La muerte de Ripol
Por Ernesto Ochoa Moreno
El 19 de diciembre pasado, organizada por la Corporación Fernando González – Otraparte, se llevó a cabo en la Casa Museo Otraparte una tertulia sobre El Pesebre, el librito publicado en 1993 que recoge los textos de la novena de Navidad que, en hermosa complicidad ideológica, espiritual y literaria con su amigo el escritor Fernando González, pronunció por radio en 1963, aquí en Medellín, el monje benedictino Andrés Ripol. A la hora en que conversábamos sobre Ripol, sobre su amistad con González y la composición de la novena, debía estar amaneciendo en España el 20 de diciembre, fecha en la que, según nos enteramos días más tarde, murió Ripol a los 92 años. Su recuerdo aquí, en la «abadía chiquita», como llamó Fernando a Otraparte en algunas de las cartas al monje, coincidía con su agonía en Cataluña. ¡Bella coincidencia!
El padre Ripol, cuya labor apostólica y sacerdotal aún recuerdan muchos en Medellín, llegó a la ciudad en 1953 para fundar, junto con los monjes David Pujol, Bernardo Simeón y Dámaso Camps, la Abadía benedictina de Santa María y el Colegio Benedictino. Fogoso, entusiasta, buen teólogo y mejor consejero espiritual, además de ser un excelente fotógrafo, Ripol se ganó rápidamente la simpatía de la ciudad. Aunque en 1953 había conocido fugazmente a Fernando González, sólo en 1963 entabla con él una intensa amistad, plasmada en un riquísimo intercambio epistolar, adobado con visitas constantes entre la Abadía benedictina y Otraparte, la «abadía chiquita», que dio origen al libro Las cartas de Ripol, obra póstuma de Fernando González. Fue también, testimoniada en las cartas y en la mutua ayuda e iluminación de los dos seres trenzados en tan madura amistad, la época de un pleito conventual que desterró a Ripol de Medellín y a la postre lo llevó a dejar su orden y el sacerdocio.
El padre Ripol murió, según información recibida de la Abadía de Monserrat, en la Residencia Sant Francesc, donde vivía desde hacía ya algunos años. La causa de la muerte fue una isquemia grave, irreversible dada su edad y su precario estado de salud. El funeral, el día 22 en la capilla de la Residencia, fue presidido por el P. Cassia M. Just, abad emérito de Monserrat, quien, según la nota, en la homilía hizo memoria de la acción llevada a cabo por el entonces P. Ripol en Medellín, así como de la amistad que le unía al Dr. González Ochoa.
Cuando estuvo de regreso fugazmente en Medellín, en 1989, Ripol nos decía a Fernando González (hijo) y a mí, en gratísimas charlas sostenidas, que aspiraba a morir en una celda de la Abadía de Monserrat, o, porque sabía que eso era imposible, aquí en Medellín. Partió desde su Cataluña natal a la «Abadía sin Abad», que le pronosticó su mago Etza-Ambusha.
A Andrés Ripol, ahora ya definitivamente presente en la Intimidad, le debe Medellín, más allá de los avatares de su existencia, la presencia de los benedictinos entre nosotros. Y, precisamente por esos avatares de la vida, Las cartas de Ripol, que marcan el culmen vital y místico de Fernando González. Es una herencia inconmensurable.
De este domingo en ocho días, el Literario Dominical de El Colombiano publicará la Introducción que escribió Alberto Aguirre para la edición del libro en 1989. Nadie mejor que él, el único otro amigo que tuvo Fernando González (la amistad de Aguirre es como estar en un trono, dijo el escritor en una entrevista en sus últimos días) para ahondar en esa simbiosis vital y espiritual de González y Ripol.
El padre Ripol se despidió del filósofo envigadeño el 15 de febrero de 1964. González le había dicho: «Usted que se va y yo que muero». En la mañana del 16 el monje viajó a Cali, primera etapa de su destierro. Por la noche murió Fernando González. En la mañana había escrito a Ripol la que fue su última carta, lo último, también, que escribió en vida. Entre otras cosas le dijo: «¡Adiós! Desde ahora, viviré con Dom Andrés en La Oscura Noche Luminosa que se llama Fe y Esperanza». Y más adelante: «De suerte que el Señor lo está pescando a Ud., con toda su divina maestría… Y cuando usted menos lo espere, se hallará en la Abadía sin Abad, en donde no hay arrugas, ni lejanías, ni opiniones… y estaremos todos hechos uno solo en Caridad…».
Fuente:
Periódico El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 11 de enero de 2003.