Juan Salvador Gaviota,
gallinazo envigadeño
Por Gustavo Restrepo Villa
En febrero de 1964, tras la muerte del maestro Fernando González Ochoa, Regina Mejía de Gaviria publicó en El Colombiano un hermoso cuento titulado «El gallinazo que volaba más alto», un homenaje al filósofo que describe la vida de un gallinazo que prefería la práctica de volar alto a comer mortecina con sus compañeros, quienes por supuesto no comprendían su actitud. Además, «los otros trataban de alcanzarlo, pero no eran capaces. Por eso no lo querían. Porque volaba más alto que ellos y desde allí arriba veía cosas que ellos no alcanzaban a ver».
Al leer esta historia es difícil no recordar a Juan Salvador Gaviota, ese personaje ya clásico y memorable creado por el autor estadounidense Richard Bach, expiloto de guerra de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, cuya obra es un extraordinario best seller universal. El texto de la escritora antioqueña es de apenas cuartilla y media, pero allí se encuentran resumidas las mismas ideas principales que dan cuerpo a la fábula de Juan Salvador Gaviota.
Sin embargo, lo asombroso es descubrir que la primera edición de la novela fue publicada en 1970, seis años después de la aparición del relato de Regina Mejía. No se trata de sugerir, ni mucho menos, que el autor norteamericano copió la historia de esta amiga de Fernando González, pero sí de demostrar el impresionante parecido que existe entre los dos trabajos. Cuatro ejemplos:
La preocupación fundamental del grupo por obtener el sustento diario:
Regina Mejía de Gaviria: «Una de las cosas que no dejaban que los gallinazos comunes subieran tanto como el que volaba más alto, era que los otros vivían atisbando mortecinas para comer».
Richard Bach: «Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer».
La soledad del personaje:
RMG: «Ese gallinazo se mantenía muy solo».
RB: «Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo».
El deseo de compartir el conocimiento:
RMG: «Había unos poquitos gallinazos, de los más chiquitos y menos pesados, que sí lo querían. Y era porque como eran chiquitos y casi no pesaban, él se los montaba encima de las alas y los llevaba volando, a pasear, por allá arriba, arriba. Desde allá les mostraba todas las cosas maravillosas que él veía, y pasaban muy contentos».
RB: «Su manera de demostrar el amor era compartir con alguna gaviota algo de la verdad que había visto…».
La partida final:
RMG: «Los gallinacitos amigos del que volaba más alto vieron que éste subía y subía, tanto, tanto, que llegó un momento en que ya no pudieron verlo. Esperaron mucho rato, pero no volvía a aparecer».
RB: «Con el mismo control interior, voló a través de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores… mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia».
De alguna manera estos dos escritores imaginaron personajes bastante similares para expresar una idea universal: la búsqueda en solitario del ser trascendente y eterno, la superación de nuestras debilidades y miserias. Este es un ejemplo bellísimo de cómo entre nosotros existe la inteligencia necesaria para enriquecer la cultura mundial.
Lo digo porque todavía no creemos en nuestra capacidad creadora, no vivimos con la certeza de ser tan importantes como cualquier otro pueblo del planeta. O como lo expresaba mejor Fernando González en Los negroides (1936): «Hemos agarrado ya a Suramérica: vanidad. Copiadas constituciones, leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados; copiadas todas las formas. Tienen vergüenza del carriel envigadeño y de la ruana. ¿Qué hay original? ¿Qué manifestación brota, así como el agua de la peña?».
Hoy, cuarenta años después de su muerte, podemos responder estas preguntas y afirmar que la obra de Fernando González es una manifestación original del ingenio humano colombiano. Y es bonito saber que Juan Salvador Gaviota fue primero un gallinazo envigadeño.
Fuente:
Radiomunera.com, 30 de abril de 2004.