Fernando González,
vivo y auténtico

Por John Saldarriaga

¿Compartió con Fernando González? Le pregunté un día de 2008 al poeta envigadeño Mario Rivero, es decir, un año antes de que muriera.

Y contestó con ese hablar suyo que denotaba que para los humanos la suerte está echada: “Casi todos los días, cuando yo pasaba en bus de escalera, lo veía conversando con un caballo frente a su casa. Y en la iglesia, cuando me llevaba mi papá a misa de cinco, a la brava, lo veía de boina vasca y no se arrodillaba, entonces las señoras decían que era el Diablo”.

Era tal vez la manera poética o más bien simbólica que usó el autor de Poemas urbanos de decir que el filósofo respetaba y se comunicaba con los animales y demás seres, porque sabía que son igualmente dueños del planeta. Y, lo de misa, ese comentario era el resumen de lo que señalaban en su pueblo y en Colombia entera, donde lo calificaban de ateo, sabiendo que era místico.

El padre Daniel Restrepo González, sobrino del autor de El remordimiento, cuenta que, al día siguiente del robo de la calavera del filósofo, de su bóveda en el cementerio de Envigado, él llevó los demás restos al osario de la iglesia de Santa Gertrudis, de Envigado, sacó “los despojos del padre Jenaro Rave para guardar ahí los de Fernando. La gente comentó: ‘hasta muerto incomodó a los curas’”.

El padre Daniel Restrepo González, por cierto, ha traducido varios libros del filósofo al latín, con ayuda de un diccionario que le regaló su tío cuando él era un seminarista. Se ha aplicado a esto, precisamente, en homenaje a ese lejano acto generoso.

Que era el Diablo, decían unos; que ateo, los demás; que malgeniado… O también genio, descubridor. Pero nadie, ni seguidor ni detractor, ha podido decir que sus actuaciones fueran por distinto camino que sus pensamientos o sus palabras. Era coherente.

Fernando González murió en su cama, en su casa de Otraparte, la tarde del 16 de febrero de 1964. Ese día comprobó lo que sabía de tiempo atrás y consignó en el penúltimo libro que publicó, el Libro de los viajes o de las presencias, en 1959.

“Cuando uno agoniza (y la agonía y el tufillo de la cadaverina principian muchos años antes del certificado de defunción) ‘busca al Señor’. (…) El que ‘busca al Señor’ es porque está agonizando y el agonizante no tiene miedo de algo definible, sino que es como estar cayendo sin que haya donde caer (…)”.

El ejemplo vivo

El escritor Tomás González, su sobrino, leyó poco y malamente Viaje a pie cuando era niño. Leyó seriamente la obra de González poco antes de los 40, cuando estaba construyendo el personaje de La historia de Horacio.

“Yo tuve una relación directa con él, porque, de niño, mi casa era colindante con la suya y podía verlo y escucharlo a cada rato. Tenía el ejemplo vivo”.

La invitación a jóvenes —y a la sociedad—, de que sean auténticos, no sigan modelos extranjeros, no mientan, ¿es un mensaje vigente para la Colombia de hoy?

“Yo no sé si para la Colombia de hoy, pero destaco su relación directa con el mundo, sin mediaciones intelectuales. No se dejaba llevar por lo que decían. De niño podía verlo, era un sabio que poseía una mirada propia de la vida”.

¿Y trata de aplicarlo?, le pregunto a Tomás. “Trato de aplicarlo, pero no es fácil. Uno posee tanta información, tantas opiniones ajenas, que le distorsionan la realidad. Se trata de no dejarse distorsionar la visión del mundo, haciendo conciencia sobre este punto, como desaprendiendo lo que hemos leído y oído”.

Complejo porque si bien eso es cierto, también es válido lo que aprendemos y leemos, le digo.

“Creo que la cosa va en dos vías: aprender y educarse, pero no perder la opinión propia, original, sobre las cosas”.

Y por este camino, podemos leer en Los negroides: “Hijo de puta es aquel que se avergüenza de lo suyo. (…) Todo lo imitamos y nada es natural en nosotros”.

Javier Henao Hidrón, el autor de Fernando González, filósofo de la autenticidad, considera que “un pensamiento auténtico siempre es actual. Fernando González lo expresó como un canto a la sinceridad. Criticó la Colombia de su época y amó fervorosamente la Colombia del futuro. Y porque su mensaje a la juventud era que se encuentre en la autoexpresión y abandone lo simulado, lo ajeno”.

El escritor de El maestro de escuela solía decir que escribía para lectores futuros porque sus contemporáneos no supieron entenderlo. ¿Y ese futuro del que hablaba no es el presente?, le inquiero al biógrafo. Él responde:

“Cada vez hay más jóvenes estudiosos de González. Pero no, ese futuro todavía no ha llegado por completo”.

Fuente:

El Colombiano, domingo 16 de febrero de 2014.