Conversación
Fabio Rubiano Orjuela
24.º FestiTeatro Envigado
—30 de octubre de 2022—
Fabio Rubiano Orjuela
Foto © Camilo Ponce de León
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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Conversación con Fabio Rubiano Orjuela en el contexto del vigésimo cuarto Festival Juvenil Envigado Hacia El Teatro de la Corporación El Ágora.
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Fabio Rubiano Orjuela (Fusagasugá, 1963) es actor, director, dramaturgo y narrador, licenciado en Arte Dramático de la Universidad del Valle. En 1985 fundó, junto a Marcela Valencia, el Teatro Petra en Bogotá. Es autor de la novela «Soy asesino y padre de familia» y de más de veinte obras teatrales, cuatro de las cuales han recibido el Premio Nacional de Dramaturgia: «Gracias por haber venido» (1996), «Cada vez que ladran los perros» (1997), «La penúltima cena» (1999) y «El natalicio de Schumann» (2009). Ha participado en películas como «Terminal» (2000), «Malamor» (2003), «Tres hombres tres mujeres» (2003), «La esquina» (2004), «Sanandresito» (2012), «Carta al Niño Dios» (2014) y «Amalia la secretaria» (2018). Así mismo, ha formado parte del elenco de numerosas series de televisión, entre las que se cuentan «Vuelo secreto» (1992), «La mujer del presidente» (1997), «Francisco el matemático» (1999), «La lectora» (2002), «Merlina, mujer divina» (2006), «Marido a sueldo» (2007), «Kdabra» (2009), «Escobar, el patrón del mal» (2012), «Alias el Mexicano» (2013), «El general Naranjo» (2019) e «Interiores» (2021). La Fundación Gilberto Alzate Avendaño le otorgó en 2011 el Premio a Mejor Obra por «Sara dice», y dos años más tarde recibió el Premio Nacional de Dirección Teatral del Ministerio de Cultura. Compañías de Eslovenia, Chile, México, Estados Unidos, Perú, España y Francia han montado sus obras. De igual forma, algunos de sus textos han sido traducidos al francés, inglés, esloveno, chino y portugués.
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Fabio Rubiano dice…
No lo había podido enganchar. El hombre es resbaladizo, ¿tímido?, ¿imposible? Lo logré atrapar en el lugar más imprevisto. Cuando creía que se me había escabullido y ya pensaba en desistir, apareció. Ofreció disculpas y me trazó la cita para el día siguiente. Llegó puntual y dispuesto.
Quería conversarlo porque siempre nos encontrábamos solo de paso y de sonrisas, como si diéramos por hecho que ya nos habíamos visto demasiado como nictálopes habitantes de teatros. A veces sucede eso: uno conversa con el otro a través de la metafísica de la creación.
Tantas veces he visto deambular sus fantasmagorías de escenario, que uno supone que el encuentro ya estaba realizado. El resto es literatura. Después de La piedra de la felicidad, de Carlos José Reyes —la obra de mayor representación en la historia del teatro en Colombia—, son las dramaturgias de Fabio Rubiano las más interpuestas por diversos grupos nacionales. Su proyección se extiende al ámbito latinoamericano y toca Europa. Incluso ya empieza a traducirse.
Es reconocido, galardonado, pero además querido. Sobre todo, a partir de la ardiente polémica que desataría cuando Héctor Abad Faciolince escribió su divertida columna en contra del teatro. Todo el cotarro teatral se enfureció y zumbaron diatribas por los aires, como respuesta a lo dicho por el escritor.
Aquella tan razonable frase con la cual Abad Faciolince comenzaba su confesión, «ir al teatro me produce una aversión parecida a comer hígado de perro crudo», alborotó el avispero. Rubiano entonces emergió sereno y, como si fuera el justiciero vengador, desenvainó su sable literario y mandó al escritor en mención a besar lona. El otro no se arredró y saltó en doble brío a la pista con nuevos argumentos. Sin embargo, Rubiano soltó su último uppercut, que dejó grogui al antioqueño. Traigo este episodio a colación porque quiero decir que nuestro dramaturgo es un hombre bien fundamentado y, por lo tanto, sus obras no se producen a golpes de chispas de inspiración. En la trasescena hay una extensa reflexión y una sólida práctica.
Cristóbal Peláez González
Matacandelas.com
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