Boletín n.º 131
Noviembre 5 de 2015
80 años de
Cartas a Estanislao
Carátula de la edición príncipe
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Pronto aparecerá el último libro de Fernando González, “Cartas a Estanislao”. Se nos informa que es un látigo terrible con que el autor de “Viaje a Pie” fustiga a políticos, escritores, entidades públicas y quién sabe a cuántas cosas atacará en su grueso volumen el hijo de Envigado, investigador del Yo, ambientador de sicologías vernáculas, terror de ricos y pobres, de mentalidades y caciques de esta América india.
Fernando González no es ni novelista, porque no noveliza vidas, filósofo tampoco, porque no orienta a la juventud pensante en un sistema o modo de pensar distinto, historiador menos, porque no escribe la historia a base de fechas exactas ni de raíces genealógicas; crítico, mucho menos, porque apenas intenta este género, sin dar las verdaderas soluciones remediadoras de los males manifiestos en el mundo de ser o de pensar o producir ideas.
La Patria
Manizales, 5 de
septiembre de 1935
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Aviso promocional de Cartas a Estanislao, publicado en La Patria de Manizales el 7 de septiembre de 1935.
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Cartas a Estanislao
Por El Liberal
Nuestra Editorial Zapata lanza el libro septembrino con la rúbrica de don Fernando González, autor pródigo en darse, en armar camorra y en escandalizar a la feligresía del vecindario.
Este libro del solitario de Envigado tiene olor, color y sabor. Es decir, tiene personalidad. Aunque no lo hemos terminado —apenas están leídas diez páginas—, es lo cierto que ya con esto no más se puede aventurar un concepto de periodismo; es decir, vertiginoso.
De los géneros literarios, ninguno tan sabroso y veraz como el epistolar. Las cartas de Madame Sevigné, las muy celebradas del Lord Chesterfield, la correspondencia íntima de Napoleón, recientemente publicada con permiso del gobierno de Francia, son todas apasionadamente leídas. Cuando un lector vicioso abre un libro epistolar, siente un placer interior de pequeño delito, de indiscreción deliciosa. Le parece a uno que ha violado correspondencia, y esto nada más, es un incentivo, una tentación. Por eso el libro de Fernando González tiene el encanto de una violación de correspondencia. De los géneros literarios, es quizás el epistolar el más auténtico, porque por lo general se escriben cartas con ánimo de no publicarse y por lo tanto, aparece la personalidad completa, desnuda, sin guayucos ni hojas de parras. Se da el autor en forma total. El libro de don Fernando González cumple cabalmente esta probidad. Su nudismo literario está más recrudecido, hay frases chabacanas, ingenuidades de carta, confidencias de costurero, pero a pesar de todo, hay algo que es muy escaso en este país de mellizos en donde todo el mundo se parece: hay personalidad. Y esto es suficiente para que el libro tenga un alto valor en la bolsa de los valores intelectuales de Colombia. “Cartas a Estanislao” es una de las mejores obras del pensador de Envigado. Hay allí un contenido humano que interesa: hay odios, pasiones, rencores, pequeñeces, grandezas, equivocaciones, exageraciones, y cuantos mirajes tiene el alma humana. Su sinceridad es un fenómeno en esta tierra de reticencias y de simulaciones, en donde para hacer carrera hay que atentar diariamente contra la personalidad, abrir cauces a la hipocresía, no ser quien se es, falsificarse a sí mismo, adulterar con malas mezclas los materiales de humanidad de que estamos hechos.
Naturalmente, para la generalidad de la gente frailejona, este libro será piedra de escándalo: los boquifruncidos de Bogotá, los sacristanes de Medellín, los bobos de Tunja, los zoquetes de Pasto, los tetos de Manizales y toda esa zoología en formación, invertebrada y babosa que se ha esbozado en Colombia al calor de la constitución teocrática que nos rige, hallarán este libro, “grosero”, “no apto para menores”, “inconveniente”, y usarán para calificarlo, de otros adjetivos y palabras muy usuales en gentes de seminario que hablan con apagada voz mientras introducen las manos por entre las mangas de la sotana.
Libro para varones, un libro de almas, laboratorio de pasiones, desnudeces que son creadoras, todo lo dicho, y más es el libro de Fernando González.
Nos diera Arturo Zapata cada mes, obras de este calado, materiales de humanidad en esta cantidad, calorías de alma en estas dosis, y Colombia sería un país y no un aduar, como lo escribió Rafael Núñez. Al final de sus páginas, el editor Zapata anuncia el próximo libro de Bernardo Arias Trujillo, titulado “Risaralda”, lindo nombre criollo que es ya, por sí solo prenda de victoria editorial. Parece que es una obra del criollaje caldense, llena de vigor, de veracidad, de americanidad y de brillo. Esperamos registrar muy pronto su aparición, desde las columnas de este diario.
Fuente:
El Liberal, 19 de septiembre de 1935, sección “De ayer a hoy”.
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“¡Nació mi verdadera vocación! Tengo ganas, Estanislao, de fundar escuelas en donde disciplinemos a la juventud…, para asombrar al mundo. Dame que pudiéramos establecer tres escuelas, disciplinar dos generaciones, y Colombia sería grande. Hasta hoy, en cuatrocientos años que lleva de vida pública este continente, las generaciones han sido hechas para el miedo, la vergüenza, la esclavitud y el pecado”.
“Tus dos últimas cartas me consolaron en una profunda depresión que me estaba matando. ‘Animal triste’, ‘animal triste’… Repetía esas dos palabras. En el fondo de la tristeza sólo encontraba como causa el tener que vivir aún entre el pueblo. ¡Yo tengo aún que trabajar, Estanislao! ¡Tengo aún que tratar con el pueblo! Mi alma cuarentona me pide a gritos una soledad, ese silencio en que nos tocamos con los amigos. Entiendo por amigos aquéllos con quienes no tenemos negocios sino secretos. ¡Cuán asqueroso el pueblo de todos los países: gente, huelgas, sociología!”.
“También hay otra ciencia y es ‘conversar de nombramientos’ en Sabaneta. Allí está la clave para comprender a Colombia actual. Como no hay orden establecido, carrera administrativa, judicial, diplomática, y como no hay trabajadores especializados, agricultores, médicos, artistas, etc., la vida de los pueblos colombianos consiste en conjeturar los nombramientos. En ningún otro país existe este placer; es actividad nueva en la especie humana. Mira a esos hombres que están sentados en taburetes de vaqueta en la puerta del estanco de Aguadas, deleitados, gozando del sentimiento de vitalidad; ¿qué hacen, Estanislao? ¿Hablan, por ventura, de amores? ¿Conversan del cielo, del futuro, de agricultura o ganadería? No. Conversan de nombramientos, paladeada, sibaríticamente”.
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Cartas a Estanislao
Por Ernesto Ochoa Moreno
El 10 de septiembre de 1935 se publicó en Manizales el libro Cartas a Estanislao de Fernando González. A esa primera edición de Arturo Zapata, seguirán la de Bedout en 1972, y la de la Universidad Pontificia Bolivariana en 1995. Ochenta años, pues, de un libro polémico, intenso, que bien merece ser releído y estudiado hoy, porque muestra toda la capacidad crítica y la franqueza del escritor antioqueño. Y, al mismo tiempo, su amor pugnaz a la hora de destapar la mentira de Colombia y de la sociedad en la que vivía. Es un libro que hiere y golpea, en el que González hace gala de la sorna y la irreverencia que le granjearon odios y anatematizaciones.
Cartas a Estanislao recoge 47 cartas, escritas entre 1930 y 1935 a personajes y amigos (Antonio José “Ñito” Restrepo, su suegro Carlos E. Restrepo, sus hermanos Alberto y Alfonso, Don Benjamín Correa, el acompañante de Viaje a pie, Alejandro López, el francés Auguste Bréal, Eduardo Santos), pero sobre todo al abogado Estanislao Zuleta Ferrer, a quien dirige trece cartas que dan título al libro.
Como bien se sabe, Estanislao Zuleta, gran amigo de Fernando, murió el 24 de junio de ese 1935, en el accidente aéreo en que pereció también el cantante argentino Carlos Gardel en Medellín. Fue honda la amistad del escritor envigadeño y el joven abogado, progenitor del conocido filósofo y escritor que llevó el mismo nombre de su padre.
Se lee en el diario del solitario de Otraparte: “24 de junio de 1935. Murió hoy a las 15, quemado dentro de un avión, Estanislao Zuleta… Sentí una punzada en el corazón. En todo caso, ya se me acabaron las alas. La juventud terminó. Era mi único amigo”.
Cartas a Estanislao inaugura el género epistolar en la obra de González. Y muestra a cabalidad una de las facetas más humanas del maestro, además de aportar una rica veta de originalidad y contundencia a su producción literaria, enriquecida con una prosa franca, directa, sin tapujos, adobada al mismo tiempo por la intimidad que propicia la amistad o la ironía de la respuesta a críticos y detractores.
Además de las cartas que aparecen en este volumen de 1935, han sido publicadas también las que le escribió, entre 1943 y 1963, al jesuita Antonio Restrepo, maestro de su hijo Fernando, publicadas en 1989 (Mis cartas de Fernando González), así como la correspondencia con su suegro, el expresidente Carlos E. Restrepo (Universidad de Antioquia, 1995), y las cartas que le escribió a su hijo Simón (U. Pontificia Bolivariana, 1997).
En Cartas a Estanislao campea la “irreverencia espontánea, picaresca, densa y sutil”, que dice Henao Hidrón. Pero es mucho más que irreverencia. Es denuncia de la mentira de un país de cuyas costumbres políticas, morales y sociales pinta un gran fresco, perturbador y vigoroso.
“En Cartas a Estanislao hice poemas a la orgullosa y divina aceptación de uno mismo y lancé diatribas contra la mentira que ha sido la humanidad en América”.
Fuente:
El Colombiano, sábado 19 de septiembre de 2015, columna de opinión Bajo las ceibas.