Boletín n.º 42
Marzo 8 de 2006
Día Internacional
de la Mujer
Margarita Restrepo Gaviria – 1922
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“A veces creo que no eres mi cónyuge, sino mis alas”.
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Fragmento de Semana
Santa en Envigado
Por Fernando González
Por estas benditas calles de esta capital espiritual de Colombia iba la verdadera escuela; esta escuela superior a la socrática: superior en poesía, porque fue de maestro andarín campestre; superior en amor, porque unas tres mujeres lo amaron hasta más allá de la muerte. Jesús es el único filósofo que ha amado de verdad a las mujeres, para quienes guardó sus más discretos y mesurados sentimientos. Jamás tuvo palabra dura para ellas. En su compañía experimentó los únicos consuelos de su corazón humano; sólo de ellas quiso recibir homenajes; sólo de ellas se dejaba cuidar; a ellas defendió siempre; las defendió aún adúlteras. Su cara adquiría seriedad divina cuando acusaban a una mujer. Jesús es quien más ha amado, respetado y sentido a la mujer. Recorriendo sus palabras y su vida, casi se persuade uno de que todas las mujeres irán a su reino. ¿Cuándo fue duro para con ellas? ¿Ante qué mujer no se convirtió en bálsamo? Con ellas y por ellas hizo sus milagros más atrevidos, más difíciles y más paladeados. No les hablaba en parábolas, sino directamente; les adivinaba sus vidas. Jesús se dio todo a la mujer; con los hombres fue duro muchas veces. Es porque el hombre abusa y la mujer nunca…
Ningún filósofo, ningún amante, ningún novelista ha sentido como Jesús la dulzura, la inocencia de la mujer. Si la mujer peca, es por amor; y por eso todo le será perdonado. Tal es la doctrina de Jesucristo.
¿Por qué extraña que las mujeres amen y sigan amando a Cristo, que las iglesias estén llenas de mujeres y que mientras haya mujeres su doctrina vivirá? ¿Por qué se admiran, si Jesús les dio a ellas su reino? Todo el que ataque a Cristo se estrellará en el ejército siempre invencible de las mujeres.
Fue superior la escuela del lago, principalmente, porque puso el corazón más allá de la muerte. Fue doctrina futurista, de superhombres. Tres o cuatro mujeres; doce pescadores y, de vez en vez, un modesto auditorio en el monte; así debe ser una escuela. Ningún empleo público; siempre fuera y por encima del Gobierno; fuera de lo actual, nunca con o contra lo actual. Así debe ser el maestro. ¿Es, por ventura, la imagen de Echandía o de Clodomiro?
El paso de La Pecadora me conmovió. La cena, muy somera: dos panes de a cinco, de donde mi tía Pastora; la comida, una disculpa apenas para filosofar. Santiago escucha, escucha, arrellanado cómodamente. Los ojos del Maestro tienen la autoridad y luminosidad de los castos; toda su energía se trasmuta en doctrina. Es el que engendra a la verdad. Santiago tiene el pecho abombado por la emoción que le contiene el resuello; baja los ojos; escucha. El Maestro habla de amor; pero no es para Santiago para quien habla; aparentemente sí; pero en realidad es para la mujer que está echada a sus pies, besándole uno, y él lo permite, y sus palabras son:
«Vosotros, Santiago, no sabéis la cantidad infinita de amor que hay en estas mujeres; vosotros tenéis la culpa de sus pecados. Ellas pecan a causa del amor, y, por eso, sólo de ellas me dejo honrar en este mundo y todo se los perdono. Todas ellas estarán, con mi madre, en la Escuela Triunfante».
Creo que sólo Cristo ha entendido el amor. Podemos resumir así su doctrina: «El hombre no sabe amar; es un mono perverso que llama amor al espasmo rápido y feo; la mujer, aunque parezca perversa, ama».
Fuente:
Poncio Pilatos envigadeño (Semana Santa en Envigado). Ver sección Ideas.