Gonzalo Arango,
un rebelde con causa

Hoy se cumplen 40 años de la muerte de uno de los mitos más sólidos de la literatura y la cultura colombiana: Gonzalo Arango.

Por Jaime Darío Zapata Villarreal

Gonzalo Arango (Andes, 1931) sigue siendo un joven rebelde para muchas generaciones de colombianos a pesar de haber muerto hace 40 años. Algo de espíritu sin tiempo tiene esa figura que no caduca, que crece y se desborda con los años como un caudal en demasía. Ese vendaval de apellido Arango —con su fuerza infinita, con su equilibrio de filósofo sin doctrina— escribía y pensaba desde su presente con una idea del mundo provista de ruptura, de grito social, con la urgencia del hombre de su tiempo que quiere y puede pactar con el futuro. Ese joven incómodo e insatisfecho que fundó el nadaísmo (uno de los pocos movimientos de vanguardia artística en Colombia) había modelado a través de los garabatos de su pasión un país distinto, posible, con vocación de ascenso.

Ese mismo movimiento, el nadaísta, fundado en 1958 en Medellín con el lanzamiento del “Manifiesto nadaísta” por el mismo Gonzalo Arango, reunía en sus filas un puñado de muchachos atraídos por el espíritu de ese líder carismático y lúcido; muchachos jóvenes (Jaime Jaramillo Escobar o X-504, su seudónimo; Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Amílcar Osorio, etc.), con hambre de cambio, que pugnaban, como decía el mismo manifiesto, por “una revolución en la forma y el contenido del orden espiritual imperante en Colombia”.

Uno de esos muchachos, Jaime Jaramillo Escobar —el llamado por muchos el menos nadaísta de todos pero a la par el más talentoso—, aseguró, tajante, que “el nadaísmo fue una vía para llegar al clasicismo”, ya que lo que se hizo en esa época —importante, por supuesto— no era más que “cosa de chicos que han ido madurando con los años hasta convertirse en clásicos vivos, como es el caso de Eduardo Escobar”. “El nadaísmo fue una pataleta de muchachos”, agregó.

Sobre Gonzalo Arango, Jaramillo Escobar apuntó que fue y es un autor importante para la literatura colombiana porque significó un nuevo rumbo, una posibilidad de cambio para el pensamiento social y literario del país, además de esas tradiciones que estaban arraigadas, con mucha solidez, en la esfera social. “Gonzalo fue un precursor —agregó—. Un precursor que quería desmontar todo ese acartonamiento en que vivíamos. Una prueba de que su pensamiento y obra siguen vivos es que sus libros se siguen reeditando y leyendo por montones, porque su valor no sólo fue literario sino también pictórico, cinematográfico, musical, y se ancló en esa necesidad de contracultura que ansiaba un gran sector del país, en especial joven”.

Es sabido que la relación maestro-discípulo entre Fernando González y Gonzalo Arango fue una fructífera rendición de saberes y aprendizajes entre ambos escritores. En aquella época, Fernando González era un mito vivo, escritor de pocos, conocedor de tanto, con un pensamiento enmarcado en la modernidad que originó, mucho después, en el mismo Arango, la necesidad de desmontar ciertos principios y fundar su propio pensamiento. “En la época que leí sus libros me hice a la idea de que un hombre tan grande —del que nada se sabía— tenía que estar muerto. Sin embargo, vivía a 50 centavos de bus de Medellín, en una casita a la orilla de la carretera de Envigado, entre pisquines umbríos y naranjos enanos: ‘Otraparte’”, escribió Arango en “Fernando González: La meta es el camino”, ese texto ya conocido y que para muchos es una bella carta de amistad y gratitud del nadaísta hacia el filósofo de Otraparte.

Para Gustavo Restrepo, director de la Casa Museo Otraparte, “Gonzalo Arango es un hijo de Otraparte”, parte complementaria de lo que son como institución. “Por algo hemos incentivado varios espacios, físicos y virtuales, que honren la memoria de Arango. Este es un personaje muy importante de nuestra historia, porque más allá de lo literario fue un símbolo, la excusa de una nueva generación para romper amarras y sentirse más libres, como un referente importante de esa juventud y de las venideras”, agregó Restrepo.

El director también recordó esa frase de William Ospina que alguna vez leyó y que le pareció una manera ideal de definir el espíritu del “Viajero de Otraparte” (como lo llamaba Fernando González) (1); la frase, recordó, decía así: “Yo no me atrevo a hablar de su poesía, pero yo creo que él era un poema, un poeta de cuerpo cabal” (2).

En el caso de Claudia Ivonne Giraldo, editora en jefe del Fondo Editorial Universidad Eafit, que acaba de reeditar Obra negra, una compilación de los textos más representativos de Gonzalo Arango, seleccionados originalmente por Jotamario Arbeláez, en una primera edición de la obra, en 1974, la obra de Arango se sostiene en el tiempo por las capas y complejidades que entrañó toda su figura:

“Gonzalo Arango ya era contestatario hasta en el principio de su escritura: él era consciente de sus errores ortográficos, de sus mayúsculas iniciales que irrespetaban la norma, pero así era él. Y aunque esto no era algo muy novedoso porque ya se estaba haciendo desde esa estética de la escritura automática, de los beat en Estados Unidos y de los surrealistas en Francia, para estas tierras campechanas, en un Medellín que en los cincuenta todavía era una aldea, esos gestos causaron revuelo. Pero como han dicho muchos, el nadaísmo y Gonzalo Arango más que un movimiento eran una actitud ante el mundo”, comentó la editora.

Uno de los amigos más cercanos a Arango y miembro originario del nadaísmo, Eduardo Escobar, escribió en 1994 un 25 de septiembre —en conmemoración de ese día negro, como lo llamó— unas frases que podrían definir perfectamente la idea de ese escritor no sólo contestatario sino sensible, generoso, preocupado por los asuntos importantes y los no tanto; el complejo, el contradictorio, el hijo, el escritor, el mito:

“Los amigos de Gonzalo Arango fuimos testigos próximos y atónitos de las trágicas erosiones de sus entusiasmos, el desmoronamiento de los galopes en la sima, del recambio de piel de cada año; inexplicablemente para nosotros, a veces una simple palabra recogida del aire, la charla ocasional de un panadero, un verso o el encuentro con una mujer lo revolcaba todo en él… y simplemente cambiaba de dirección y de vida, como si la rebelión y el asco contra el estado de cosas por la utopía de sí mismo, comprendiera la ciega confianza también, la sumisión a los guiños de la realidad que nos atrae a la secreta vocación”.

Notas de Otraparte.org:

(1) Gonzalo Arango se llamó a sí mismo “Viajero de Otraparte” en una carta enviada a doña Margarita Restrepo, esposa de Fernando González e hija del presidente Carlos E. Restrepo.
(2) La cita exacta de William Ospina es la siguiente: “Yo no quiero ni puedo hablar de su poesía. Quiero hablar de un muchacho al que jamás conocí, y que, sin embargo, ha sido uno de los seres más presentes en mi vida y en la vida de las generaciones colombianas de la segunda mitad del siglo XX. […] Yo les he dicho a algunos de [los nadaístas], a Jotamario, a Eduardo Escobar, que, como diría Chesterton, tal vez Gonzalo no sería un poeta, pero era sin duda un poema”.

Fuente:

El Mundo, domingo 25 de septiembre de 2016, sección Cultural.