Boletín n.º 100
Abril 4 de 2011
Homenaje a Fernando
González Restrepo
(1930 – 2001)
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Homenaje a Fernando González Restrepo “Nano” en el décimo aniversario de su muerte, ocurrida el 10 de abril de 2001. Poseedor de una amplia cultura, lector incansable y gran conversador, dedicó su existencia a cuidar la obra y el pensamiento de su padre, desde la soledad y una intensa vida interior. Tras su desaparición, su hermano Simón, ex gobernante de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, decidió crear la Corporación Otraparte para reabrir la Casa Museo y preservar la herencia escrita del maestro Fernando González y gran abundancia de recortes, fotografías, libros y objetos que narran la historia familiar y que Nano había conservado cuidadosamente después de que se vio obligado a abandonar Otraparte a comienzos de los ochenta. Fernando hijo es pues el “padre” de esta entidad agradecida que hoy lo recuerda con afecto.
Jueves 7 de Abril
7:30 p.m.
Proyección del video grabado por Guillermo Melo y otros amigos durante los últimos días de Fernando González Restrepo.
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Padre Antonio Restrepo:
Ahora estoy aquí, en mi cuartito del balcón, admirando los versos de este poeta, Fernando, hijo. Me ha gustado muchísimo el poema al tiempo, sobre todo eso de llamar a la tumba “fonda de olvido”. Eso vale mucho y me conmueve. ¿Y los maestros, no son padres? Puede llamarlo pues, su hijo, al poeta que me acompaña en mi celda. […]
El poema que “hubiere escrito mi hijo, el poeta”, lo tengo en casa del enmarcador, pues lo voy a colocar en marquito azul, bajo vidrio y a colocarlo bajo el crucifijo; es el expediente para la hora aquella en que se abra, se comience a abrir la gran puerta. Este poema, me llegó muy hondo. […]
Treinta y tres años y uno de los hombres americanos que tiene más amigos; usted tiene que vivir contento y esperanzado, pues ninguno de los que se le han acercado deja de amarlo. El poeta Fernando tiene desde enero una carta para usted y se me olvida en la casa siempre. Pero si alguien es su amigo y ora por su felicidad, ese es el poetica González Restrepo. Vive rezando… Cuando despierto durante la noche, miro y ahí está arrodillado… Apenas me siente, disimula… Yo no le digo nada, pues me da mucho miedo entrometerme en amores de Dios. ¡Él sabe más que yo! ¡Que lo conduzca! Margarita estaba riñéndole por esa rezadera que tiene, y la llamé y le dije: “No te metas en estas cosas que son ajenas y de un dueño celoso”. Y parece que son cosas de Dios, pues el niño cada vez es más dulce, manso, y sin rencor por nada.
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Murió Fernando
González Restrepo
Ayer, tras una penosa enfermedad, falleció Fernando González Restrepo, hijo del escritor envigadeño Fernando González Ochoa y de Margarita Restrepo, hija del presidente Carlos E. Restrepo. Nacido en Envigado, en 1930, Fernando, hijo, se graduó como abogado en Bilbao, España, con la tesis La mutabilidad del Derecho Natural y el padre Francisco Suárez, publicada en 1956. Junto con un librito titulado El instante vital, que fue redactando a lo largo de sus últimos años y que se publicó meses antes de morir, fue la única obra escrita que dejó.
En los años sesenta se desempeñó como director para Antioquia del ICETEX, al que dio un entusiasta y decidido impulso de iniciación. Quienes fueron becados en esa época recuerdan con cariño la acogida que Fernando González daba siempre a los estudiantes.
Acompañó a sus padres a lo largo de la incomprendida y difícil trayectoria del filósofo de Envigado y, luego de morir ellos, permaneció en Otraparte hasta que la propiedad fue entregada al municipio para ser convertida en Casa Museo.
Poseedor de una amplia cultura, lector incansable y gran conversador, dedicó su existencia a cuidar la obra y el pensamiento de su padre, desde la soledad y una intensa vida interior.
Supo cultivar como nadie la amistad. Su bonhomía, franqueza y los apuntes de su original pensamiento, heredado de su padre, permanecen en la memoria de quienes lo conocieron.
Fuente:
El Colombiano, abril 11 de 2001, sección Arte y Cultura.
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¿Te acuerdas, Dios, la bobada que hiciste al hacerme un humanoide despreciable? Por eso te quiero tanto: porque soy en ti, en eso del ser que se debate y no sabe nada; pero le acarician vientos nuevos, estrellas que en el Cielo recrean ese baile infinito, en el cual “te pediré la primera pieza”; y si me pisas, te diré: “Nada sé de ti, Señor, pero te adoro, pues eres la luz y los vientos de todo lo que no soy yo”. […]
¿Hasta dónde el final embota y entorpece? ¿Quién es uno al final? Caduco y maloliente se le ofrece a la bella muerte, y ella lo repele, pues lo quiere listo para ella y parece no conceder términos medios.
Uno se ofrece, pero ella repele y atormenta (lo madura a uno a su modo, para su bello gusto). Mosca en la red de la telaraña, ella nos elabora y teje. Estaremos listos cuando ella decida y… ¡nos dé el visto bueno!
Fernando González Restrepo
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Fernando González Ochoa con sus hijos Fernando (izquierda) y Simón. Los acompaña la gata Salomé. Marsella, Francia, 1933.
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A la memoria de
Fernando González Restrepo
Te gustó más la
sombra y el silencio
Durante 40 años, Gabriel Díaz, sacerdote, mantuvo una estrecha amistad con Fernando González Restrepo. Viajeros a pie, caminaron juntos por senderos y veredas, recorrieron quebradas, pescaron en ríos y sostuvieron siempre, al ritmo de sus pasos y de su amistad, una ininterrumpida conversación sobre la vida, sobre lo humano y lo divino. Se llamaban así: compañero, maestrazo. Gozones, chispeantes, devotos e irreverentes al mismo tiempo, a la sombra del filósofo de Otraparte y de una fe vivida con hondura y libertad interior.
Durante la penosa y larga enfermedad de Fernando, Gabriel Díaz, compañero y sacerdote, estuvo siempre a su lado, pero debió viajar para celebrar la Semana Santa en una alejada vereda de Colombia, pocos días antes de la muerte del amigo, ocurrida el martes santo, 10 de abril. No estuvo en el momento de su partida. Como si la vida se empecinara en despojar a Fernando de ese consuelo, un paso más, el último, en la desnudez mística que buscó durante toda su callada y solitaria existencia. Al recibir la noticia, allí, en la soledad de esa noche lejana, Gabriel Díaz derramó en un escrito sus sentimientos. Es el mejor testimonio de lo que era Fernando, el perfil exacto de su personalidad y de su vivencia. (Ernesto Ochoa Moreno)
Por Gabriel Díaz
Fernando, finalmente te has marchado de “Otraparte” a “Todaspartes”. Ahora ya vives con tu padre, con Álvaro y Ramiro, en el “Instante vital” del Cristo que te transformó, igual que a ellos, en feliz conciencia de inmortalidad.
Compañero, ¡cuánto me hubiera gustado, atendiendo tus deseos, poder esparcir el polvo de luz de tus cenizas por todos los caminos y veredas, a lo largo de las quebradas y los charcos o en la mar y por los sitios que juntos recorrimos a lo largo de cuarenta años!
Maestrazo, me señalaste un camino luminoso, cuando me dedicaste el libro Mi Simón Bolívar de tu padre: “Para Gabriel, sacerdote de Dios; para que no ‘triunfe’ ni tenga éxito ‘ni gane’ ni sea nada terminado en ista, como deísta, extremista, capitalista o comunista; para que sea padre de los bobos, de los montañeros, de los puebleños, de los santos pendejos y simples y nadas, que poblarán a Suramérica, temblando entre el amor a Dios”.
Amigo, ¿me permites participar de tu alegría? Cumpliste la tarea humana de venir a la luz del ser que recibiste para trascender sus apariencias; esas mismas que supiste llamar como Jesús, ídolos mortales:
—el de la obsesión por poseer, evocando así al Thoreau de tus lecturas: “Un hombre es rico en proporción de las cosas que no necesita”,
—el ídolo del poder, porque te le apuntaste más bien a la misericordia en el silencio de los “perdedores”, cuando me escribiste en el 94: “Releo mis notas sobre lo que he vivido y todo esto me hace feliz en esta derrota absoluta. Con todo el amor al Señor y a la Virgen… y si nos morimos ¿qué importa? ¿Acaso no vinimos a morirnos en Ella? Te adoro, vida, eres lo único que soy”,
—y, desde luego, el ídolo del aparecer: te gustó más la sombra y el silencio; éste fue siempre tu última palabra; ¡aquélla fue tu modo de alumbrar!
Desde esta noche colombiana, te voy a guardar envidia de la buena: ahora eres en el todo, porque nada tienes; completamente libre, ni mandas ni obedeces; fluyes en la desnuda realidad, liviano como el viento; ligero de equipaje, pasaste por nuestro planeta como profeta incansable de la vida; siempre te vimos tus amigos con tu sencillez franciscana a cuestas, en el disfrute, a pleno pulmón, de cuanto la vida te ofrecía; con la chispa deliciosa de tu amor; desempleado permanente, pero trabajándole tiempo completo a lo fundamental: La vida en Dios; Dios en la vida.
Gracias, Fernando, por habernos hecho tan evidente a Dios:
—en el regalo de tu amistad, como la posibilidad humana de encontrarlo;
—en tu aguerrida defensa de cuanto padece al “humanoide”: el agua cristalina ya contaminada, el bosque humeante, el animal maltratado. Tu sentencia se cumplirá: “¡Cuando culmine el exterminio, el hombre mismo morirá de soledad!”;
—en tu empeño cotidiano por dejarnos conocer el pensamiento y la obra de tu padre;
—en tu capacidad de asombro frente al milagro de la vida: en el viento, en el volátil viento que irrumpe entre las cosas, en el sinsonte que fuimos a comprar a Guayaquil para liberarlo de la jaula: y… “¿Sí canta?”, preguntaste al carcelero; “¿Que si canta, mi don? ¡Lo cogimos chiflando!”. “¡Que nos cojan pues chiflando a todos!”, en la hormiga de los caminos, en los gatos que supieron primero que nosotros el valor de tu silencio solidario;
—en tu insistencia permanente: “¡Fidelidad a la cruz en la Vida, Gabriel!”. Recuerdo cuando me decías: “El hombre tiene que ser un niño, o sea el que gatea, buscando el seno, la salida, una fuente de leche, de luz; el hombre tiene que ser un gateador de la vida porque él es en ella y no ella en él. O sea, que la vida es mucho antes y es después”. Y añadías: “La única forma de adelantarse en el camino es la humildad; no es huir de la cruz…”,
—y, en fin, en tu madurez mística con la que finalmente supiste asumir tu larga enfermedad y tu partida.
Hasta siempre,
Gabriel
Fuente:
Literario Dominical de El Colombiano, domingo 27 de mayo de 2001.
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Boris de Greiff y Fernando González Restrepo. Foto cortesía de Luis Fernando Macías.
Brotan espontáneamente, aplicadas a su deceso, las palabras que escribió su padre, Fernando González Ochoa, en la dedicatoria del Libro de los viajes o de las presencias que regaló al padre Andrés Ripol: “No se dirá murió, sino lo recogió el Silencio. Y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio”.
Ernesto Ochoa Moreno