Colombia hizo sentir la
palabra de Fernando González
Por Diana Zavala
En la penúltima noche del XXIII Festival Internacional de Teatro de Manta el grupo Matacandelas de Colombia presentó, en el teatro universitario Chushig, Fernando González: Velada Metafísica. Trabajo que aborda la vida y obra de este humorista, filósofo, cronista, místico colombiano.
Minutos antes de la función, en la noche del 9 de septiembre, Cristóbal Peláez, director de Matacandelas, le comentó al público que provienen del Departamento de Antioquia, de Envigado, municipio famoso por las andanzas de Pablo Escobar, “pero hay algo mucho más importante, de Envigado era un gran hombre, un filósofo, un escritor y aunque muchos no se atreven a decir fue un poeta (…)”.
Las luces hacen aparecer y desaparecer a Fernando González y su implacable palabra. Lo presentan como campesino (poncho y sombrero) en su granja de Otraparte y como diplomático (fue cónsul). Mira a los ojos para desgranar su verbo divertido, satírico, místico. Entre los personajes que salen de las penumbras para acompañar este testimonio se mezcla su heterónimo, Lucas Ochoa, la otra personalidad del escritor presente en libros como Mi Simón Bolívar.
Esta obra (la hicieron en dos años) ha sido la tarea más difícil que ha tenido Matacandelas, colectivo teatral creado en 1979, pues los textos de González son filosóficos, no fabulados. La dramaturgia (colectiva) les implicó un proceso de investigación exhaustivo, un recorrido por los 25 libros y otros documentos que hallaron en el Museo la Corporación Otraparte. Esta puesta en escena mereció en el año 2009 el Premio Nacional de Dirección a Montaje Teatral, que otorga el Ministerio de Cultura de su país, y ha recorrido con éxito varios escenarios de la América Latina.
Cristóbal Peláez comentó que Fernando González escribía siempre en libretas, sólo en los últimos años usó máquina de escribir, por eso durante la obra el personaje aparece con este elemento y al final todos los personajes deshojan las libretas de su testamento, el mismo que está cargado de rabia hacia Colombia, que prohíbe que lo publiquen, o que se diga que fue colombiano. “El testamento fue real aunque no fue el definitivo, ese lo redactó en un momento de mucha rabia, porque le habían quitado el empleo, él tenía una frase que decía: yo vivo a la enemiga. En determinado momento se quedó muy solo y hasta pensaron en matarlo. Sus libros ahora se editan, se reeditan, pero en vida publicaba en tirajes muy pequeños y no probó el éxito, empezaron a conocerlo en otra parte. Ernesto Cardenal lo leyó y se enamoró de él, fue amigo de Sartre. En Colombia fue un hombre al que odiaron mucho y ahora es un hombre al que el país ama mucho”.
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