Boletín n.º 34
Septiembre 29 de 2005

70 años de
Cartas a Estanislao

Jorge y Fernando González Ochoa | Ginebra, abril de 1933

Jorge y Fernando González Ochoa
Ginebra, Suiza, abril de 1933

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Cartas a Estanislao,
70 años

Por Ernesto Ochoa Moreno

Hoy hace 70 años apareció el libro Cartas a Estanislao, de Fernando González Ochoa. “Se acabó de imprimir este libro en Manizales el 10 de septiembre de 1935”, leo en esta edición príncipe por cuyo rugoso papel paso mi mano de lector como acariciando una piel anciana. Era la segunda obra del escritor envigadeño publicada ese año. El tiraje fue de 4.000 ejemplares. Pocos meses atrás había aparecido El Remordimiento, habiendo sido editados los dos libros por Arturo Zapata, ambos con carátula de Arango.

En Cartas a Estanislao inaugura González el género epistolar en su producción literaria, que después de su muerte se enriquecería con la edición de Mis cartas de Fernando González (1983), dirigidas al jesuita Antonio Restrepo, Cartas de Ripol (1989), Correspondencia (1995), que recoge las cartas a su suegro, el presidente Carlos E. Restrepo, y Cartas a Simón (1997).

Como en otros grandes escritores, la lectura de las cartas de nuestro filósofo es enriquecedora, no sólo para rastrear ideas y posiciones, sino para otear el paisaje de su alma, su vigor, su fuerza, su lucha indeclinable; para saborear, también, su estilo literario en la desnuda espontaneidad de la comunicación epistolar.

Cartas a Estanislao se inspira, para su título, en Estanislao Zuleta Ferrer, gran amigo de Fernando González y a quien dirige 13 de las 45 cartas que, con dos textos más, se incluyen en el volumen. Las restantes tienen otros destinatarios, como sus hermanos Alfonso y Alberto, Carlos E. Restrepo, Alejandro López, don Benjamín Correa y varios más. La primera misiva a Estanislao Zuleta está fechada en Envigado el 12 de agosto de 1934 y la última, que cierra el libro, el 27 de mayo de 1935.

Cuando apareció El Remordimiento, el 10 de junio de 1935, se anunciaba en prensa la aparición de Cartas a Estanislao. Pero Estanislao (padre del conocido pensador Estanislao Zuleta, apenas recién nacido) murió a los 31 años, el 24 de junio de ese año, en el accidente aéreo en el que pereció también Carlos Gardel. De manera que no fue su desaparición la que originó el título, aunque sí resultó un homenaje póstumo a una promisoria figura del momento y uno de los más cercanos amigos (mi único amigo, dirá él) del solitario de Otraparte, centro en ese momento de condenas y anatemas.

En una libreta inédita del escritor, que alguna vez me mostró su hijo, Fernando González Restrepo, se lee este párrafo sobre la muerte de Estanislao: “24 junio 1935 — Murió hoy a las 15, quemado dentro de un avión, Estanislao Zuleta. Supe a las cinco que un avión se había incendiado con algunos pasajeros. A las 7 (19) me dijeron que en el campo habían chocado dos aviones y que se habían incendiado. Al rato pensé que Estanislao partía hoy para Bogotá. Ahí mismo llegaron mis hijos con la lista. ¡Estanislao Zuleta! Sentí una punzada en el corazón. En todo caso, ya se me acabaron las alas. Su juventud terminó. Era mi único amigo. Recé a la Virgen para que le haga bienes a Estanislao. Voy a acostarme pidiéndole a la Virgen por él, para que sea feliz, para que me sienta”.

Cartas a Estanislao es una obra fundamental para entender a Fernando González, para entender la Colombia de la década de los treinta y, también, para entender por qué en Colombia lo repudiaron y, parecería, sigue habiendo reticencias frente a su obra. Así mismo, la lectura del libro sirve para conocer las raíces de esta mentira heredada cuyos frutos de violencia y corrupción nos está tocando cosechar en nuestros días.

Porque el libro no es una compilación de carticas nostálgicas e inofensivas, sino que al juntarlas en un volumen, fue clara la intención crítica del escritor. Es una obra de análisis social, político, sicológico, moral. Dice Alberto Restrepo González en Testigos de mi pueblo: “Fernando González levanta su voz enardecida y se convierte en profeta denunciador de la bajeza moral y de la mentira social del país. Los negroides, Cartas a Estanislao, la revista Antioquia, Santander, compendian, en este aspecto, su producción de la década de los treinta”.

Y añade: “Es una época de diatriba, de sarcasmo, de contestación, de denuncia. Su pensamiento se reviste de un tinte casi totalmente social, en un esfuerzo denodado por hacer entender a las generaciones jóvenes la dimensión del problema que vive la patria. De los estamentos del poder y la cultura se le combate y se le menosprecia, pero él insiste, incansable y demoledor, en su tarea de verdad y americanismo”.

En 1960, el mismo Fernando González definió así su libro: “En Cartas a Estanislao hice poemas a la orgullosa y divina aceptación de uno mismo y lancé diatribas contra la mentira que ha sido la humanidad en América”. (En Fernando González visto por sí mismo, edición facsimilar, que puede consultarse en www.otraparte.org).

Fuente:

El Colombiano, sábado 10 de septiembre de 2005, columna de opinión Bajo las ceibas.

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Cartas a Estanislao - Fernando González

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Cartas a Estanislao

Una carta

París, 13 de junio de 1934

Querido Alfonso:

Por todas partes lleva uno su diente de oro. Por ejemplo, en la plaza de San Agustín, contemplando la erecta, pequeña y tensa estatua de Juana de Arco, muerta en 1431, a los 19 años, me sorprendí con los mismos sentimientos, con la misma muela de oro que he tenido siempre, la misma de cuando contemplaba a don Martín Arango el barbudo: Mucha ansia de fe, mucho deseo de virtud… y ¡pun! La misma caída, las mismas miradas miedosas a la vida y a la belleza que camina, la misma incapacidad para poseer.

Es muy triste que mis sombreros se tuercen siempre del mismo modo antipático; los vestidos adquieren las mismas deformaciones. ¡Qué hastío la forma invariable con que nacemos! Prisioneros somos del esqueleto y de las formaciones mentales y emotivas.

Y la muela de oro me la pusieron apenas hace un año en Marsella, pero yo sé que siempre la he tenido; siempre, desde el vientre materno, estaba destinado a tener muela de oro. Mi boca tiene el rictus y la forma propias para esa muela, nueva apenas en apariencia.

Se te aparece un hombre, y por su forma puedes saber qué dirá, de qué será capaz y de qué incapaz. No puede salir de sí mismo. Como el gusano, que tiene en su cuerpo, irremediable, la forma del capullo. Como el pájaro, que lleva fatalmente la forma de su nido y de su huevo y de su canto. Por consiguiente, no existe el tiempo: no es sino desenvolvimiento de la realidad, pero ésta está toda ya en potencia, determinada: Aparece al ojo, pero no es voluntaria. La voluntad consiste en el desenvolvimiento del ovillo. Pero, sáca de un carrete de hilo otra cosa que hilo: ¡Imposible!

La muela de oro me ha hecho desilusionar de la filosofía. Yo esperaba de ella el rehacerme y he comprendido que apenas puedo someterme impotente. Lo que hay en mí y nada más: Eso soy. Nada imprevisto. No puedo que mis ropas huelan a lo que no huelo, que mis calzones se arruguen por donde yo no puedo doblarme y del modo como yo no me doblo.

Juana de Arco me ha dicho muchas cosas. Que fatalmente seré el que camina así y que habla con voz cobarde. ¿Quién iba a poner en mí el heroísmo?

¡Sobre todo el sombrero! Ahora salgo en cabeza. El sombrero mío se tuerce de un modo que me mata el alma. Maldita forma detestable que brego por olvidar. Cada día cambio de vestido, para olvidarme un poco de mis limitaciones.

Cada día me hago más cobarde, porque cada día me trae una derrota. Desde la edad de ocho años busco el triunfo sobre mí mismo y desde tal edad no ha habido día que no haya una derrota. Por eso, ya casi ni puedo pasar las calles de París por los caminos claveteados: Cuando me decido, ya el automóvil viene encima; mientras pensaba si ya era tiempo de comenzar a pasar, el automóvil se acercó…

Hacía tres días que no bebía café. Como no mejoraba, bebí ahora. Otra derrota. Otra derrota la castidad, pues en un año de ella no pude ver a Dios y oír sus órdenes. Nadie, ni Dios, me quiere por soldado. Nadie quiere emplearme en obras: Soy un desocupado del espíritu, un chomeur de la inteligencia: voy ofreciendo a todos los ideales mi gran capacidad para desear ser bueno y héroe, y nadie me oye.

Juana de Arco fue aceptada y a los 19 años había coronado un rey y cumplido las voces. ¡Qué muchacha tan tremenda y qué bueno esa quemadura que fue su muerte!: Fue su primera noche de amor; fue la posesión de Dios. ¡Qué gusto tan incomparable sentiría cuando la besaban las llamas!; ¿qué marido ha besado así a qué novia? Unicamente Dios sabe besar. Me quité el sombrero, para reverenciarla a lo lejos, a los seiscientos años, y ví que no tenía sombrero, pero que alrededor de mi cabeza había un aura en forma de sombrero, con las mismas torceduras de mis sombreros, y sentí que mi muela de oro se mostraba en mi sonrisa cobarde. Tengo 39 años y todo han sido cobardías; nada hecho con gracia, con ese gas que no pesa y es el espíritu.

Por eso se ama tanto a quien vive lejos, porque no le vemos que es siempre el mismo, que huele a los mismo, que camina, ríe, come y habla únicamente lo suyo, siempre lo suyo, como un martilleo que nos taladra.

Así son las ciudades y  los países: A los dos meses se acaba la novedad, el olor es monótono, las gentes monótonas, todo es hábitos. Cada ser tiene un modo y sólo uno. Por eso es por lo que hablo mal de todo lo que conozco y mi disculpa es que hablo mal de mí mismo también, porque ¿quién puede cansarnos más que nuestro esqueleto?

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Junio 15 – No acabé esta carta porque estoy loco. Mi alma es una úlcera. Por instantes parece que la salud me volviera, pero las circunstancias de mi vida me hunden. Parezco un octogenario. El 27 salgo para allá, en el “Cordillera”, de la Hamburg American Line. Uno de mis deseos mayores —el mayor quizá—  es verte. Tú eres un sér predilecto en mi corazón. Recibí tu boleta. La mía fue porque hace años que enloquezco, que me enloquecen con pequeñeces. Mi vida la frustraron. Farina hizo un verso inmortal:

“Soy un sér nulo y frustrado como el vientre de las vírgenes”.

Mi alma parecía un gran bulto, parecía una gran promesa y era hidrocefalia.

Hasta luego, pues. Los negocios no resultaron. Estamos locos todos y en este instante estoy ebrio de dos copitas de kalmidor… ¡Qué bella es la libertad! ¡Qué bella es la soledad! ¡Qué bello es lo que está lejos! Ténme tu amor allá en Colombia. Allá escribiré un librito para ti y lo editaré en dos ejemplares, uno para ti y otro para mí y quizás un tercero para vender por dos mil pesos, o lo que cueste la edición.

Fernando González

Fuente:

Cartas a Estanislao. Medellín, Bedout, junio de 1972.