Boletín n.º 70
Octubre 7 de 2008
Miguel Escobar Calle
(1944 – 2008)
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La Corporación Otraparte lamenta profundamente la desaparición de Miguel Escobar Calle, miembro muy querido de nuestra Junta Directiva, quien falleció el domingo 14 de septiembre en la ciudad de Medellín. Compartimos plenamente las palabras de su amigo Luis Fernando Múnera, publicadas en el periódico El Mundo: “Miguel era un trabajador incansable de los libros, la literatura, la fotografía, la historia. La generosidad del trato a sus amigos hará falta, mucha falta. Como hará falta su capacidad de producir cultura. ¡Gracias, Miguel, por tu legado!”. Expresamos nuestras condolencias a su esposa Alicia y demás familiares y amigos.
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Miguel Escobar Calle (Armenia, Quindío, 1944 – Medellín, 2008). Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Vinculado a la Biblioteca Pública Piloto durante sus últimos años, fue un destacado ensayista e investigador de temas literarios, artísticos y fotográficos, sobre los cuales publicó numerosos artículos. Fue editor de la Colección de Autores Antioqueños y sus compilaciones contribuyen al conocimiento profundo de la tradición cultural de Antioquia. Algunas de sus obras son: “Apolinar Restrepo. Cronología básica” (1998), “Apuntes para una cronología de la fotografía en Antioquia” (2001), “Eladio Vélez – Cronología” (1998), “Pedro Nel Gómez. Cronología de un período” (1999), “Francisco Antonio Cano. Cronología básica” (2002), “Oscar Jaramillo. Cronología” (2000), “Ricardo Rendón: Una ausencia temprana”.
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Miguel Escobar,
“in memoriam”
Por Ernesto Ochoa Moreno
La muerte inesperada de Miguel Escobar Calle deja un gran vacío en el mundo de la investigación y de las letras en Antioquia. Y más honda aún su ausencia en quienes lo conocimos, en quienes tuvieron la fortuna de compartir con él inquietudes, búsquedas y logros.
Fue un curtido intelectual, sin hacer nunca alarde de ello. Fue, sobre todo, un infatigable investigador en muchos campos de la cultura, sin darse nunca ínfulas de maestro o de “non plus ultra” en los variados temas en los que era autoridad. Eso me gustaba de él: la absoluta falta de solemnidad. Nunca fue solemne en sus gestos y en sus actos, y su constante amabilidad atraía por el toque de humildad, de escepticismo, de mirada casi burlona a la vida, que lo caracterizaba. Manejó conscientemente lo que los adoradores de los pedestales llaman despreciativamente bajo perfil. Trabajó y vivió sin hacer ruido. Y así murió. Nos queda su silencioso recuerdo. Y el legado de una vida entregada a la cultura.
Miguel Escobar fue el fundador de la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto, que arrancó con la donación, en 1984, por parte del Banco de la República, de 1.500 obras de autores antioqueños y unas mil revistas viejas, comprados por esa entidad al bibliófilo Bernardo Montoya. Miguel organizó la sala, de la que fue después curador por muchos años. Ese era su mundo: la literatura antioqueña y las revistas y periódicos aparecidos en nuestro departamento desde finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve. De esa labor de ratón de biblioteca y husmeador de archivos, nacieron su pasiones intelectuales: el estudio y la divulgación de los Panidas, en especial León de Greiff, cuya biblioteca, junto con la de Otto de Greiff reposan en la Piloto gracias a los desvelos del amigo desaparecido; el conocimiento de los caricaturistas antioqueños de los años 20 y 30 del siglo pasado (Rendón, Pepe Mexía, etc.); su amor y rastreo de la fotografía en nuestra región, que lo llevó a rescatar y conseguir para la BPP colecciones completas de nuestros grandes fotógrafos.
Fue un degustador de libros, un acariciador de libros y, por supuesto, un apasionado editor de libros. Antes de entregarse a la Sala Antioquia, dirigió la Colección de Autores Antioqueños, que llevó hasta los cien números, con autores recuperados y con escritores nuevos. Aparte de esta colección fueron varias las obras que editó, acompañadas de prólogos y cronologías de su autoría (recuerdo “Una tesis” y “Salomé” de Fernando González), aunque no publicó, que yo sepa, ninguna obra exclusiva suya. Tal vez porque no le dejaban tiempo sus otros intereses intelectuales, tal vez porque tenía repugnancia a aparecer, a ser el centro de la atención. Y porque prefería ayudar sin egoísmos a los demás, aun regalando sus pistas y hallazgos cuando sabía que podrían servir a otro investigador, a otro escritor.
Al final de sus días, ya jubilado desde el año pasado, se entregó a la filatelia, sobre todo estampillas raras de Colombia, casi con el gozo de un niño, dentro de la madurez del investigador avezado. Su último empeño, que no va a quedar trunco porque, según me cuentan, lo sacarán adelante sus compañeros José Gabriel Baena y Gustavo Vives, era una obra que recoge y reproduce facsímiles de acciones y valores de bancos y entidades financieras colombianas desde mediados del ochocientos y durante las primeras décadas del veinte. “Scriptofilia”, me dice Baena que se llama esta rama del coleccionismo. Un novedoso y desconocido aporte a nuestra historia.
Caracterizó a Miguel Escobar su amabilidad, su generosidad casi exagerada, su espíritu de servicio. No sólo en el campo de la cultura, sino y sobre todo en el trato humano, en la amistad. Por eso su muerte deja un gran vacío. Un pésame para su familia y sus amigos. Paz en su tumba. La suya será, como su vida, una eternidad sin solemnidades.
Fuente:
El Colombiano, sábado 27 de septiembre de 2008, columna de opinión Bajo las ceibas.
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Contribución de Miguel Escobar C.
para la Casa Museo Otraparte
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Obituario
Por Pascual Gaviria Uribe
La mirada de los amigos que nos llevan una larga ventaja en años tiene casi siempre un dejo de condescendencia, una especie de comprensión que se encarga de marcar distancias y subrayar una amplia superioridad en la biografía y la bibliografía.
Sin embargo, desde que recuerdo Miguel siempre miró con la curiosidad del compinche el intento de mis primeros poemas, el afán de las columnas y el embeleco de rabodeají, una revista en internet que se alimentaba regularmente con sus merodeos de polilla sobre legajos, cartas, baúles, anaqueles y periódicos vencidos.
A pesar de sus manías de archivero y sus gustos de anticuario Miguel era el menos rancio de sus compañeros de mesa. Tal vez el ron haya ayudado a ese propósito.
Desde el segundo piso de la Biblioteca Pública Piloto, vestido con una bata blanca de laboratorista, Miguel Escobar se dedicó a construir los diarios inexistentes de muchos de los personajes de la cultura en Antioquia.
Saltando de los libros contables a los telegramas, de los álbumes familiares a las revistas, de los archivos personales a las crónicas refundidas, logró seguir a los pintores, los músicos y los escritores de comienzos del siglo XX en Medellín.
Sabía qué música oían Los Panidas en el Café el Globo, qué película vio Ricardo Rendón antes de tragarse la bala de un Colt, cuánto ganaba Restrepo Rivera en sus años de gerente de la Naviera Colombiana.
Como una especie de biógrafo aficionado, Miguel Escobar era capaz de mostrarnos las gracias menores de los personajes que la historia oficial se encarga de alejar entre placas conmemorativas y otros himnos.
Conocía además todas las pequeñas inquinas de la villa. Las tensiones con las que la ciudad fue ampliando su centro desde el Parque de Bolívar.
Los celos de los párrocos, los apetitos de los comerciantes, las letras de cambio de los mineros, las trifulcas de los periodistas.
Su interés por los autores antioqueños nunca tuvo que ver con los virus regionalistas.
Su curiosidad sólo respondía a sus gustos de lector y a las pistas que iban llegando a su oficina después de ser descartadas por los inventarios burdos de las sucesiones, las quiebras y otros desastres.
Miguel Escobar era una especie de índice infalible del libro desordenado que van dejando las ciudades en sus papeleos mayores y menores.
En buena medida fue él quien se encargó de ordenar la bitácora que guarda la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto.
Se necesita una devoción extraña por el trabajo y la vida de otros hombres para dedicarse a recoger sus pequeños gustos y a reconstruir el telón de fondo de sus vidas.
Cuando ya estaba retirado de su trabajo de empleado público, dedicado a atender una oficina de embelecos en el conventillo de un parqueadero, siguiendo sus pesquisas sin necesidad de rendir cuentas a las contralorías, se vio obligado a suspender sus colecciones. Hace una semana que Medellín perdió una buena parte de su memoria.
Miguel Escobar era el hombre perfecto para las preguntas imposibles.
Fuente:
El Colombiano, sábado 20 de septiembre de 2008. También en: wwwrabodeaji.blogspot.com
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Billete de la Lotería de Medellín dedicado a Fernando González. Contribución de Miguel Escobar Calle para la Casa Museo Otraparte.
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Miguel Escobar Calle
Por Iván Darío Upegui
Un día se nos ocurrió hacerle un homenaje a León de Greiff en el Metro de Medellín. Hacía poco había conocido a Boris, hijo del poeta; famoso ajedrecista a quien Gabriel García Márquez se refiere en esa memorable crónica titulada: “La larga noche de ajedrez de Paul Badura Skoda”.
Llamé por teléfono al maestro y luego de pedirle información y material para realizar una exposición sobre la vida y obra de su padre, me dijo: “Vaya donde Miguel Escobar Calle a la Biblioteca Pública Piloto. Él es la persona que más sabe de León de Greiff”.
Tuve entonces el privilegio de conocer a un hombre sencillo, de vasto conocimiento y fino humor que, al lado de José Gabriel Baena, conformaba una virtuosa dupla; valiosa no sólo para La Piloto, sino para la cultura de la ciudad, la región y el país en general.
Comenzó, de esa manera, una serie de homenajes que han venido convirtiendo a nuestro sistema de transporte en el escenario de una cátedra literaria, pues al bardo, autor de “Tergiversaciones”, “Fárrago”, “Nova et Vétera” y otros musicales poemas, siguieron autores de la talla de Porfirio Barba-Jacob, Tomás Carrasquilla, Fernando González, Marco Fidel Suárez, y, por último —y quizás sea esto lo más sorprendente— el novelista Manuel Mejía Vallejo, a los diez años de su muerte.
Quiso el albur que Miguel Escobar Calle —un hombre que había dedicado gran parte de su vida a hurgar en los archivos y la memoria de esta ciudad, y dar forma a la Sala Antioquia; gran amigo del señor de Ziruma, compañero de andanzas, promotor cultural, editor, coleccionista, experto en caricatura, arte, y mil cosas más— cayera presa de un derrame cerebral, justo la víspera del homenaje al que con tanto empeño y dedicación se había entregado durante los últimos días de su vida.
En el Salón Málaga —cerca de la estación San Antonio donde descubrimos un mural con imágenes del escritor jericoano, cuya rúbrica, coplas y fragmentos de sus textos han quedado impresos en un tren—, al ritmo de la música que él amaba, viendo bailar tango a su hermosa hija María Adelaida y escuchando un bolero en la voz de Dora Luz Echeverría, quien fuera la esposa del autor de “La casa de las dos palmas”, despedimos también a Miguel Escobar Calle quien, sin saberlo, preparó el homenaje a su amigo, y, de paso, quiso ir a acompañarlo a la eternidad donde seguro darán continuidad a la tertulia y beberán ese vaso de ron que dejaron empezado.
En la oficina de “Asuntos & Questiones”, ubicada en la trastienda de un aparcadero de la carrera Bolívar, en medio de los trebejos que acompañaron su diario trajín por el mundo de los libros, las letras, los títulos accionarios y las colecciones más disímiles, se le recordará a este hombre venido del Quindío que tanto aportó a nuestro patrimonio antioqueño. Paz en su tumba.
Fuente:
El Colombiano, lunes 22 de septiembre de 2008.