Viaje a pie… por Medellín
Sueño mi ciudad caminando de manera expedita hacia cualquier parte u “Otraparte” o hacia ninguna así como ruedan los vehículos por las calles.
Por Álvaro González Uribe
Me place caminar largas distancias por las ciudades y, en los últimos años, en especial por Medellín. Al caminar se observan —se viven— detalles que no se pueden apreciar cuando se viaja en vehículo y que permiten que la ciudad penetre por todos los sentidos y a la mente de una manera más libre y directa. Es bucear en ella. Sin embargo, pese a los esfuerzos tanto de las últimas administraciones como de la actual, Medellín no es una ciudad amable para el peatón. Es más, lo digo porque lo vivo de manera constante: nuestra ciudad es hostil y hasta agresiva con quien camina.
Aspectos de índole conductual unos y material otros me formaron esta idea. Pero todos se resumen en una cultura que privilegia al vehículo sobre el peatón, cultura expresada en comportamientos privados y oficiales.
Para los colombianos el carro propio es signo de “ascenso social”. Claro que es muy útil, y todos tienen derecho a tener vehículo, pero a lo que no hay derecho es a que se convierta en el rey de la ciudad, en un rey déspota que no solo desprecia al súbdito peatón sino que muchas veces lo agrede culposa y hasta dolosamente y que, además, goza su majestad de la mayor atención del Estado.
Por muchos carros que haya en Medellín, siempre serán más los peatones. Empezando porque los usuarios de vehículos de alguna manera también son peatones antes y después de usarlos. Y aquí el primer atropello: prima lo particular sobre lo general.
Paralelos a vías arterias nuevas, solo hay algunos tramos agradables, anchos y con pisos adecuados. De resto, en una ciudad con tan extensa malla vial es difícil encontrar andenes sin obstáculos de todo tipo: Calles sin semáforos peatonales, malos o no sincronizados; interrupciones bruscas (se pierde el andén…); árboles, postes, casetas de paraderos, teléfonos públicos, bolardos, cadenas, señales y avisos en la mitad; basureros y basuras regadas; huecos o desniveles difíciles de sortear; segmentos estrechos solo aptos para una persona; vehículos parqueados, en fin, son andenes plagados de trampas donde caminar es un deporte extremo. Algunos de los escollos son indispensables pero no como tales, pues las aceras no pueden ser el espacio remanente o el cuarto útil del mobiliario urbano, sobre todo cuando se ubica mal.
¿Ha visto usted un poste o un árbol en la mitad de una calle? Me dirán que a quién se le ocurriría esa barbaridad ante el peligro de accidentes, y es cierto, sin embargo, ¿por qué sí sucede en las aceras? Es posible que el peatón no se estrelle contra ellos, pero, además de ser hostiles, pueden obligar a que aquel se salga a la vía con obvios peligros. Por otro lado, los huecos de las calles reciben siempre atención inmediata —lo cual está bien— pero un hueco en un andén dura años: su reparación no es considerada urgente, pese a que causan caídas a veces graves.
Lo ideal es también pensar en circuitos peatonales de largo alcance por toda la ciudad. Imagino que se ha pensado en ello, pero no sé qué tanto y si se estén implementando. Por ejemplo, entre varios, que usted pueda salir caminando desde El Poblado, llegar al Centro —¡ah, el Centro! —, ir hasta el estadio y retornar a El Poblado sin que haya interrupciones u obstáculos de cualquier naturaleza. Tendríamos una ciudad más amable, aprovechable, descontaminada y saludable.
Otra enemiga del peatón es la inseguridad por delitos. El peatón es una presa más fácil para los delincuentes que quien va en un vehículo. Iluminación, despeje de andenes y vigilancia policial constante y especial para esas rutas ayudarían mucho.
El peatón es el último eslabón en la cadena alimenticia de la selva vial que funciona así: buses y camiones, camperos de “alta gama”, automóviles medianos y pequeños, motos, bicicletas y, por último, el frágil peatón. En ese orden tienen poder. La ley del más fuerte y, digámoslo sin tapujos: del que pueda hacer más daño al otro. El de a pie está sometido a la tiranía de los anteriores y anda por la ciudad como apenado y pidiendo permiso.
Sueño mi ciudad caminando de manera expedita hacia cualquier parte u “Otraparte” o hacia ninguna así como ruedan los vehículos por las calles. Sería mi “viaje a pie” aunque no me acompañen a filosofar Fernando González ni don Benjamín.
Fuente:
González Uribe, Álvaro. “Viaje a pie… por Medellín”. El Mundo, Medellín, sábado 8 de abril de 2017.