Fernando González,
el existencialista
antioqueño que
buscaba a Dios
Por Yeison Gualdrón
Muchas leyendas se tejieron sobre este filósofo colombiano nominado al Premio Nobel en 1956.
Miró a la ternera a los ojos. Suspiró, y con tristeza le dijo: “Los animales humanos se robaron a tu mamá”.
Ese es uno de los últimos recuerdos que conserva Ligia Zuluaga González de su tío Fernando González. Esa mañana —meses antes del fatídico 16 de febrero de 1964, cuando murió el filósofo colombiano—, se hurtaron una vaca a la que quería con toda el alma de su emblemática finca Otraparte, en Envigado.
Según Ligia, su tío, uno de los escritores latinoamericanos más originales del siglo XX, era un enamorado de la naturaleza: “Lo recuerdo hurgando los hormigueros con su bastón. Cuidando las plantas de su jardín. Hablándole al ganado mientras ordeñaba”, dice.
Esa faceta del maestro, conocida sólo por especialistas, es para Javier Henao Hidrón, amigo y biógrafo de González, la extensión filosófica de su obra.
“Era un estudioso de la botánica y la homeopatía. Amando a la naturaleza hizo filosofía”, asegura.
Pero al hombre que escribió Viaje a pie (1929) no le bastaba sólo contemplar.
Con las plantas que sembraba en Otraparte y las que encontraba en sus interminables caminatas por el campo de Envigado preparaba bebidas y ungüentos. Esa actividad le dio la efímera fama de curandero.
“Lo hacía ocasionalmente con personas de su confianza. Iban allá (a la finca) y le comentaban sobre sus dolencias. Él acudía a las plantas”, recuerda Henao Hidrón.
Esas anécdotas las confirma Sergio Restrepo, ex director (sic) cultural de la Casa Museo Otraparte y conocedor de la obra del escritor. “Algunos cuentan que él los curó de su úlcera y otras enfermedades”, dice.
Ese apego, según Henao Hidrón, lo adquirió el filósofo a finales de 1930 cuando regresó a Colombia de Europa y alquiló la finca Bucarest, también en Envigado. “Fue una afición de su vejez”, añade.
Además, en la biblioteca que se conserva intacta en la Casa Museo —dice Restrepo— hay dos libros de botánica que el escritor consultaba con frecuencia.
Pero aunque algunos le atribuyan el talento con las hierbas, González no hizo referencia explícita (sic) de su faceta homeópata en sus obras.
Lo que sí confesó en sus libros fue el entrañable afecto por los animales que compartieron con él.
No en vano en 1934 escribió Salomé, una suerte de diario de su gata: “Salomé no sabe aún de qué se trata. Anda asustada y atraída. Ayer subió a una banca, en el corredor del jardín y el gato negro de madame Rousseau le pasaba por debajo; ella brincaba y sacaba las uñas y alborotaba la cola. Tiene miedo, y no sabe y está atraída”. Así describió González el celo de su mascota.
Pero lo que no hizo, quizá por el dolor que le ocasionó o porque decidió cumplir el papel de madre y padre, o porque simplemente no encontró palabras, fue escribirle un libro a la ternera huérfana.
Un hombre de Dios
Las historias que se han tejido en la infinita red filosófica de González sobrepasan la realidad. Una de las más controvertidas —y según quienes lo conocieron, la más falsa— es el ateísmo del hombre de boina.
“Fue un buscador de Dios toda su vida. Sólo que era un crítico de la sociedad de su época, la prueba de esto —manifiesta Henao Hidrón— es el último párrafo de La tragicomedia del padre Elías (1962), considerada la culminación de su obra metafísica”.
Y, finalmente, la única lección de esta Tragicomedia es:
No lo busques ni en este librito ni en ningún otro. Lo hallarás en ti mismo. Él es lo más cercano de ti, lector; es más cercano que tu yo; pero es lo más lejano de ti, a causa de tu yo. Búscalo muriendo: ¡Leve cadáver en insomne vida!
Lo que no se puede negar es que era punzante con la Iglesia. “Un día una prima que estaba de visita en Otraparte iba para la iglesia y él dijo: ‘¿Van para misa? Fíjense bien, a ver si el padre Villegas se me robó los zapatos. Es que no los encuentro’, así los criticaba”, recuerda entre risas su sobrina.
Y tenía otros métodos para sacar de casillas a los obispos antioqueños. El más recordado fue cuando trabajaba como Juez de Circuito de Medellín, entre 1923 y 1929.
Allí —recuerda Henao Hidrón— le llegó la sucesión de una señora adinerada que había acabado de morir. Ella quería repartir equitativamente su herencia.
El testamento decía que la mitad y una cuarta parte eran para los legitimarios y la última se las dejaba —como era costumbre en esa época— a las ánimas del purgatorio y al Niño Jesús de Praga, o sea a la Iglesia, y claro que intentaron reclamarla.
“Él lo resolvió así: ‘La parte de las benditas ánimas del purgatorio será entregada cuando ameriten personería jurídica. La del Niño Jesús de Praga cuando cumpla la mayoría de edad, mientras tanto paso esta herencia a sus legítimos herederos’. La Iglesia protestó”, anota Henao Hidrón.
Premio Nobel que no tuvo
Otra leyenda que se estancó en la memoria de los lectores de González fue la supuesta nominación al Premio Nobel de Literatura en 1956.
Tras exhaustivas pesquisas, Henao Hidrón logró confirmar la veracidad del relato que en el país algunos quisieron negar.
Fue Guillermo Mora Londoño, embajador de Colombia en Suecia en esa época, quien le contó lo sucedido: “En Estocolmo (Suecia) hubo una reunión de diplomáticos. A Mora le presentaron uno de los miembros del jurado del Nobel, quien tan pronto le saludó le dijo: ‘Señor, lo quiero felicitar por ser Embajador de Colombia porque hace unos cinco años un coterráneo suyo, Fernando González, fue candidato al Premio Nobel de Literatura’”, relata.
El investigador asegura que la nominación la hicieron —un año antes— dos de los intelectuales de mayor influencia del siglo XX: el existencialista francés Jean Paul Sartre y el escritor norteamericano Thornton Wilder.
A Sartre sólo le bastó leer una traducción al francés de Viaje a pie para considerar al escritor colombiano como un “existencialista” merecedor del Nobel. Y Wilder, más que conocer al filósofo de Otraparte, era gran amigo suyo y ferviente admirador de su obra.
“Ellos dos se reunieron en París en 1955 y en medio de unos tragos de wiski (sic) seleccionaron a 15 escritores dentro de los que estaba González”, asegura Henao Hidrón.
Según el periodista e investigador Ernesto Ochoa Moreno, quien torpedeó esa nominación fue el filólogo jesuita Félix Restrepo, presidente de la Academia Colombiana de la Lengua en ese año.
“La Academia Sueca consultó a Restrepo y este dijo que no se le podía dar el premio porque era un autor vitando, rebelde y de lenguaje escandaloso. Por eso, en su lugar nominó al español Ramón Menéndez Pidal (de 80 años). Pero quien ganó finalmente fue el poeta Juan Ramón Jiménez”, dice Ochoa.
Aunque la pelea con la Iglesia dejó al filósofo sin Nobel —quizá el primero que hubiese tenido Colombia antes del de García Márquez—, González recibió la muerte con la tranquilidad que le daba ser él mismo: el ‘Brujo de Otraparte’.
Fuente:
Periódico El Tiempo, abril 8 de 2012.