porque me tuerce la cuchara”. (Así llaman los llaneros a la lanza). Querían decir que se torcía la punta de ésta si la víctima rebullía, al hundírsela.
Hay que averiguar por qué se enojan algunos suramericanos cuando se dice que no somos blancos. Es problema fundamental en nuestra sociología, y ¿para qué cantamos a las ideas madres? Hay que examinar esto y el lugar está durante la guerra federal.
Es la conciencia de la inferioridad. Veamos: fuimos colonizados; los españoles impusieron los conceptos. La historia, la civilización, todos los valores tuvieron su cuna a las orillas del Mediterráneo. Nacieron allí las ciencias, artes, religiones cristiana y musulmana. Nació allí Venus; allí nacieron Jesucristo, Sócrates, Platón, Aristóteles, Alejandro, César. ¿Qué hay en el mundo que no haya nacido a orillas del Mediterráneo? Civilizaciones siria, egipcia, persa, griega, romana, europea.
Por eso los reyes africanos se enojan si los pintan negros. Por eso Oriente es Japón y el Occidente es Europa, aun para los americanos. ¡Qué curioso es el dominio de los mayores!
El fin de Europa llega a pasos de gigante con botas. Ya nuestros hermanos los yanquis enseñan muchas cosas al viejo mundo: Edison y métodos; pero ellos son europeos criollos…
Nosotros, ¡ay!, ningún aporte hecho al haber humano. Sólo tenemos ciento cincuenta años. Es nuestra disculpa. Apenas en Venezuela hemos comenzado a nacer como tipo. Pero no importa. Llegará nuestro día: este continente es el más juvenil y bello, el más tibio, que tiene más aguas y montañas y llanuras. Las mujeres de Caracas y las de toda Suramérica, mezcladas las sangres, son las más duras y ágiles. El mulato, tal como va apareciendo, es una promesa. Hay indicios…, pero es muy explicable aún que se enojen porque no somos blancos. ¡Si este libro consiguiera instigar un poco la egoencia!
General Juan Crisóstomo Falcón
(1863-67)
Después de una guerra de pasiones desaladas, verdaderamente que es de magnánimo el acto de este Jefe de la Federación triunfante: Decreto de garantías a los vencidos. Aunque podría decirse que no había vencidos, sino muertos. Las contiendas siguientes serán ya entre círculos y caudillos. Definitivamente estaban acabados los nobles criollos.
Entonces fue cuando se dividió Venezuela en los veinte Estados que tiene hoy.
Falcón era magnánimo, dejaba el poder y no fue tirano. Le hicieron revoluciones los mismos liberales.
Bruzual
(1868)
Levantados en armas liberales y restos de conservadores, Falcón prefirió dejarle el poder a este guerrero de la Federación a quien llamaban “el soldado sin miedo”.
Nació en Colombia, en Cartagena, hijo del venezolano Portocarrero y de una señora Bruzual, hermana del periodista Blas Bruzual, que en tiempos de Monagas publicó un periódico con esta leyenda: “Ladrones y asesinos del género humano, venid a Venezuela; aquí tenéis honores y riquezas”. Honrado, caballeroso, no persiguió a nadie; no tuvo un solo preso. Paseando a caballo, encontraba a los que iban a unirse con los revolucionarios, y les decía: “¿Por qué me hacéis la guerra a mí, que soy un caballero?”. Es decir, no servía para presidente. Era un ideólogo liberal honrado… No servía.
Falcón y Bruzual, quienes practicaron lo que predica el liberalismo, libertad, son pruebas de que eso no sirve para gobernar.
Liberales y conservadores, acaudillados por José Tadeo Monagas, fueron los de la Revolución Azul.
Tomaron a Caracas. Bruzual, herido por bala de cañón en Puerto Cabello, fue a morir a Curazao.
Los Azules
El viejo decrépito Monagas murió a poco. ¡Tigra sedienta!
Esos personajes liberales y conservadores, sin el déspota a la cabeza, no pudieron acordarse para nombrar presidente. Estos querían a un hijo de José Gregorio Monagas y aquéllos a uno de José Tadeo. Sentimientos profundos de caudillaje hereditario.
Triunfó Ruperto Monagas y cayó por inepto. También fueron presidentes otros dos ideólogos, Guillermo Tel Villegas y Esteban Palacios, hombres caballerosos, distinguidos, que no servían.
Había llegado la descomposición a su colmo. Ningún caudillo, muchos guerrilleros dispersos. Todo estaba preparado para un dominador. Fue Antonio Guzmán Blanco. Éste nos va a gobernar hasta 1888, durante diez y ocho años.
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Capítulo III
Guzmán Blanco o
Liberalismo Europeo
(1870-1888)
Es el hombre de las estatuas. Liberales del trópico en donde la luna y el sol alborotan la savia, la imaginación, todos los jugos vitales. Estatuas que derrumbaban cuando se enojaban con él y que reponían luego. Es el rastacuero simpático que compra un palacio en la calle Copérnico, en París, casa sus hijas con marqueses de allá, construye teatros, concede el país a los extranjeros. Botarate, enamorado, verboso. En suma, la generosidad inconsciente del trópico.
Su padre fue aquel Leocadio Guzmán. Describamos a su padre, así:
“Hijo de oficial español, godo rancio; se educó en España y estuvo allá hasta el año 1822; tiene buen talento y juicio; se separó de su familia en Puerto Rico porque era patriota y no podía vivir con ella. Tuvo la desgracia de llegar a Caracas en lo más fuerte de los partidos y su carácter no es para quedar neutral. Sus amigos y los que lo favorecieron al llegar eran federalistas y él los siguió hasta que variadas las circunstancias y cansado de partidos no quiere ser sino patriota. Es joven de bella educación y de sentimientos nobles y sería una lástima dejarlo perder. Él temía que usted (Bolívar) lo recibiera mal, pero le he asegurado que usted no es de los abogados intolerantes de Caracas. Yo le ruego que lo reciba y oiga con bondad. Con Guzmán le mando una montura y un almacén de cartas que probablemente son todas pidiéndole” (Carta de Pedro Briceño Méndez al Libertador en 1825).
Este joven fue el que mandó Páez a proponerle una corona al Libertador: “Un secretario privado y redactor de ‘El Argos’ ha venido de Caracas a traerme un proyecto de ideas napoleónicas” (Carta de Bolívar desde el Perú en 1826).
“Mandan ahora un comisionado a proponerte la corona. Recíbelo como merece la propuesta, que es infame….” (Carta de María Antonia a Bolívar en 1825).
“He recibido su carta que me mandó con el señor Guzmán, a quien he visto y oído, no sin sorpresa, pues su misión es extraordinaria. Ni Colombia es Francia ni yo Napoleón” (El Libertador a Páez en 1826).
“La misión de Guzmán no sé si es de mala fe, aunque Briceño, Ibarra, el marqués del Toro y mi hermana dicen que sí” (Carta de Bolívar a Santander).
“Armero me ha dicho que iba a proponer a Guzmán para secretario. Yo sé que este joven no quiere volver a Colombia. No dejaría de convenirnos que se quedara por acá” (Carta de Bolívar a Santander en 1826 desde el Perú).
En 1826 lo envió Bolívar a Colombia a la propaganda de su constitución boliviana. Dice así la circular que llevó Guzmán:
“Después de meditar profundamente en la situación de Colombia y sobre los medios de conciliar la existencia de la república, los derechos de los ciudadanos, la firmeza del poder, la estabilidad de las instituciones; después de pensar en dar al pueblo toda la dicha y libertad, y al gobierno toda la energía y fuerza posibles, sin conmociones escandalosas que nos hagan débiles interiormente y censurables en el exterior, he concebido las ideas que comunicará a usted el ciudadano Antonio Leocadio Guzmán, que está bien impuesto de mi modo de pensar”.
“Ud. me mandó ahora hace meses al señor Guzmán para que me informara del estado de Venezuela….”. “Guzmán extenderá a Ud. mis ideas acerca de este proyecto de constitución….”. “Él dirá a usted todo lo que omito aquí por no alargarme en un papel que siempre queda escrito aunque varíen mil veces los hechos” (1826 – Carta de Bolívar a Páez).
“He creído conveniente, mientras voy, enviar al ciudadano Antonio Leocadio Guzmán para que comunique las ideas que me han ocurrido. Ud. las oirá de su boca” (Carta al General Rafael Urdaneta, 1826).
Con idénticas palabras escribió a todos sus amigos de Venezuela y Colombia. Dice, además:
“Guzmán es caballero muy instruido y de excelente juicio; está perfectamente instruido de mis ideas”.
“Este Guzmán es un excelente muchacho; tiene mucho talento y si no dígalo la ojeada de la constitución, que es escrita por él. Además, está cordialmente adicto a mí y puede servir muy bien empleándolo. Aunque él se ocupó en Venezuela contra usted, fue, no por malignidad, sino porque venía lleno de las ideas liberales de España y porque en Caracas era moda pensar mal del gobierno” (Carta a Santander).
Amigo de la dictadura
“La dictadura está a la moda, promovida por Guzmán, a quien mandé a Venezuela donde el General Páez….” (Carta a Santander a fines de 1826).
“No puedo menos de extrañar que después de haber llegado Guzmán al cuartel general de Ud. hayan tenido lugar sucesos tan extraordinarios y que mi nombre sirva de juguete a las más infames intrigas. Ud. sabe muy bien que Guzmán no vino a Lima sino a proponerme de parte de usted la destrucción de la república a imitación de Bonaparte….”. “No sé lo que Guzmán ha hecho durante su comisión: en unas partes ha hecho demasiado y en Venezuela ha hecho bien poco, según se ve” (Carta a Páez en diciembre de 1826).
“Guzmán me instó encarecidamente, luego de dar una ojeada sobre la constitución que propuse, para que lo mandase a Colombia a calmar los ánimos”.
“Guzmán se ha apoderado del alma de Mariño y me asegura que éste me será fiel y que está resuelto a combatir contra Páez”. “…Yo tengo a Guzmán como amigo seguro y fiel” (Carta a Santander en 1827).
En 1828 el Libertador lo recomienda para que lo nombren redactor de la gaceta oficial en Caracas y dice: “…hasta ahora me ha acompañado y se ha manejado muy bien”.
En enero de 1928 volvió Guzmán a Venezuela, recomendado por el Libertador, cerca de Páez para informarlo de la situación política. Bolívar lo despidió con esta carta:
“Mi estimado Guzmán: He recibido la tierna despedida de usted. Nada me es tan sensible como verle partir y no poder remediar este desagrado común. Mi suerte está decidida. Usted empieza esta dolorosa separación; poco a poco seguirán otras y al fin tendré que morir de pena viéndome solo. No debo vivir más en Colombia ni tampoco tengo con qué vivir fuera de ella…”.
Volvió a Caracas al lado de Páez.
“Recomiendo a Ud. a Guzmán” (Carta a Páez en 1928).
Poco después, en posdata de una carta para Carabaño se lee: “A Guzmán que me escriba; que nada sé de él”.
En julio de 1928 le manda saludos en carta a Páez. Bolívar quería que éste lo nombrase secretario, pero no quiso. El Libertador bregaba siempre por rodear a Páez de amigos suyos. En carta de 9 de agosto le dice que conserve a Sanabria de Secretario: “Ud. no quiso aceptar a Guzmán, conserve éste, pues: yo se lo pido como un favor especial”.
Hasta el fin de Bolívar, este joven Guzmán fue su amigo y le causó mucho mal porque exageraba las ideas bolivarianas sobre la manera de gobernar a Suramérica. Nunca desistió de la idea de que el Libertador se coronase.
Tuvo el honor de ser el confidente de Bolívar acerca de sus ideas de gobierno.
Muerto el Libertador, fue el jefe espiritual del liberalismo en Venezuela. Periodista, hizo oposición a Páez, instigó revoluciones. Su puesto era al lado de Mariño, Monagas y los libertadores despojados. Fue condenado a muerte y desterrado; llamado por Monagas, nombrado vicepresidente, aspirante siempre a la presidencia. Se disgustó con Monagas, que no lo dejó triunfar, y cuando cayó el dictador, gritaba en las calles de Caracas: “¡Muera el tirano!”.
En resumidas cuentas, es hombre muy curioso, pues fue lógico: lógico en su amor por los gobiernos fuertes, desde que el Libertador le confió sus ideas, y lógico al fundar el liberalismo demagógico, pues así luchaba contra los enemigos del Libertador, al lado de los patriotas desposeídos por los godos. Era un desadaptado.
* * *
La madre de Guzmán Blanco era de la familia de Bolívar. Hija de María Antonia Aristeiguieta Bolívar; las Aristeiguietas eran bellas, Don Leocadio era afanoso y Guzmán nació a los cuatro meses de casados sus padres, con el pie pequeño de los Bolívares, buen mozo, fino, espiritual y frágil como los Aristeiguietas.
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¡Qué bella la lógica de la vida! Toda la pasión que puso el padre en las luchas políticas, su ansiada presidencia, su amor por los gobiernos fuertes tuvieron su logro en el hijo. Y la amistad por el Libertador lo llevó a unirse con una Bolívar, la cual dio al hijo lo que el padre no tenía, el sentido de la realidad. Guzmán Blanco es prueba de que ningún deseo, ninguna aspiración se malogra.
Sus padres eran godos rancios en cuanto a la sangre. Por eso fue Guzmán Blanco el tipo del rastacuero, como veremos.
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Guzmán Blanco era antiguo secretario de Falcón. Nombrado por éste vicepresidente, metió la mano en lo que se llamó empréstito de la federación; le quedó pegado un millón de pesos.
Gobernaban los azules, Esteban Palacios. El país estaba anarquizado. Había miles de guerrilleros por Carabobo, por Coro, por todas partes. Con el millón, se fue Guzmán para Curazao e hizo sociedad con dos judíos para financiar una revolución en forma. Compró un gran parque; Mr. Pyle, ex ministro yanqui en Caracas, fue a las Antillas y trajo 52 naves de toda clase para el transporte: vapores de rueda, goletas, bergantines…
Desembarcó en las costas de Coro, en donde reunió 18.000 hombres. Pagaba todo lo que consumía el ejército; el campamento parecía una feria, pues salían los campesinos a venderle al ejército.
Colina se le rindió sin disparar, pues un zambo jamás hizo daño a nadie. Reunió a los guerrilleros, Pulido, Salazar, etc., y se vino a marchas forzadas y en tres días tomó a Caracas. Tenía 41 años.
Era, pues, un hombre que traía nuevos modos. Militarmente innovó al formar grandes concentraciones de fuerzas para batir a los alzados o que se alzaran. Hizo nombrar vicepresidentes a los guerrilleros que se le unían, y a uno, que volvió a sublevarse, lo fusiló. Quedó pacificado el país.
Porque desde Páez, con esa organización que le dio a las milicias, que tenían las armas en las casas, Venezuela tenía una guerrilla en cada aldea.
Se distinguió de los anteriores en que desde el principio puso orden y economía en la administración, lo que le permitió reunir dinero para la pacificación y el dominio subsiguiente. En 1874 estaba pacificado el país.
Organizó la Hacienda Pública y pagó los intereses de las deudas.
Hasta aquí es admirable. Pero amaba el dinero, era fastuoso; hacía negocios. Logró reunir una fortuna de 40 millones de bolívares: 15 millones bien colocados en Caracas, en casas y en 3 ó 4 haciendas, y 25 millones que llevó a Europa, en donde perdió seis en negocios de café.
Casó una hija con el duque de Morny y otra con el marqués de Noé. Compró un palacio en la calle Copérnico, en París, desde donde iba a gobernar a Venezuela. Un autócrata terriblemente peligroso, que por amor a París, a títulos y gloria, dejaba el poder a sus amigos de vez en vez. Caracas literata, liberal, francesa, estaba feliz. Le dio el título de Ilustre americano, le erigió en vida muchas estatuas, tumbadas cuando se iba para París y levantadas cuando volvía. Fue el paraíso de los que leían francés, Capua de todo afrancesado.
Su primer gobierno se llamó septenio (1870-1877); el segundo, quinquenio (1879-1884). Fue progresista, ordenado. Hizo algo por la instrucción pública popular. Pero la característica de esta dominación fue la decoración: El Palacio Legislativo; estatua ecuestre del Libertador en la plaza de su nombre; dos iglesias destruidas para edificar el teatro “Guzmán Blanco”. “Progreso de fachadas”, dijo un godo.
Obró según su naturaleza: fastuoso, tropical. A él se le erigieron estatuas y se le dio el nombre de Ilustre americano. Es el mal gusto. Como liberal europeo de la época instituyó el matrimonio civil, extinguió los conventos y expulsó obispos.
En Venezuela y en América en general lo admiran los que tienen aún la sugestión europea.
Guzmán Blanco no podía hacer ningún bien porque no sentía a Suramérica, no la tenía arraigada en la conciencia. Por aquel tiempo no hubo americanos; fuimos colonia literaria. Se define su gobierno, en cuanto fue bueno, por cierta cultura, pero europea, que antes perjudicó, y por un prejuicio que ha llevado a nuestro continente al borde de la ruina: progreso material por medio de concesiones y de capital extranjero. Guzmán casi entrega a Venezuela, la cual, como veremos, es la única que hoy está libre de tal obsesión, gracias al Brujo de los Andes. Pero no adelantemos. Diré únicamente que tal ha sido el milagro de Gómez: que mientras Olaya vende a Colombia, Leguía vende al Perú; mientras arruinan a Bolivia, Argentina y Chile, Venezuela es convertida de nuevo, por Gómez, en la cuna de Suramérica.
Concesiones a extranjeros fueron los ferrocarriles de La Guaira y de Valencia, obstáculos que encontró el Brujo de los Andes.
En tales contratos exigía una participación para él. Fueron contratos mal hechos, en general, sin estudio, nada más que por el afán de hacer obras de progreso y que le dejaran provecho.
Se cogió la gran hacienda de Chuao, que era de la Universidad. Se llevó las vegas del Guaire, también de la Universidad y que así se llamaban (dadas por Bolívar y Santander de bienes de manos muertas). Se cogió a Tocorón, comprándola barato, después de mandarla saquear.
Pero dejemos, para cuando estudiemos a Rojas Paúl, la descripción de los grandes males que su espíritu rastacuero quiso hacer a Venezuela.
Estudiemos aprisa a los que dejó en la presidencia mientras se iba a París a ver a sus yernos los marqueses.
General Francisco Linares Alcántara
Le dejó la presidencia en 1877, por dos años.
En los viajes que hacía Guzmán a su hacienda “Guayabita”, cuentan que al llegar a los límites de Aragua, Alcántara tomaba las riendas del coche y lo mismo a la vuelta.
Cuando el ataque a Caracas, Guzmán quedó en Antímano el primero y el segundo día. La fuerza, al mando de Alcántara, atacaba por el lado del Calvario. Al segundo día, éste abandonó su puesto y se fue para donde Guzmán, quien le riñó y le ordenó que volviera al frente de las tropas. “General, contestó, he jurado que la bala que lo mate a usted me matará a mí también”.
No fue muy voluntariamente como lo dejó en la presidencia. Pero creyó dominarlo haciéndose nombrar presidente del Estado Bolívar —hoy Miranda— y haciéndose atribuir una guardia por el Congreso. Pero estaban cansados de él por aquellos días. Iban a tumbar sus estatuas. Apenas posesionado Alcántara, Bolet Peraza inició oposición contra Guzmán en el Congreso y la policía impidió serenatas que querían darle sus amigos. Hasta el viejo Tello, congresista muy cortesano, habló contra Guzmán. Al saber eso, le dijo a la bellísima Ana Teresa Ibarra: “Arregla los baúles que nos vamos para Europa, porque las gallinas están cantando como gallos”.
Así, pues, Alcántara no se dejó dominar y Guzmán se fue para Europa.
Su gobierno fue un desorden y muy popular. Botaba, regalaba el Tesoro. Cuando estaba de candidato le preguntaron cuál era su programa y contestó: “Mi programa es montar a la torre catedral con una cesta de morrocotas (20 dólares) a tirarle a todo el que pase”. Muy lógico que sus amigos tumbaran las estatuas de Guzmán.
No hizo nada por el progreso. Cuando le hablaban de componer un camino, decía: “El mejor ingeniero es sol y casco de mula”. Frase que celebró después Castro y que puso en la práctica.
Era un caudillo más político que guerrero, tan generoso que le dieron el título de “Gran Demócrata”. Hábil para reunir gente. Mandó matar a todos sus enemigos y decía como amenaza: “¡Mira que te pongo un zamuro de prendedor!”.
Un día sus ministros, entre ellos hombres de letras, discutían sin llegar a ponerse de acuerdo, y él, llevándose las manos a la cabeza, exclamó desoladamente: “¡Dios mío, qué brutos son los hombres de talento!”.
Era un zambo alto, color clara, gran melena crespa, suave, muy hermosa, que era su orgullo. Tenía pies de cuarenta centímetros. Gran bailador y mujeriego. Se casó con señora honorable, de buena familia, llamada doña Belén González Esteves.
Un día misiá Belén le cepillaba el levitón; él estaba ahí esperándolo, vestido de pantalón y chaleco negros. En esas encontró ella una carta de las queridas en un bolsillo del levitón y comenzó a insultarlo. Él, cruzándose de brazos, exclamó: “¡Dios mío! ¡Lo que son los godos! ¡Me han metido esa carta en el bolsillo para destruir la paz de mi hogar!”. Esto lo contaba la misma señora Belén, después de muerto Alcántara, en la intimidad de sus amigas, para decirles lo terrible que era Francisco con las mujeres.
En la calle “San Juan”, en Caracas, tenía dos mozas, primas hermanas.
Mientras tanto, Guzmán estaba en París, feliz e intrigando. Alcántara estaba arreglando las cosas para quedarse en el poder, pero murió repentinamente en La Guaira. Unos pocos días lo sucedió un hermano natural.
Una revolución dirigida desde la calle Copérnico trajo de nuevo a Guzmán y entonces fue el quinquenio.
Hay que advertir que Alcántara fue el único presidente liberal que no tuvo negocios durante la presidencia. Cuando le proponían uno, contestaba: “No seas pendejo, chico; yo tengo el mejor negocio del mundo, que es la Tesorería”.
General Joaquín Crespo
(1884-86)
Este fue el segundo a quien le dejó la Presidencia, con mucho gusto, y se fue muy seguro para Europa, pues Crespo era ante todo un caballero: jamás faltó a la palabra empeñada, jamás; bravo, atento, comedido y muy político.
Mala administración. Desorganizó la Hacienda Pública. Gobierno de camarilla. Hasta por sus parientes se abusó del contrabando. El Tesoro estuvo casi siempre exhausto. No se hizo ninguna obra y no se atendió a necesidades locales, como la invasión de la langosta. Los políticos gastaban el tiempo en discutir el desconocimiento de Guzmán. Crespo se mantuvo fiel. A pesar de su mal gobierno, formó un partido suyo muy fuerte, debido a las dotes caballerescas, culto a la amistad y cumplimiento de todo compromiso político. Era, pues, un gran amigo, pero perjudicial al país. Siguiendo el ejemplo de Guzmán, no hubo elecciones, ni siquiera farsas. Ya en el poder, no fue cruel; cuando se veía obligado, tenía en la cárcel a sus enemigos, por corto tiempo. Hasta con ellos fue bueno.
Se formó en la guerra federal, en el Guárico. Sirvió a las órdenes de Guzmán en sus campañas. Logró dominar como amo en el Guárico; para ello mató a todos los caudillos enemigos: mató al Chingo Machado; mató a Solórzano; mató a todos los que se alzaban contra Guzmán. Cuando mató a Solórzano, caudillo del alto Llano, buen lancero, le avisó a Guzmán y éste le contestó por telégrafo: “¡La gloria es tuya!”. Esto fue en 1880.
En 1872 contribuyó mucho a la destrucción del ejército de los azules que se había refugiado en Apure y se le atribuye mucha parte en el embargo de todos los hatos de allá, decretado por Guzmán y mantenido por un año y que tanta influencia tuvo en los ánimos para las guerras sucesivas. Los propietarios conservadores quedaron arruinados y presos. A Guzmán le pedían la libertad de Mujica, el mayor propietario del sur del Guárico, y contestó: “Ese preso no es mío; es de Crespo”. Guzmán confesó en documento público que había sacado grandes sumas de tal embargo y que de ello había dado mucho a varios jefes. En 1879, cuando la revolución que precedió al quinquenio, Crespo le dio el triunfo a Guzmán en la batalla de La Victoria.
Guzmán quería dejar a Juan Pablo Rojas Paúl, pero Crespo se lamentó a Manuel Antonio Matos, cuñado de Guzmán, diciéndole que en ausencia de éste no se prestaría a más campañas. Por eso lo dejó gobernar dos años, e hizo bien, pues su fidelidad fue tanta que lo trajo de París haciéndolo aparecer como aclamado por la Nación, la cual, en verdad, estaba en situación económica muy mala.
Crespo era, pues, un caballero en la amistad. De buen tamaño, grueso, fornido, gran jinete, jefe profesional de caballería, pero sin hazañas. Ojos preciosos, negros, grandes, con cierta languidez y muy limpios. Barba espesa, negra, crespa; pelo ídem. Labio inferior tan grueso que el pueblo lo llamaba el bembe de Crespo.
Su mujer era una viuda del Guárico, mestiza, astuta y aficionada a la política, que ejerció mucha influencia en él.
Era casto. No se le conocieron queridas. Parece que no tuvo otra mujer sino la propia. Pero las señoras lo perseguían. No bebía, no fumaba ni jugaba. Se acostaba temprano. Durante sus paseos a las orillas del Guaire notó que una muchacha, hija de un vaquero, se había enamorado de él y no volvió por allí.
En su trato no ofendía nunca ni a sus enemigos y reprendía a los suyos cuando no eran circunspectos. Estudiando su carácter, llega uno a preguntarse por qué mató a sus enemigos del Guárico, y la respuesta es: ¡No serían unos santos!
Estas virtudes morales de Crespo, virtudes caseras y de círculo, explican cómo llegó a llenar también una época, pues ya veremos que él y Castro representan el período de agonía que siguió a Guzmán y precedió a Juan Vicente Gómez. Esas virtudes y su carencia de visiones amplias, de nociones y virtudes generales lo hacían propio para tal papel en la historia de Venezuela.
El día de la vuelta de Guzmán acabó la amistad de Crespo. Entraron triunfalmente a Caracas, en coche descubierto. Ya cerca de la casa, un hombre del pueblo le gritó a Guzmán: “¡General, nos morimos de hambre!”. Guzmán, pedante gracioso, se volteó y le contestó: “¡Lo sé todo!… ¡Lo sé todo!…”. Este y otros hechos por el estilo sembraron profunda división entre ellos. Quizá esta frase acortó el reinado de Guzmán.
Poco después Guzmán trató de reconquistar al amigo perdido; éste no quiso venir a Caracas; Guzmán fue a buscarlo a Maracay. Durante varios días hablaron, pero Crespo permaneció inflexible. Guzmán le proponía elegir candidato civil para el próximo período, y Crespo no aceptó; dijo que él se iría para el extranjero; esto equivalía a una declaración de guerra, hecha noblemente. Guzmán le contestó: “Si usted se va para el extranjero, yo también me voy para Europa”. Y se fue, dejando encargado del poder a
Hermógenes López
(1887)
general mediocre de la Federación, natural del Estado de Carabobo, de familia blanca y decente, pero al que por su figura y escasa ilustración llamaban la marrana de Nagua-Nagua: era muy gordo.
Fue un buen hombre en el poder. Empleó el tiempo buscando los modos de prorrogarse el período, pero sin apelar a ninguna violencia. Ignorante, sin personalidad.
* * *
Advirtamos que Guzmán traía de Europa, a cada viaje, nuevas ideas liberales. Cuando la proclamación, trajo la de que era tiempo de formar partidos políticos y de fundar prensa libre. Consiguió que salieran unos periódicos de estudiantes en que insultaban a su familia únicamente… De cada paseo de un suramericano a París, vuelve más desadaptado.
— o o o —
Capítulo IV
Agonía del Liberalismo
en Venezuela
Dr. Juan Pablo Rojas Paúl
(1888-1890)
El tercero a quien Guzmán pasa la Presidencia; es también el fin de su dominio.
Él aconsejó, impuso a sus amigos que lanzaran la candidatura de Rojas Paúl, letrado, hijo y nieto de profesores de la Universidad, de familia distinguida.
Hubo otros candidatos. La mayoría del Congreso, compuesta de favoritos de Crespo, favorecía a éste. Hermógenes López oponía la inercia en su deseo impotente de prorrogarse el período.
Guzmán Blanco escribía carta tras carta desde la calle Copérnico. Por fin se adoptó el consejo de Guzmán; los diversos candidatos, todos de su partido, concurrieron a una convención y por mayoría de votos acordaron a Rojas Paúl. Éste ofreció cien mil pesos a González Guinán para que votara por él; llegado al poder no le cumplió y González publicó el hecho para censurar a Rojas Paúl…
Para que fuera posible la elección, el gobierno encarceló diputados crespistas. Crespo no concurrió a la convención.
El público despreciaba a Rojas Paúl, creyendo que sería un servil de Guzmán, de quien estaban hastiados ya. Pero desde el primer día de su gobierno sorprendió a todos con actos simpáticos para la opinión pública. Suprimió abusos; removió funcionarios odiosos; proclamó la política de concordia. Se puede decir que cada día hizo algo que merecía aplausos. Llamó a los desterrados políticos; no tenía presos y comenzó a aparecer la prensa libre.
Puede decirse que fue el verdadero gobierno liberal en Venezuela.
Claro que a Guzmán no le gustaron estos métodos, a pesar de que en sus primeras cartas a Rojas Paúl le había aconsejado no ser jefe de partido, sino de la Nación, consejo para que lo practicara al revés. Sus cartas eran cada día más fuertes en la censura de su política. Rojas le contestaba hábilmente, pero echaba para adelante en los hechos y desechaba los contratos que celebraba Guzmán en su palacio de la rué Copernic, en donde ejercía de Ministro Plenipotenciario ante todas las cortes…
Contratos para ferrocarriles; para las cloacas de Caracas; contrato monstruo de colonización; refundición de las deudas interna y externa, teniendo la Nación que pagar más intereses por ello; ¡concesión a un banco franco-egipcio de la recaudación de las rentas de Venezuela!; ¡establecimiento en Caracas de un cuño de propiedad privada de unos judíos de París, obligándose el gobierno a recibir durante veinte años 4 millones de bolívares anuales de plata acuñada, a la par, cuando ya tenía 25% de descuento!
Los contratos de ferrocarriles no fueron estudiados; fueron dados a favoritos y al yerno duque de Morny. El de colonización concedía al contratista los terrenos baldíos de la república.
Puede uno gozar con la espiritualidad graciosa, con la capacidad asimiladora de Guzmán Blanco, con su rastacuerismo, pero no se le puede amar; no lo podemos amar los que miramos a Suramérica como nuestra vida: completa colonia espiritual de Europa fue nuestro continente. Rubén Darío, Carrillo, Rafael Núñez, Rodó, Guzmán, etc.; los hermanos García Calderón escriben en francés. Nada propio, ninguna conciencia. Esos son y fueron hombres capaces de vender sus patrias por una alabanza francesa. Lo único que da valor al hombre es la conciencia, que lo eleva a Dios, pero desde su casa, desde sus virtudes. ¿Qué valor puede tener uno como Gómez Carrillo, que decía: “Daría toda mi obra por haber escrito un solo libro en francés”? ¡Pobre borracho que no tuvo una sola virtud y que es aún sugestión de nuestras juventudes!
Rubén Darío, otro vicioso: “Mi sueño era escribir en francés”.
En Argentina es aún más repugnante el espectáculo: hay allá escribidores que hacen traducir al español lo que balbucean en francés.
Guzmán fue en Venezuela el representante de todo esto, y si aún se encuentran allí hombres descastados, que hablan en francés y que piensan únicamente en ir a Europa, se le debe a Guzmán.
Aquí está el milagro: que únicamente Venezuela ha salido de esta angustia: uno completamente americano, por su sangre indígena y blanca, por su niñez y por sus experiencias; un genio brujo de los Andes, salvó a Venezuela de la ruina en que ya estaba. Gómez es un milagro. Es el primer indicio de la personalidad. Si el Libertador viviera, su alma tendría una conmoción al ver el primer gesto de nuestra sangre india y blanca. Lo curioso es que sea en Venezuela en donde nace la conciencia, allí mismo en donde nació la independencia. Venezuela era casi un Marruecos cuando Gómez apareció. Pero los otros países están vendiendo: Olayita vende a Colombia; Leguía, los de Chile y Argentina, los de Cuba, todos son mulatos parisienses o anglosajones. Pero no adelantemos; ¡por orden!
La mayor parte de los contratos vergonzosos de Guzmán fueron desechados y él, muy enojado, renunció. El pueblo aclamó a Rojas Paúl, quien había sintetizado su política en estas palabras: “Lealtad sin servilismo; independencia sin reacción”.
Una verdadera gloria este Rojas Paúl que libró a nuestra querida Venezuela, estrella polar de Suramérica. Sin él, quizá hoy estaría unida a la Guayana, presidio inmundo, intolerable. ¿Por qué tenemos que recibir a los criminales más feos? Hoy sería Venezuela propiedad de los duques y condes yernos de Guzmán.
Las rentas públicas, que durante los mejores años de Guzmán no habían llegado a 40 millones de bolívares, subieron a más de sesenta. Resultado de la confianza creada por la política de Rojas.
Uno de sus primeros actos fue decretar la construcción del Hospital Vargas, de 900 camas. La junta de médicos honorables designada para la dirección y la suma votada semanalmente le permitieron en sus diez y ocho meses de gobierno adelantarlo bastante.
* * *
Crespo cumplió lo que le dijo a Guzmán de irse al extranjero, y al llegar a Las Antillas, cuando aún gobernaba la marrana de Nagua-Nagua, rompió con Guzmán por carta pública y le devolvió una espada que le había regalado. Organizó una revolución que estalló a poco de iniciado el gobierno de Rojas Paúl. Fue capturado en el mar, al venir de Curazao para Coro. Rojas le mandó alfombrar un salón en la Rotonda, con muebles lujosos y sala de recibo. Él mismo fue a visitarlo a la cárcel; había muchas guerrillas crespistas. Le ofreció ponerlo en libertad si le daba palabra de no conspirar. Convino, y fue puesto en libertad. Las fuerzas crespistas se sometieron. ¡Jamás faltó Crespo a su palabra! Era muy fácil el arreglo, pues Rojas había ya reaccionado contra Guzmán. Pero las virtudes de Crespo lo hacían dueño de tantos amigos, que tarde o temprano vendría su gobierno de círculo.
Retrato de Rojas Paúl
Rojas Paúl era alto, enjuto, blanco, bigote y perilla crespos y aquél separado en alas. Su órgano principal era la nariz, muy potente en sus huesos. Sus ojos, allá entre las cuencas, bañaban de espiritualidad a la cara. Ésta tenía una sonrisa regada en toda ella; era, pues, sonrisa interior.
Buen administrador, cortesano hábil, político de alcances. Figuró antes que Guzmán, en puestos civiles. Fue ministro de Monagas. Desde entonces predicaba la concordia. Era indiferente a los partidos. Guzmán le enrostra eso como defecto, en un folleto titulado “En defensa de la causa liberal”.
Casado, sin hijos. Fue presidente a los 62 años.
Enamorado. Ni rico ni avariento. No hizo negocios ni tenía favoritos.
Claro que no hubo pulcritud en el manejo del Tesoro, pues era tradición liberal tratarlo como propiedad del gobernante. Por ejemplo, cuando Guzmán, la Hacienda Pública estuvo organizada de manera que los fraudes se redujeran al mínimo, pero Guzmán disponía del tesoro a su capricho. Característica de los gobiernos de caudillos. En cierta ocasión, cuando se fue para Europa en 1887, hizo reparto de dinero a sus amigos y publicó la lista en el periódico oficial llamado “La Opinión Nacional”. Rojas siguió la tradición y si no la hubiera seguido no habría durado un día.
Salía solo a la calle. Oía misa. Protegió la Iglesia, cosa rarísima, pues todos son indiferentes en Venezuela para la Religión. No hay allí misticismo. Únicamente a Gómez le oí hablar de Dios. Es la más grande deficiencia de este pueblo. Ya veremos.
Era abogado y hubo prensa libre. A los opositores los enviaba de cónsules a Europa (sistema colombiano).
Se enamoró de una contralto de compañía italiana de ópera, llamada Larguerccia; desgraciadamente, estos amores fueron al final de su gobierno, cuando se pretendía prorrogarle el período; le dio una diarrea muy fuerte y se afligió.
Esta italiana y la enfermedad que le causó le hicieron cometer un error. Habían surgido candidatos para sucederle, entre ellos Muñoz Tébar, hombre puro, fuerte, ingeniero, de prestigio. Pero Rojas hizo elegir al
Dr. Raimundo Andueza Palacio
(1890-92)
Político de gran influencia en la república liberal, con mucha fama como orador. Era tiempo de oradores mulatos, abundantes… Lo que decía no valía gran cosa; eran la voz y ademanes armoniosos lo que imponía. En aquella época se amaba mucho la oratoria y los suramericanos han sido fuertes para redondear períodos: la pinta negra produce una gran capacidad de impertinencia en las actitudes. Cuando un suramericano es orador, tiene armoniosos tejidos adiposos y musicalidad en los movimientos. Andueza tenía la suave gordura oratoria.
Hasta su nombre lo predestinaba para orador. No recibieron mal su nombramiento, aunque se atribuyó a promesas que le hizo a Rojas Paúl de no ser sino intermedio para traerlo de nuevo al poder, cosa natural en Venezuela, en donde impera cierto sentimiento patriarcal; allá dura un hombre en el poder hasta que sus glándulas de secreción permanecen activas. Está muy bien, porque hombres no se encuentran a cada dos años, como suponen las leyes.
Se dijo que el autor de esta maniobra fue el gobernador de Caracas, Sebastián Casañas, quien luego fue el primer ministro de Andueza y gobernó con él. Lo cierto es que hay muchos indicios de que tal pensamiento se tuvo: Rojas le había dicho a Guzmán en una carta que Andueza no era sino un felón cínico… Además, acostumbraba comprar a la gente, como pasó con González Guinán. Le sirve de excusa el que Muñoz Tébar, a pesar de sus dotes morales, no había mostrado condiciones de administrador.
* * *
No reformó nada. No hizo nada. Andueza ni huele ni hiede. Las rentas disminuyeron, porque se perdió la confianza del tiempo de Rojas.
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Pero era caballeroso. Advierto que el 99% de los venezolanos lo son, generosos hasta desnudarse por el amigo, quijotes de la amistad. ¡Andueza no tuvo presos! No persiguió la Prensa…, pero compraba a los periodistas.
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En su tiempo se desarrolló “La Cajita”. Era una caja que tenían en La Casa Amarilla, para darles dinero a los amigos políticos. Digo que se desarrolló, porque Rojas Paúl la había fundado, pero la tenía en proporciones más limitadas. Era época de reparaciones a los que Guzmán había perseguido y botado. Era la república liberal de letrados.
* * *
Andueza abandonó la política de Rojas: no fue jefe de la Nación, sino del partido liberal, o más bien, quiso llegar a jefe, promoviendo manifestaciones que no dieron resultado. Carecía de envergadura.
Liberales letrados iguales a los godos letrados: por ejemplo, un Dr. Rísquez le escribió a Muñoz Tébar una carta en que hablaba mal de Andueza. Cogida la carta en el correo, el gobernador de Caracas, Urdaneta, hijo del héroe, fue donde Rísquez a suplicarle en nombre de Andueza que no escribiera en términos tan irritantes. Rísquez renunció su cátedra en la Universidad y Andueza se opuso a la aceptación de la renuncia, diciendo que una cosa era la política y otra la Universidad, que Rísquez era muy buen profesor.
Encargado de la presidencia, le dio la espalda a Rojas Paúl, quien se fue al extranjero.
Como todos, se dio a pensar en el modo de prorrogarse el período, pero sin los medios de represión necesarios. En eso se diferencia un liberal orador de uno guerrillero, un conservador letrado de otro guerrillero: ambos desean prorrogarse, pero los letrados no ponen los medios.
* * *
Sabemos ya que el General Crespo era el hombre que tenía amigos, terrible a causa de la amistad. Todos los jefes eran sus amigos. Rojas Paúl pudo gobernar porque coincidió con Crespo en la reacción contra Guzmán. ¡Claro está que Andueza sería derrocado por Crespo! ¡Dos y dos son cuatro! ¿Para qué razonar más?
Estaba Andueza pensando acerca de los modos de prorrogarse, pero sin hacer nada contra Crespo, quien, poco antes de terminar el período, se fue para Maracay y de ahí para el Guárico, a su hato del Totumo, en donde lanzó un manifiesto y una revolución que lo llevó al poder.
Retrato de Andueza Palacio
Era muy galante en su trato. Pasaba las mañanas bebiendo whisky. Casado con señora honorable, parienta de la mujer de Alcántara. Un hogar modelo.
Decía refiriéndose a las mujeres: “Chico, la presidencia de la república es deliciosa: la cacería se le para a uno en el cañón de la escopeta”.
Un sensual que acariciaba a las muchachas y a los períodos oratorios, despacio, armoniosamente. Bebía despacio y no estaba por que lo mataran en el Guárico.
Comentarios
Filosofemos un poco. Es lo único que nos liberta del variado fenómeno de la vida. Por ejemplo, en la radio, cuando la emisión de noticias universales, nos sentimos tranquilos hasta que cesa la corriente y filosofamos para darle unidad a los hechos. ¡Venido a ver que todo está regido por idea madre, como las perlas en collar!
Detengámonos en esta idea: el blanco y el mulato (blanco y negro) son netamente europeos, viven vida europea. Aquél, naturalmente; éste, con exasperación meníngea. El cruce de blanco y negro da un producto amplificador, exagerado y falso. El mulato promete mucho y nada cumple, es jactancioso, impertinente y perdido para el acto, a causa de tanta palabra. Tiene la pereza del negro y la jactancia del blanco. El mulato no sirve…
Mi esperanza en Suramérica es debido a la sangre india. Tiene el indio gran malicia y reserva. Concentración dentro de sí mismo y comunidad con las fuerzas elementales, que no posee el blanco. Ahora bien: Suramérica es mestiza más que mulata. ¿Qué se hicieron las indias? Ahí está la prueba.
El producto verdadero de Suramérica será 45% indio; 45 % blanco y 10 % negro. Esto último lo necesitamos para la capacidad de impertinencia.
De ahí que sea un deber para los gestores en Suramérica cuidar como de cosa sagrada de las tribus indígenas.
Estas cantidades están listas: Bolivia, Ecuador y Colombia tienen la reserva indígena. En las costas y valles tenemos al negro, y la sangre blanca está lista. No hay necesidad de ninguna inmigración. La hay de caminos y unión entre las partes del continente. Nada más. La gran Colombia está en bloque.
¿Qué sucede en toda Suramérica y en Venezuela hasta la llegada de Juan Vicente Gómez? Que han gobernado los blancos y los mulatos, con métodos e ideas europeas deformadas. Nuestro continente ha sido y es un mal amplificador de los estertores de la Europa en decadencia.
En Colombia han gobernado blancos y mulatos con un liberalismo que no tiene relación con las energías del país. Lo mismo en todas partes. En Venezuela gobernaron los blancos durante Páez; los mulatos y blancos con Monagas, con Guzmán y sus sucesores.
Con el general Juan Vicente Gómez aparece el primer gobierno del tipo sur americano: 45% aborigen; 45 % blanco y 10 % negro.
Ha sido un milagro, como veremos luego. Tal gobierno no se parece a los europeos; es autóctono. Métodos nuevos; verdadera asimilación de lo extranjero; nacionalismo ilustrado.
Este milagro es lo que me ha incitado a escribir mi libro. Con el General Gómez hemos comenzado a expresarnos; hemos dejado de ser colonia. El fin de este libro es hacer vivir tal milagro. Por consiguiente, no adelantemos.
Los Carrillos, Rafael Núñez, Daríos, Garcías Calderón, Guzmanes, darían sus vidas y sus patrias por haber escrito un libro en francés. ¡No ven! Esto no dice nada a la conciencia…
* * *
Continuemos con el General Crespo, no sin recalcar acerca de los dolores con que se va dando a luz la conciencia suramericana: ¿pretenden los blancos europeos hacer gobiernos europeos? Caen en las dictaduras de un Páez. ¿Pretenden los mulatos y blancos hacer gobiernos liberales europeos? Caen en el General Monagas, en Guzmán Blanco y en Crespo. Suramérica se opone desde el fondo de sus entrañas a ser colonia. Tales dictaduras son las convulsiones de un organismo precioso que tiende a manifestarse.
Igual ha sido, pero más lento, el proceso en todos los países de la Gran Colombia. Más rápido en Venezuela, cuna: ella es la cuna del Libertador. Dictaduras más fuertes, convulsiones terribles, porque es la parte más sensible. Llegó el mal hasta la agonía, con el General Castro. Hoy, hoy comienza a sonreír allá la América… ¡Qué lógico y claro veo esto! Pero no adelantemos.
General Joaquín Crespo
(1892-1898)
Una revolución lo llevó al poder. La guerra duró siete meses. En octubre de 1892 entró triunfante a Caracas. Hubo muchas batallas en toda la república. En los Andes se distinguió, a favor de Andueza Palacio, el General Cipriano Castro; allí se manifestó, como hombre muy seguro y buen organizador, Juan Vicente Gómez. Pero vencido el gobierno en el centro y en el oriente, estos andinos se retiraron a Colombia, en donde vivieron seis años y de donde habrían de venir a traer el último azote y lo que considero como la aurora de Suramérica.
Durante esta revolución sobresalió en Guayana José Manuel Hernández (el Mocho), que le dio el triunfo a Crespo en el oriente. En el centro, el hombre de armas distinguido fue Ramón Guerra.
Rojas Paúl pretendió aprovecharse del triunfo de su amigo Crespo, pero éste predominó.
Desconoció el Congreso porque sabía que Rojas Paúl tendría mayoría. Gobernó según su naturaleza, satisfaciendo a los grupos. Carecía de finalidades, fuera de la de enriquecerse y mandar. Su administración fue pésima. Creó nuevas deudas, una titulada suplemento a la revolución y otra de haberes militares, en las cuales se cometieron todo género de fraudes. Embargó los bienes de todos los partidarios de Andueza. Esto arruinó a muchos y acabó con el crédito de que gozaban los comerciantes en Europa; desaparecieron muchas casas venezolanas y el comercio de exportación quedó en manos de extranjeros.
Viendo la ruina, llamó a Manuel Antonio Matos para que le organizara. Este figura mucho posteriormente; había sido ministro de Andueza, estaba desterrado y había pretendido formarle a Crespo una revolución. Puso algún orden; pretendió pagar la deuda de los ferrocarriles, pero fue despedido por los amigos de Crespo. Se trataba de enriquecerse, nada más, y Matos era un obstáculo. Llamaron entonces al Dr. Bruzuel Serra, abogado del Ferrocarril, el cual contrató un nuevo empréstito, en Alemania, por 50 millones de bolívares. Pagó las deudas de los ferrocarriles con 40 millones y el resto se lo llevaron él y Crespo.
Al tratar de Castro veremos los otros males que hizo.
Era, pues, un hombre que tenía una virtud vuelta un vicio. Espíritu mediocre. ¡Qué tan poderosa será la fuerza de la amistad y del respeto a la palabra empeñada, que hicieron de Crespo un presidente durante tantos años!
* * *
Los dos hombres que le habían dado el triunfo, José Manuel Hernández y Ramón Guerra, esperaban el turno de la presidencia. Pero Crespo pensaba en prorrogarse y buscó para sucederle a un hombre de paja.
Ignacio Andrade
(1898-1899)
Caballero, de familia decente, hijo de un edecán del Mariscal Sucre. Su hogar era muy honorable. Muchos abrigaban la esperanza de que pudiera reaccionar contra Crespo. Pero no fue así. Tres revoluciones le hicieron. Una, el mocho Hernández, durante la cual murió en una batalla el General Crespo; otra, Ramón Guerra, y, la última, que lo tumbó, el General Cipriano Castro, salido de su destierro en Colombia, junto con el organizador Gómez, a la cabeza de los hombres de la montaña.
Gobernó durante diez y siete meses de una guerra constante. Hay que tener en la cuenta esto; le mataron a Crespo en los primeros días de la revolución de Hernández; quedó desamparado. Era indeciso; seguía el consejo de su último interlocutor. No sabía manejar hombres, ni círculos, ni partidos en la época más difícil.
* * *
Época de verdadera descomposición. Venezuela marchaba hacia la ruina completa. ¡Qué tal será el poder de la amistad, qué vínculos tan poderosos crea la amistad firme y generosa, que a pesar de que la masa del pueblo acompañaba al Mocho en su revolución, a pesar de haber muerto Crespo, el círculo de sus amigos se sostuvo durante diez y siete meses!
* * *
Me parece indispensable una ojeada a la revolución de José Manuel Hernández, para la comprensión de los sucesos futuros.
Era Hernández de origen canario. Nació en Caracas. Imaginativo, desprendido, desadaptado al medio, pretendía imponer el partido liberal, a la europea. Es ejemplo típico de cómo no se puede hacer nada en un país sino con las fuerzas que hay en él.
Comenzó luchando contra Guzmán. Contribuyó mucho al triunfo de la revolución que tumbó a Andueza. Se hizo popular en el Estado Bolívar.
Como era civilista, Crespo salió de él, enviándolo a Estados Unidos de Norteamérica. Allá vivía cuando los civilistas lanzaron su candidatura para suceder a Crespo.
Como todo suramericano que viaja, vino con ideas: la de una campaña electoral a lo yanqui, recorriendo el país en conferencias, y con periódicos, etc.
Crespo le prometió todo género de garantías para su propaganda electoral, y le cumplió, como siempre, pero no lo dejó elegir…
Recorrió a Venezuela en tourné a la europea; se ganó a todo el pueblo. Pero no se ganó un solo amigo, un solo jefe; estos eran fidelísimos a Crespo.
Todo el pueblo era mochista. Llegaron las elecciones y como Crespo no había prometido sino garantías para la campaña electoral, las mesas fueron ocupadas por hombres de machete y ruana, y sólo pudieron votar los de Andrade. Acto cómico: a los del machete les dijeron que gritaran vivas a Andrade, y como oían vivas al Mocho, el grito fue: “¡Viva el mocho Andrade!”.
Terminó la elección con este canto que compusieron en Caracas:
Hernández se quedó con las masas,
Andrade se quedó con las mesas,
Rojas Paúl se quedó con las misas,
Tosta García se quedó con las mozas
y Arismendi Brito con las musas.
Entonces se alzó José Manuel Hernández. A pesar de que todo el pueblo estaba con él, a pesar de que lo acompañaron los llaneros cuyos hatos habían sido embargados; a pesar de que en un combate, en El Carmelero, mataron a Crespo, el mocho Hernández era tan inepto para actuar en Venezuela, que fue vencido y llevado al castillo de Maracaibo. Ciento cinco días duró esta revolución y se dieron 100 combates sangrientos.
Un hombre no sirve sino cuando está en relación con las fuerzas que presiden a la evolución. Un blanco no sirve en Suramérica; tampoco un negro; tampoco un mulato. Tiene que tener la sangre india en sus venas, porque ella es la aclimatada, ella es la que posee la sabiduría de nuestro continente. Muy bueno ir al extranjero, pero conservando sus raíces allá en la patria. Nadie es grande sino se eleva desde su pueblo y su gente.
Peligrosos los viajes de suramericanos: porque los europeos nos sugestionan, por más viejos, más sabios y ricos. No son malos los viajes, pero aún no estamos preparados para ellos. No ha aparecido la personalidad, escudo que nos defiende y nos permite digerir, rumiar tranquilamente.
El mocho Hernández tuvo todo lo que puede dar la vida para el triunfo; pero no tenía la sabiduría celular: era canario y vivió en Norteamérica. ¡Un carajo!
Lo peor nuestro es el gran poder de imitación que tenemos. Genios de la imitación han sido Rubén Darío, Heredia, Carrillo, Núñez, los Garcías Calderón. Para América no valen nada. Son gente europea que figura dignamente al lado de los mejores de allá. Para Suramérica son nulidades. Gran literato suramericano es Tomás Carrasquilla.
La campaña electoral del mocho Hernández no desdice de las francesas y yanquis.
* * *
Acabada esta revolución, estalló la de Ramón Guerra, quien, a pesar de su pericia militar, fue derrotado fácilmente. Huyó a Colombia.
* * *
Andrade, para ganarse a los mochistas y vencer fácilmente a Guerra, puso en libertad a Hernández, pero lo tenía vigilado en Caracas. Vamos a ver cómo este partido mochista contribuyó al triunfo de Castro. Preparó la mesa para otro el mocho Hernández…
— o o o —
Segunda parte
Gómez, El Brujo
de los Andes
Capítulo I
Cipriano Castro
(1899-1908)
1°
Su campaña con “Don Juan”
Venezuela había sido llanera. Jamás habían mandado los andinos.
Cuando la revolución contra Andueza, Castro se distinguió en esas montañas cercanas a Colombia, en defensa del gobierno.
También comenzó a figurar por entonces un joven, por su constancia y firmeza en todo, hasta en el silencio. Era Gómez.
Los andinos fueron los únicos triunfantes por parte del gobierno. Derrotado éste en el centro y oriente de la república, Castro y Gómez se refugiaron en Colombia. Allí compraron haciendas. Antes de irse, dejaron guardadas las armas y dejaron muchos amigos fieles.
En Colombia era tiempo de guerras entre conservadores y liberales. Castro, nervioso, impulsivo, se convirtió en liberal colombiano furibundo. Gómez, más joven, silencioso, era amigo de todos y observaba a los hombres. En ese tiempo lo llamaban Don Juan, sencillamente. Había pasado la revolución de Ramón Guerra. En Mayo de 1899, el General Castro y Don Juan se levantaron en armas; pasaron la frontera con sesenta hombres. Al día siguiente eran quinientos o seiscientos, bien armados, con las armas que dejaron guardadas.
Don Juan no conocía sino sus montañas. Castro había sido diputado liberal. Don Juan era el mayor de trece hermanos, hogar campesino; desde pequeño quedó huérfano de padre y levantó la familia; creció en medio de esos pequeños negocios largos y difíciles del montañés, en que la astucia lenta es como un rumiar. Nació, creció y formó una fortuna en montaña fronteriza, en medio de guerrillas de los dos países. Llegó a ser un hombre muy considerado, por su firmeza, cumplimiento, seriedad. Se podía confiar en él. Era seguro. En fin, en el Táchira lo llamaban mano Juan.
En Colombia, Don Juan fue amigo del jefe liberal y del conservador; les guardaba en sus fincas los caballos, para que no se los robaran mutuamente. Con los jefes de ambas partes hacía negocios y con todos era cumplido. Un hombre honrado y un hombre firme. Tenía crédito.
Don Juan fue el banquero de esta revolución. Por la fe en su palabra, los andinos suministraron lo necesario al ejército.
La solidez de esta revolución, lo que atraía a los hombres y los conservaba unidos, era Don Juan. No explícita, sino implícitamente. Aún no tenía conciencia de su destino. Era prudente, discreto, sin el brillo que luego habían de darle el trato y manejo de los hombres, el sufrimiento de las ofensas y la disciplina de la espera. Todo se lo debe al control sobre sí mismo y a la observación de los hombres; nada a las escuelas.
Castro era el General, delirante de grandezas, excitado meníngeo, ligero, déspota: tenía rapidez genial para concebir una campaña. Esa su virtud. Castro ganó tres combates seguidos en que destruyó separadamente las fuerzas que custodiaban la frontera.
Como todos los buenos guerreros, se movía y percibía el modo en un instante. No había espacio aparente entre la concepción y el acto.
Corrió en seguida a sitiar a San Cristóbal, defendida por Peñaloza; se interpuso entre éste y una columna que venía en su auxilio, mandada por Sarria. Cargó a éste con fuerzas superiores, lo derrotó, hirió e hizo prisionero.
Formalizó el sitio de San Cristóbal; de Mérida se desprendió un ejército en auxilio de la plaza. Castro levanta el sitio y rápidamente corre a su encuentro y, a la salida del páramo Zumbador, cuando los soldados bajaban fatigados, les cae encima y los desbarata.
Vuelve al sitio de San Cristóbal. Sabe que viene un ejército de cinco mil hombres en auxilio de la plaza. Como venía por Maracaibo, corre a esperarlo en la bajada de la serranía que separa el lago de Maracaibo del valle del Táchira; le destruye la vanguardia; lo deja pasar luego para San Cristóbal, y él, con sus dos mil hombres y escaso parque, en vez de insistir estúpidamente en el sitio de la plaza, se lanzó a Mérida. Luego de vencer una columna de 700 hombres, entró en Mérida sin disparar un tiro. Inmediatamente siguió para Trujillo; atravesó el páramo de Mucuchíes y entró al valle de Trujillo, en donde Leopoldo Baptista, con 2.500 hombres del gobierno, tomó posiciones en un nido de águilas.
Castro, con fuerzas iguales, siguió adelante, desfilando en procesión a distancia de su enemigo.
Premeditado o no, lo cierto fue que en toda esta campaña fue original insuperable. Por ejemplo, para entrar del valle de Trujillo al Estado Lara, no siguió el camino que todos los ejércitos seguían desde la independencia, atravesando la cordillera para caer al Tocuyo, sino que se fue por una pista desusada a que se daba el nombre de “La Viciosa”, rodeando la cordillera. Como no lo esperaban por ahí, en el sitio de Para-Para tomó un gran parque que traían para el enemigo.
Este feliz hallazgo le aseguró el triunfo. Dejó a los enemigos atrás. La audacia y la inteligencia lo llevaban de la mano…
Los enemigos que dejó se vinieron para reunirse y atajarlo. Pero él seguía adelante hacia Caracas. No contaba con muchos recursos; había que enamorar a la fortuna con la rapidez del ataque. En verdad que fue una violación. ¡Qué bella campaña! Bolívar y Sucre, que conocieron y lucharon en esos mismos lugares, habrían temblado de placer.
En el Estado Lara había más fuerzas, que se concentraron para defender a Barquisimeto. Pero Castro se vino de Para-Para y pasó delante de Barquisimeto tranquilamente.
Cruzó al Norte, al Yaracuy. Se le incorporaron muchas fuerzas mochistas. Ya tenía tres mil hombres.
No se detuvo. Marchó a Carabobo, atravesando valles y cerros. En Nirgua atacó e hizo prisionera una división de 800 hombres, y se acercó a Valencia por los cerros de Carabobo.
Aquí llegaron a atajarlo los enemigos que dejó atrás: el zambo Fernández y Leopoldo Baptista, quienes se unieron a dos mil hombres que allí tenía el gobierno. Eran cinco mil, bien armados.
Aquí viene lo más genial. No esperó el ataque en los cerros de Carabobo, con la espalda para Occidente, de donde venía y que no había limpiado de enemigos, sino que dio un cuarto de círculo y se colocó a diez kilómetros de Valencia, a la entrada del pueblo llamado Tocuyito, dando la espalda al Apure, por donde no había fuerzas del gobierno, de modo que se retiraba a Colombia en caso de ser derrotado. También buscaba campo abierto para una pelea rápida; no tenía mucho parque. Esto es digno de Bolívar y de Sucre.
Pero lo mejor fue cómo se colocó: dándole la espalda a Tocuyito, mirando para Valencia, en unos potreros. Por la carretera debía llegar el ejército enemigo. La carretera venía perpendicularmente al centro de su ejército, limitada por alambre de púas, y tiene de sesenta a ochenta metros.
Por allí se metió el ejército enemigo, en columna cerrada, y cuando fueron a desplegar no lo pudieron por los alambres de púas; Castro hizo que sus alas se cerraran sobre tal columna en forma de boca de caimán. Así quedaron los del gobierno recibiendo el fuego cruzado de Castro.
Al mismo tiempo, por traición o error, el Ministro de Guerra, Ferrer, dio orden de disparar a la artillería, y ésta lo hizo en una dirección que barría la columna del gobierno. La derrota fue instantánea. Se refugiaron en Valencia y de ahí corrieron a La Victoria.
Castro se quebró un pie al caer del caballo en un zanjón y entró en hamaca a Valencia.
Entretanto, el Presidente Andrade se había venido con sus cortesanos a Maracay; llevaban dos o tres batallones. Al saber la derrota, se fue para Caracas; nombró general a Luciano Mendoza y reunieron 4.500 hombres muy bien armados, en La Victoria.
Castro quedó con 1.300 hombres, después de su triunfo. Pero estaba en el centro del mochismo y allí se demoró hasta reunir seis mil hombres. Si lo hubieran atacado… La audacia lo tenía de la mano.
También se demoró, porque negociaba; negociaba con Manuel Antonio Matos y con Mendoza. Éste traicionó al gobierno y se entregó a Castro.
Cinco meses duró esta genial campaña militar y diplomática. No se perdió un momento; se peleó lo indispensable nada más; cuando se pudo negociar se empleó la paciencia. Es admirable. ¡Bravo!
2°
Entra a Caracas
El 26 de octubre de 1899, entre dos luces, a las cinco y media de la tarde, entró Castro, vencedor, a Caracas.
Salió a un balcón y dijo en resumen: “Nuevos ideales, nuevos hombres, nuevos procedimientos”. Palabras vanas. No tenía ningún plan. Era el jefe de una horda; los soldados se meaban en la plaza de Bolívar. Era, en resumen, el producto de la descomposición liberal y de las guerrillas, delirante como Calígula.
3°
Su gobierno
Durante tres años le hicieron revoluciones, como veremos adelante.
Cambió de métodos, sí, para establecer el remate de las rentas, proscrito desde la independencia; para implantar modos violentos y bárbaros de tratar a los hombres y a los pueblos. Bárbaro como no lo había sido ninguno. Hombre asiático. Nombraba incapaces en la administración, porque sí; crecieron todos los vicios anteriores; adulación y favoritismo cubrieron el país.
Veamos cómo formó su primer ministerio:
Llamó a un hombre gordo, servicial, bonachón, maracaibero, llamado Efraín Rendiles. Cosa rara: este gordo era nervioso e imprudente. Lo nombró Secretario Privado.
Lo llamó a un cuarto de la Casa Amarilla, le dijo que cerrara la puerta, pero la aldaba no marchaba; se sentaron en un catre y comenzaron la lista de ministros.
Rendiles le dijo que nombrara Ministro de Hacienda a un comerciante caraqueño que inspirara confianza. En tal momento entró un periodista liberal, valenciano, llamado Manuel Pimentel Coronel, quien exclamó: “¿Qué disparates le aconseja Ud. al General Castro?”, y dirigiéndose a éste: “Usted lo que necesita es un hombre ante quien no tenga que ruborizarse el día en que le pida cien mil pesos para comprar una hacienda”. En ese instante entró Ramón Tello Mendoza, valenciano, empresario que le hizo suministros al ejército, y Pimentel agregó, señalándolo: “Ud. lo que necesita es a este señor”.
Tello Mendoza fue un azote, y el gordo Rendiles decía después que la culpa fue de la aldaba.
Durante los tres primeros años, que fueron de revoluciones, pasó grandes apuros, con el tesoro vacío. Por eso daba a sus generales fuerzas insuficientes para batir a los rebeldes.
No puede explicarse uno cómo pudo sostenerse, si no es por la influencia que ejercía Gómez, como veremos luego.
Tello Mendoza contribuía al desorden: hombre pequeño, mezquino, acaparador, que no cumplía lo prometido y a quien atribuían el papel principal en el cabronaje; lo llamaban el gran bastonero (rufián).
4°
Sus mujeres
Castro enamoraba así:
Paseaba mucho a caballo; le placía irse por los arrabales a buscar muchachas; cuando le gustaba una, le pasaba varias veces, y, si encontraba simpatía, le mandaba recados: intervenía el honorable Tello Mendoza. Luego alquilaba o compraba una casita, la amueblaba y se iba para allí la muchacha. Todo esto lo hacía Tello.
Hay que advertir aquí, pues ha habido calumnias, que Castro no trató nunca de seducir muchachas de buenas familias; sus conquistas eran entre la gente que llaman en Caracas de orilla. No es verdad, como se dice en una novelita llamada “El Cabito”, que se hubiera apoderado violentamente de una muchacha bonita, arrebatándola al novio. No; las mujeres que seducía eran de medio pelo, enamoradas de verdad, pues era un tipo seductor, rimbombante, abundante, o bien, que cedían tentadas por el lujo.
No le gustaban casadas o viudas; vírgenes y les quitaba el virgo con los dedos.
Una de ellas, a quien trató un amigo mío, pocos días después de entregarse a Castro, recibía en la casa amueblada a su novio y contaba la escena: llegaba en coche con el honorable Tello, se quitaba el sombrero de copa y entraba al matadero en mangas de camisa, rápido, rápido… Era la hija de un panadero francés.
Tuvo 22 mozas; tuvo hijos en ellas y les dio bienes raíces importantes. Las principales fueron:
- María Teresa Domínguez (1.200 bolívares de pensión, según recibos y documentos que tuve a la vista.)
- Dominga Domitila Hernández (800 bolívares).
- Rosa Gutiérrez (800).
- Luciana Méndez, alias La Chanito (1.000).
- Marcelina Fuentes (1.200).
- María A. Rodríguez (800).
- Blanca Gouvirand (600).
La única verdaderamente distinguida, seria, y que ha observado buenas costumbres fue la Domínguez.
Estos amores de Castro juegan el papel principal en su drama, como veremos, lo mismo que el cabronaje de sus amigos, y por eso insisto.
5°
Castro y los Bancos
Cuando llegó, el tesoro estaba exhausto, agotado el Banco de Venezuela. Vino la primera revolución que le hicieron, la de Hernández, y el Banco no podía darle dinero. Solicitó el concurso del Banco de Caracas. Encontró resistencia; mandó encarcelar a los directores; dio orden de sacarlos para Puerto Cabello, al castillo. Entre ellos iba Matos, por la influencia que tenía en ambos institutos.
Espectáculo bárbaro cuando salieron los presos entre soldados y las señoras corrían, en trajes de casa, a despedirlos. De la estación los devolvieron, pues se había llegado a un arreglo.
Castro sufría involuntariamente la influencia de Don Juan; el General Gómez era el terreno firme en que se sostenía la revolución andina. Permanecía silencioso, pues Castro era déspota; pero en este silencio, él componía lo que el otro dañaba. Castro insultaba y tiranizaba a sus hombres; estos buscaban refugio en Gómez. Todos los consejos que éste dio fueron buenos. Pegados a él, como el cemento al alma de acero, estaban unidos los andinos. Por eso duró Castro ocho años. De suyo era disolvente.
Gómez es tan seguro en la amistad como Crespo; pero la amistad es para él un medio de cumplir sus ideales. Firme en sus compromisos; obediente, cuando fue segundo, cumplidor en todo. Hombre hábil como un brujo; sabe esperar su día, permanecer en la sombra. Cada amanecer tenía cien amigos más y Castro cien amigos menos. Es historia digna de Shakespeare, a saber, cómo Juan Vicente Gómez fue el verdadero hombre de esta invasión de la montaña, y cómo, sin revoluciones, esperando, cumpliendo fielmente todo lo que le mandaba Castro, seguro de su destino cuando Venezuela estaba ya completamente arruinada y era colonia de mañana, sustituyó a Castro y nos dio el primer gobierno de carácter suramericano.
Debido al espíritu de Gómez, que ya era una fuerza dentro del partido de Castro, éste comprendió que no le convenía destruir los dos únicos Bancos existentes. Cuando se terminaron las revoluciones, en 1903, obra de Gómez, se le pagó a los Bancos lo que se les debía.
Pero Castro siguió nombrando favoritos para el Ministerio de Hacienda. Uno de ellos fue el Dr. Celis, valenciano de familia patricia y que hasta entonces tenía buen nombre. Cuando lo nombraron, el Dr. Laureano Villanueva, viejo liberal, periodista y cínico, le dijo:
“¡Celis! Es preciso que te hables con Álvarez de Lugo, el de los bigotes, el que le enseñó a robar a Tello Mendoza, para que te enseñe a ti. Acuérdate de lo que decía el Gran Demócrata (Linares Alcántara), que el tesoro es como el Guaire, que todos tenemos derecho a beber agua y lo único que se discute es el tamaño de la pichagua” (cuchara de totumo). “¡Celis! ¡Apura antes de que llegue Gómez y nos corte a todos la cabeza!”.
Esta anécdota indica también que en la conciencia del público estaba el advenimiento del General Gómez, como un remedio a la desmoralización.
6°
Castro y los extranjeros
¡Un bárbaro! Con él apareció por primera vez el nacionalismo, pero tan bárbaro como el de Hitler y Mussolini. Nacionalismo nervioso, hiriente, impulsivo. Hasta entonces los liberales y conservadores no pensaban sino en Europa, sobre todo en Francia. Eran gente, y lo son todos los suramericanos, menos los venezolanos educados por Gómez, capaces de dar hasta las mozas por haber escrito un libro en francés, qué digo, por ser capaces de pronunciar: “Garçon! Un poulet roti, des pommes frites et une demie de vin blanc…”.
¡Qué cochinos son los blancos y mulatos de Suramérica, que la han vendido, que la están vendiendo…! ¡Oh, Simón Bolívar, que la sangre india venga pronto a darnos conciencia de nuestro continente, ideales, literatura, alegría!
Vimos que los Guzmanes habían concedido casi toda Venezuela a los extranjeros. Como los Olayitas en Colombia: abramos un diario y leeremos que Olayita concedió tal muelle, tal petrolera, tal alcantarillado, tal acueducto a un míster. Desde aquí, avenue Bonneveine, me cubro el rostro y me hundo en el recuerdo de mi compadre Juan Vicente Gómez, en los escritos de Bolívar, me encenago en lo noble que tenemos, siguiendo el sabio consejo del viejo doctor Vargas… ¡Pero no se puede resistir! Acaba de recibirse en este Consulado de Colombia la revista del Banco de la República, y… ¡está redactada en inglés! ¡Hijos de puta!
En esto era noble Castro: se indignaba con los abusos de los extranjeros. Pero era indignación bárbara. Ideas primitivas en su lucha contra estas cosas. Ignoraba el derecho internacional y, delirante de grandezas, no atendía consejos.
Se echó la enemistad de los países todos, hasta el punto de que las naciones interesadas en los negocios de Venezuela, fomentaron las revoluciones contra él.
De los primeros asuntos fue el pleito entre “La Felicidad” y “La Bermúdez”, compañías yanquis que tenían la concesión del asfalto en el oriente del país. Favoreció a la más débil, “La Felicidad”. La otra movió sus influencias en Washington y Roosevelt le mandó un ultimátum. Castro cablegrafió a su ministro, así: “Dígale al Secretario de Estado que antes de contestar, quiero que me diga si Estados Unidos reconocen la independencia absoluta de Venezuela y sus tribunales”.
El Secretario de Estado recibió tal cable con sonrisa despreciativa; se fue a buscar a Roosevelt; lo encontró en un baile; se indignó y dijo: “Voy a mandar un acorazado para que me traigan ese mono”.
No mandó por el mono y a los pocos días un empleado de la Secretaría de Estado le dijo al ministro venezolano: “Dicen que Castro es un salvaje, pero se los ha tirado…”.
* * *
Crespo había suspendido el pago de la deuda y sus intereses. Había muchas reclamaciones con motivos de contratos y concesiones de Guzmán y de Crespo. Eran contratos y concesiones con extranjeros sin capital, que no habían cumplido, por cuyo motivo se habían declarado nulas. Pero los europeos quieren siempre el oro americano, propinas. De ahí las reclamaciones.
Ejemplos, para que mediten los Olayitas:
1° Crespo dio a un ingeniero ruso, por 30 años, el mercado de Caracas, para que hiciera uno nuevo. No cumplió y Crespo mismo declaró caducada la concesión. De ahí un reclamo que costó 11 millones de bolívares.
2° Crespo dio en usufructo a una compañía belga el acueducto de Caracas, comprometiéndose ella a hacer las cloacas. Paquet, el empresario, amigo de Crespo, no cumplió. Castro declaró caducada la concesión. Otro reclamo de Bélgica, que costó muchos millones.
Castro contestaba a los reclamos que nada tenía que ver con gobiernos anteriores. ¡Precursor de los comunistas rusos!
Así le contestó al ministro alemán, que reclamaba los intereses de los cincuenta millones prestados a Crespo para pagar la deuda de los ferrocarriles, aquel empréstito de que Bruzual Serra y él se llevaron diez millones.
Así fue como la gran revolución que le hicieron a Castro, la llamada de Matos, fue financiada e instigada por los países europeos. Sólo el genio de Suramérica, encarnado en Gómez, pudo vencer tal revolución, que fue la última.
El ministro francés era Taigny; venía enojado con Castro desde el principio, por las reclamaciones, y cada vez que llegaba a la Guaira un buque de la Trasatlantique, se iba a bordo y pasaba ahí despachando su correspondencia. Un día, Castro ordenó a la aduana que no lo dejaran bajar y Taigny tuvo que seguir para Francia, sin equipaje. En París, dijeron que Castro era un apache. De eso no hay sino en Francia y… en Guayana.
Fomentaron, pues, la revolución de Matos y, apenas no triunfó, el Káiser Guillermo II organizó el bloqueo a Venezuela.
Cañonearon el castillo de Puerto Cabello y el Vigía; de lejos tiraron unos cañonazos al castillo de Maracaibo.
Castro, después de muchas bravatas, se entregó en manos de Mr. Brown, ministro yanqui, para que le arreglara todos esos reclamos. Roosevelt dijo al ministro alemán que “no permitiría que Venezuela fuera convertida en nuevo Egipto”.
Dígase lo que se quiera, los yanquis han sido un amparo, aunque egoísta, para Suramérica. Muerto Bolívar, nada grande en ideales y capacidad, nada firme, nada magnánimo hemos tenido, hasta Gómez. Tan fea ha sido nuestra vida en ciento treinta años, que sólo por el egoísmo yanqui conservamos la independencia. A Venezuela la salvó Gómez, con sus doctrinas y prácticas originales, nacionales, sencillas y nuevas, emanadas de nuestro suelo. El mar de podredumbre y enredos que encontró ha servido también para que lo insulten y desfiguren.
Pues sí: los yanquis han sido la tutela de Suramérica en su niñez de guerrillas. ¿Qué hubiera sido de nosotros, en tanto desorden, con Europa llena de miseria, poblada hasta más allá de la saturación? ¿Qué le importamos a Europa?
Por egoísmo nos han protegido… Ahora debemos mirarlos con astucia, pero pensando siempre que son nuestros primos hermanos…
Mr. Brown hizo que soltaran a los europeos que habían aprisionado y logró que se formara una comisión mixta, un representante de cada nación reclamante y un árbitro. Se reconocieron millones por asuntos baladíes. En el ambiente de corrupción que reinaba, hay que imaginar las suciedades que habría. Algunos comisionados extranjeros se vendieron a los reclamantes.
En definitiva, Venezuela reconoció más de 70 millones de bolívares, en oro, para pagarlos en cuotas.
Así lo hizo el General Gómez. ¡Pagó toda esta deuda! ¡Venezuela no debe un centavo a nadie!
Vendida estaba Venezuela y en manos de un impulsivo. La habían vendido los liberales y godos cuya vida he descrito, mulatos y blancos. Gente europea. Estaba vendida y en manos de un déspota entregado al baile, al coito y a una corte de viciosos.
Pero el Dios de América y de Bolívar había colocado allí al hombre del silencio, de la espera, de la astucia, de los procedimientos lentos y seguros, para salvarnos.
Porque desde ahora hay que decirlo: el verdadero tipo suramericano, con sangre americana, odia la violencia. Gómez se distingue por enemigo de revoluciones y procedimientos violentos. Nuestros antepasados no opusieron la violencia a los conquistadores, sino cuando estos comenzaron a matar y robar. El indio no es hablador, impulsivo, asesino. Las guerrillas de Suramérica son de los blancos y mulatos europeos. No son de la sangre americana.
7°
Castro y Colombia
Tuvo siempre la manía de favorecer a los liberales en la última guerra colombiana. El Departamento de Santander fue el nido de la revolución liberal y allí vivió Castro y allí tenía sus amistades.
Decía: “Si me dan un ejército, iré a Bogotá en un abrir y cerrar de ojos”.
Con él vino un negro de Panamá, Ruiz, que se hacía llamar Benjamín Bolívar. Halagaba a Castro con proyectos para favorecer a los liberales colombianos. Con este negro mandó muchos elementos a sus amigos de Cúcuta, y Ruiz defendió esta ciudad contra las fuerzas del gobierno.
En represalia, Colombia apoyó una expedición contra Castro, mandada por el Coronel venezolano Rangel Garviras. Atacó a San Cristóbal, pero lo derrotaron, ayudados por el General Rafael Uribe Uribe, colombiano liberal que se hallaba en un caserío cercano, con 400 hombres, restos de su ejército derrotado. En Venezuela creyeron que el vencedor era Celestino Castro, hermano del dictador. Fue Uribe Uribe.
Entonces Castro envió una expedición a la Guajira, a favor de los liberales de Colombia, al mando de José Antonio Dávila, la cual fue derrotada.
En los consejos de ministros, Castro hablaba siempre de sus proyectos en favor de los liberales de Colombia. Un día, el General Ignacio Pulido, al oír que decía: “Mi hermano Celestino puede ir triunfante hasta Bogotá”, le contestó: “Eso es un disparate; Celestino no vale nada y este gobierno no tiene recursos para una empresa seria”. La discusión fue a gritos que se oían de la calle. Pulido renunció el Ministerio de Guerra.
Le dio el monopolio de navegación del Orinoco a Manuel Corao, porque éste, conociéndole la debilidad, lo halagaba ofreciéndole organizar una flota que pudiera servirle para una expedición por el Meta, en favor de los liberales colombianos.
El liberalismo colombiano era, pues, sostén y sostenido de este déspota asiático.
Gómez ha sido otra cosa. Amigo de Colombia, a la cual quiere como a su patria; neutral en todas sus disputas internas. “Allá aprendí a ser neutral”, me decía un día; “yo era amigo de todos y les guardaba sus animales para que no se los robaran mutuamente”.
Este es uno de los motivos para que el periodismo colombiano se haya constituido en detractor de Gómez. Así le pagan su amor por Colombia, convirtiéndola en refugio de ladrones de ganado del Orinoco y de los muchachos que leen en francés, hijos de antiguos guerrilleros liberales y godos. Allá van, a Bogotá, a recitarle al bizco Santos los sonetos que les hicieron a las novias y a las cadenas rotas.
¡Cuántas cosas buenas para la Gran Colombia se podrían haber hecho durante el gobierno del General Gómez! Desgraciadamente, en Nueva Granada han faltado cinco hombres comprensivos; hace mucho que no produce sino abogados un poco femeninos, Olayas, yanquizados, hombres sin tabaco en la vejiga.
¡Es curioso! Mientras Venezuela se forma, adquiere personalidad, en Colombia pasamos por el período de Guzmán Blanco; su actual presidente vende todo; si no ha cerrado el contrato de compraventa con los yanquis, es porque vino la crisis de 1929 y no pudieron darle el precio que solicitaba. Yo visité a Olayita y en su despacho tiene libros en inglés, como 20 retratos de místeres Rootes y ni uno solo, pequeño, de Bolívar… Tenemos que apurar, para no quedarnos atrás en la evolución. La semejanza entre Olayita y Guzmán es mucha, menos en la espiritualidad. Olayita es bruto del cerebro. Pero también ha enviado sus hijas a Norteamérica y luego a todas las cortes, “porque Bogotá no es medio para educarlas y casarlas”. ¡Pero no había ya marqueses de Morny! ¡Qué hombres tan brutos del cerebro!
Abramos un periódico colombiano: contrato para el acueducto de Bogotá; contrato para el muelle de Cartagena; contrato para llevar un abogado yanqui de asesor de la Presidencia. Un extranjero es jefe de la policía nacional y hoy dicen que se le dan dos mil pesos a un policía español, para el viaje, para que vaya a enseñar a los detectives… Carecen de tabaco en la vejiga…
¿Qué más leemos? Caracteriza a Colombia la indecisión. No tienen plan. Carece Colombia de ideal. Porque aún gobiernan los blancos y los mulatos que darían la vida por haber escrito un libro en extranjero. Nueva Granada fue colonizada por abogados. Las familias españolas aún se conservan bastante puras; el mulato tiene mucha participación en el gobierno. La mezcla con el aborigen no se ha efectuado sino en la masa del pueblo de algunos departamentos. Pero la sangre indígena aún no ha manifestado la conciencia.
Por eso los métodos son europeos. El liberalismo francés tuvo allá un amplificador deformante. Las Constituciones y leyes colombianas son monstruos de liberalismo, socialismo, comunismo. País sin brújula, inverosímil. Al mismo tiempo, mandan los obispos. Ahora llaman a los prelados para suplicarles que pacifiquen a Santander… En fin, sigamos con nuestra historia.
— o o o —
Capítulo II
Las Revoluciones
Ocho años ocupa el General Castro la presidencia de Venezuela, de 1899 a 1908.
Podemos dividir este período así: cuatro años de revoluciones. Cuatro de crápula. Se mantuvo, por la gran solidez de Gómez. Las dotes organizadoras de este brujo vencieron a los revolucionarios. La solidez suya conservó compacto el grupo de intereses y de hombres que vinieron con Castro. El silencio, la capacidad para la amistad, la bruja facultad de crear situaciones y dirigirlas, unificaron lentamente a Venezuela alrededor suyo, y Castro fue sustituido, sin derramar una gota de sangre. Toda esta historia psicológica es para mí; le daré el título de La Conjura. Antes de continuar, pues, hagamos la invocación:
Padres de Suramérica, caciques que recorristeis nuestros ríos y que sabíais coger el pescado sin violencia, ¡protegedme!
Indios que sabíais vadear los ríos. Indios silenciosos que mirabais de soslayo al efluvio que emana de los ojos y de todo el cuerpo humano, para conocer las intenciones, ayudadme.
Indios silenciosos y sufridos que sabíais curar con las plantas de Suramérica; que ablandabais el oro, que oíais los ruidos lejanos en la selva… Padres míos, que estabais unidos a Suramérica y a su Dios como la pulpa del coco a su envoltura, libradme del mulato y del blanco que no saben de dónde vienen y para dónde van. Libertadme de ellos, que tienen aquí cosas que no han trabajado: aeroplanos, buques, inalámbrico, literatura… Nada han parido y nada han injertado a la vida suramericana.
Vuestra sangre servirá para el injerto. Invoco vuestra sangre, padres indios. En Venezuela sonríe la aurora; allí comienza vuestra conciencia a injertar la civilización que nos precedió en Oriente a la olvidada y despreciada de Suramérica.
Revolución del Mocho Hernández
Vimos que a Castro se le unieron los mochistas durante su marcha. Al llegar a Caracas, casi todos sus soldados eran mochistas.
Llegado, puso en libertad a Hernández. Lo nombró ministro de Fomento, o sea, nada, pues en Venezuela no había minas, ni agricultura, ni comercio. El Mocho se disgustó y se fue de Caracas, alzado.
Sólo diré que ya lo conocemos; que podemos figurarnos lo que hizo: se fue por donde no era; se le unieron todos sus partidarios, formó un gran ejército y dio batallas en donde no era. ¡Qué tantos serían sus partidarios, que la guerra duró un año! Al fin lo cogieron preso. Lo llevaron a Caracas para celebrar un triunfo a la romana: así era Castro, delirante de grandezas. Sentaron a Hernández en una carroza, con el jefe de la policía al lado y rodeado de cien soldados con la bayoneta calada; lo pasearon por la ciudad y le dieron vuelta a la plaza Bolívar; pasaron por debajo de los balcones de la Casa Amarilla, en uno de los cuales estaba Castro con sus favoritos; en los otros, las mujeres… Lo llevaron al Castillo de Maracaibo.
Más adelante, Ramón Guerra, ministro, entró en la conjuración de Matos y, delatado, fue conducido al mismo calabozo de Hernández. Éste le dijo: “Afirman que yo estoy aquí por lírico; usted es hombre práctico y aquí está”.
Revolución de Matos
Ésta duró de fines de 1901 a 21 de julio de 1903. Fue la última guerra en Venezuela. El 21 de julio de 1903, con la batalla de Ciudad Bolívar, antigua Angostura, el General Gómez dio fin a las revoluciones y unificó el país alrededor suyo.
Esta revolución fue apoyada por los gobiernos extranjeros; durante ella fue el bloqueo de Venezuela, ya descrito. Los revolucionarios llegaron enarbolando bandera colombiana. Contó con los recursos pecuniarios imaginables. Liberales y conservadores se unieron a ella. ¿Cómo pudo vencer Castro? ¿Un hombre amoral, incapaz para la amistad, delirante, con el tesoro exhausto?
Juan Vicente Gómez triunfó, no sólo de la revolución, sino de Castro. Durante esta guerra fue cuando comenzó a crecer como gigante; salió a combatir con pocos hombres y a cada día eran más. Su virtud esencial consiste en que la persona que se acerca a él siente la dominación y la ebriedad que causan los individuos que tienen una idea clara y un ideal neto:
1° Saber exactamente lo que se desea.
2° Desearlo como el que se ahoga desea el aire, y
3° Listo para dar la vida: pagar el precio.
Aún no era nadie Don Juan. Había sido gobernador de Caracas, en donde acabó con los vagos y puso orden a pesar de Castro. Presidente de Táchira, en donde puso orden, a pesar de Castro, y vicepresidente. El déspota nada temía de este hombre silencioso, de cabeza agachada, retrato de la fidelidad.
No era nadie aún; tenía algunas intuiciones…; pero a los cuatro días de estallar esta revolución, en La Puerta, tuvo la revelación de que Dios lo llamaba a reemplazar a Castro y a salvar a Venezuela.
* * *
Manuel Antonio Matos, de vieja familia blanca, educado en Europa. Queda dicho que nada valía para nosotros, para Suramérica. Su mujer era Ibarra, hermana de la de Guzmán Blanco. Era liberal europeo. No robó. Tenía carácter. Como blanco europeo, educado fuera, era impolítico y ambicionaba el mando.
Creyó ganar a Castro para los liberales. Se engañó, porque Castro no era sino déspota. Estuvo preso.
Se fue, y con su dinero y el de compañías extranjeras, con la protección de gobiernos extraños, organizó muy bien su revolución: compró un vapor y un gran parque. Llegó a las costas de Coro enarbolando pabellón colombiano.
En las costas orientales y en las corianas desembarcó muchos guerrilleros con sus respectivos parques.
Se formaron rápidamente cuerpos de ejército. Esto fue a fines de 1901, a poco del fracaso de Rangel, el que vino de Colombia.
Castro estaba ocupado de sus hembras. ¿Quién saldría a combatir?
Luciano Mendoza, gobernador del Estado Aragua, guerrillero temido, se alzó. Todo el país estaba en armas.
* * *
Castro daba a sus generales fuerzas insuficientes, por falta de ellas, por desconfiado o por carencia de dinero.
Nombró a Juan Vicente Gómez para combatir a Luciano Mendoza y pacificar el centro del país.
“Todos me decían —palabras de Gómez cuando lo visité en 1931: —Hombre, ¿cómo va a pelear a Mendoza con esos tres gatos? —Iré a pelearlo aunque sea solo. Vean por qué: porque si me vence, pues me vence el mejor militar de Venezuela; si me matan, me mata el mejor militar de Venezuela. Lo malo sería que me mandaran a combatir con un cualquiera y que de pronto me ganara…”.
* * *
Salió, pues, el General Gómez a pacificar el centro de la república. Al día siguiente alcanza al enemigo y lo persigue, derrotando a Mendoza en La Puerta; se interna en los Llanos y derrota al temible lancero Luis Loreto Lima; se vuelve y pacifica la Sierra de Carabobo. En 65 días quedan desalojados del centro de la república los revolucionarios. Vuelve a Caracas, y ese día lo nombran vicepresidente. “En el combate de la Puerta supe que yo sería presidente de Venezuela”.
* * *
Vuelto a Caracas, parte para Coro, en donde logra impedir que se concentren los revolucionarios. Rapidez. Ese era el secreto. Impedir la concentración. Logra varios triunfos. Pero, en oriente, la revolución estaba triunfante. Allí fue enviado; organiza el ejército, y herido en el combate de Carúpano, tiene que ir a curarse a Caracas.
* * *
Castro se resuelve a dejar las mozas y favoritos, con quienes había estado criticando a sus generales. Gómez queda ejerciendo la presidencia.
Castro partió de La Guaira con dos mil hombres y llegó a Barcelona, en donde había mil. Con ellos quería batir a los rebeldes, que eran 5 mil. En la proclama dijo: “Voy a arrancar la Victoria del seno ardiente de las batallas con la eficacia de mi dirección personal”.
* * *
Cualquiera de los que tenemos sentido común para la guerra comprende lo siguiente:
Matos había desembarcado generales y parque en varios puntos de la costa; había innumerables focos revolucionarios; pues había que proceder como Gómez, atacando rápida, rápidamente; impedir la reunión.
Para mí tengo que las mozas habían acabado con Castro. Una moza acabó con Sansón. Cleopatra acabó con Antonio. A David le hicieron muchos males, pero tenía remordimientos y eso lo salvó…, pero hasta octogenario se hacía calentar por la Sulamita. En esto se distingue el hombre magnánimo: en que abandona todo y corre a la guerra.
Castro no podía, no quería separarse de Caracas. Apenas llegó a Barcelona, los revolucionarios marcharon por los Llanos al centro del país. No los siguió; volvió a la capital; algunos dicen que fue hábil, porque los Llanos, al oriente del Guárico, son pobres y encontraría el terreno devastado.
Lo cierto fue que esto permitió a los revolucionarios unirse. Castro adoptó el sistema defensivo; salió a esperar al enemigo en los valles del Tuy. Colocó su ejército a la entrada de los Llanos. No lo atacaron: siguieron a reunirse con los revolucionarios del occidente. ¡Claro!
La Victoria
Castro hizo poco para impedir tal unión. No quería separarse de Caracas.
Así resultó que un día el ejército de Castro se encontró en La Victoria, colocado en unos cerros, defensivamente. Los revolucionarios llegaron a atacarlo en número de diez mil, fuera de dos a cuatro mil de los que llaman en Venezuela patiquinaje. ¡Castro estaba perdido!
Pero Matos no era militar y Luciano Mendoza resultó elegido jefe. No se puede explicar la fama de este hombre. Nunca hizo nada meritorio. Guerrillero activo, fracasó en muchas revoluciones contra Guzmán Blanco… Matos tuvo que aceptarlo contra su querer, así como el plan para el ataque de las posiciones de Castro:
Tenía éste la ventaja de que La Victoria está unida por ferrocarril a Caracas y podría recibir recursos.
El plan de ataque debió ser a fondo y de una vez. Porque contaba con muchos hombres y no podían aprovisionarse rápidamente… Pues se adoptó el plan de atacar primero la derecha, luego la izquierda y después el centro. ¡Mendoza era una gallina!
El primer día atacó la derecha. Castro los batió. Al tercer día atacó la izquierda, por el cerro del Zamuro. Castro se vio a gatas, pero en esas se presentó Gómez con mil hombres organizados en Caracas, sus amigos, y decidió el triunfo. El centro y la izquierda de Mendoza permanecieron inactivos.
Mendoza era una gallina; el triunfo estaba maduro; no era sino cogerlo. Castro se había convertido en otra: eso de tener diez mil soldados y no atacar de lleno, merece este nombre, y eso de permitir la reunión de diez mil enemigos, lo merece también. Si Castro no fue derrotado, se debe a la impericia de Mendoza y a la brujería de Gómez, que mantenía libre el ferrocarril a Caracas y organizaba refuerzos.
Entonces Mendoza construyó parapetos en los cerros que ocupaba, como si él fuera el atacado. Durante muchos días, como quince, quedaron mirándose los ejércitos.
Entró en juego la astucia de Gómez. Por varias noches, en el campo del gobierno, tocaban alarma contra el enemigo; eran pequeños grupos que se deslizaban y atacaban los parapetos; toda la línea enemiga rompía el fuego y gastaba parque. Sólo al amanecer se enteraban de la verdad. Esto se repitió muchas veces, hasta que se hizo un ataque en firme, nocturno. Los enemigos, que no le daban ya importancia a la cosa, se habían quedado durmiendo en el valle y pocos estaban en los parapetos. Fueron tomados estos, sin dificultad, y el grueso del ejército de Mendoza, que estaba en el valle, se encontró dominado y se declaró en derrota.
Así fue la batalla de La Victoria. Castro retornó a Caracas, a sus amores y a sus hábitos: tertulia, bailar, montar a caballo y conversar.
La diplomacia
Al saberse en Europa esta derrota, fue cuando las naciones interesadas ordenaron el bloqueo de Venezuela. Lo primero que hicieron fue capturar los barquitos de guerra del gobierno. Esto solo debió dar el triunfo a la revolución. Castro no podía movilizar sus fuerzas por mar.
Estaba grave la situación. Las fuerzas revolucionarias de occidente se retiraron para allá, al mando del General Rolando y de otros. Apenas supieron del bloqueo, se acercaron a Caracas; pero no llegaron sino a veinte kilómetros, cerca de Petare. Eran tres mil hombres. Castro contaba con dos mil. Rolando debió atacar y ocupar la línea a La Guaira, para cortar la comunicación con el mar; pero se quedó ahí y luego se retiró.
La astucia de Gómez salvó todo:
Sabemos que los dirigentes del mochismo eran enemigos de Matos, no sólo por haber sido éste quien se opuso a la libertad de Hernández en los últimos días de Andrade, sino porque cometió la imprudencia de escribir a uno del Zulia invitándolo a sublevarse contra el gobierno y encareciéndole que si lo hacía no pusiera en libertad a Hernández, que estaba en el Castillo. Tal carta fue publicada.
Gómez era ya el alma de Venezuela. ¿Qué hizo? Logró que Castro libertara a Hernández y éste, ya libre, escribió a todos sus amigos que hacían parte de la revolución, suplicándoles que depusieran las armas. Fue un golpe mortal para Matos.
Un relámpago
De hecho, Gómez había sustituido a Castro. Por sus cualidades, los hombres permanecían fieles, tenían fe; por ellas, no faltaba lo necesario. Se arregló con las naciones extranjeras. Fue venciendo las dificultades, una por una.
Gómez atrae a los hombres; divide a los enemigos; organiza; tiene ductilidad y en la guerra ataca a los que ha dividido y persigue rápido e incansable.
Se trata ahora de terminar con innumerables focos revolucionarios.
Sale y derrota a Rolando en El Guapo, pueblecito a 150 kilómetros de Caracas. Queda despejada la situación del gobierno en oriente.
Sin descansar, sale para occidente, por mar. Desembarca en Tucacas. Matos había huido de La Victoria, ido a Curazao y vuelto a esas regiones. Gregorio Segundo Riera era el jefe revolucionario; Mendoza se fue desprestigiado.
Desembarca Gómez en Tucacas. Toda la región está por los revolucionarios. La línea del ferrocarril a Barquisimeto, ocupada por ellos. Gómez la recorre en zigzag, como un relámpago, limpiándola de enemigos. Estos se retiran al Estado Falcón. Matos sale huyendo para Curazao…
Sin dormir, Gómez persigue a Riera; lo bate en Matapalo, en donde el triunfo se debe a sus virtudes: eran tres mil hombres de cada lado, pero Gómez tenía fe mística… Allí estuvo casi en derrota, pero no lo creyó ni un segundo…, y, sin dormir, sigue persiguiendo a Riera. Era algo terrible: por ejemplo, una noche, el valiente General Felipe Franco, que conducía la vanguardia, se detuvo a las diez de la noche, después de varios días de agotamiento en la marcha. A los pocos minutos lo alcanzó Gómez. El viejo se despertó sobresaltado. “No tenga cuidado —le dijo Gómez—; yo seguiré la persecución, porque esta es la manera de acabar con esos sinvergüenzas…”. El viejo Franco, pundonoroso, comprendió la lección, levantó el campo y siguió la marcha. Era la media noche. No pudo alcanzar a Gómez hasta las nueve de la mañana. Recuperó la vanguardia y no la perdió más… Riera quedó aniquilado con esta persecución y se embarcó para Curazao.
Se comprende muy bien que en Venezuela lo miren como a un brujo: Emilio Fernández había sido su enemigo y luego se hizo matar por él; varios de sus militares se han suicidado, al fracasar en persecuciones que les encomendó.
Sin descansar, marcha para oriente. Hace las operaciones militares previas en el Golfo Triste y se entra por el Orinoco a Ciudad Bolívar. Nicolás Rolando se había retirado allí, después de la derrota de “El Guapo”. Guayana estaba por la revolución. En Ciudad Bolívar tenía Rolando como tres mil hombres.
Ciudad Bolívar
A medida que mido a Gómez aumenta mi amor. Está lleno el mundo de hombres. Pero individuos que sepan lo que quieren, que sacrifiquen todo a la obra y que paguen el precio: dominar los deseos opuestos y estar listos a morir, han sido uno, dos, tres…, quince.
Ciudad Bolívar es Angostura, en donde el Libertador organizó la independencia de Suramérica y en donde dijo su gran discurso.
Allí terminó el 21 de julio de 1903 el período revolucionario de Venezuela. ¡Setenta y tres años de guerras civiles!
Gómez no quería derramar sangre. Bregó con Peñaloza, con Rolando y con el Obispo para que la plaza se rindiera. A éste le dijo: “Así como hay un Dios, yo tomaré a Ciudad Bolívar”. La atacó y en tres días tomó la plaza.
Castro le telegrafió: “El hombre que desde 1901 viene luchando con éxito por la salvación de la república…”. “Esa gloria no se la podía disputar nadie al gigante venezolano…”. “Dios lo destinó a usted para salvar a Venezuela del caos…”.
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Capítulo III
La Conjura
El prestigio de Gómez era grande. El triunfador. Había creado intereses que lo constituían en Jefe. Castro se vio, se comprendió sostenido por él y tuvo celos.
Gómez volvió a Caracas. Según frase suya, comenzó la lucha más terrible que la de los campamentos, o sea, tomar el poder, que ya era suyo, incruentamente, como corresponde a un inteligente…
No es un llanero impulsivo que se arroje a la batalla; para él todo acto es un medio para un fin.
Cuando venció a Mendoza en La Puerta, vio que sería presidente, según me lo contó en la visita que hicimos a tal lugar en 1931.
Comenzó la lucha entre Gómez y Castro. Un nervioso impulsivo e impolítico y un astuto genial, conocedor de los hombres. En lucha violenta podría haber vencido Castro, pero con las armas de la inteligencia, nunca.
Castro no tenía amigos. Tenía muchos favoritos que robaban; tenía a todos los que prosperan en el desorden. Ninguno lo amaba. Nada estable lo sostenía.
Gómez atraía; era un largo futuro. Con él se pisaba un terreno firme. Generoso, fiel y al mismo tiempo no era fanático, sabía tolerar. Es el mismo dominio que ejercen las ideas madres sobre los hechos dispersos.
Castro y sus bastoneros lo intuyeron. “Apúrate a robar, Celis, antes de que venga Gómez y nos corte la cabeza”. Castro lo intuyó. Bregó y bregó por tentar al amigo; lo incitaba a la violencia. Le puso el cebo. Desprecios y tentaciones fueron en balde. Gómez agachaba la cabeza, sonreía, era el vivo retrato del soldado más humilde de la causa.
Castro no podía comprender cómo no se sublevaba: contaba con muchos amigos; era el vencedor; estaba insultado, despreciado por él y sus favoritos… ¿Por qué no se sublevaba? Le dejó el poder, se retiró, para que se descubriera.
Gómez fue inflexible en la fidelidad. A intuitivo, intuitivo y medio. Con él acaba la violencia llanera y aparece en Venezuela la inteligencia de las temperadas faldas andinas, larga y segura en sus procederes. La inteligencia es madre de lo estable y bello. Que no olviden de nuevo esto en Venezuela.
De 1903 a 1908 fueron ofensas e injurias, períodos de conspiraciones contra su vida. Se dominaba, vencía su pasión por la gloria y el poder. ¡Cuánta disciplina en este hombre nacido en las montañas colombo-venezolanas, hacendado que tuvo por escuela el negocio lento del montañés y la observación en campamentos y en la casa del despotismo!
Preparó su futuro con la obediencia y la disciplina del más humilde soldado de la causa; respetando sus compromisos y amistades llegó a ser un padre para los que se le unían. Ha sido la buena suerte para todos. Es un secreto suyo.
Castro no podía soportar a un hombre que tenía amigos propios; es cosa imposible en una dictadura que, no estando apoyada en ley, se apoya en la sumisión incondicional.
* * *
Pero lo más difícil para Gómez era contener a sus amigos. Querían caer en las trampas de Castro. Amaban la violencia. Contenerlos y conservarlos. Casi un imposible. Esta obra de fidelidad, esta política de la espera eran casi incompatibles con la conservación de sus partidarios.
Hasta mayo de 1904 permaneció alejado, humilde, trabajando. Logró apaciguar por unos días los celos de Castro y fue elegido vicepresidente.
En 1905, mientras Castro visitaba algunos Estados, ejerció la presidencia. Decretó caminos y honores a sus compañeros muertos en las campañas.
En 1905 lo eligieron vicepresidente para seis años.
¿Qué vieron entonces los bastoneros? Que había logrado adormecer a la serpiente; que estaba ya a la mitad del camino; que era, legalmente, por seis años, el llamado a reemplazar a Castro… Y Castro se sentía enfermo.
Aumentaron los amigos de Gómez. La atracción que ejerce el porvenir.
Castro se sintió enfermo y los bastoneros le hablaron. Fue un ataque de celos herodianos. Veía que su amigo era ya una fuerza aparte, y que permanecía fiel. Nada podía reprochar a Gómez.
Nada como la espera, sobre todo la de un mal, para irritar a un nervioso. Estaba Castro como la muchacha a quien se dio a perseguir un tenorio que tenía fama de violento; ella y sus amigas temían un ataque; dormía con un revólver bajo la almohada. Pero el tenorio adoptó el sistema de pasearse durante las noches bajo los balcones. Se paseaba… y, una noche, la muchacha abre la puerta y, llorando, le dice: “Entre, pues…”.
¿Y Castro? En 1905 hizo que le propusieran a Gómez sublevarse. ¡Nada!
El 9 de abril de 1906 se retiró, dejándolo en la presidencia; invitó a todos a rodearlo sin vacilaciones de ninguna especie.
Quería tentarlo con el demonio de la ambición.
Permaneció fiel. Se limitó a mostrar su capacidad. Decretó muchas de las carreteras de hoy; reparó y construyó edificios, acueductos y puentes; creó premios para la agricultura, absolutamente abandonada.
Al mes de posesionado, nombró nuevos ministros. Creyó Castro que ya estaba tentado y se hizo aclamar por los bastoneros; lanzó proclama titulada ofrenda a la patria, en la cual decía que únicamente por espíritu de sacrificio ejercería el poder. Durante los preparativos de la aclamación, no cesaba en ofender a Gómez y llegó hasta decirle en una carta: “Haga lo que le digan sus amigos”. A toda costa quería romper; mostrar al país que Gómez lo traicionaba.
Lo más difícil para éste fue contener a sus partidarios, pero los contuvo. Y también a sus propias reacciones, hasta el punto de presentarse solo, en La Victoria, a Castro que lo esperaba alzado en armas…
Entre sus amigos, únicamente Gómez permaneció sereno. Fue y le ofreció a Castro cambiar el ministerio, ayudar a la aclamación, hacer todo lo que quisiera.
Con la frase “sus amigos”, Castro reconoció públicamente el hecho existente desde que salieron del Táchira. Quedó el país dividido. Los de Gómez fueron perseguidos, destituidos…, y él siguió más fiel que siempre, viendo más lúcidamente el futuro. Se retiró a sus haciendas.
Aquí viene lo más interesante. Cómo Gómez defendió su porvenir y su vida defendiendo la del General Castro y su continuación en el poder. Veamos.
La enfermedad de Castro comenzó desde 1903. Una fiebrecita constante. Tenía infectados los ganglios inguinales. Parece que tenía comunicada la vejiga con los intestinos. Después de la pacificación, tuvo sólo dos años de gusto, recibiendo incienso, tomando aperitivos y algunos reconfortantes para la paloma, pues eran 22 las queridas, todas jóvenes, nuevas, hembras interesantes. Pero la fiebrecita no lo abandonaba.
Después de la aclamación, se agravó. Los bastoneros estaban aterrados. ¡Gómez presidente!
Lo tenían alejado de Caracas. Comenzaron a atentar contra su vida. Pensaban en José Ant. Belluntini para suceder a Castro; luego resolvieron que Francisco Alcántara.
Los bastoneros que pensaban en estas conjuras eran: Torres Cárdenas, Manuel Corao, Ramón Tello Mendoza, el Dr. Celis, Rafael Revenga, Francisco Alcántara, Ángel Carnevali Monreal, etc.
Gómez se les vino a Caracas. Los gobernadores de los Estados tenían órdenes de no dejarlo pasar; pero los vadeó… Le bastaba una conversación corta para que lo dejaran pasar. Es un brujo y con los años habíase convertido en más brujo. Por allá, lejos de Caracas, en los potreros solitarios, era muy fácil asesinar a un hombre…
Pues se vino a Caracas y se fue a vivir a una casa en “El Paraíso”, vecina a “Villa Zoila”, la habitación de Castro. Estaba gravísimo el dictador. Gómez pasaba los días sentado al lado de su cama, acompañándolo, sin hablar una palabra. Oía todo, de médicos y de políticos, y tenía la cabeza agachada.
Misia Zoila
Señora honorable del Táchira. Seria y económica como todas las mujeres de la montaña. Aborrecía mucho a los amigos de Castro, porque, unos más y otros menos, eran los rufianes del marido. Supo también que le buscaban sucesor. Tuvo a éste al tanto de los enredos, durante la enfermedad.
Siempre, desde el Táchira, fueron amigos Gómez y doña Zoila. Veía en él al hombre serio, las virtudes silenciosas de la tierra.
Ahora lo veía al pie de la cama de Cipriano, mientras que los bastoneros conspiraban. Una verdadera amistad los unía cada vez más.
Los que gobernaban durante esta enfermedad eran los bastoneros. Buscaban un sucesor.
Gómez y doña Zoila eran, pues, solidarios. ¡Qué bella historia!
Los amigos de Gómez cometieron imprudencias. Hubo varias escenas violentas en Caracas. Una noche, un grupo de oficiales adictos a Gómez formó un escándalo cerca del puente de hierro y mataron a Luis Mata, gobernador de Caracas… ¡Difícil obra contener a los imprudentes!
Pero más duro aún conservar el silencio y oírlo todo en la pieza del enfermo.
Era preciso tener a los amigos listos para el caso de que Castro muriera o fuera asesinado por el grupo de la conjuración. Gómez era el vicepresidente. Había también que guardarse de las asechanzas. Lo mejor era conservarle la vida a Castro; que no muriera y que no se aliviara tampoco… Los mejores médicos decían que era preciso ir a Europa, para ser operado allá. Pero el que opinaba así, recibía al día siguiente un cheque y las gracias, para que no volviera.
Copio de mis libretas venezolanas: el Dr. Juan Iturbe me contó que en 1908 vino de Europa y lo llevaron a ver a Castro. Hizo el examen de la orina y encontró huevos de ascárides. Luego lo examinó con el cistoscopio y dice que el General no se quejaba. “Siga —decía— y avíseme cuando termine, para respirar fuertemente”. Le dijo: “General, hemos logrado comprobar que usted lo que tiene es una fístula que le une la vejiga con el intestino, y de ahí los gases y el que usted esté orinando materias fecales disueltas. Aquí podrían hacerle a usted la operación, la cual es delicada, pero es mucha la responsabilidad y usted debe ir a Francia o Alemania inmediatamente”. El General Gómez dijo a Iturbe: “Mire, doctor, no me salude aquí en Villa Zoila”. Luego, Martínez Méndez cometió la imprudencia de preguntarle a Iturbe delante de Castro: “¿Cómo está el General Gómez?”. Al día siguiente recibió Iturbe una tarjeta de agradecimiento y cinco mil bolívares. Agrega Iturbe que en Alemania abrieron a Castro como se abre un baúl y le hicieron veinte suturas.
* * *
Al fin, el Dr. Revenga operó a Castro. La vida de Revenga corría peligro. Mucha sangre correría. Pero salió bien. Quedó mejorado apenas.
Fue necesario irse a Europa. Apenas se mejoró, arrojó de la Casa Amarilla a los bastoneros, es decir, a los únicos interesados en su gobierno. Pero, ¿cómo resistir a doña Zoila que hablaba de la fidelidad de Juan Vicente?
Una inteligencia dotada de todas las maneras, servida por voluntad resistente; un déspota impulsivo y crapuloso, una mujer honrada y celosa. Nadie ha preparado un viaje para Europa con la minuciosidad con que Gómez arregló el del General Castro.
Sabe manejar ejércitos; sabe organizar un país; sabe del heroísmo; conoce a todos los hombres. Maneja médicos, dirige intrigas femeninas. Organiza academias. Crea a los historiadores de Venezuela. Casa a sus soldados. Compra vacas y caballos. Funda fábricas. No ha estudiado en ninguna escuela. No ha salido de su país. Ni el Renacimiento presenta una figura semejante.
Doña Zoila decidió el viaje. Ella decidió que Juan Vicente quedara ejerciendo la presidencia. Ignoraba Castro que las mujeres deben callarse en la Iglesia, o sea, durante la deliberación (San Pablo).
El viaje
Resuelto a irse, todo se arregló, equipaje y una carta de crédito por un millón de bolívares, garantizada por el gobierno. Doña Zoila lo salvó; ella se llevó 300.000 bolívares en oro, recogidos por corredores, pagando hasta el 7% de prima, pues casi no había oro.
En todo los acompañó el General Gómez. El 24 de noviembre de 1908 los despidió en el vapor “Guadalupe” para Europa y para siempre. No se le vio la alegría.
¡Aquí tenéis, imprudentes mulatos de Suramérica, cómo la inteligencia es la reina de la vida, no el grosero valor para el ataque, como lo sostenía Carujo!
Pido a Dios que para siempre reine ella en nuestra hermosa Venezuela.
El viaje del vapor “Guadalupe” señaló el nacimiento de una verdadera patria en Suramérica.
Retrato de Castro
Castro era figura bella. Ojinegro, pelinegro y crespo. Bien proporcionado.
Tenía delirio de grandezas. El estilo era vano, eco deformante. Por ejemplo:
“Yo, eterno enamorado de todo lo bueno, de todo lo grande, de todo lo sublime y de todo lo que relacionarse pueda con la vida espiritual y moral de la humanidad, especialmente en lo que se roza con el espíritu de justicia y de equidad…”. “Es, por decirlo así, como si en esta vez estuviera encarnada la honra del Padre (Castro) en la gloria del Hijo (Gómez)” (telegrama en que lo felicita por la batalla de Ciudad Bolívar).
Ninguna virtud se encuentra en este sombrío déspota. Su nacionalismo era de fiera, como el de Mussolini o Hitler. ¡Ninguna virtud!
* * *
Todos estaban hastiados de Castro, hasta sus ayudantes. Era brutal con todos.
Al día siguiente fueron a suplicarle a Gómez que cambiara el régimen. Hubo manifestación popular; estaban ebrios de alegría. Atacaron “El Constitucional”, periódico castrista. Hubo un muerto.
Gómez permanecía firme, sin dejarse dominar por sus amigos y por su alegría. Esperar la madurez completa, es el principio que rige todos sus actos. Por ejemplo, no castiga a los que lo traicionan, sino cuando todos los preparativos han sido ejecutados y todas las pruebas reunidas. Es de una frialdad completa. ¡Y es nervioso! Producen pánico estas frialdad y paciencia. Son desesperantes.
Un conflicto que surgió con Holanda, le sirvió para esperar, para atraerse más aún al pueblo. De acuerdo con la Constitución, quedó investido de facultades extraordinarias.
Ya nada había que esperar. Los pocos empleados adictos a Castro eran un estorbo.
El 19 de diciembre de 1908, a los cuarenta y dos días de partido el “Guadalupe”, Gómez salió con algunos amigos de su casa en “El Paraíso” y se fue al cuartel del “Mamey”, antigua casa de Páez, “La Viñeta”, y se hizo reconocer. A los otros cuarteles no fue, porque estaban seguros. De “La Viñeta” subió a la Casa Amarilla, en coche, aclamado por el pueblo. Llamó al gobernador de Caracas; éste quiso resistir y hasta le dijo traidor. Gómez le dio una bofetada.
Una revolución venezolana que se hizo con una bofetada.
Leopoldo Baptista, el que tanto acompañó a Castro, era ya el más adicto a Gómez. Sólo tres ministros permanecieron fieles.
Últimas aventuras de Castro
Vivió aún diez y seis años. Los médicos le robaron mucho en Europa, pero lo curaron. Pensó en recuperar el poder. Se vino a Martinica. Pretendió desembarcar en Venezuela con un grupo, pero los yanquis se lo impidieron… Gómez sabe manejar a todas las naciones; sabe manejar a los ministros de todas las naciones; muchos de ellos se han quedado a vivir en Caracas.
Por gestión de Washington, el gobierno francés le ordenó abandonar a Martinica…: Gómez evita toda violencia. Castro se resistió, se hizo el enfermo y después de idas y venidas de las autoridades a la posada, lo enrollaron en un colchón y en hombros lo llevaron a un vapor francés. ¡Así es como se vence a los revolucionarios!
Luego, Castro estuvo en Canarias, en México y, por último, en Puerto Rico. Los últimos años fueron tristes, sin mujeres y pobre. Decía: “Yo siempre sospechaba de la sonrisa taimada de Juan Vicente”.
Castro robó mucho. Tenía parte en remates, estampillas, navegación, salinas, pero no llevó nada al extranjero y no sabía administrar. Doña Zoila, más viva, tenía dos casas en Nueva York… Pero los trescientos mil bolívares y las dos casas se fueron en los médicos y en los sueños revolucionarios.
Cuando la reacción contra Castro, “Villa Zoila” fue embargada por el gobierno y se estableció allí un colegio. La había edificado el Ministerio de Obras Públicas.
Pero supo el General Gómez que Doña Zoila y Castro estaban pobres en Puerto Rico. Motu proprio le compró a Doña Zoila, por mucho dinero, la casa de la enfermedad.
Castro murió de setenta años, aún vigoroso, en Puerto Rico. Sus últimas palabras fueron: “¡Cómo se alegrará Juan Vicente!”.
Doña Zoila viene todos los años a Maracay y Juan Vicente la recibe muy bien y la envía con mucho dinero.
¡Pueblo generoso! ¡Hombre magnánimo! Cuando habla de Castro dice siempre el general Castro; cuando habla del tiempo en que Castro quería perderlo, dice: “Cuando esas cosas del General Castro”.
No se alegró. No aborrecía a Castro. Este brujo no tiene tiempo para aborrecer a nadie. Tampoco le caben pasiones bajas. Es tan calumniado como grande.
— o o o —
Capítulo IV
Ensayo de Mensura de Gómez
¡No penetro en la esencia de mi hombre! No estoy satisfecho. Si el conocimiento pudiera comprarse y yo tuviera millones, los daría por entrar hondo en un ser cualquiera, hasta tener conciencia de sus relaciones con Dios. ¿Por qué se mueve? ¿Para dónde dice que va y quiere ir y a dónde va?
Porque uno cree ir, pero no es cierto: uno es manifestación divina, complejo de tendencias que hacen parte de la familia, de la sociedad, del universo, de la apariencia manifestada.
¿A dónde va todo lo aparente? Hay indicios que a la conciencia. Todo ser es manifestación de conciencia.
¿A dónde cree ir el General Gómez? ¿Qué lo mueve? ¿Deseo de riquezas, de gloria, de gobernar? ¿A dónde va realmente?
Poco a poco. Vamos estudiando, mirando, oyendo. El único método es el de la averiguación. El detective se va y le pregunta a la portera, al tendero; examina las huellas, las manchas. Estamos sometidos al tiempo, que se compone de segundos, y a la vida, que se compone de detalles. Ganaremos la vida con el sudor de la frente; no se adquiere la conciencia sino con el estudio, meditación, poco a poco…
* * *
Así, siguiendo este sabio consejo de una idea general, llegaremos a parir todo, hasta que, arrugados, acabados, deshecho el cuerpo, paramos nuestra alma en el lecho mortuorio. Entonces nos quedaremos con las ideas generales, con la conciencia que hayamos podido desnudar. Hace veintitrés años que Gómez dirige a Venezuela. Hace treinta y tres, porque Castro fue el primer capítulo. Ni una revolución en 23 años; el país cruzado por carreteras, rico. Ninguna deuda. Ni un vago, ni un pordiosero.
¿Por qué y cómo hizo todo esto?
* * *
A ratos pienso que los grandes hombres son más fatalidad que todos. Son instrumentos de Dios. No se detienen a meditar; el acto sigue a la idea, mezclados, sin espacio entre ellos. Van como llevados de la mano. Más que ninguno, no saben para donde van. Obedecen. Pienso que el secreto de la grandeza es obedecer a las voces. Tienen una gran voz interior que no les permite oír otras. La prueba está en que no se cansan, son como posesos. No se fatigan de oír y ver a la misma gente.
Una gran voz que los llama, les sirve de columna vertebral o de bastón. Mientras que nosotros, humanidad amorfa, somos llamados por mil cosas contradictorias y nos fatigamos y cambiamos; nada nos enamora.
Los grandes hombres son posesos de la divinidad. No saben para dónde van; obedecen.
Buscaremos luego cuál es la voz que oye este brujo. Digamos ahora que fue hecho para oírla, pues tiene una facultad que compacta los detalles de su personalidad. Por ejemplo, para que un retrato sea bueno, es necesario que el sujeto sea hombre distinguido: se necesita que tenga algo por dentro, que se manifiesta en los ojos, en la nariz, en la frente, en algún órgano. Todos los detalles del retrato sufren la dominación de tal órgano y adquieren unidad. La gente común no se puede retratar, porque no tiene órgano céntrico, que le dé aura a las facciones. El genio de los retratistas, Leonardo, era capaz de sacar la espiritualidad y expresarla, regada, en el conjunto. Esto es ya superior.
Para mí, Gómez es una facultad racial al servicio de los destinos de Suramérica. Veamos.
Si tengo razón, sentiremos que la historia y el personaje viven. Todos los detalles sufrirán el dominio de la idea y correrán por sí solos a organizarse. Cuando un historiador o retratista encuentra la esencia, se siente una corriente vital que anima todo. Es criterio infalible. Mientras no se efectúa el milagro, la obra del historiador es un montón de hechos amorfos.
Gómez es la facultad de intuir a Venezuela y a sus habitantes tales como los encontró.
Es la inteligencia astuta.
1°
Por qué apareció
Porque el ataque llanero, despótico, directo, es vencido por la astucia dúctil. El pueblo judío es el más inteligente astutamente, porque fue el más violentado, pobre, etc. En la naturaleza, cada cosa crea su remedio, hasta la vida, cuyo remedio es la muerte.
Venezuela fue llanera hasta 1908. El llanero tiene facultad para el ataque, amor a la guerra, al horizonte, pero carece de inteligencia, entendiendo por tal, la comprensión de los secretos. Para esto, un montañés.
El llanero cumplió su obra: mezclar las razas, en sus correrías. En 1908 ya no tenía misión y arruinaba al país.
Tal espíritu de rapiña, guerrilla, desorden, debía crear su propio remedio.
2°
Dónde apareció
Venezuela tiene una parte de los Andes, al occidente. Tal región permaneció en la miseria y oscuridad durante Páez, Monagas y Guzmán.
El montañés es agrícola, sedentario, amigo del orden. Los Andes fueron saqueados por los llaneros, para sus guerras. De suyo, el montañero es astuto, por el encierro, el rumiar, la meditación sobre la tierra trabajada. Allí, entre esos tiranizados y heridos por las revoluciones, debía aparecer un genio de la inteligencia astuta, un hacendado, porque el ataque es vencido por la astucia y la miseria por la agricultura. Me explicaré mejor diciendo que todo el que sufre tiende inconscientemente a comprender las intenciones de su verdugo, por las actitudes. Los insectos que han adquirido en sus formas y colores la misma apariencia de las ramas en donde viven, son ejemplo típico del poder de la inteligencia.
Debía aparecer el remedio de cuatrocientos años de guerra a lanza, espada y fusil.
Debía aparecer en la montaña. En la pobreza, en familia de trece hermanos huérfanos. Debía levantarse en medio de los negocios lentos y rumiados del campesino, en los cuales se gasta más pensamiento que en la Sorbona. Debía aparecer en la frontera colombo-venezolana, para aprender la neutralidad. Exigía también el destino, para que su fruto fuera digno, que acabara de formarse bajo Castro, disciplinándose con el sombrío déspota, aprendiendo a callar, a entender, a manejar hombres, bandidos, ladrones, mujeres, etc.
Veremos cómo todo, nacimiento, formación, obra, anécdotas, aspecto físico, adquiere vida.
¿Para qué decir ya que es zahorí? ¿Que parece relacionado con las fuerzas elementales de la naturaleza? Llega su comprensión de los hombres y cosas de Venezuela hasta actualizar el futuro e intuir los sucesos. No se diga que en Venezuela, que en Suramérica, después de Bolívar, ha estado la inteligencia en el poder. La ilustración, sí. Ilustrados eran Vargas, Gual, Marco Fidel Suárez…, pero no eran inteligentes. Más inteligente era Páez. Mucha diferencia hay entre haber estudiado libros y ser inteligente. “Me admiro, dice Gómez, que el doctor García, que ha leído tanto libro y se ha quemado las pestañas estudiando, no sea capaz de interpretar mis pensamientos”.
3°
EL hijo de los caciques
Tal hombre no puede ser usurpador. La presidencia de la república no le importa mucho. Subió legalmente, fue elegido legalmente. Cumplido su período, se retiró. Varios, y durante años, han ejercido la presidencia. No ha cometido un solo acto ilegal. Pero, fatal es el dominio de los hombres representativos. Mientras viva, él será presidente de hecho; lejos o cerca. Nada se ha hecho en Venezuela que no sea obra suya. Cuando hay un hombre así, bien pueden hacer elecciones, leyes, etc., pero es él quien manda.
A nadie ha desterrado. A nadie ha atormentado. Los ha enriquecido a todos.
¿Por qué dicen tantas cosas, entonces? Porque las carreteras las hizo con los vagos, porque quemó los ranchos de los guerrilleros, porque dio orden de acabar con los matones. En cada aldea había un gamonal y diez matones; en cada rastrojo, diez bandidos.
¿Quiénes protestaron? Había muchos del tiempo de Guzmán y los otros, que darían sus vidas por escribir un libro en francés. El liberalismo europeo estaba en todo su esplendor. Colombia y toda Suramérica eran presa de la literatura extranjera.
Fueron, pues, los literatos liberales y godos los que se fueron a escribir acerca de la negra dictadura.
También, cada año salen dos o tres parientes de antiguos guerrilleros, hacia el Orinoco, y allí establecen el abigeato y, Colombia, creyéndoles que son perseguidos del General Gómez, los abriga.
Puede que haya habido carceleros exagerados. Pero no se puede ser genio y carcelero. Hay que comprender que presos y custodios son venezolanos, es decir, que no están para dulzuras. El general Volcán manda en la Rotonda… Hoy han cesado las críticas. El liberalismo europeo agoniza en los escándalos. Venezuela está rica, señora de sí misma, con cinco mil kilómetros de carreteras y muchos millones en el tesoro; se comenzó ya la agricultura y la ganadería, abandonadas en absoluto. Todas las naciones la respetan.
4°
Frialdad y facultad de olvido
No es cruel, sino que tiene gran facultad de olvido. Una memoria asombrosa, que coincide con la facultad de olvidar: es el autodominio. No castiga sino cuando llega el último momento. Un Delgado Chalvaud, tratado por él como hijo; entraba a sus habitaciones, sentábase en su cama. Tramó asesinarlo. La mañana en que debía tener lugar el crimen, todavía entró a su dormitorio y le ayudó a vestirse… Al salir, lo cogieron y ¡a la Rotonda! Funcionó la facultad de olvidar durante diez y ocho años. También olvida las ofensas. El enemigo que le tiende la mano, va a Maracay. Muchos de sus amigos de hoy se educaron en la Rotonda. Allá hizo sus poemas el padre Borges, capellán del ejército.
Aprecia a los hombres, pero no los ama. Son características del genio. Quien tiene un ideal, posee la ordenación de medios. Amar es esclavitud. Únicamente aprecia a los hombres. Ha utilizado a los mejores de Venezuela, sin dejarse dominar por ellos un segundo. A Ramón Cárdenas, hacendista insuperable, lo tuvo de ministro muchos años, para organizar el país. Terminada la obra, ¡a otros! A Vicente Lecuna lo aprecia y lo ha utilizado para levantar la gloria de Bolívar; para organizar el Banco de Venezuela, pero sin dejarse dominar. Ha utilizado al sociólogo Vallenilla Lanz, a todos los que sirven, amigos o enemigos.
Advierto lo siguiente. El origen de la observación anterior es: durante mi averiguación en Venezuela, en 1931, conversaba con un hombre muy inteligente, liberal. Me decía: “Es cierto que ha utilizado las cabezas mejores de Venezuela; a Ramón Cárdenas lo tuvo nueve años de Ministro de Hacienda. Pero es frío, aprecia a los hombres de talento, pero no los ama”. ¡Qué bello!
5°
Lección viva para Suramérica
Las ideas e imágenes se atropellan en mi mente. He asimilado la historia de Venezuela y el libro que he soñado se organiza en mí, igual al niño en el útero. Trabajo subconsciente que anonada. Apenas concreté mis energías a esta obra, declarándome prisionero; apenas invoqué la subconsciencia, todo mi organismo y facultades se fueron concretando a la obra. Durante sueño y vigilia todo mi ser está prognata. Al levantarme, mientras me baño y visto, siento las llamadas de ideas e imágenes, que chillan como los niños. Tony, la niñera, y yo, somos iguales: “Habillez moi! Tony!”, grita mi hijo Simón, y “¡vestidme!”, gritan mis ideas… No puedo suspender el trabajo de pensar, deducir, recordar. Todo se va organizando, todo va llegando y me urge.
Se forma un organismo lógico; los personajes adquieren su carácter; los sucesos se explican; todo se llena de la energía vital.
Veo la explicación de la vida y obra de Gómez. Es como pintar un cuadro: aparecen los elementos del fondo, los detalles y las características esenciales. Me parece que Venezuela, su geografía, su historia, su ambiente, su aire, su cielo, sus llanos y montañas son parte de mi ser, como mi corazón, y que ella explica todo el universo. En verdad, todo aquéllo a que concretemos la mente es centro del universo. Todo es unidad…
Claramente veo cómo Gómez llegó al poder, mansamente; cómo el hacendado inventó negocios y riquezas para esos guerrilleros que tenían la noción de Patria de Páez, Guzmán, Alcántara, Crespo, Castro, o sea, mucho dinero para hundir la mano.
Veo claramente al montañés andino, al don Juan que venía de tesorero y de providencia, al lado de Castro. Veo al hombre sufrido, malicioso, astuto, que sabe doblegarse como varilla de corsé, que sabe mandar, sin que Castro crea que manda; imponer su visión, de modo que el otro crea que es la suya. Lo veo recibir y acariciar a los amigos que Castro se enajena con insultos despóticos. Lo veo esperar en una sombra querida, atisbando las calvas oportunidades. Lo veo asimilar lecciones, convertir en sustancia los insultos y desprecios; lo veo manejando guerrilleros bajos, ansiosos de pelea, intrigas y mando. Lo veo al lado de doña Zoila, ganarse su confianza, convertirse en su apoyo y serlo fielmente hasta hoy. Lo veo tratar a las mujeres como un medio para la grandeza de su obra, usar de ellas y no dejarse usar por ellas. Lo veo sentado al pie de la cama del enfermo, defendiéndolo y defendiéndose del círculo de los cabrones. Ni en Grecia, ni en el Renacimiento italiano encuentro vida semejante. Meditemos que todo esto lo ha hecho sin faltar a la fidelidad, sin un solo acto de violencia: Castro es despedido por él; él le arregla el viaje; él le suministra el dinero y, en la miseria, en Puerto Rico, él le da, y hoy es el apoyo de doña Zoila.
Quiero hacer un ensayo, así:
Primera virtud: La paciencia
Esperar ocho años, sin cometer un error, ganándose al país por la fidelidad en sus compromisos y en la amistad, haciendo bienes, desempeñando a plena conciencia gobernaciones, presidencias, vicepresidencias, campañas militares. Esto, en un medio ambiente corrompido. Resumen: mientras Castro buscaba vírgenes de orilla, don Juan observaba a los hombres y pensaba en Venezuela futura.
Segunda virtud: Realismo
A pesar de ser hombre de orden, economía y trabajo; a pesar de tener como ideal un nacionalismo consciente, trabaja con lo que el destino le pone en la mano: guerrilleros que buscan el tesoro para bañarse en él. Les da dinero, funda fábricas, establece empresas, para enriquecerlos. Lo primero que hizo fue un consejo de gobierno, en donde reunió a todos los viejos guerrilleros de todos los partidos, y los enriqueció, les dio honores. Pocos se le fueron; a pocos hubo que castigar. Allí acabaron; muchos estaban ya tan viejos que ni oían. En cuanto es necesario, cierra los ojos a las miserias y pequeñeces. Porque con estos elementos tenía que trabajar; así había quedado Venezuela después de tantas luchas. Había que gobernarla como la encontró e ir haciendo el bien, carreteras, agricultura, cuadros sociales.
Tercera virtud: Sacrificar todo al fin
“Al principio me decían —palabras suyas cuando lo visité en 1931—: ¿Cómo va a acabar con los vagos? Yo quería hacer las carreteras con los vagos. ¡Vea que lo matan!, me decían. Yo les contesté: ¿Qué le hace que me maten, si estoy haciendo el bien? Y ya ve que no me han matado, porque Dios no deja que maten al que está haciendo el bien”.
Es duro cuando su fin de trabajo y paz en Venezuela, lo exige; es manso, cuando el fin lo exige.
Hombre organizado es el que tiene en la subconsciencia el tratado escolástico de la ordenación de fines. Es lo que constituye a los grandes hombres. Dios, que conoce todos los fines ya, ya, fuera del tiempo, y que permite que los trenes choquen y machaquen niños y viejos, que los alemanes hundan bayonetas-serruchos en el vientre de sus enemigos y que nos da el sol, y el canto de las aves y a Miguel Ángel, es el prototipo de los hombres organizados.
Aquí viene el fin: Gómez se propone que Venezuela sea trabajadora y pacífica. Sus actos han sido: desarmar al pueblo; hizo recoger todas las armas. Hasta él, cada venezolano tenía machete, puñal, fusil, revólver, etc. Páez había regado las armas.
Lo segundo que hizo: pacificar la Sierra de Carabobo, nido de las guerrillas. Un amigo mío lo oyó, cuando le contaba a Mr. Murray, sentados en una casa de San Juan de los Morros, la manera como había logrado eso: “Yo recorrí toda la sierra y llegaba a los ranchos de los guerrilleros y les decía: vénganse con nosotros a trabajar, ustedes y sus hombres, o les quemo los ranchos. Quemé muchos…”.
Quemados ranchos y decomisadas las armas, con penas fuertes para los contraventores, quedó en paz Venezuela.
Se trataba ahora de trabajar: después de la historia que conocemos, es evidente que Venezuela no tenía sino guapos en sus aldeas despobladas. Había más generales que habitantes; es fácil imaginar que Caracas y todas las poblaciones carecían de comercio; que la agricultura y ganadería habían desaparecido absolutamente. Había soldados, que esperaban al guapo del pueblo para que se alzara y los llevara a la guerra, es decir, a robar. Los generales y sus hijos, o sea, la buena sociedad, debían la riqueza a los alzamientos. Cuando llegó Gómez, no se trabajaba literalmente. Quitadas las armas, no quedaron sino vagos.
¿Qué hizo? Cumplió su segunda finalidad. Con estos vagos hizo las carreteras, “a plan de machete”, según palabras que me dijo en Maracay. ¡Hizo cinco mil kilómetros de carreteras! A los presidentes de los Estados les dijo textualmente: “A todos los guapitos de barrio o de municipio que usted no pueda emplear, mándemelos para el Castillo”.
Desde que apareció en escena, hace treinta y cuatro años, no ha ejecutado ningún acto que no tenga por finalidad pacificar y hacer trabajar a Venezuela.
No es enamorado ni misógino. Usa de las mujeres con método y, como es muy sano y sin vicios, tiene como setenta hijos. No fuma, no bebe, no ha tenido pasiones amorosas. Única pasión, como nube que cubre todo su campo mental: gobernar a Venezuela para unirla, pacificarla y hacerla trabajadora.
Cuarta virtud: Suramericanismo
Métodos, sangre, formación e ideas son suramericanas. Ni ha salido, ni es letrado, ni tiene dinero fuera del país.
Dio el ejemplo del trabajo. Fundó haciendas, fábricas, empresas; se dedicó a la cría del ganado, al cultivo del café, asociado a todo el que quería trabajar. Así es como ha formado una gran fortuna, quizá la primera en Suramérica. Sus compañeros de empresas se han enriquecido también.
Su obra política es admirable, pues: creó así los cuadros sociales. Todos los ricos del país, muchos; todos los trabajadores, están interesados en la conservación del orden. Mientras viva el General Gómez, es imposible una revolución.
Su inmensa fortuna se explica porque es el primer trabajador de Venezuela, el que comenzó, el que dio el ejemplo. Sus empresas han aprovechado de su obra de gobernante.
Su honradez la proclaman todos. El General Leopoldo Baptista, el amigo de Castro, y que luego fue amigo de Gómez, se fue disgustado para New York. Allí conspiraba… Había tenido negocios con Gómez, y éste, a pesar de saber que el dinero que le diera serviría para esos planes, liquidó sus cuentas y le envió un cheque por dos millones doscientos mil pesos.
En el Banco de Venezuela supe que cuando hace allí un préstamo particular, a la hora y minuto del compromiso, lo paga.
Antonio Pimentel es su amigo y compadre; hombre muy rico, trabajador. Astuto. Lo cierto del caso fue que un día llegó a saber Gómez que unos yanquis le ofrecían a Pimentel cuarenta millones de bolívares por su gran hacienda. Por tal suma se la compró él, para evitar que los yanquis tuvieran tan grande propiedad en Venezuela. Esto es nacionalismo. Se vio en dificultades para el pago.
No odia a ningún país. A Colombia la quiere y llama al territorio fronterizo de la montaña andina la tierra.
La experiencia venezolana de concesiones y empréstitos, y su desconfianza nativa de hacendado, le dieron repugnancia invencible por el crédito, en momentos en que éste se desarrollaba como un monstruo que se ha tragado al mundo. Los bloqueos y reclamaciones le dieron gran desconfianza por la inmigración como medio de hacer progresar nuestra tierra.
Gómez es lección viva para nosotros suramericanos. Si queremos ser lo que soñaba el Libertador, debemos beber en esta fuente:
Paz.
Trabajo.
Amistad con todos.
Lejos la inmigración.
Con nuestro dinero y con nuestro trabajo.
Con dinero venezolano se han hecho las carreteras y todas las obras. Hay que pensar que en el resto de Suramérica no hay un puente, un edificio, un camino, un alcantarillado, una estatua de Bolívar, que no hayan sido hechos por extranjeros y con dinero extranjero. ¡Nada hemos dado a luz! Las riquezas y los bienes de este mundo, cuando no se han trabajado y merecido, son corruptores. Suramérica goza de todo sin haber hecho el esfuerzo. ¡Nos corrompen las carreteras, ferrocarriles, aviones, casas y puentes que no hemos hecho…!
¿Qué, sino repugnante, esa literatura hecha en Europa, a la europea? Digan lo que quieran y enójense lo que puedan, diré que esos versos de Rubén Darío, esos libros de amores en París, esos Carrillos y esos Garcías Calderones… son cosas europeas y ¡mejores las hacen en Europa! ¡Si así va a ser el aporte todo de Suramérica, mejor era ser colonia de España!
Gómez hizo nacer una literatura. Los guapetones que hacían versos se declararon desterrados, se fueron. Había que trabajar y no se podía escribir ya acerca del libertinaje francés, de elecciones, de la igualdad entre los hombres que son diferentes, etc., etc. Pues se dedicaron los venezolanos a reunir los documentos de su historia, a recoger y comprar archivos, a escribir la historia patria. Gómez les dio todo el dinero que quisieron. Apareció una verdadera literatura: Vicente Lecuna y Vallenilla Lanz son verdaderos letrados suramericanos. El primero ha reunido todos los documentos para la historia de la Gran Colombia, ha resucitado a Bolívar, su casa natal, todos sus recuerdos. Por él, Caracas es el lugar de peregrinación de quienes aman la gloria. Tanto ama a Bolívar, que hasta se ha vuelto parecido a él en su físico y en su corazón magnánimo. El segundo, ha abierto una brecha para la sociología suramericana; el primero que siguió las ideas de Bolívar acerca de gobiernos americanos.
Tenemos a Vicente Dávila, Luis Correa, Gil Fortoul, Luis Sucre, Manuel Segundo Sánchez…
¿A quién se debe que el archivo de Miranda esté en Venezuela y no se haya perdido? ¿A quién se debe que allá estén custodiados los archivos todos del Libertador? Todo eso costó mucho dinero y se debe a Gómez y a los literatos que hizo aparecer, al separarlos de sugestiones europeas y obligarlos a trabajar por la tierra.
El periodismo suramericano es una algarabía. Insultan tanto, dicen tanta necedad, que son inocuos los periódicos. En Venezuela comienza el control. No hay censura, sino autocensura. Cuando critican, es grave el efecto: un periódico, en los días de mi visita a Caracas, dijo que un Banco no tenía capital en Venezuela, y, por eso, en dos horas, le retiraron muchos millones depositados. Casi quiebra. El poder de una Prensa mesurada es grande. En. Colombia dicen que fulano es ladrón y, al otro día, aparece de presidente. Perro que ladra, no muerde.
* * *
Mientras saco en limpio este libro escrito en la casa natal del Libertador, unos nacionalismos bárbaros destruyen a Europa. Mussolini encierra en su península una población fecunda y hambreada, para hacer la guerra; los alemanes, pueblo de pajes, pronuncian este juramento: “Yo juro a Adolfo Hitler eterna fidelidad; a él y a los jefes que designe juro obedecerles sin reserva”. Francia se reúne al rededor del sueldo, moneda mohosa, que es su columna vertebral. Los liberales parlamentarios se estaban robando el sueldo… Tocad esta moneda y tendréis una revolución. Se compactan alrededor del nacionalismo chillón de la Acción francesa: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el rey! ¡Abajo los judíos! ¡Abajo los extranjeros! ¡Todos son métèques!, etc.”.
Los judíos, más desterrados que nunca, siguen su marcha eterna para regar las ideas morales; ellos son la sal de la humanidad: para ser el pueblo del Evangelio, para ser el Mesías, es necesario también tener vida errante, sin agua y sin pan. ¿Quién, sino el que tiene sed, puede hacer brotar el agua de la peña?
¿Que la raza rubia del norte de Europa es superior? ¿No ven que todo ha nacido a orillas del Mediterráneo? ¿De dónde eran Jesús, Sócrates, Venus, Isis, los Césares? ¿De dónde fueron las ciencias y las artes, sino de esta región que el sol nunca abandona, sino que finge abandonar para venir luego a castigarla fuertemente? Hoy todo el mundo es mediterráneo, porque todo se unificó con el avión y la radio.
* * *
El nacionalismo de Gómez es trabajar, amistad con todos, no deberle a nadie y amar a Bolívar. Ningún juramento. Que no detengan los automóviles cuando él pasa, “porque yo no soy Dios”. Todo lo que le pidan, para glorificar al Libertador. No ha perdido ocasión de erigirle estatuas y monumentos por todas partes. Ordenador de la historia de Venezuela, porque así es como se hace un pueblo que tenga egoencia. Con ello le dio golpe definitivo a la descomposición psicológica de Guzmán, el suegro de los marqueses. Recibe condecoraciones del Papa, de reyes y de repúblicas, y sigue con su gran sombrero alón que lo resguarda de los soles de Aragua. Las condecoraciones se van para el cuarto de rebrujo, junto con el fusil con que apaciguó a Venezuela. Sus hijos son tuteados por el pueblo. El Santo Padre sabe lo que aprecia él sus condecoraciones y condados de a millón o de a concordato.
Es la segunda vez en que un país de Suramérica ha sido más digno y sereno que toda Europa junta. La primera fue con Bolívar.
Un nacionalismo amable. ¿Que el Ministro francés reclama cuarenta millones por tales y tales enredos? Esto fue al comienzo de su gobierno. “Mándeme al señor ministro —le dice al suyo de relaciones exteriores—, que él y yo nos entenderemos como militares…”. Lo cierto del caso fue que el francés pidió cuarenta, Gómez ofreció tres y se pagaron cuatro… Y estos señores ministros lo quieren mucho; se quedan a vivir en Caracas y van detrás del automóvil del General.
Comparemos. Veamos cómo procede Olaya en Colombia: hacen un tratado de límites con el Perú; queda de Colombia una hacienda ribereña del Amazonas, llamada Leticia. Es propiedad de un peruano. Éste brega con Olaya para que le compre eso en doscientos mil pesos. ¡Nada! El peruano tiene influencias en Lima. Atacan a Leticia para independizarla. Ambos países compran armas, buques, aeroplanos y están hace dos años entre si pelean o no. Han gastado como cuarenta millones en una cosa que se habría arreglado con doscientos mil pesos. Ahora, la hacienda es administrada por la Liga de las Naciones, un yanqui, un español, un checoeslovaco, etc., etc. ¡Carecen de tabaco en la vejiga!
Por todo esto dije en “El Hermafrodita dormido” que no hay para qué comparar a Juan Vicente Gómez con Mussolinis, Hitlers, Leguías, Machados, etc., viles tiranos, movidos por odios, por amor al dinero o a la guerra.
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Tercera Parte
El hombre que se documenta
Capítulo I
Mis Libretas
Septiembre de 1931
Primer día
Hace doce días que salí de Colombia en busca de estímulos vitales. Allá no hay humanidad, porque las razas no se han fundido, a causa de que es montañosa. Grupos de blancos, negros e indios, aislados entre sus cordilleras. Hay mulatos en las costas y en los valles. La tierra es la más bella, mucha agua, pero no hay aún humanidad. Me vine para Venezuela, que es país de llanura en donde las razas se han fundido y comienza a auto-expresarse el tipo nuestro.
Suramérica es enferma. El blanco y el negro son extranjeros aquí. El mulato tiene la irritación meníngea del híbrido. Sólo la sangre india es suramericana y ella dará consistencia al tipo futuro de nuestro continente, a quien llamo el gran mulato.
Me vine, porque en Venezuela las tres razas se han fundido. Vine a comprobar si había egoencia.
Salí de Medellín muy disgustado de una correría por todo el país. En el tren venían unas mujeres blancas y mulatas que hablaban, hablaban como si estuvieran rotas. El ambiente suramericano produce en blancos y negros una compresión cerebral; hablan como un amigo a quien vi trepanar el cráneo: fue sentado y se le desenfrenó la palabra. También los borrachos y los airados hablan así. Es la compresión cerebral, en todos estos casos. Los habitantes de Suramérica no están adaptados: son europeos y africanos.
Había asistido a la apertura del congreso colombiano. Aún sufro. Hacían cuarenta movimientos para un acto que se ejecuta en uno solo y todavía quedaban derramándose, moviendo los pies, gesticulando, rayando papeles.
Acababan de llamar a uno, Olayita, de New York, y le decían Salvador de la Patria. Fue tal la excitación, que las señoras lo besaban y hubo una que se alzó las faldas en un balcón y gritó a la multitud: “¡Viva Olaya! ¡Viva ese hijo mío!”.
Recorrí la Prensa y los libros de Suramérica, y todo es así: “Salió ayer en Cali un formidable artículo del doctor Santos. ¡Lo mata! ¡Es el genio más grande! ¡Acabó con él! ¡Será presidente!”.
Induje que la sangre india será la salvación. Cuando los suramericanos blancos, negros y mulatos dicen mejor, formidable, etc., es porque el clima fuerte y vivo los excita a desnudarse, a votar.
45% blanco; 45% indio y 10% negro, será el verdadero tipo suramericano. Lo primero, imaginación creadora; lo segundo, mesura y astucia, y la pinta negra la necesitamos para la capacidad de impertinencia.
En el tren venía un joven barroso y ahíto de tabaco, blanco europeo, que leía “El Tiempo”; de pronto gritó: “¡Esto sí es lo mejor que he visto!”.
Así son las manifestaciones de estas razas desadaptadas: como pedradas, descargas violentas de la energía nerviosa.
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Al emprender el viaje me di estos mandamientos y juré suicidarme si no los cumplía:
No cohabitar.
Hablar poco.
Observar y meditar hasta comprender.
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Estoy en Caracas desde ayer y estoy vago de espíritu.
En La Guaira vi un sacerdote: flaco, agachado y con aires de hombre que no manda. Parece que aquí no dominan los sacerdotes. En Colombia son pechisacados y ventripotentes. Es la primera diferencia que anoté.
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Puerto Cabello y La Guaira. Allá dice en varios idiomas: “Sea bien venido el extranjero y beba cerveza La Princesa”. Mucho orden. “¡Por orden, señores!”, dicen tácitamente los empleados de la aduana y el médico de sanidad. No hay tumultos en el desembarque ni negros cargadores que atropellen. Tipo venezolano: bajito, robusto, moreno, serio, carón, de pocas palabras cuando ejerce mando. Muy habladores y jactanciosos cuando charlan en los cafés. Todavía no tienen la dosis suficiente de sangre india. Se imponen a los oficiales alemanes del vapor “Magdalena”. Observé que no fumaban de los cigarrillos que les pusieron en la mesa y que no le dirigieron la palabra a la oficialidad rubia que los rodeaba. Examinaban pasaportes, cuidadosa y solemnemente. Me gustó esa egoencia.
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En Caracas he visto ya cinco individuos con unos látigos elegantes, de cuero, de unos cincuenta centímetros. Sospeché que eran especie de bastón. El dueño del hotel me dijo que eso no lo usaban sino aquí.
Me gustó esto de los látigos-vergas. ¡Estoy feliz! Eso me quitó algo el decaimiento. Venezuela tiene capacidad de impertinencia y Suramérica será venezolana o nada.
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La mujer que recibe las llaves y que lleva las cuentas en el Hotel Caracas es una mulata joven y sus ojos son como los de mi amiga Teresa de la Parra: los pómulos y el frontal forman un joyel a los ojos y estos queman la piel y hay imperio y gran pasión activa y pasiva ahí. Me gustó mucho, y así tienen los ojos todas las caraqueñas.
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Acabo de ver en el hotel dos negritas de cuerpos delgados, duros, apretados y sentí que ahí hay gran poder sexual. Sol concentrado. Estas mujeres de Caracas son el vivo retrato del Libertador. Esta mañana me trajo el café una de ellas y sentí que me inducía sexualmente un aura muy poderosa. Comprendí los momentos de soberbio impulso genésico del Libertador.
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Puerto Cabello es herradura abierta al mar. Al occidente está “El Palito”, balneario con cantina. Al oriente, un islote que es el Castillo Libertador. En un alto que domina a la playa estrecha está el fuerte. Los funcionarios trabajan como en negocio propio. Tienen aura de fortaleza. Silencio y orden. Me parece que no admiran a nadie. Hay cierta tristeza. Hay una estatua pedestre de Bolívar, muy interesante; se me pareció a mi hermano, en un retrato que le hizo hace veinte años Benjamín de la Calle, el fotógrafo pederasta y artista de Medellín. Allá vi la casa en donde nació en 1800 Juan José Flores, quien ocupa la historia del Ecuador. Es cierto que en Venezuela nació Suramérica.
Conocí, en compañía de Estercita, “El Palito” y la plaza del mercado. No vi sacerdotes.
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La Guaira es herradura muy abierta. Aún faltan como cuarenta años para acabarse una concesión que dio Guzmán Blanco a extranjeros, para explotar el puerto y el ferrocarril a Caracas. Al occidente está Cabo Blanco, mamelón rojizo, pelado; al oriente, Macuto con su hotel y palmeras. La montaña sobre el mar, cercana y alta, con unas ocho verrugas de tierra seca, árida y roja. En esas verrugas hay casas de colores y de techos rojos. Alta la montaña y propincua: pasando por debajo, ya, ya estaría uno en Caracas. Son los Andes, que se vienen por la costa del mar abrazando la llanura venezolana, y, como corren divididos en dos brazos, forman una cuna para Caracas, los valles de Aragua, lo que llaman centro del país.
Maiquetía es un barrio detrás de Cabo Blanco. Hay fuentes termales que se llaman “Quenepe”. Macuto es palmar tibio con hotel, en donde dan deseos de quedarse para siempre. Los mozos son alemanes. Venezuela tiene que importar pajes de Alemania, porque son los mejores y el venezolano no rebaja de coronel: es la impertinencia de la pinta negra.
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Preferí el tranvía a la carretera, porque la domina y deja ver más cosas. En una hora se trepa allá arriba, al valle del Guaire.
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Las negritas de aire sexual son del Tuy, en donde tenía haciendas Bolívar. Esto es esencial. Iré a estudiar las negras del Tuy.
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La montaña que separa a Caracas del mar es seca, roja, ardiente, con oasis de grandes árboles. Cañadas secas, por donde al llover corren torrentes bravíos color de sangre, que pintan el mar. Éste es, pues, el humus de estos bolívares de cara quemada, serios, tristes, habladores a ratos, capaz cada uno de tomarse un castillo.
Se trepa al boquerón y se comienza a ver el valle del Guaire, en donde nació lo que hay en Suramérica.
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¡Caracas! Me exalté al pisar sus calles; me fui a pie, con la maleta. El Calvario es cerro selvoso con una iglesita en la cima. Caracas se parece a Medellín, casas amplias de un solo piso. Aire seco y fuerte.
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Resumen. No manda el sacerdote. Manda una voluntad fuerte, que se siente por todas partes, que presta importancia a los funcionarios. En el ambiente se respira a Gómez. Hay unidad en el tipo humano. Orden, limpieza. Todos son solidarios con Gómez. Las mujeres son iguales al Libertador, delgadas, prietas, ojinegras. Los hombres son carones, algo gordos. El látigo es la forma en que aparece la egoencia.
Segundo día
No tengo personalidad. Todo me parece imposible. Los culpables son este Hotel Caracas, con su excusado sucio y lejos, las negritas que me pusieron rijoso y el ambiente de pueblo que se disciplina. No he querido salir a conocer. Por eso no me he orientado, no he mirado al Ávila ni he ido a la casa natal. ¿Qué se hizo el que venía a observar? Toda mujer es sexo; también todo hombre: por ejemplo, Gandhi va feliz con la hija del almirante Slade y yo venía feliz con Estercita; sólo que Gandhi come frutas, y yo comí arenque y las negritas del Tuy me extraen el alma fisiológicamente, como un poderoso imán. No tengo personalidad. Me preocupa González, pues tengo deber de actuar al venir con él: vinimos a dar conferencias para ganar dinero.
Blacamán viene delante de mí; tiene mucho pelo; me gana en personalidad.
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El Palace Hotel tiene pieza con excusado. Creo que aquí me reharé. Mientras estoy encerrado en el excusado, meditando, pensando en que al arrojar venenos me reharé, González arregla la ropa y el cuarto y me habla de conferencias… ¿No siente este hombre que este pueblo se disciplina, que no es lugar para conferencias?
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Vinieron dos colombianos y un venezolano a visitarme. Me contaron de las intuiciones de Gómez: que cuando vino el aviador Méndez, dijo que llegaría al nuevo campo de aterrizaje y que llegaría, aunque era ya muy tarde, y que ahí llegó. Con el Hotel Macuto, que dijo que allá lo iban a matar, y no quiso ir, y, efectivamente, para allí y en ese día tenían una conspiración contra él en el año 28 (conspiración de los oficiales). Contaron que viene cada veinte días o un mes a Caracas y permanece cinco u ocho días; viene sin que nadie lo sepa y parte del mismo modo.
Le tienen miedo. Están persuadidos de que es brujo.
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Fuimos con Ossa, de Medellín, a ver la casa natal. Es en la plaza San Jacinto; 27 varas de frente, cuatro ventanas, un portón muy bello. Le dimos la vuelta a la manzana del edificio colonial y bello que llaman La Rotonda. Ossa iba asustado y decía: “No miren, que creerán que somos conspiradores”.
Tercer día
Amanecí triste. Tengo un embrujamiento. Percibo el aura de Venezuela: es de casa de ejercicios de jesuitas. Silencio. Siento que la gente quisiera guerrillas y discursos y que no pueden; tienen miedo a una voluntad de hierro. Es una leonera con el domador adentro. Yo estoy habituado a gritar allá en mi patria. ¿Qué cuentos de conferencias? ¿Cómo haría Blacamán para debutar ayer, al otro día de llegar?
Por la mañana vinieron unos jóvenes, para llevarme al “Paraíso”. Eran tres que estuvieron presos, cuando la revuelta de los estudiantes. Para designar a Gómez, cierran el dedo índice contra el pulgar. ¡Cómo los domina! Estaban bebidos. Su alegría es seria y triste.
Casa Natal
En la plazuela San Jacinto, mercado de flores. Veintisiete varas de frente, cuatro ventanas y un portón. Nunca fue de dos pisos. La del costado norte sí, y un balcón de ella fue el que casi se cae encima de Díaz, cuando el terremoto, y ahí fue en donde le oyó a Bolívar las palabras: “Si la Naturaleza se opone, lucharemos contra ella”. Díaz lo contaba para censurarlo. Era su enemigo. Sólo dos ventanas son de la antigua casa; las otras son rehechas, lo mismo que muros y pavimento. Quizá sea de la casa el piso del cuarto en donde nació. En los muros de los salones hay cuadros pintados por Tito Salas. Muy buenos, sólo que su Bolívar es joven, muy majo español y a mí me gusta el Bolívar de los últimos años, con los ojos hundidos como dos llamas, huesudo, consumido por el pensamiento. Vicente Lecuna nos esperó allá. Es maravilla de amor e inteligencia; el único alegre que he visto aquí. Él fue el guía.
Allí está el retrato de Juana Bolívar. Rubia; ésa era muy honorable; María Antonia era realista; el año catorce escondió españoles en su casa. Tuvo dos hijas adulterinas durante su matrimonio, y a los sesenta años se enamoró violentamente de un aventurero; éste le robó diez mil pesos y ella puso el denuncio. Lecuna tiene el proceso, que compró a parientes de María Antonia, y en él hay una carta de amor. Su marido era demente paralítico, el aire de Caracas es rijoso; es disculpable. ¡Es muy bella la debilidad!
La casa está dividida en dos apartamentos, como todas las coloniales: el lado sur para las mujeres y el otro para los hombres; al sur, atrás, las esclavas, y al norte, atrás, los esclavos, divididos por un muro. Éste separaba también el solar en dos. Atrás estaba la caballeriza.
Tienen allá una vitrina con ropas del Libertador: una levita, un chaleco, unos calzones largos, rojos, una bota y un zapato, muy pequeños.
Me permitieron coger tales ropas; me puse la levita; era un poco más delgado que yo.
Allá estaban Luis Sucre, secretario de la Academia de Historia, gran genealogista, y Manuel Segundo Sánchez, académico. Sucre es vivo, sarmentoso; Sánchez tiene una tristeza llanera. Amigos de Guzmán y de Crespo, respectivamente.
Tienen allá los copiadores de Bolívar y el archivo que llaman de Pérez y Soto. También los papeles que tuvo Juan de Francisco Martín a la muerte del Libertador y que aparecieron en manos de Quiñones de León. Le dieron a éste diez mil libras por ellos, pero exigió que dijeran que los había regalado.
En la sala hay una vitrina con la llave del Cuzco y con otros objetos. El portero es un viejo de cuerpo torcido; se llama Semidei y es muy honrado.
Lecuna es el alma de esta casa; por él se arregló y la pintó Tito, que es de genio bohemio y resistido para el trabajo; Lecuna le hizo pagar bien y lo trata como a un hijo. Iba a despertarlo y lo forzaba a venir a pintar.
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En la Casa Natal supe algo del Padre Carlos Borges. Se ordenó durante el decaimiento que sigue a una juerga; fue capellán de monjas y dos se enamoraron de él, la superiora, algo vieja, y Sor Josephine, de 18 años, francesas.
Daba gracias, después de celebrar la misa, y Sor Josephine se le llegó por detrás y abrazándolo y besándolo, repetía: “O que je t’aime! O que je t’aime!”.
Salió el Padre Borges, se emborrachó y se fue por las calles, predicando en las esquinas, así: “¡Yo soy la hez de la escoria humana!…”.
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Hoy me dijo un académico: “María Antonia pelaba más plátanos que un capitán de buque margariteño”.
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A las dos, fuimos con Luis Correa a buscar el portero del Panteón Nacional. No estaba. Vi la plaza Panteón. Hay una estatua de Miranda, parecido a un tenor, con esta leyenda: “Nació en Caracas el 9 de junio de 1756 y murió en el arsenal de la Carraca el 14 de julio de 1816”. Era un sensual. El Panteón tiene una torre grande, y dos pequeñas hacia atrás. En el atrio, cuatro candelabros. Era iglesia. Ahí está Bolívar. Vimos con Luis Correa el Capitolio, la Universidad, el Palacio de Miraflores, que es una fortaleza, y el archivo de Miranda, en la Academia. Miranda coleccionaba todo, todo. Hay paqueticos con los pelos de la cuca de las marquesas, sus amantes.
Sigo sintiéndome como animal que inverna, en medio de este pueblo tan másculo y realista. No hablan de Dios. No hay sacerdotes. Sus artistas son pintores, escultores y arquitectos. Sensualidad acre. A ratos me alegro locamente, al darme cuenta de que estudio a un grande hombre y al recordar que me puse la levita de Bolívar y que nació aquí y que aquí están sus recuerdos.
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¿Qué pasará al morir Gómez? ¿Un desenfreno?
¡Horrible este viaje con González, que me urge para las conferencias! Compré polibromurado, para ver si me alivio.
Gómez disciplina a este pueblo, todo él tan parecido a Miranda, y por eso ya no es parlanchín ni bullanguero. En este silencio aparecerá la conciencia nacional.
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Por la noche fui a ver a Blacamán. Es el poder de la repetición, hasta que se logra moler vidrio con las nalgas y dormir a un pollo. Me agradó su caminado. Recordé la vida en el vapor “Magdalena” y el modo como Estercita remedaba al argentino anunciador de las pruebas de Blacamán. El médico del vapor dijo a Estercita que era su último viaje; estaba triste por abandonar el mar Caribe; que le gustaban más los suramericanos que los yanquis. Tuve celos del futuro, de cuando Ester continuara para Europa con este médico. El Mozo que nos servía en el comedor era el retrato de un Juez, mi colega en Medellín. El mozo director del comedor tenía una gran dignidad, caminaba tieso y miraba a lo lejos. Los alemanes nacieron para pajes y soldados. El capitán era gordo y protegía a la muchacha que iba para Francia a buscar a los tíos. Me entristece el recuerdo de Ester: tenía personalidad. Las fieras de Blacamán iban allí y las veíamos en el fondo, cuando las alimentaban. Aprendimos a nadar en la piscina: Ester parecía un relámpago vital entre el agua… Quisiera tener un pelo de… ella para mi archivo: ¡me ha corrompido Miranda!…
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Me agrada eso de Miranda en su archivo; que María Antonia era tan sensual como Bolívar. “Pelaba más plátanos que un capitán de buque margariteño” (buquecitos de cabotaje cuyos capitanes son hasta cocineros y cuya tripulación se alimenta de plátanos).
También me consuela, en esta noche, el haberme puesto la ropa del Libertador, y el recuerdo de que Estercita imitaba, superándolo, al argentino anunciador de que el gran fakir Blacamán iba a dormir el pollo…
Y que el Padre Carlos Borges bailaba, bebía y enamoraba. Ya no, porque está viejo y abobado. He leído sus versos y discursos, sensuales, carniceros. Le dice a Lucrecia Borgia: “Sobre tu cuerpo quisiera ser inverso crucifijo”.
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Lecuna, Sucre y Sánchez se quieren mucho, pero no están de acuerdo. Creo que Lecuna es godo y los otros dos son liberales de Guzmán y de Crespo. Lecuna es alegre, rico y muy agradable. Historiador, el que más ha trabajado por Bolívar. Es ingeniero y financista. Dirigió el Banco de Venezuela. Muy honrado, muy escéptico, la bondad hecha hombre. El Padre Borges y Tito Salas son como hijos de su corazón.
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El General Gómez domina. ¿Dicen que hay gente desocupada, por la crisis? Hoy apareció este aviso en las esquinas: “El Gobernador Federal hace saber que el General J. V. Gómez necesita tres mil hombres para trabajar en sus haciendas. Las personas sin trabajo, etc.”.
Me alegra este grande hombre. He buscado principalmente a los alejados de él, para documentarme. Me han contado cosas interesantes:
“¡Es frío! —me decía Vargas en voz baja. Parecía que Gómez estuviera oyéndolo. —¡Es fríoo!”. En Macuto, bajo las palmeras, dijo: “El gobernante debe ser frío. Yo soy como la montaña de Mérida, que todos vienen casa de mí calientes y yo los devuelvo fríos”.
“Ya lo verá —continuó Vargas—; su figura es fría; sus mandíbulas se cierran fatalmente, etc., etc.”.
El método exige documentarse con los alejados del poder, cuando se trata de hombre que aún vive.
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Cada vez percibo más el aura de Venezuela. Está en disciplina. En el fondo, todos quieren y admiran a Gómez, pues los ha enriquecido y tiene a la patria con mucha dignidad. Todos están acordes en que no juzga sin enterarse muy bien; que reprocha a los que se van al extranjero; que su obra política y fiscal es perfecta; que no se sabe nada de sus actos futuros, los más mínimos; que cuando no quiere que una cosa se sepa, no se la cuenta ni a su mujer y cuando quiere que se sepa, se la cuenta a su compadre Antonio Pimentel; que es amigo perfecto y hombre justo, muy intuitivo, que conoce a los hombres al momento.
Un fríooo, como dice Vargas, es lo que necesita la sangre inquieta de los guerrilleros.
Nació en San Antonio del Táchira, en la hacienda “La Mulera”. En Maracay hizo construir una casa igual a la de allá.
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Juan Vicente Camacho, de la familia Bolívar, me llevó a la Catedral, a ver la Capilla de la Santísima Trinidad, en donde están los restos de los padres del Libertador. Dice que no se sabe de los restos de María Antonia: “Mi hermana, que es muy inteligente…”. Era política, amiga del dinero, pleiteadora, apasionada, vivo retrato de su hermano. Si Bolívar no encuentra un continente para formar políticamente, habría sido como María Antonia. Pues como fue enemiga de Páez, no se sabe de sus restos. Ahí están los de Juana, porque era muy honorable; no tenía tabaco en la vejiga. Mi corazón está con María Antonia: ella fue el hombre de negocios del Libertador, su apoderado para pleitos, su corresponsal en Caracas y… se llevaba para ella el dinero. Era muy chiveta, dicen en Caracas, es decir, muy amiga del dinero. En ello se diferenciaba de su hermano.
Se parecen únicamente en lo saliente de las personalidades, en la impetuosidad pasional. La casa de María Antonia era de Sociedad a Gradillas; tenía otra en “El Empedrado”, pueblecito al oeste de Caracas, que hoy es un barrio llamado Avenida San Martín. José Ignacio Padrón, caraqueño que trabajaba el producto del carei —según dice el proceso—, fue su loca pasión, cuando estaba ya vieja de sesenta años. Parece que le prestó doscientos pesos, y que luego observó que compraba caballo y que gastaba mucho y averiguó y supo que los gastos eran con una muchacha llamada Irene Aponte. Puso un denuncio: que hacía cuatro meses que Padrón le había abierto con llave falsa su casa de Las Gradillas, estando ella en “El Empedrado”, y que le había robado diez mil pesos… Eran unos celos locos, una pasión igual a la que puso el Libertador en la guerra de independencia. Un doctor Labastida fue el abogado de María Antonia, y perdió el pleito, pues fue en 1835, cuando mandaba Páez.
Después, en 1850, Ignacio Padrón quiso enamorar a una señora Gilma de Obregón, en La Guaira, y entre ella y el marido le montaron una celada. Al verse cogido, mató al marido de un balazo.
Camacho es un tipo curioso: muy caballero, entregado a estudiar la historia de su familia. Le pregunté por Gómez. “Un día le dije: General, en 1910 me pareció que usted era Daniel en medio de los leones, y me contestó: Sí, señor, y ni me comen ni me comerán”. Agregó que Gómez no levanta la voz, que domina más en silencio que hablando.
* * *
Luego fuimos a ver la Cuadra Bolívar, en donde conspiraban el Libertador y sus amigos en 1809.
Luego me fui a averiguar acerca de María Antonia: las hijas adulterinas las hubo por ahí en 1814 del oidor Martínez y de Lino de Clemente, según parece.
No se asusten, señores, que estamos en el trópico, en la cuna de Suramérica, en donde la sangre española se alborota más de lo que está de suyo. Pues Bolívar tenía un hermano natural en Maracaibo, llamado Agustín. Aquí, en mi bolsillo, tengo un pañuelo de soles de Maracaibo, hecho por una descendiente. Juan Vicente, el hermano mayor del Libertador, era amancebado con una de apellido Tinoco, y tuvo tres hijos, adoptados por el Libertador: Juancho, vivo retrato suyo en el físico, bobo; Felicidad y Fernando. A este don Fernando lo educó Bolívar en Estados Unidos; era caballero, avariento, maniático. La familia Silva Bolívar, muy numerosa, es toda de locos. En medio de la locura está el genio. Pero la caballerosidad domina siempre en esta familia.
* * *
Me fui al Archivo Nacional. Todas estas historias están allí. Ahora su director, Vicente Dávila, publica el Archivo de Miranda.
Allí supe que un hijo del General Gómez raptó hace años una muchacha; el padre de ésta, un campesino, logró ir a Maracay y contarle al General. Se enfureció y condenó a muerte al hijo; Antonio Pimentel y el General Willet lo salvaron, pero lo tuvo alejado, durante años, en una aldea.
Segunda libreta
Desperté con dolores atroces en el apéndice. Sufría pensando en mi documentación que iba a interrumpir. González llamó a Lecuna, quien vino con un médico, García Álvarez: baja estatura, llanero, muy simpático. Vino otro. Vino el doctor Pérez, viejo médico, un santo, según dice Lecuna; vinieron todos mis amigos y el Padre Borges. Continuaré mi documentación en la cama. El General Gómez preguntó por mí, desde Miraflores; por la noche, vino el secretario Requena y me dijo que sería huésped del General en Maracay.
Requena es un zarco de 55 años, blanco y principiante de barrigón. Me dijo que Gómez le dicta todas las mañanas lo que piensa en la noche; que cuando hace literatura en la correspondencia, lo reprende así: “No ponga eso, que no es mío”.
Resulta, pues, que mi estado sombrío era intoxicación.
El Padre Borges es ya una ruina. Lento, casi paralizado, no habla. Me contaron que lo querían mucho las mujeres, cuando su juventud; se le sentaban en las piernas.
El Dr. Pérez es hermano de Juan Bautista, quien ejerció la presidencia durante unos años, hace poco. Son parientes de aquel secretario del Libertador.
Este doctor me alegró mucho porque dijo que yo tenía un cólico emotivo, por las impresiones recibidas al llegar a Caracas.
Todos los amigos reunidos en mi cuarto están acordes en que Gómez creó la nación, casi perdida, y que la tiene en paz; que pagó la inmensa deuda y arregló los conflictos.
En verdad, concluyo que gobierna a Venezuela del único modo posible y con los hombres posibles.
No le hacen sus enemigos ninguna crítica seria. Lo insultan. Pienso que a Bolívar lo insultaba toda Suramérica en 1830; lo llamaban Longaniza, por su larga cara huesuda y su color quemado de los últimos años de pensamiento profundo. “¡Longaniza! ¡Longaniza!”, le gritaba esa plebe bogotana que le vio salir para Santa Marta en 1830. Y en Caracas compusieron, al saber su muerte, este epitafio:
Aquí yace el famoso Longaniza,
payaso imitador de don Quijote:
la adulación le trastornó el cogote;
frenética ambición fue su divisa.
Antes fue Dios; ya es polvo y ceniza,
etc.
Quijote fue. Frenética ambición tuvo. Aun al querer insultarlo se le glorifica.
* * *
Vino uno nuevo. Lope Tejera. Este amigo menudo, malicioso, de cuarenta años, es interesante, porque se propone comprobarme que Bolívar tenía sangre negra. No quiere a Bolívar, le tiene un rencor oculto. Dice que es nieto del Dr. Vicente Tejera; que su abuelo fue el autor de la carta de Jamaica (!!) y del decreto de guerra a muerte. Cuenta que en el año trece propuso que mandaran fusilar a un preso por cada brindis, en un banquete. Que fue poeta y cantó la expedición de Los Cayos.
Este Tejera vivió en Londres, de Cónsul; tiene un museo: pistola de Sucre, pelo de Bolívar, vajilla, etc. Tiene cara de niño.
* * *
Luego de aliviado, fui a visitar a un periodista, mulato cabezón, excitado que insultó inconscientemente a Colombia, en su propia casa, sin darse cuenta. Es el tipo del mulato excitado que predomina en Suramérica, fanfarrón: gordo de cuello, rechoncho. “Chico, mira chico que el gobierno…, chico, chico…”.
Después me fui solo por calles y plazas. Mujeres muy secas, quemadas. Iba muy feliz pensando en que comprendía. Es el fin de la vida.
Respecto de las dictaduras, pienso que los pueblos que no tienen mandamientos se pierden. La idea del Libertador: gobiernos legalmente fuertes. No estamos preparados para ser dioses. Necesitamos que nos limiten y determinen la acción en la vida. En los gobiernos fuertes sufre mucho el individuo ya superior que no necesita que lo gobiernen.
Vi caraqueñas atrayentes; es el tipo que tiene más aura. Piernas, cintura, pechos como limones, duros, y sobre todo los ojos negros y que queman el rostro.
Conclusiones
Hay tipo venezolano.
Mujer venezolana. Sobre todo mujer.
Todos son de sangre mezclada.
Orgullosos y susceptibles.
Bolívar puede suceder que tuviera sangre india y negra, lo cual necesito para mis tesis: sería la salvación del futuro suramericano. Lope Tejera y Domínguez, bibliotecario, sostienen encarnizadamente que me darán las pruebas.
Todo venezolano es dictador.
No hay congresos ni elecciones a la colombiana.
Todos han aprendido a autocensurarse.
Todos son descendientes de próceres. No hay bajo pueblo. Introducen pajes.
Bolívar es bello en su ataúd.
Miranda era exuberante, coleccionista y vagabundo. Sabía viajar, enamorar y hacer planes complicados. Tipo de los que nunca triunfan, eternos fantasmas insatisfechos.
Bolívar era un genio loco e inquieto (pleonasmo). Era un fantasma.
No sienten a Dios. Son demasiado llaneros. Bolívar tenía un misticismo hondo. Necesita el venezolano de hoy mezclarse con el colombiano, para darse mutuamente lo que necesitan.
Son desconfiados y dominadores. ¡Gran virtud!
Los de Caracas que usan bastón, han ido a París y son guzmanistas.
Mis amores en Caracas
Hay en el Palace Hotel una miss que sonríe muy agradablemente. Acaba de decirme: “Tell Mr. González that I wish to speak him about what he said me yesterday”.
¡Desilusión! ¡Creía que sus sonrisas eran para mí! Cada vez me llama más la filosofía. Con las mujeres fracaso; no sé acostarlas; me enredo; pierdo la naturalidad.
Me fui triste y pensativo. Una caraqueña me sonrió, al montar en un carro, y me subí detrás. Me senté a su lado para probarme que soy capaz de enamorar. “Voy al Valle”, me dijo, “pero ya vuelvo, ya mismo…”. Me hizo ir hasta allá y me trajo… Casada, divorciada hace un mes. González dice que cuando cohabitan, las caraqueñas miran fijamente con sus ojos negros. Se entró a su casa y cerró la puerta. Luego salió a la ventana y me habló duramente, así: “No puede venir, ¿a qué?…”.
—Bueno, pues, adiós…
—Good bye —contestó la puta.
No sirvo para las mujeres, no sé conversarles; me gustan, pero no las amo. Me pierdo con ellas.
Despecho amoroso
Me vine renegando y muy herido en el amor propio. “Mulata, híbrida pretenciosa, dominadora”. Insultaba a toda Venezuela, en mi despecho.
Luego comprendí cómo el origen de los insultos contra un pueblo puede estar en el desprecio de una mujercita divorciada de hace un mes. ¡Y nos creemos filósofos y observadores!
Resolví hacerle un canto a Colombia, para calmarme.
Canto a Colombia en Caracas
Lejos de mi amada de aliento salvaje. ¡Patria salvaje y libre!
Lejos de mí, y me duele el amor que te tengo y que hasta te insulta. Eres como mujer de treinta y cinco años que arrulla al mancebo de espíritu libre, ¡patria de Camilo Torres! Libertad es tu leche y suaves tus carnes para el pensador. Sobre tu seno, yo desnudo con mis pensamientos desnudos, y tú sonreías.
Cómo te amo, mi madre y mi manceba llena de ansias, misterios y misticismos. Guarida de sacerdotes y desterrados. ¿A quién no abres?
Patria boba en donde todo es sueños. Tanto imbécil no te merece, no merecen tu libertad. Soy tu hijo pródigo que irá a morir en “Las Palmas”, bajo los sietecueros florecidos.
* * *
Estaba en la Casa Natal, documentándome, y llegó Tito Salas para hacerme un retrato. A poco llegó Vargas. Tito estaba contento. Mientras pintaba, conversábamos. Me sentía muy bien allí. Dije: “Después, en el recuerdo, habrá dos o tres cosas que se destaquen en mi Venezuela: una de ellas será esta del retrato”. Dije también que no me importa eso de bueno, malo, moral, sino que me importa la metafísica. Es bello lo que cumple su destino, a saber: un sapo bien sapo, un dictador bien dictador. Lo feo es un sapo con alas de ángel, Olaya de presidente en Venezuela. Estoy por aquella definición: bella es la verdad. La sencillez artística consiste en que la esencia resalte. Por eso me gustó lo que dijo Tito de su Bolívar: “¡Son los ojos!; si le pinto los labios, etc., se pierden los ojos”.
Vargas habló de sexo. Que se demora desde que cumplió los cuarenta años, un cuarto de hora. Explicó el método para demorarse, y lo hizo como mímico y como ingeniero. Tiene un cuerpo agradable, una lentitud filosófica y una cara espiritualísima. “Para demorarse, se acuesta usted bocarriba y se echa la mujer encima con el busto levantado y con los pechos entre las manos de usted; ella queda con unos cuarenta grados de inclinación. Luego, se le da a ella un movimiento giratorio y se agota…”.
Sostiene Vargas que el miembro del negro es grande, pero que no se dilata. En un momento dijo: “¡Qué terrible despedirse de la juventud! ¡Estoy en los últimos momentos de ellaaa!”.
La fuerza de Vargas está en que alarga las últimas sílabas, así: “¡Es un cocodriloooo!”.
Tito pintaba con ojos inspirados, con mano temblorosa, y aprobaba siempre. Quería tenerme contento.
Quedó muy bien. Mañana dizque hará el fondo con los mosaicos del cuarto en donde está el archivo de Quiñones de León, y después lo terminará.
Luego, me fui para donde la artista Lydia, cubana, para documentarme acerca de las mujeres. Lydia no me enamora, porque su cuerpo se parece al de una hermana mía y hay una inhibición en mí. La vieja mamá, que la lleva y la trae de país en país, es un caso curioso: inteligente, perdonadora. Dice que es filósofa desde los tres años, y yo digo que es puta desde los tres años, lo cual es igual, pues la filosofía es la pérdida de la inocencia. Un filósofo tiene mucha semejanza con estas viejas en la amplitud de la comprensión. ¿En qué más se parecen Sócrates, Vargas y la madre de Lydia?
La vieja está irónica hoy, decidora, porque ya se va y no ganaron mucho dinero. Estoy más enamorado de ella que de la hija. Estas mujeres que van con las hijas, llevándolas a cantar, de celestinas, y que dicen que van a cuidarlas, son muy agradables. Todo lo perdonan. Se parecen a Sócrates. ¡ Sí! ¡ Qué diablos! ¡Se parecen a Sócrates!
La vieja dice: “Yo estoy conforme con mis años y es a causa de que no tuve amores en la segunda juventud”. En la mesa, dijo a Planchard: “Oiga, ustedes, venezolanos, son muy valientes; ya lo han probado demasiado. No es que Gómez los haya achicado, sino que él es grande”.
Cada vez me gusta más esta vieja. No cambio su conversación por todas las echadas encima de su hija. Siempre he sido amigo de la filosofía. Amicus Plato, sed magis amica veritas.
Lydia cuenta que se retrató en Maracay, con el hipopótamo que tiene allá en su jardín el General. “El hipopótamo no sale a comer sino cuando lo llama el General”. Dizque dice: “¡A ver! Venga acá, venga…”, y el hipopótamo va saliendo y el General envía por un cambur (banano), y se lo da y el animal se vuelve.
Sentí un gran espasmo al oír esto. Este es mi sensualismo; estas son mis echadas de mujer con cuarenta grados de inclinación, a saber: ver cómo el hombre tiene la energía y llama al hipopótamo, a mujeres, hombres y pueblos y vienen a él.
Los demás que comieron con nosotros eran descendientes de Miranda y otros. Los nietos de grandes hombres no tienen nada, el con qué se gastó en los grandes hombres.
* * *
Fui a conocer a los Silva Bolívar. La sobrina del Libertador le parió muchos hijos a Laurencio Silva, y la familia es un manicomio. ¡Muchos locos! Lo curioso es que de pronto aparece uno y, llevándose el dedo índice a la sien, hace movimientos, para indicar que los otros están locos.
¡Muchos locos en la familia Bolívar! Juancho era loco y bobo; se parecía mucho a don Simón en el físico. Don Fernando era alocado, hombre raro, silencioso, avariento.
María Antonia le puso pleito a su hermana Juana, para desconocerle un pagaré que le firmó el Libertador y que debían pagarle al vender las minas de Aroa.
* * *
El General Leopoldo Baptista, sostén de Castro, fue luego primer secretario general de Gómez. Lo traicionó y se fue a New York a conspirar; había tenido negocios de ganado con Gómez. Éste hizo liquidar las cuentas y le envió un cheque por dos millones doscientos mil pesos. Su compadre, Antonio Pimentel, quería vender su gran hacienda a unos yanquis; le ofrecían 35 millones de bolívares. Gómez se la compró, para evitar que extranjeros tuvieran propiedad tan grande en Venezuela.
Éste es un grande hombre, indudablemente.
Luis Correa, gran letrado, sabe muchas cosas. Me cuenta que cuando vino el Príncipe de Borbón, el verdadero príncipe era Gómez. Aquél decía: “Tomemos algún liqueur y fumemos, pero lejos del General, porque él es muy serio”.
No le retira la mano ni a sus enemigos.
Tiene una gallera en Maracay y otra en Caracas. Va todos los domingos, en la mañana. “A pesar de ser gallero —dice Correa— usted lo ve tranquilo, contemplando la riña; se contiene; es de mucho dominio sobre sí mismo. Juega con sus amigos unos cuantos bolívares”.
“Tiene mucha memoria para las fisonomías y los animales especialmente. Yo lo vi encontrar un negro y decirle: —¿Dónde te vi yo? —En tal batalla. —Pues sí, tú estabas en tal parte, allá te di un frenazo, por maula…”. “Una vez le llevaron unas vacas y pidió prestado un corral para echarlas. Se dilató allí hasta las seis. Al otro día madrugó a ver su ganado. —¿Qué tal? ¿Cómo durmieron las vacas? —Bien, General; sólo que se fueron dos. Se quedó mirándolas y dijo: Sí, una barrosa que echamos allí…”, etc.
* * *
Adelantemos. Caracas es paraíso terrenal. Pequeño valle del Guaire extendido de occidente a oriente durante hora y media de automóvil, lleno de rincones y entradas tan bellas y buenas que hasta pecado serán. La gran montaña seca del Ávila, al norte, lo separa del mar que está ahí cercanísimo. Aire seco; no hay rocío. Esa montaña es ferruginosa, agrietada. El valle sombreado por inmensos samanes. El centro de la ciudad es la plaza Bolívar y de ahí parten calles rectas, con casas de colores discretos, amplias, con patios, con solares-jardines. La gente es de carnes prietas, morenos, prietas sobre todo las mujeres. Si los hombres no son tan parecidos al Libertador como las muchachas, es por los vicios europeos, alcohol y rameras francesas.
Por los alrededores del Calvario está San Juan, el barrio de las francesas.
Oí que decían por las ventanas: “La France; ven, tú…”. Seguí. Negros y negras ebrios, muy feos. En una puerta me agarró una mano: era Suzette Chevreau, de 22 años. Me dijo que los venezolanos eran muy generosos, pero muy bruscos; “creen que son ellos solos”. Me mostró su libreta de recibos en el Banco. Tiene cincuenta mil bolívares, y, cada año, envía a Francia cien mil “para comprar papeles de renta, para educar a sus hijos”. Me mostró el retrato de ella, de primera comunión, y el de sus hijos, madre y abuela. ¡No perecerá Francia, por el amor al dinero! Exporta medias de seda y amor carnal; importa dinero. Para ellos, Francia es imán; allá va el dinero ganado; allá van los pensamientos; allá volverán, apenas consigan un capital.
No hice nada con ella. Le di dinero y le dejé mi Cristo. Me gusta el amor, pero no el coito. Le dejé el Cristo, porque allá es donde debe estar; allá es donde debe elevar. ¿Qué pensará ella? “Es una necesidad”, me decía, pero no quise.
* * *
Amanecí con deseos de huir. González, ahí acostado, me atormenta. ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo madurará mi alma? Ya es tiempo de que yo no fuera de este mundo, pero me he quedado y eso me degenera. Debí haber escogido decididamente hace tiempos; no lo hice, y voy por camino en el cual soy inferior. Una voz me ha llamado siempre a la filosofía y no le he obedecido fielmente. Resultó que aún vivo fisiológicamente y que tampoco acepto decididamente a Dios. Dejé a Cristo allá, entre las rameras; lo necesitamos; debe de estar entre todos nosotros, inmundicias errantes. Me duele el centro de huesos y músculos y siento herida mi esencia vital. Esta documentación con mujeres ha sido la parte más dura. Pero tengo estas conclusiones:
El orgullo del venezolano es incalculable. Se cree único. Tiene aspecto de importancia y de capaz de hacerse matar. Es el porvenir de Suramérica.
Cualquiera manifestación de amistad de un venezolano vale mucho. No saben fingir.
No hay otro modo de ganarlos que por la dulzura.
Carecen en absoluto de misticismo.
Si queremos hacer algo, hay que mezclar a Colombia y Venezuela. En las montañas está el misticismo, las facultades para las ciencias morales y para el arte filosófico, de que carece Venezuela. Ésta suministrará el valor, la egoencia, su facultad para las artes realistas, espíritu de mando.
Primer retrato de Gómez
Apartamento en la secretaría, en Miraflores. El secretario Requena, escribientes, porteros, soldados, muchos generales y amigos.
Gómez estaba sentado allá, al otro lado del gran patio, oculto por una puerta. Requena me decía muy afanado: “¡Mírelo, allá está!”. Yo no veía sino una mano que sostenía un papel, quizá una carta. Estaba leyendo, y no se veía nada.
Los amigos, literatos y generales, andaban por ahí afanados. Requena trabaja muy aprisa, como para acabar… El Padre Borges se movía también. Todos estaban como si les extrajeran la atención. Era la hora del paseo matutino, en automóvil.
De pronto, todos se apresuraron, prognatas como los hipnotizados de Onofroff. Vi uno que me pareció alto y delgado y detrás yo buscaba al General. Pero era él; me estiró una mano pequeña, enguantada. “¡Ah, es usted! Usted está aquí de hace poco. Usted estuvo algo enfermo…”. Luego siguió, saludando a los lados con movimientos de la cabeza, movimientos como injertados por la voluntad. Camina algo enredado.
Es delgado, pero un delgado antiguo gordo; ojos largos, cara menuda, bigote delgado. Pero cara que fue gorda y bigote que fue ancho. Es la voluntad manifestada. Cuerpo que es envoltura de voluntad e inteligencia; un resultado de su vida de lucha continua, de autodominio. ¿Qué es? Misterioso y terrible como la noche. Parece muy dulce y sencillo, hombre fidelísimo.
Sentí un sobresalto de mi alma. Esto es lo que he buscado siempre. No era así como aparece. Todo lo ha conseguido: caminado, saludar, figura, flacura.
Nacer entre campesinos montañeses; crecer entre negocios lentos y difíciles de campesino; sufrir azote de guerrillas; vivir entre tiranos sombríos y vencerlos poco a poco, preparando milímetro a milímetro el camino, sin violencia: ¿cómo debe ser el cuerpo que envuelva tal espíritu? Así.
Pero los retratistas estaban acostumbrados a pintar a Guzmán, Crespo y Castro. No sabían pintar un brujo. Por eso no lo conoce el que haya mirado sus retratos. Por eso, uno busca al General detrás de esa figura alta, delgada y dulce que se acerca saludando con caídas de la cabeza.
Se fueron todos detrás, como pavesas. Al Padre Borges se le movían ágilmente las piernas.
— o o o —
Capítulo II
Retratos de Gómez
¡No penetramos! Dios está escondido detrás de las zarzas. ¡Metámonos! No importa que salgamos desgarrados. El fin es aumentar la conciencia: que lleguemos a ser unos viejecitos arrugados y con una gran protuberancia que casi se adivine a través de la piel; que la muerte sea nuestro propio parto.
¡Qué ansia tengo hoy! Quiero gestar pronto para irme.
Aquí tengo el retrato de Bolívar, hecho por Espinosa en 1828. Ya el espíritu lo quemaba. El rostro alargado, huesos salientes, boca seca; los ojos, dos atisbaderos. ¿Quién eres tú que atisbas por ahí? ¿De dónde viniste?
Yo sé que Bolívar vino de cerca de uno luminoso, para sufrir la última experiencia, tan fuerte y rápida como si lo hubieran quemado.
Consumidos por las llamas estaban Cristo, Francisco de Asís, Leonardo y Nietzsche en la hora de la muerte. Don Quijote fue requetevencido antes de que pudiera morir cuerdo.
Apuremos para que nos pongan el epitafio:
“Yace aquí el famoso Longaniza,
payaso imitador de don Quijote;
frenética ambición fue su divisa”.
………………………………
He aquí el resumen:
Nacemos para conocer a Dios. La vida orgánica que se nos da (pasiones, complejos) es para experimentar. Ni la patria, ni los padres, ningún amor vale metafísicamente: Son andaderas.
Subamos al espacio. ¿Qué son esos puntos? ¿Vemos allá a Suramérica, al bizco Santos, que ocupó nuestro campo mental durante una hora? Allá se experimenta…, y no podemos subir más, pasar del tiempo y entrar a donde no hay número, porque no estamos preparados. ¡Lástima, porque allá está Sócrates rascándose las piernas, como durante su último diálogo!
Estudiemos, pues, al brujo de Venezuela, como detectives que preguntan a las cocineras, que recogen pedazos sucios de periódicos y que examinan las vísceras en descomposición.
Para lograr el conocimiento, hay que penetrar en Zacarías, Borges, el General Pérez Soto, San Pedro, San Pablo y San Bartolomé de la iglesita de Garabato… Ya veremos.
* * *
¡Desconfianza! El hombre es un fascinador y sabe a qué vamos. El método exige que estemos en guardia contra nosotros mismos. ¿No ven cómo se tragó a Castro y cómo acabó con los viejos guerrilleros? En 1908, cuando se fue Castro, los bastoneros dieron un banquete: ahí estaba Gómez, la dulzura, afirmaba, agachando la cabeza: creían que iban a salir de él. Un viejo zorro que observaba, dijo: “Se va a cagar en todos ustedes y luego se limpia con Baptista”. Así fue y no quedó huella.
* * *
Nuestro deber es averiguar por qué ha obrado; qué relaciones tiene con Dios. Hay un principio que debe guiar al filósofo detective: los superhombres son llevados como los niños, de la mano; los lleva una fuerza oculta.
* * *
La acción será en Maracay, en la región comprendida entre La Guaira, Caracas, sierra de Carabobo, La Puerta y Ocumare.
Vive en Maracay y va todos los meses a Caracas, durante unos días. Maracay está a cien quilómetros al occidente de Caracas; punto estratégico, a orillas del lago de Valencia, resguardado del mar por alta montaña difícil; domina a Caracas, Carabobo, y está en comunicación con los Andes, su tierra, y a tres pasos de La Puerta, entrada de los Llanos. De allí domina militarmente a Venezuela.
Es una plaza grande, más larga que ancha, rodeada por inmenso hotel, tres cuarteles y una clínica. Ahí tiene a Páez y a Sucre, caballería e infantería. El resto son habitaciones de allegados, funcionarios y militares, fábricas, un saloncito de cine y la casa suya, como todas, sencilla, servida por oficiales andinos que vinieron con él. Es pueblo del patriarca brujo, guerrero, enamorado de lo bueno. Hacia el norte, unos diez quilómetros, tiene una hacienda donde va las mañanas a despachar los asuntos al aire libre. Allá tiene un jardín zoológico y un salón para que esperen los amigos; allá es donde está el hipopótamo en una charca y él se acerca y le dice: “¡A ver…! ¡Venga, pues…! ¡Venga…!”, y el animalón va saliendo de la charca. Los ministros, presidentes de los Estados y amigos lo esperan ahí y cuando sale un hombre en motocicleta… ponen atención, se levantan, pasa en automóvil, todos se trepan en los suyos y van detrás; se va la comitiva para Carabobo, a La Puerta, a San Juan de los Morros, no se sabe para dónde. Quizá para Caracas… Los sábados llegan los ministros, se hospedan en el gran hotel, van al cine y siguen la comitiva; van para donde quiera el General…
Hay también un Club Bolívar, donde va las tardes a sentarse al pie de un samán, rodeado de parientes, ministros y amigos. Mira a la juventud que se divierte por ahí, a los que escuchan y esperan. Los edecanes, unas diez figuras silenciosas y resueltas, caras de fidelidad, están siempre detrás y observan… Allí es donde ha tenido muchas intuiciones: “Aquellos dos —señalando a Urbina y a Fossi— creen que me engañan; hay que mandarlos para Coro a que se decidan”.
Entre Caracas y Maracay hay una montaña que separa las aguas del Guaire y las de Aragua. Ambos valles son paraísos; aquél se va entregando; éste se da, es estrecho, a cada momento se estrangula y por eso lo llaman los valles de Aragua; estrecho y largo, más que tibio, poblado de gramíneas y samanes, desciende a la laguna. Allí se desea la eternidad fisiológica. Allí era la gran hacienda de Bolívar: San Mateo. Oloroso a yerba, cruzada la carretera por lagartos fúlgidos. Por esos valles penetraron todos los guerreros; por eso, el pueblecito San Mateo tiene las casas sin puertas, ciegas; hay que entrar por detrás, por el solar. Después, la hermosa carretera se abre repentinamente para formar un gran óvalo y abrazar al Samán de Güere, varias veces centenario Lagartos, silencio de cigarras. Este árbol es el dios venezolano. Tiene más hijos que los caciques y que los generales de la república. Bajo él descansaron el tirano Aguirre y el Libertador.
I
Acabo de verlo rápidamente. Llegamos muy cansados, después de conmovernos en la casita de San Mateo y en el Samán de Güere. Ciento seis quilómetros de carretera. Nos fuimos a “Las Delicias” a buscarlo. En la carretera, desde Maracay, había un soldado a cada cien metros y a cada lado. ¡No lo cogerán desprevenido!
El método exigía ir a ver el hipopótamo. En el jardín hay leones, tigres, elefantes, pájaros y el animal estaba hundido en la charca. Le grité: “¡A ver…! ¡Venga, pues…!”. No quiso salir. Se veía apenas un pedazo del lomo.
Lydia de Rivera me había contado la cosa así: “El General tiene figura y modales muy delicados. Cuando canté ante él en el hotel ‘Majestic’, se vino, me cogió de la mano y me sentó a su lado. Me hablaba y era como una caricia. En ‘Las Delicias’ vi cuando se acercó a la charca y dijo palmoteando: ‘¡A ver…! ¡Venga…!’, y salió el animal”.
* * *
Zacarías envió recado de que allí estábamos. Apareció el hombre en automóvil, con los dos hijos y el secretario. Hizo dirigir hacia mí y desde lejos me saludaba con mano nerviosa. “¡Ah! ¿Cómo está? ¿Estaba viendo por ahí?… Bueno… ya Requena dio orden en el hotel para que lo atiendan”.
Sentí cariño por él; sentí amor. Me ganó. Me conquistó.
Es hombre que tiene mucha aura. El automóvil estaba como lleno de un algo que no deja observar. Lo que dice tiene espacios y alargamientos que envuelven y que nos tumban.
Me pareció menuda la cara; ojos casi cerrados, sonreídos, y manos pequeñas, enguantadas, que movía desconcertantemente. Un gran sombrero alón lo hacía más fino. Sentí que el ambiente se trasformaba.
Su personalidad es muy compleja. Le brota capacidad de hacerse seguir.
II
Por la tarde, en el Club Bolívar. Casita que tiene al frente un espacio para juegos; hay un samán. La multitud mira desde la verja. Allí se reúnen a las cinco y media los ministros, generales, amigos que vienen a buscar muchas cosas.
Estaba sentado de espaldas a la casita, con tres familiares a sus lados. Los demás, por allá dispersos, mirando.
Entré resuelto a ver: sentado en silla de mimbre; la pierna derecha montada sobre la otra y ambas algo a la izquierda; chaqueta abotonada hasta el cuello, de color oscuro; quepis y un bastón en las manos.
Me saludó con mucha dulzura y me sentó al frente y un poco a la izquierda suya.
En los ojos está todo él; alargados, casi cerrados de costumbre y con gran potencia dilatadora. Por instantes, al emocionarse, los abre y se ve todo el iris. No son ojos locos, como los de Mussolini, que se fijan como alfileres (tal modo de mirar no es sino aparatoso; el mirado se pone en guardia). No; son ojos indios, suaves como la garra del felino.
Por eso nada valen los retratos suyos. Son como las fotografías que quieren algunos hacer de las materializaciones de los médiums, que aparece Víctor Hugo, por ejemplo, y ¡zas!, van a desarrollar la placa y no hay nada, nada…
Hay mucha diferencia entre la brujería europea y la suramericana. Yo he sido iniciado por los indios, durante mis viajes a pie. He aquí las diferencias:
1ª El indio somete todo al ritmo; el vaho está sometido a la lentitud medida; no sufre violencia.
“Piense usted en el vaho, véalo como una cabellera que emana de sus tuétanos (centros nerviosos) y haga movimientos curvilíneos y reposados, con mente y brazos, para envolverse en él. Una vez envuelto, el vaho obra solo; adivina solo; enamora solo; trae bienes. Sólo en casos urgentes, como en peligro de muerte, lance voluntariamente el vaho como una flecha: entonces mata…”.
2ª “Por eso no se debe fijar la mirada, como hacen los blancos; los ojos son delicadísimos… Deben estar guardados, como las uñas del tigre, entre la felpa. ¡Cuidado con los ojos!”.
Quien así me inició se llamaba “El Indio ladino y armonioso”. Era de Urabá y lo conocí en Carolina, en Colombia, de curandero. Recuerdo que trataba algunas enfermedades metiendo a los pacientes dentro del vientre de un toro recién degollado. “Absorben el alma del animal”, me decía.
* * *
El General Gómez es zurdo de los ojos. El izquierdo es más inquietante, y lo guiña de seguido durante la conversación. Es zurdo en todo, sentado, brazos y piernas: el hemisferio derecho es el más poderoso. Es asimétrico.
Tiene 175 centímetros y pesa 75 kilos, pero parece menudo. Sus manos y piernas hablan: se lleva el dedo índice izquierdo a la sien, se soba el lado de la cabeza con la mano abierta, los dedos separados. Mientras conversa hace muchos movimientos; abre las piernas y clava el bastón, mueve la cabeza, dejándola caer para adelante y levantándola. Aparece frío al observador vulgar. Frialdad adquirida: no hay instante en que no esté en peligro, en ese país de azar y violencia que él hace dormir, como Blacamán al pollo.
Figura de quien ha estado sesenta años sobre sí mismo, envolviéndose en el fluido para no perecer y para triunfar.
Para haber sido el Jefe de Venezuela durante estos años largos de 1900 a hoy, hay que tener esa figura, esos ojos, esas maneras múltiples, esas manos pequeñas y enguantadas, con los dedos abiertos como para hacer pases, esa alma del mejor guerrero perseguidor entre un cuerpo dúctil, amable, tan amable a ratos como un viejo papá… Pero ¡pobres los que se dejen llevar por tal dulzura! La aparenta y la tiene, pero cuando deja abrir los ojos y salir la voz al natural, una voz quebrada como de madera seca que abren violentamente a lo largo, comprendemos que esté en la leonera hace más años que cualquiera, con el pollo más dormido que nunca.
Gómez oculta, quiere ocultar a todos, su gran capacidad para castigar. Es un ángel y es una tigre parida.
* * *
Sabía el objeto de mi viaje y me contó su vida y Sus deseos. Dijo:
“Allá en mis montañas, en mi juventud, yo tenía tres deseos muy grandes. El primero era ver a San Mateo y al Samán de Güere, en donde tanto sufrió por nosotros el Libertador y donde acampó con sus ejércitos. El segundo era conocer ‘La Puerta’, donde fueron siempre los fracasos de las armas republicanas, y el tercero era conocer al general Luciano Mendoza. ¡Imagínese! ¡Luciano Mendoza, el que había derrotado a Páez! ¡Piensen! ¡Derrotado a Páez! (Al decir esto guiñaba el ojo izquierdo y abría las dos manos, con los dedos abiertos, dirigidas a los asistentes; movía la cabeza de modos muy raros).
Pues cuando vine de mi tierra y llegué al Samán de Güere, no pude contener mi tristeza al ver cómo le habían cortado las ramas; tenía machetazos en el tronco… Estaba herido…”.
Esto lo decía de un modo muy raro; alargando las sílabas tristes; debilitando la voz; casi no se notaba en ella el sonido de leña rajada; con facciones tristísimas. Estábamos conmovidos. Para entonces todos se habían ido levantando y nos rodeaban en círculo. Había un gran silencio. (Es un narrador como no he oído en parte alguna).
“Cuando llegué a San Mateo, me senté al frente de la casa de Bolívar, a la orilla del camino, en un barranco, y me puse a pensar: ¿Conque este es San Mateo? ¿Aquí fue donde el Libertador sufrió tanto por nosotros? ¡Cuántas noches terribles pasaría aquí!; sus ayudantes creerían que dormía, pero ¡cuántas cosas pensaría él…!. Conque este es San Mateo y está cubierto de malezas… ¡No ven!”.
Esto lo decía con expresión de gran debilidad. Nos arrojaba emoción. El auditorio estaba contagiado. Nada veíamos sino las imágenes netas que nos arrojaba; el campo mental de todos estaba inducido. Todos éramos buenos en ese momento.
“Y al General Luciano Mendoza lo conocí al lado del General Castro, en La Victoria, quien me lo presentó, pues conocía mi gran deseo. Yo oí cuando Mendoza le dijo al General Castro: ‘Usted nada tiene que temer mientras yo esté a su lado…’. ¡No ven! Cuando dijo esa frase, lo conocí más…
Y ahora verá. Después me tocó restaurar y cuidar a San Mateo. Usted vio que aquello está bonito y que la carretera es muy buena. Me tocó resguardar al Samán de Güere, en donde deposité las armas de Venezuela, porque ya no habrá más guerras; le hice una verja de bayonetas, con los colores nuestros…, y me tocó vencer a Luciano Mendoza precisamente en La Puerta, cerrándole la entrada a las revoluciones.
Cuando el General Castro me nombró para ir a pelear a Mendoza, que se había alzado en Aragua, me decía Bellutini: ‘¡No vaya, hombre!; ¿cómo va a pelear a Mendoza con esos cuatro gatos?’. Yo le contesté: ‘Solo iría también’. Vean por qué: porque si me vencía, pues me derrotaba el mejor general de Venezuela…, si me mataban, también…; lo malo hubiera sido que me mandasen a combatir a un cualquiera y que me derrotase… Y si yo lo vencía… ¡No ven…!
Llegué a pelear a Mendoza; lo alcancé en Villa de Cura; estaba acostado en su chinchorro, en la plaza, y no quiso hacer caso hasta que le dijeron: Vea, General, que Gómez ya está en la plaza… Entonces pidió su mula…
Seguí persiguiéndolo; por allá, en un terreno quebrado, lo alcancé… De pronto oí que habían cesado los disparos… Pensé: Como este Mendoza es tan astuto, ya cogería mi vanguardia por ahí… Seguí, y era que se les habían enconchado los winchesteres… Yo cogí un máuser y lo puse sobre el hombro de Luis Godoy, para disparar, diciéndole: No se asuste, mi doctorcito…
En fin, seguí persiguiéndolo y lo alcancé en La Puerta. Cuando llegué, me dije: ¿Esta es, pues, La Puerta, donde han fracasado los libertadores…? Allá derroté a Mendoza…”.
* * *
Esta conversación la reconstruyo en mi pieza del hotel. Las observaciones son hechas aquí. Allá no me di cuenta de nada; desde que entré, me cubrió de fluido y me manejó a su antojo. ¡A todos los asistentes! Nos entristecía, nos alegraba, nos llevaba y traía. Yo sentía un gran amor por él. Está mucho más adelantado que yo. Podría defenderme, cerrándome, no mirándolo, etc.; pero entonces no lograría el conocimiento que busco.
Voy a adoptar este método: dejarme llevar por él; abrírmele, y luego, lejos, objetivarlo y analizar. En este terreno, le ganaré.
* * *
Limpiemos el campo. Es psicológicamente unificado: tres sueños: Bolívar, carreteras y acabar con guerrilleros.
Tiene comunión directa con las fuerzas terrestres: ama los árboles; está prohibido cortarlos. Ama los animales: hace colgar de los árboles racimos de plátanos para los pájaros. Aquí nada valía la vida humana y mucho menos la animal y vegetal: consiguió desarmar al pueblo con penas durísimas. Hace tres meses que estoy en Venezuela y no ha sucedido un homicidio.
Es también llanero y de ahí su admiración por Páez. Su montaña es vecina del Llano; si careciera de esto, tendría una inhibición para gobernar aquí.
Cree que su vida es providencial. Ésta es la mayor fuerza. Nada hace quien no se sienta unido a Dios. Por eso el fin de toda cultura psíquica es llevarnos a sentir el yo como independiente del cuerpo, eterno e indestructible. Conseguido esto, dice uno, como Gómez: “¿Qué le hace que me maten si estoy haciendo el bien?”.
Los tiranuelos, como Leguía, Machado, Hitler, perecen, porque no han llegado a ser brujos y tienen miedo. Llevan dinero a otras partes, para cuando los tumben, es decir, no tienen la seguridad de la conciencia.
Gómez dice a cada momento: “Dios no permite que muera aún”. “Como hay Dios, yo haré tal cosa”.
* * *
Hay tres modos de conocer: inducción, deducción e intuición. Indirectos los dos primeros y directo el último. Inducción es indicación: humo, luego hay fuego. Deducción es sacar, es aquello de los escolásticos, como abrir un baúl y retirar los vestidos. Intuición es un modo de conocer instantáneo; no es que allí no haya el proceso inductivo-deductivo, sino que es tan natural que no se percibe; casi se confunden objeto conocido y sujeto conocedor. La conciencia echó raíces en el objeto y se lo apropió. Por ejemplo, los habitantes de Coro, teatro de casi todas las guerras venezolanas, tienen raros conocimientos intuitivos. Dicen, por ejemplo, que tal hombre va huyendo. ¿Por qué? No saben explicarlo, pero es por la forma de las huellas, pues el que huye mira para atrás con frecuencia y deja así la forma del pie oblicua a la línea de su marcha. Así son las intuiciones de Gómez. “Penetra a uno”, dicen. Muy natural nos parecerá esta facultad, dada la historia de Venezuela.
Olvidaba que me dijo: “En La Puerta se me abrió el horizonte; esa noche estaba como borracho, sin haber bebido. Vi todo lo que yo iba a ser”.
III
A la misma hora. La misma escena, con algún cambio en los familiares sentados a su lado.
La finura y penetración de sus ojos, bigotes, nariz, y cabeza pequeña, dolicocéfala, lo avecinan a León XIII más bien que a los militares pechisacados. La mandíbula inferior, un poco entrada, tiene como dos ángulos a los lados. Cierra las mandíbulas rápida y fríamente cuando masca.
Dijo, señalando al samán:
“En la pata de ese árbol hice mi primer negocio de ganado en Aragua; antes de mi llegada, todos estos campos estaban incultos y los caciques les compraban el ganado a los llaneros, por nada. Venía de los Llanos, con fiebre; lo que se comía en Caracas era carne de zamuro. Yo fui el primero en poner romana y en establecer matadero. Mañana lo verá. Allí todo es limpio; no hay moscas. En Caracas están comiendo carne desde que vine yo. Todo esto me ha valido muchas críticas.
Les acabé el negocio de robarles ganado a los llaneros. Pero la gente no quiere entender.
En Colombia tienen a los curas. Cuando subió al poder el Dr. Olaya, pensé: ¡Qué difícil! Pero allá la gente es distinta; aquí la obra era más brava y ahí vamos.
Yo tengo una finca en Colombia, ‘Buenos Aires’. Yo les he dicho que en Colombia aprendí la neutralidad… Les guardaba el ganado… Una vez me dejó su caballo el General González Valencia; fue el Gral. Uribe y le gustó mucho el animal. Yo le dije: Dicen que ese caballo es mío, y no se lo llevó. ¡No ve! Allá aprendí la neutralidad…
Las carreteras las hice con los vagos. Aquí había mucha gente vaga cuando vine, y todavía hay muchos. Yo los obligué y con ellos hice todos esos caminos que usted ha visto. Tenían que trabajar, porque si no ¡ahí va plan de machete!… Así les he enseñado. A un hermano de este Requena lo tuve en la cárcel; este Requena me lloraba y me suplicaba; yo le dije: No; ahí se lo educo y no le cobro; no le cuesta nada. Hoy es hombre útil.
Aquí tengo un colegio en donde enseño a trabajar a los vagos. Mañana lo verá. Es aquí cerca, en ‘La Trinidad’. Lo dirige el Padre Antonio, un hombre que me ha dado buenos resultados… Llega un muchacho y comienza a brincar y a decir que es hijo del general fulano… Pues aquí no hay más general que yo, contesta el padrecito… Allá caben muchos, y ahora casi no hay; le escribí a Rafael María (Velasco, gobernador de Caracas) preguntándole que si no había vagos por allá. ¡Hay que buscarlos!
Porque esto aquí era terrible. Tuve que enseñar a trabajar y no les cobro. Cuando comencé mi obra, me decían: ‘No se meta en esas, que los malos son más que los buenos y lo matarán’. Pero yo me dije: Hay que acabar con el mal y ¿qué le hace si me matan haciendo el bien? Dios no puede permitir que me maten, porque todavía tengo mucho que hacer. Ahí puse un aviso, que necesitaba tres mil trabajadores y no han querido venir, a pesar de que hay muchos desocupados… Pues si no vienen, los traigo…
De mis colegios han salido muchos doctores, el Dr. Zuluaga, por ejemplo. A mí no me gustan las cárceles, pero hay mucha gente a quien hay que tratar a garrote”. (Levantó el bastón de modo expresivo.)
Memoria feliz para fisonomías y formas; para esencias. Ninguna para los detalles y las fechas. Si le pregunto: ¿Cuándo? ¿Cuánto hace?, mira a los familiares en busca del dato.
IV
“A mí me gustaban los alemanes, porque ese Káiser me parecía un hombre que tenía fe, pues desafiaba solo al mundo. Yo admiro mucho a los hombres así. Pero yo esperaba que hubiera dicho: Aquí me tienen; yo solo soy el responsable de la guerra; denme cuatro tiros, si quieren, pero Alemania no es la responsable.
Por eso no ganaron, porque no era el hombre; prefirió salvarse… Y no lo hubieran matado, porque a un hombre que procede así no lo matan…
Aquí todos querían que Venezuela se decidiera. Yo fui el que no quiso y yo solo lo resolví, para poder decir que yo era el único responsable; no quise reunir el Consejo para la decisión…
¿Dinero? Hubiéramos podido darles nueve millones y eso lo gastaban en un minuto… ¿Gente? Yo no podía mandar veinte mil jóvenes a la carnicería. Somos apenas un país que comienza; nada vale nuestro influjo… Y nada podían hacernos porque no entramos en la guerra, pues sería como pegarle a este niño”. (Señalaba a su nieto, que jugaba por ahí.)
V
Hoy lo vi en “Guayabita”, la hacienda que fue de Guzmán Blanco y que hoy es suya. ¡Qué sombras de cacaotales en esta tierra! Pero no hay tiempo para detenernos. Hay que estudiarlo, penetrar por sus ojos y sus bigotes; desde ayer todas mis energías están concretadas subconscientemente en la parte de su cara comprendida entre los bigotes y el mentón: eso consuena con los ojos; ahí tiene muchos secretos; sobre todo en la mandíbula afilada y entrante un poco, con ángulos laterales, que se cierra sin que uno vea, como en prestidigitación, yace su gran capacidad para el castigo de vagos y vagamundos; allí está el secreto de su gran facultad de olvido, diez y ocho años, veinte años…, “porque los traté como hijos y quisieron asesinarme; no tienen perdón de Dios; a mí me gusta mucho la gente así, que desafía al mundo y a la muerte; ¡lástima que Urbina sea tan vagamundo!”.
Este Urbina se llama Simón y es un coriano que se roba un buque de guerra en Curazao o en México y se viene a atacar a Coro, con el gobernador de Curazao preso, y allí se medio mata con León Jurado, a quien odia, y luego se va por las selvas, invisible. Jurado le telegrafía a Gómez: “Hoy los zamuros corianos comerán carne mexicana”. El Brujo goza al ver que en Venezuela hay gente así, de la que le gusta, pero lamenta que no quieran trabajar.
Todo organismo es una armonía causada por el alma que lo rige. No estudiemos, pues, a “Guayabita”, sino que busquemos la música celeste en las facciones de nuestro biografiado.
Al final veremos cómo armonizan todos los órganos, todos los detalles, y tendremos una vislumbre de la divinidad, lo único a que podemos aspirar.
* * *
Se trataba de un almuerzo campestre, con señoras. Subí, porque la casa es en un mamelón de acceso difícil. Los oficiales y amigos estaban contentos: luego él lo estaba.
Lo encontré rodeado de señoras, su mujer y sus hijas; amigas, etc.
¡Qué dulzura pone en la voz para hablar a las mujeres y niños! Completamente voluntaria, pero una segunda naturaleza que cubre la otra. Mirando bien, con los ojos entornados, y escuchando bien, se ve al rígido a quien la voluntad hace agachar, y se oye la voz que no admite réplica y que quiere acariciar. Se percibe en el “¡Uy! ¡Uy! ¡Belén! ¡Belén! ¡Santana! ¡Papá!” que le grita al nietecillo, el sonido de la madera rajada a lo largo.
* * *
Estaba tan dulce como un patriarca, tanto, que Raúl, el estudiante ex revolucionario que se vino conmigo de Caracas, se le acercó y le mostraba fotografías. Él sonreía… Vi cuando Raúl se apartó, completamente hipnotizado; se me acercó y me dijo: “Me tuvo en la cárcel, pero ahora lo quiero mucho”.
* * *
Durante el almuerzo me hizo buscar; se apareció el coronel Tarazona, el que le ayuda a vestirse y que vino con él desde la montaña, a decirme que el General me llamaba, que decía: “Busquen a Ochoa…”. Era para ofrecerme una taza de caldo… “Vea, tome, es que me acuerdo de la tierra”. La tierra es la frontera colombo-venezolana; me indujo; me sentía ebrio, sin haber bebido.
* * *
Luego fue cuando salió con sus hijas y con el nietecillo, exclamando: “¡Uy! ¡Uy! ¡Belén! ¡Santana!”. Guarda confites en los bolsillos de la chaqueta, para los niños y para mascar.
VI
Vino Zacarías, porque nos vamos para Carabobo. Zacarías es reservado; es el hombre del secretario Requena. No dice nada; mira con ojos muy abiertos. Parece hombre que tuviera una cosa escondida. Me tiene algo escondido, a pesar de que me contó su vida… Es poeta; fue enemigo de Gómez. A casi todo los ha educado él y ahora dicen: “Es el padre de todos nosotros…”.
Zacarías era morfinómano; estudió los varios métodos para curarse; le gustó el de un español, Dr. Guillermo de la Rosa. Para Madrid se fue llevando medio quilo de morfina. Sufrió mucho porque en Panamá tuvo que arrojarla al mar. Lo curaron en 70 horas, con purgantes: cada siete horas, uno. Cuatro de sulfato de sosa; cuatro de a un cuarto de azul de la farmacopea americana y dos de aceite de ricino. Una mañana despertó curado, sin ansia de veneno, e hizo un poema a la aurora, que termina, luego de pintar las nupcias de ella con el sol:
“Después, unidos, de pasión posesos,
ardiendo en fuegos de divinos besos,
por el tálamo azul se van rodando…”.
El padre de Zacarías se llamaba así también y era compañero de Andrade, cuando vino Castro. Siempre fue enemigo de éste y estuvo preso. Jugaba mucho. Desde que cumplió cinco años, el viejo le decía: “No te cases, porque eso es una desgracia, una esclavitud; ¡encuérate! (4) Para eso eres macho y para eso son las hembras”.
A los cinco años le regaló también el primer puñal que tuvo.
Siguiendo el consejo, Zacarías se encueró a los diez años con “culo cagado”, y el padre le gritaba: “¡Encuérate, pero no con una mujer a quien llamen así!…”.
El viejo murió de una perforación intestinal y una hora antes dijo: “¡No me traigan cura aunque lo pida!”. Y no lo pidió.
Zacarías vino curado de España y vivió en Cuba, trabajando con abogados revolucionarios. Se cansó y, completamente educado, le escribió al General en 1927 y desde entonces vive aquí. ¡Pero hay alguna cosa que me esconde!
———
(4) Amancebarse.
* * *
Rodaba el automóvil por la carretera, a través de las bellas haciendas del General, “El Trompillo”, “Güigüe”, “Yume”, etcétera; por Valencia y por la llanura de Carabobo…
Por allá me pasé al automóvil del coronel Roberto Ramírez, colombiano muy rico y muy malicioso que tiene la fábrica de jabones, velas y perfumes. Vino de Cartago, de doce años; conoce todos los senderos, “yo soy un mapa”.
Gran llanura solitaria. Aragua, laguna, haciendas, Valencia, Carabobo, todo es soledad; por este paraíso, que tiene la temperatura del cuerpo humano, pasó la guerra de cien años. El Brujo ha hecho carreteras; faltan campesinas que canten en la mañana; hoy chillan las cigarras. Domina la inmensa voluntad. Rodábamos por allí y Ramírez contaba y contaba sin acabar:
“Hay que escribir una biografía de este hombre, con ideas universales, pues hay un porción de cosas… Vea cómo se ganó a los guerrilleros: haciéndoles regalos, con generosidad, y acabó con ellos así y a todos les puso una corona en el cementerio. Con ellos formó un consejo de gobierno…; ya estaban tan viejos que ni oían; al que no se dejaba dominar por las buenas, le caía el peso de la autoridad…
Oiga: había aquí un señorón llamado Paco Martínez Romo, español, que había sido picador y que habilitaron aquí de maestro de ceremonias. Al General se le habían muerto la madre, un hijo y el hermano, y, como sucede siempre, que hacen política hasta con el dolor, venían a darle el pésame en los aniversarios…, para pedirle. Cansado, resolvió recibir las condolencias en la puerta de la iglesia. Una vez, Paco Martínez Romo quiso aprovechar eso y pedirle para un viaje a España. Se metió en la fila… Le tocó el turno y dijo: “Mi más sentido pésame, General”. Siguió y pensó: “El General no se fijó en mí”… Pues volvió a meterse en la fila y fue y le dijo: “Mi General, yo, Paco Martínez Romo, le doy mi más sentido pésame y le manifiesto que mi madrecita está muy anciana en España y que quiero ir a verla…”. “¡Aja!”, contestó Gómez; “¿y su hermano vino a lo mismo?”.
* * *
Carabobo es inmensa llanura; el cielo se acerca a la tierra, o mejor, se esfuma. Gran soledad. Tierra muy seca. De cuando en cuando pasa por la carretera, como un aparecido, un campesino nostálgico que lleva un machetico de trabajo. Por allá, en la orilla, hay una cruz sobre un santuario; de noche es lucecilla que infunde pánico: allí dizque está el alma de un soldado que encontraron agonizante a los cuatro días de un combate. Es uno de los dioses de Carabobo y de Venezuela; misticismo guerrero. Nunca se apaga la lucecilla.
* * *
El viaje era para mostrarme el monumento y contarme la gran batalla. Me llamó.
“Oiga cómo fue aquello: ¡Aja! ¡No ve! Por allá entró Bolívar…; por aquella cañada atacó Páez… ¿No ve usted? Por eso hicimos aquí este monumento… Yo dije: la casa está hecha…; mire el cielo; aquí es como el techo de un palacio: amplio, vasto; no faltaba sino el monumento… ¿No ven ustedes? Ah, sí; yo hice traer piedras de La Puerta, porque allí lo derrotaron y ellas debían servir de pedestal…”.
“¡Vamos, pues!”, y nos llevó a sentarnos en el corredor de una casita.
“¡Qué bien se ve a Bolívar allá, contra el cielo azul! Decían todos que por qué traía piedras de tan lejos, habiendo aquí…; que eso costaba mucho… Era que no querían comprender…”.
Posee el don de la visión unificada. La batalla de Carabobo fue la entrada de Bolívar y el ataque de Páez.
Posee la emoción creadora y nadie como él para comunicarla. Todos los coroneles sentían el instante.
El superhombre trasciende detalles y se eleva a la emoción divina por medio del amor a las cosas bellas.
Había allí dos mil personas y el 98% no tenían vecindad con Dios; algunos eran técnicos en la batalla de Carabobo. El hombre de 74 años, de chaqueta abotonada hasta el cuello, de sombrero alón, nos hizo vivir. Si el arte consiste en tener la emoción y comunicarla, Gómez es un poeta inmenso.
Luego pasó por ahí una burra vieja. Dijo, dirigiéndose a don Antonio Pimentel: “Como esa es que quiero venderle mil a mi compadre”.
VII
¡Acabo de verlo y estudiarlo en el comedor! ¡Acabo de observarlo mientras masticaba!
No habla. Come despacio, mastica mucho, abstraído, con una sonrisa de satisfacción, los ojos por allá sin concretarse. Parece que estuviera gozando, sintiendo las delicias del alma fisiológica. Estaba con toda comodidad; nada lo inhibía… A su hijo, que cortaba las tajadas del ternero asado que colgaba a un lado, pues era almuerzo campestre, en Carabobo, le contestaba al rato, como si su mente viniera de un viaje por allá, por las funciones orgánicas. Es un gran poeta, decididamente.
Se limpia el bigote muchas veces, del centro hacia afuera, como en los pases magnéticos… Luego se acuesta a reposar, solo; Tarazona cuida a la puerta…
Es un gran poeta en todo. En todo goza. Cuando va la comitiva de automóviles por esas carreteras y potreros, hay demoras porque el General se detiene a sus funciones fisiológicas, despacio… ¡Goza mucho! ¡Es un gozón!
— o o o —
Capítulo III
El Ambiente
El Padre Borges
Por allá, en el campo, en aldea solitaria, almorzamos muchos generales, el Padre Borges y yo. Trajeron ron. El Padre está envejecido; piernas tiesas, cuerpo menudo, facciones finas, moreno; dientes algo prognatas. Sus manos se contraían, para recordar… Un ángel caído. Bebió medio vaso de ron. Comenzaron a iluminarse sus ojos. Me decía que ese poema sobre Lucrecia Borgia se lo había inspirado Satanás. Gómez lo tiene de capellán del ejército, a su lado, para que no beba…
Es dual: sátiro y místico, apagado y brillante. Cuando bebió, recitó sus poemas con deleitación, haciendo esfuerzos sobrehumanos para recordar; las imágenes venían con el ron. Una de las mujercitas del hotel le trajo un niño para que lo bendijera. Dijo: “¿Y por qué no a la madre? Ella tiene más méritos…”. Estiró los brazos y le acarició los pechos a la mujer, al bendecirla…
Se convirtió en Lucifer. Dijo que todo se lo debía a Gómez. “Hasta en la cárcel me tuvo, para corregirme…; allá fue en donde escribí mis poemas”.
Acabó en completa ebriedad. Se fue a la cocina a acariciar a las negras. Me decía: “Estoy buscando perlas entre el fango…”.
Esto fue en San Juan de los Morros.
* * *
Estuvimos bañándonos en la quebrada “El Castaño”. El Padre Borges habla con esfuerzos sobrehumanos. Sin alcohol tiene miedo a Dios y al General. Respecto de la Virgen dijo a Zacarías, que contaba un cuento blasfemo: “Eso es muy serio; siga contando para que vea…”. A poco se dañó el automóvil y dijo: “Siga contando…”. Respecto de unos bombillos eléctricos que estaban encendidos al mediodía: “Luz inútil”. Respecto de los árboles: “Son vidas muy semejantes a las nuestras”. Díjome que el General tiene cosas muy raras: “Un muerto, un albañil, se le apareció y le dijo el lugar en donde tenía unos reales ocultos y que se los comprara en misas. Los sacó y se los entregó a su hija Cristina, para las misas”. “Es místico rústico y muy poderoso”, añadió.
* * *
Acaba de entrar el Padre Borges al hotel para asistir a la recepción del Mariscal Franchet D’Espérey. Hoy arrojó la sotana. Barrigoncito, bajito, con botas de caballería, calzones de montar y chaqueta abrochada hasta el cuello, todo eso negro, adornado con una cruz de oro pendiente de un gran collar. Gran sombrero alón, de fieltro, con insignias militares. Era un centaurito, mitad cura y mitad general venezolano. En la mano pequeña y regordeta tenía un vergajo de cabeza de perro, boquiabierta. Sus ojos son grandes y hundidos, muertos, muy juntos; cara pequeña; muy dolicocéfalo y sonrisa constante de niño perverso y cansado. Atónico.
“El alcohol… es… divino…, pero el hombre no… está hecho para él. Es un robo a los dioses. Puede uno vivir así, alegre, pero muere pronto… Prometeo se robó el fuego divino y lo castigaron los dioses atándolo a una roca y el buitre le mordía el hígado… Es el símbolo perfecto del aguardiente…
¿La creación? Dios estaba alegre cuando creó el mundo… indudablemente… ¿eh?… ¿eh?… ¡Dios estaba borracho! Escogió el vino para elevarlo a la calidad de sacramento…; su sangre es vino… El primer milagro que hizo fue convertir el agua en vino, en Caná, y aquella gente, borracha ya, encontró mejor el vino del milagro… ‘¿Por qué sirven primero el vino malo, si esa no es la costumbre?’.
San Juan, en el Apocalipsis, nos promete que en el cielo estaremos ebrios… Inebriabuntur, dice textualmente…
Yo fui cura de Tinaco, recién ordenado. Tinaco es muy paludoso. Yo bebía un cuarto de litro de aguardiente diariamente, en ayunas… Eso era para comenzar el día… No me dio paludismo.
Los apóstoles bebían. Cuando San Pedro predicaba, al principio, decían: Están ebrios, refiriéndose a ellos. San Pedro replicó: ¿Cómo podremos estar ebrios si es apenas la hora de sexta?… Luego a la hora de nona…
Allá fueron dos niñas colombianas a visitarme. Se van para Colombia y andan buscando modo de completar el pasaje… Yo les dije que no se fueran… Hace falta la belleza; ¡que no se vayan…!”.
Al rato continuó:
“El que abusa no goza…”.
“Dice Santo Tomás que los ángeles mientras más perfectos tienen menos ideas, en número, y que Dios no tiene ideas. No piensa, no medita. Es la verdad. Cuando bebo, yo soy perfecto ángel y diablo”.
* * *
Después de estas juergas, el Padre entra por las tardes al Club Bolívar muy asustado, bregando tímidamente porque el General lo mire, para saludarlo… ¡Inútil! Gómez se envuelve en un aura fría, y Borges va a sentarse por allá lejos, atormentado por su gran alma coja.
El Samán de Güere
Voy a describir este anciano, que, según Humboldt, tiene mil años. Está a 99 kilómetros de Caracas, diez antes de llegar a Maracay. Se abre la carretera ovalmente en anchura de sesenta metros. En el centro está el árbol, guardado por una verja de bayonetas pintadas de amarillo, azul y rojo, de diez metros de ancho por quince de largo. El tronco tiene unas cinco abarcaduras; tiene dos brazos para el sudeste, cortados; para el norte, al mar, uno fértil y hojoso y dos al sudeste, también hojosos. A unos cinco metros de altura se desprenden estos brazos y se elevan mucho. Alrededor hay dos hijos del Samán, sembrados por Gómez; también plantas florecidas y arbustos. La corteza está rasgada y mortecina. La verja tiene cinco lados y la puerta mira para Caracas.
En las orillas de la carretera hay bancas. En la puerta hay esta leyenda: Patria, Paz, Trabajo. Es soledad paradisíaca. Las aves organan en los bosques de samanes y otros árboles gigantescos de los alrededores.
La tradición dice que en este lugar iban a batirse el anciano Maracayo y el joven Guaicaipure, pero que éste le tendió la mano al ver la nobleza del viejo, que no quería consentir en que su hijo se batiera por él. Es, pues, un lugar de paz.
Lo cierto del caso es que Gómez tiene afinidad con todo lo grande.
San Mateo
A once kilómetros del Samán, hacia el Este. La casita está en un alto, a la orilla de la carretera. El guardia es Lino Bolívar, biznieto de Matea. Un negro fino, muy parecido al Libertador: delgado, erecto, serio, juvenil a pesar de sus 62 años. Tiene la misma cabeza dolicocéfala, el mismo labio inferior, ancho el espacio de nariz a la boca; la misma bella frente. Goza mucho con los recuerdos de Bolívar.
Mi acompañante era Eloy, el chofer negro y taciturno que lee y pregunta: “Yo gozo mucho con estas cosas de museos”.
Vimos cañones, fusiles de cazoleta, pistolas, trabucos, todas las armas de la época… El revólver de 20 tiros, de Páez. Lino cogió un trabuco y dijo, balanceándolo a la altura de las piernas: “Esto dizque se tiraba así”. Vimos cucharas, o sea, láminas metálicas para las lanzas. Lino nos leyó los catorce boletines de Tomás Montilla, en que da cuenta de la lucha en San Mateo. Visitamos la posada de ño Zacarías, al O. del pueblecito, y “el calvario” en donde murieron Villapol y Campo Elías en febrero del año 14. Ricaurte murió el 25 de marzo.
Allí está un retrato del Padre Félix Blanco. Era muy feo, con ese mentón tan largo y puntiagudo. Hay una puerta en donde se lee el nombre de Boves y dicen que puso allí su firma, con sangre, antes de retirarse a Villa de Cura; pero no se parece a su firma…
La Puerta
Es un boquerón estrecho, allá, al sur de Maracay, por donde se arroja furiosamente el gran río a los Llanos. Venezuela es una llanura abrazada al norte por un brazo de los Andes, que viene bajando desde Colombia, poco a poco, hacia el Este. En Carabobo, Valencia, Aragua y Caracas se abre en dos y forma esa cuna paraíso, con el mar interior, pequeño, que es el lago de Valencia.
Y tal montaña andina tiene puertas a todo lo largo, para escaparse los ríos y los guerrilleros alzados hacia la gran llanura del Orinoco. Por ellas, en tiempos de la conquista, se fue enfurecido Aguirre, el tuerto, manco y cojo, diciéndole a sus soldados que mataran, robaran y renegaran de Dios, pero que no obedecieran al rey. Lo llamaron el tirano, por antonomasia.
En La Puerta me habló el General Gómez de las rocas que forman el cerro y que suenan como campanas, al golpearlas. Mientras contaba, unos soldados estaban allá lejos, altos, golpeando las rocas.
“Luego de batir a Mendoza en este lugar, seguí persiguiéndolo… En la sierra de Carabobo vi, en sueños, que Antonio Fernández pasaba con los suyos por el cruce de dos caminos, en donde había una casita, con dirección a La Puerta… Llamé a un baquiano… —Dígame: ¿por tal punto hay el cruce de dos caminos y una casita? —Sí, General… —Pues aquí mismo lo derroté… Mi espada se me quebró al apoyarme en ella y aquí le quité a Fernández la suya, la que fue de Falcón, y también la mula… Esa espada me acompañó en todas mis campañas y ahora la tengo colgada en un muro, en casa. Terminada la campaña, me regaló una el General Castro, pero yo le dije: Mire, General, ésta me ha prestado hasta ahora muy buenos servicios y no la puedo abandonar… Yo se la recibo y la guardaré…”.
Le pregunté si esos avisos los tenía siempre durante el sueño y si eran frecuentes.
“Sí…, dormido y también cuando voy por ahí… De pronto se me ocurre una cosa…, que me van a matar en tal parte…, y yo me digo: Lo que es esos, no me matan a mí…
Un día, durante esas cosas que me tramaba el General Castro cada rato, me dijo el General Galavis que me iban a asesinar en ‘La Vaquera’… Yo sentí que debía ir allá y pedí el coche. Galavis quiso atajarme.
Los que estaban allá eran el Dr. Carnevali, Gobernador de Caracas, el Dr. Eduardo Celis, Ministro de Hacienda, y otros…
Llegué a ‘La Vaquera’ y vi que allí estaba un peón que araba. Pensé: Éste es el que debe matarme…; me acerqué y le dije: Dígame una cosa, ¿se puede arar con dos yuntas? ¡Imagínense, que si se puede arar con dos yuntas…!, ¡cuando lo que más sé yo es de bueyes…!; ¡yo soy bueyero…! Y yo lo miraba mientras le conversaba; llevaba la mano entre el bolsillo y pensaba: ¡Si te mueves, carajo, te caes seco…!
Todo eso se lo pregunté para meterle conversa… Le dije que yo necesitaba peones en una hacienda, que lo iba a llevar y que por eso quería saber…
Después le pregunté: ¿Qué hay allá en la casa? Apostemos a que hay riñas de gallos, porque al Dr. Torres Cárdenas le gustan tanto los gallos como a mí las vacas, que las vengo a ver aunque sepa que me van a matar…
Yo le quise decir que lo sabía todo. El hombre estaba aterrado. Apenas me fui, les contó todo… El Dr. Celis dizque dijo: ‘Señores, yo me retiro de esta conspiración; no podemos nada con Gómez…’.
Yo tenía allí uno que me contaba, porque en estas cosas se necesita mucho…”.
* * *
Esta narración, trascrita palabra por palabra, nos entra en los secretos de su arte de embrujar. Allí está el modo como magnetiza, según los métodos del brujo indio: poco a poco, con malicia, a sangre fría. Nada de fijar la mirada como los europeos.
Me imagino al de la yunta, comenzar a temblar de piernas, querer moverse y no poder y sentir amor por ése que le hablaba de bueyes, de cosas misteriosas y de la tierra.
Yo vi en Salamina, en la posada que está al salir del pueblo alto, dominando la falda de las coles… No pude dormir esa noche a causa de muchos animalillos; salí al corredor y encendí un candil… Dormilaba…, cuando he aquí un sapo, lento, verdoso, que dio un brinco…; luego vi delante de él una cucaracha que corrió y se detuvo; corría cada vez menos y se detenía con las patas temblorosas… ¡El sapo iba lento, muy frío, fríooo! ¿Cuándo abrió la bocaza invisible y se tragó a la pobre cucaracha? No se vio; fue como en prestidigitación…
Así es nuestra brujería india; no la de Charcot, manos tensas, ojiabierta, violenta, bárbara.
Tomás Meri, el adivino de Maracay
Es bajo y rechoncho. ¡Sus ojos! Brotados y fijos. Ahora bailan en el Club Bolívar. Allá está sentado el General; todos formamos un círculo…, y de pronto, de allá, del frente, se deja venir Tomás Meri, derecha y rápidamente… ¿Cree usted que lo va a matar? No; es a saludarlo… Dice: “¿Como está?”, da media vuelta y queda silencioso. Lo llaman Pato-loco. Un día estábamos así y de pronto partió como un rayo y llegó donde el General y le dijo: “Vea, General, le regalo esta moneda que tiene la misma edad que usted, pues usted no tiene sino sesenta años, porque uno no tiene sino la edad que aparenta…”. Dio media vuelta y se vino… Está cesante. Con otros ocho días, le rebajará a cuarenta años.
* * *
Es brujo, grado primero, porque su abuelo, italiano, era ocultista, y porque aquí vino un maharaja y se estuvo tres años y acabó con Tomás, enseñándole a conocer a los hombres por medio de operaciones aritméticas que se hacen con la fecha del nacimiento. Por ejemplo, me dice que tengo los dedos en punta y que, por ende, percibo las cosas ya, ya, y que si me demoro daño las ideas.
Resopla como animal gordo que percibe la vida psíquica. Me dijo que colocara el pulgar contra la palma de la mano; que luego cerrara sobre él los dedos anular y del medio y que estirara el índice y el meñique… “¡Oiga! Por ahí —y señalaba el suelo— pasan cosas…; esos dos dedos son antenas que perciben lo bueno, y los que cerró perciben lo malo…”.
“El Maharaja decía que el General Gómez tiene 74 puntos, o sea, que es un Rosa Cruz que penetra el pasado, el presente y el porvenir…”.
“Mis amigos son todos buenos, porque no intimo sino con quien tenga treinta puntos a lo menos”.
“Decía el Maharaja que Gómez era un gigante rodeado de hormigas”.
Lo cierto del caso es que tiene cosas curiosas. Por ejemplo, ayer estaba en el Club, dando la espalda al General… Repentinamente dio media vuelta y se fue como una bala: el General acababa de levantarse para partir. ¿Tenía Tomás los dedos estirados como antenas en ese momento y recibió el aviso?
También cuando el lector se asome a la puerta de su cuarto en el gran Hotel Maracay y vea por el largo corredor de 400 metros que la figura de Tomás va apresuradamente, esté seguro de que el General va a salir de paseo… ¡Indudablemente que el Maharaja le enseñó secretos!
Me dijo: “Usted juzga por la primera impresión. Al verlo, pensé: Si éste no comprende al General a la primera impresión, ya no lo comprenderá”.
Le pregunté que cómo sabía eso y dijo: “Al verle las manos y la frente”.
“De los que han venido aquí, usted es el más puro, y también Por-Darling, el maharaja. Éste era un hindú inmensamente rico, que se cree que fue maharaja. Se estuvo cuatro años aquí y recorrió palmo a palmo a Venezuela, haciendo su flora. Yo me hice su íntimo amigo así: en el tren, cuando llegó, venía él con el ministro inglés. Me senté en frente y de pronto me clavó los ojos… Conversamos; me preguntó que en dónde vivía… En Caracas le tenían preparada una casa, pero se fue para el hotel y tomó la misma pieza que yo.
Era un tipo de barba larga, hasta aquí (señalaba el fin del esternón). Hablaba 22 idiomas, fuera de los dialectos de la India. En la Guajira, que hoy es colombiana, encontró la planta con que en la India curaban la lepra y que había desparecido.
También traía la misión secreta de fundar la Rosa Cruz. Me dijo que ‘El Calvario’, en Caracas, era el centro para repartir la luz espiritual a los pueblos de Suramérica; que Bolívar había jurado libertar al mundo en Roma, y que después lo había hecho en ‘El Calvario’. En Roma y en Caracas, que son los centros para la propaganda de la luz interior.
Suba usted al Calvario cuando esté triste y deprimido y verá que baja aliviado.
Bolívar era Rosa Cruz y por eso conocía el presente, el futuro y el pasado.
Con el General conversó pocas veces y apenas momentos. Con usted es con el único con quien el General ha conversado largo.
Por-Darling decía que el General era todo espíritu y que gobernaría hasta que quisiera; que si no hacía más cosas grandes, era porque los que lo rodean le hablan de negocios y no de patria…
Hubiera fundado la Rosa Cruz si no muere el Dr. Baptista, pues el General se había retirado y le había dejado el poder; él se había entregado a la agricultura. Ahora volvió a coger el poder”.
General Tobías Uribe
Es paisano de Gómez y vino con él de la montaña. Fue ministro. Hay que oírlo:
“El General Uribe Uribe me llamaba pariente… ¡Qué pariente iba a ser! ¡Yo soy sanantoñero…! El General Gómez cuenta que un peón, por cierto colombiano, le enseñó a escribir su nombre en la arena. Cuando venía a San Antonio, pues habitaba la montaña, a 1.400 metros, pagaba los gastos de sus amigos que iban con él a serenatas. Toca muy bien el tiple”.
—¿Era rico?
—Siempre ha sido muy buen trabajador y negociante. Al morir su padre, quedó jefe de la familia; los hermanos no pensaron en disputarle la jefatura.
—¿Y lo querían las mujeres?
—Cuando bajaba al pueblo, se dedicaba a nosotros, los amigos. Tenía sus amores allá arriba, en “La Mulera”. Tiene como setenta y tantos hijos, por ser de muy buenas costumbres… No se le conoce ninguna debilidad por ninguna mujer.
Le dije a Tobías que Antonio Pimentel bailaba muy sabroso con la francesa, soltándole la mano de vez en vez, cuando pasaba por delante del General, y me dijo que así bailaba Castro, pero con más aparato; que Castro era muy teatral.
* * *
Hoy conversaba así el General en el Club:
“Yo me puedo ir un día de estos… Por eso les dejé al Dr. Pérez, hombre rico, que no era político, caraqueño, de allá, de ellos, y que no tenía pasiones, abogado… Se lo dije a Guillermo Tel y me contestó: ¡Imposible! ¡Y ya ven! Se perdieron diez y pico de millones…
Yo me puedo ir con mi familia y por eso tengo jóvenes en los empleos; en Los Teques tengo dos de 28 años; es preciso formar hombres, abrirle el paso a los jóvenes…”.
Dijo que no podía irse porque tenía muchos amigos. “¿Cómo dejo tantos amigos?”.
General Guillermo Willet
Fue amigo de Crespo; éste cayó en sus brazos cuando lo mataron en “El Carmelero”. Tiene en la billetera tres imágenes: Crespo, el Corazón de Jesús y Gómez.
“Háblele de Crespo, háblele de Crespo y luego pídale lo que quiera”, decían cuando estuvo de gobernador de no sé dónde.
Tiene un brillante en el anular, grande como piedra de moler: era de Crespo. Dice:
“El General Gómez es una fiera para perseguir en campaña. Yo iba con Mendoza y por mí no lo cogieron. Él me repetía: ‘¡Usted, si no piensa sino en Gómez!’. ‘Sí; contestaba yo, pues no nos deja ni dormir ni comer’. He conocido hombres muy activos, pero ninguno así.
Un día recibimos este telegrama: ‘Vencí a Gómez, pero quedé debilitado; únanse a mí. —Antonio Fernández’. Mendoza me dijo: ‘Vea, pues, cómo derrotó a Gómez’. Yo me fijé en la firma y dije: ‘Ah, no; este es Gómez y ya debe estar encima; ¡vámonos!’. Hice mover la fuerza y nos chorriamos por un desfiladero. Esa noche oímos pun… pun… Le dije a Mendoza: ‘Salga, pues, a recibir a Antonio Fernández’. Al día siguiente nos cercó y pruum… pruuuum…, echándole plomo al monte. Nos tuvimos que subir sobre los árboles, como monos. Y toda la noche: ¡Pruum… pruuum…!, y al día siguiente pruum…, pruuum, y la noche pruum…, pruuuum; al fin yo salí para ir a Valencia…”, etc., etc.
Hoy, en el almuerzo, se enojó con los criados alemanes el General Guillermo Willet, hombre apacible… Pero estaba airado. ¡Pobres miserables pajes alemanes! Los acabaron el Káiser y los vicios contra naturaleza. Son coloraditos, culoncitos… El General Willet, señalando con el índice, el brazo estirado, parecía un héroe en medio de esclavos. Se trataba de una naranja que le cambiaron; decía, chispeando de ira: “¡Me la cambiaron! ¡Tráigalas acá enteras! ¡Tráigalas!”. Se las trajeron, y entonces fue cuando dio orden de llevarle una al ministro Itriago Chacín, que estaba en otra mesa. Estiró el brazo, alargó bellamente el índice y reluciendo el brillante barrigón del General Crespo, gritó: “¡Lleva allá, al Doctor! ¡Lleva! ¡Lleva…!”. El alemancito parecía un excremento humano. Gocé mucho, porque fue una compensación de los bloqueos que han hecho en Suramérica.
Pedro Itriago Chacín, Ministro de Relaciones Exteriores, es un llanero alto, lleno de ideas morales, que prefiere la gloria al dinero. Recibió la naranja agradecido. ¡Era simbólico!
Madame Clavel
Don Antonio Pimentel está bailando con madame Clavel, mujer de un ingeniero francés. Este Pimentel posee una gran desfachatez juvenil; ¡tan menudo, tan ágil! Nos queremos sin haber hablado; nos adivinamos. Baila así, floreado, para divertir a nuestro compadre… Madame Clavel tiene un lunar en el labio superior, precisamente en donde termina la canalita que viene de la nariz al labio. ¡Francamente que sólo en Francia, patria de Condillac, puede ocurrírsele a una mamá dar a luz una hija con un lunar así, tan sensual! “Nada hay en la inteligencia que no haya estado antes en los sentidos”. Sólo en Francia entienden eso. Pimentel estira graciosamente sus labios menudos como para coger el lunar.
¿Qué piensa madame Clavel? Que no le importa que su marido la engañe, “siempre que sea con una mujer superior”.
Los franceses no creen en la brujería; son los maestros de la fisiología, la anatomía y la cocina… Cuando mueren, sus almas, larvas fisiológicas, andan por encima de los tejados de París atisbando para ver qué pareja se equivoca en el maltusianismo, para correr y reencarnar e irse para el restaurante; y reencarnan con lunares así, que nos matan…
Urdaneta Carrillo
Huyendo de estas cosas, nos iremos para la Secretaría. Urdaneta Carrillo tiene unos bigotes gruesos y negrísimos en un rostro pálido.
“Yo tengo legajados todos los títulos de cada propiedad del General. Puedo entrar aquí, cegado con un pañuelo, y cojo el legajo que me pida el General. Tiene muchas propiedades; puede decirme: ‘Tocorón’ y cojo el legajo…”.
Entramos. Allí tiene retratos de su padre, muchos retratos; tenía los mismos bigotes y la misma palidez… Parecen dos gemelos y el único amor del hijo es su padre. Dice:
“Mi padre, en el año 21, pronunció un discurso en la inauguración de la estatua de Camilo Torres; quería mucho a Colombia… Era descendiente de Juan Nepomuceno Urdaneta, hermano de Rafael…”. Y de memoria, comenzó a decir el discurso, con la misma voz, entonación y maneras que su padre:
“Excelentísimo ciudadano…”. Alargaba ciertas palabras, ponía dejos oratorios. Me parecía asistir a una reencarnación.
Le dije que sólo el amor era bello y que su pasión filial me había conmovido. Miré, y estaba con los ojos humedecidos.
Al salir me dijo Zacarías:
“A ese joven doctor lo salvó el General; cuando murió su padre, no quería salir del cementerio; allí se pasaba los días. Le contaron a Gómez y dijo: “Tráiganmelo para acá…”. Desde entonces es el consultor jurídico.
Para gobernar hay que saberse rodear.
Una coleada
Es la fiesta de los llaneros. Fue en San Francisco de Garabato, por allá donde comienzan los Llanos. La aldea se compone de unas calles robadas a los potreros, perdidas en la soledad silenciosa.
La iglesia es un cuadrilátero de tapias, antiquísimo, pobre; se ven las alfardas y vigas carcomidas. Ni cura ni sacristán; dos viejas que encienden velas. La sacristía es un hueco y allí estaban San Pedro, San Pablo y San Bartolomé: parecían mestizos nostálgicos que fueran a tocar la maracá en la soledad llanera. Ellos me dijeron que también quieren mucho al General a pesar de que no se confiesa. “Yo me confesaba y comulgaba hasta los veinte años; después no, y la culpa es de Anselmi…”.
“Vea, señor Nuncio, dígale al Papa que he pensado que no debo firmar ese concordato, porque mejor es que él mande por allá y yo por aquí”.
* * *
Para la coleada, cierran una de las calles en unos trescientos metros; construyen andamios para los espectadores. Sueltan un toro y salen los jinetes detrás para ver cuál le coge el rabo y lo tumba. Va desalado el toro y corre el jinete y se agacha y con la mano derecha agarra el rabo, le da una vuelta en la mano, apresura el paso, se deja caer sobre el estribo izquierdo y tira… Cae el animal produciendo un ruido de arrastrar…
¡Cuánta emoción! ¡Cuánto aman las muchachas al gran coleador Ramón Martínez! Cuando éste pasó y agarró y tumbó al animal, miré a la que estaba a mi lado y le temblaban los pechos bajo las sedas como pajarillos anhelantes.
* * *
En esa tristeza de los Llanos oí tocar maracá. Fue en un ventorrillo oscuro. En el suelo estaba sentado un ciego y a su lado un guitarrista. El ciego sonaba los dos pequeños calabazos, grandes como el puño, con maíz dentro y encabados. Cantaba y era un embrujamiento: eran San Pedro y San Pablo de Garabato que se habían salido de la sacristía.
* * *
El campanario está a un lado de la iglesia y son tres maderos en andamio: de ahí cuelgan dos campanas…
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Capítulo IV
Mi Compadre
La gallera es como todas. Un círculo en el suelo, de unos cinco metros. Encima, las graderías, y corredores abiertos en donde están los gallos, en estacas pegadas a los pilares, cantando metálica y fieramente. Muslos afeitados, pescuezo motilado, espuelas largas y cuidadas, cresta recortada. Rojos, airados, tienen ganas de hacerse matar. Son los únicos que el brujo no ha querido apaciguar. Tiene galleras en Maracay y en Caracas.
Raro el gallo que corre cuando le clavan la espuela en un ojo. Pican en la agonía. Lo último que pierden es la esperanza de vencer. Caídos, levantan el pescuezo y buscan al enemigo, mientras que el otro le baila encima y canta. A veces el caído logra picar y levantar las patas y ¡zas!, en el cerebro del otro guerrillero. Hay quien gana entonces mil a uno.
A cada revuelo gritan: “¡Cien a la mitad! ¡Cincuenta a diez! ¡Cien a uno!…”. Y se entienden en esa algarabía.
Allá va todos los domingos con sus ministros y presidentes de Estados. Hay unos bulliciosos. Galavis es gallero de sangre; salta al redondel a carear los gallos. Casi todos son robustos, morenos, de cuello corto. Hay uno silencioso y mesurado, de patillas negrísimas, con lentes de muchos lados, que me encanta: el del Zulia, Pérez Soto, inteligente, bailarín, poeta. No pude estudiarlo bien, pero es alguien. Tiene tabaco en la vejiga.
La diferencia con las otras galleras consiste en un palquito encima del redondel, en la primera galería. Allá está Gómez con sus hijos Juan Vicente y Florencio, que nunca lo abandonan, y con Pimentel.
* * *
Hoy estuve en la gallera. El General estaba silencioso y su mano izquierda retorcía el bigote, inquieta. Desabotonada la chaqueta. Un pañuelo abierto sobre una rodilla y un paquete de confites a su lado, en el suelo, sobre un papel de seda. En los bailes, mueve una mano, llevando el compás. Cuando la riña está interesante, apoya un codo en la barandilla y se soba la cabeza con la mano izquierda. Se mueve inquieto, pero dominándose.
Gritan: “¡Cincuenta al partir! ¡Cien a treinta a que no gana el pinto! ¡Ocho a dos al zambo! ¡Gana el maracay! ¡Veinticinco al partir al caracas!”.
Los galleros siguen las peripecias de la riña moviendo brazos y piernas. Hoy se salió uno al ruedo y hacía movimientos de impulsar su gallo.
Generalmente el uno asesina al otro en 15 minutos. Si la riña dura cuarenta, no valen las apuestas. Se vuelve tablas, dicen.
Hoy un gallo salió corriendo, huido. Cuando su dueño lo sacó, dijo uno: “Debía darle contra el suelo”. Aquí admiran mucho el valor.
Un tipo que estaba a mi lado me dijo al ver a uno que gritaba y hacía contorsiones: “A ése se le va a reventar el aneurisma”.
Gómez casi no habla. Está vestido como siempre: polainas, chaqueta y pantalones color café oscuro. Pero es la gran alma; ninguno de los que gritan tiene el volcán que lleva él dentro. Se autodomina. Es su esencia. Todos los superhombres han sido nerviosos. Sócrates decía que si era alguien se debía a que tuvo que dominar una fiera interior, y el frenólogo le dijo: “Usted es un monstruo”. Para amar la paz hay que tener la guerra y para tener el orden… Un flemático no puede ser nadie. No tiene necesidad de lucha.
¡Allá gritan los generales en el redondel! Gómez masca confites fríamente. ¿Cuál más apasionado? ¿Cuál lanza la flecha hacia la belleza? Si Gómez quisiera, en este momento en que los dos gallos se entrematan, si quisiera decir: “¡A ver…! ¡Pobre animal…! ¡No ven cómo lo mata…! ¡No ven cómo sufre…!”, todos se pondrían a llorar… Y si luego dijera, abriendo sus manos enguantadas, los dedos separados: “¡A ver! ¡Que se maten! ¡Échenlos!”, los mismos gallos sentirían redoblado su ímpetu…
Sentí tanto amor por este grande hombre, que desde entonces somos compadres. Estaba terminada mi documentación. Desde entonces nos une el vínculo más sagrado en Venezuela.
Epílogo
En 1932 me embarqué en La Guaira. Mecíame nuevamente el mar, pero no estaba allí la bella Estercita. Por la noche soñé: yo era el General Juan Vicente Gómez y Estercita me presentaba ante un gran público: Dios rodeado de los ángeles y santos. Ester decía, imitando al argentino secretario del faquir Blacamán:
“El General Juan Vicente Gómez va a dormir la re-vo-lu-ción… Ya la duer-me… Ya está dormida… El General Juan Vicente Gómez no es pro-pia-men-te un dic-ta-dor…; es un do-mi-na-dor”.
Fuente:
Mi Compadre. Medellín, Bedout, s.f. (1970 aprox.).
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Ver prólogo de José María Velasco Ibarra
Ultima revisión en enero 14 de 2010