Érase una vez… en Otraparte
Lecturas en voz
alta para niños de
todas las edades
—Octubre 8 de 2017—
* * *
Este será un espacio para leer juntos, para acercarnos a las palabras, al disfrute que ellas nos proporcionan desde siempre. Palabras que se trenzarán en poemas y cuentos para chicos y grandes, imágenes que saltarán por las ventanas hasta nuestros ojos, sensaciones de no tiempo y no lugar como en el paraíso de la infancia. Paladear los acentos, los ritmos y las desconocidas sonoridades que llevarán de la mano a nuestros niños (y a nosotros mismos) por paisajes e historias que de otro modo no habríamos soñado.
Se trata especialmente de abrir a los niños, en su experiencia cotidiana, un lugar para que no pierdan el asombro ni las preguntas, para cultivar su mirada y su sensibilidad, su percepción de la vida. Se trata de restituirles una región de la belleza y el sueño que en esta época de consumo y derroche tecnológico han empezado a perder.
La lectura y disfrutar el arte libremente será para ellos una experiencia enriquecedora que el tiempo, nuestra ciudad, nuestro país y la vida misma sabrán agradecer.
* * *
El Principito
A León Werth
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada.
Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A León Werth cuando era niño
* * *
Actividad en el marco del proyecto “Leer es mi cuento” de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa —Relata— del Ministerio de Cultura.
* * *
El obsequio de las palomas
(Adaptación de una antigua fábula china)
Por Cristina Rodríguez Lomba
Antiguamente, en la vieja ciudad china de Handan, existía una costumbre extraña y muy curiosa que llamaba la atención a todos los que venían de otros lugares del país.
Los habitantes de Handan sabían que su amado rey adoraba las palomas y por esa razón las cazaban durante todo el año para entregárselas como obsequio.
Un día sí y otro también, campesinos, comerciantes y otras muchas personas de diferente condición se presentaban en palacio con dos o tres palomas salvajes. El monarca las aceptaba emocionado y después las encerraba en grandes jaulas de hierro situadas en una galería acristalada que daba al jardín.
Seguro que te estás preguntando para qué quería tantas palomas, ¿verdad…? Pues bien, lo cierto es que la gente de Handan también se preguntaba lo mismo que tú. Todo el mundo estaba intrigadísimo y corrían rumores de todo tipo, pero el caso es que nunca nadie se atrevió a investigar a fondo sobre el tema por temor a represalias ¡Al fin y al cabo el rey tenía derecho a hacer lo que le viniera en gana!
Pasaron los años y sucedió que, una mañana de primavera, un joven muy decidido se plantó ante el soberano con diez palomas que se revolvían nerviosas dentro de una gran cesta de mimbre. El monarca se mostró francamente entusiasmado.
—Gracias por tu regalo, muchachito ¡Me traes nada más y nada menos que una decena de palomas! Seguro que has tenido que esforzarte mucho para atraparlas y yo eso lo valoro. ¡Toma, ten unas monedas, te las mereces!
Viendo que el soberano parecía un hombre alegre y cordial, se animó a preguntarle para qué las quería.
—Alteza, perdone mi indiscreción, pero estoy muy intrigado: ¿por qué le gusta tanto que sus súbditos le regalemos palomas?
El monarca abrió los ojos y sonrió de oreja a oreja.
—¡Eres el primero que me lo pregunta en treinta años! ¡Demuestras valentía y eso dice mucho de ti! No tengo ningún problema en responderte porque lo hago por una buena causa.
Le miró fijamente y continuó hablando de forma ceremoniosa.
—Cada año, el día de Año Nuevo, realizo el mismo ritual: mando sacar las jaulas al jardín y dejo miles de palomas en libertad. ¡Es un espectáculo bellísimo ver cómo esas aves alzan el vuelo hacia el cielo y se van para no regresar!
El muchacho se rascó la cabeza y puso cara de no comprender la explicación. Titubeando, le hizo una nueva pregunta.
—Supongo que es una exhibición fantástica, pero… ¿esa es la única razón por la que lo hace, señor?
El rey suspiró profundamente y, sacando pecho, respondió con orgullo:
—No, muchacho, no… Principalmente lo hago porque al liberarlas estoy demostrando que soy una persona compasiva y benévola. Me gusta hacer buenas obras y me siento muy bien regalando a esos animalitos lo más preciado que puede tener un ser vivo: ¡la libertad!
¡El joven se quedó patidifuso! Por muchas vueltas que le daba no entendía dónde estaba la bondad en ese acto. Lejos de quedarse callado, se dirigió de nuevo al soberano.
—Disculpe mi atrevimiento, pero si es posible me gustaría hacer una reflexión.
El rey seguía de un fantástico buen humor y aceptó escuchar lo que el chico tenía que comentar.
—No tengo inconveniente. ¡Habla sin temor!
—Como sabe, somos muchos los ciudadanos que nos pasamos horas cazando palomas para usted; y sí, es cierto que atrapamos muchísimas, pero en el intento otras mueren porque las herimos sin querer. De cada diez que conseguimos capturar, una pierde la vida enganchada en la red. Si de verdad usted se considera un hombre bueno es mejor que prohíba su caza.
Como si tuviera un muelle bajo sus reales posaderas, el monarca saltó del trono y su voz profunda resonó en las paredes del gran salón.
—¡¿Me estás diciendo que prohíba su caza, mequetrefe?! ¡¿Cómo te atreves…?!
El joven no se amedrentó y siguió con su razonamiento.
—¡Sí, señor, eso le propongo! Por culpa de la caza muchas palomas mueren sin remedio y las que sobreviven pasan meses encerradas en jaulas esperando ser liberadas ¡No lo entiendo…! ¿No le parece absurdo tenerlas cautivas tanto tiempo? ¡Ellas ya han nacido libres! Si yo fuera paloma, no tendría nada que agradecerle a usted.
El rey se quedó en silencio. Hasta ese momento jamás se había parado a pensar en las consecuencias de sus actos. Creyendo que hacía el bien estaba privando de libertad a miles de palomas cada año sólo por darse el gusto de soltarlas.
Tras un rato absorto en sus pensamientos, reconoció su error.
—¡Está bien, muchachito! Te diré que tus palabras me han hecho cambiar de pensamiento. Tienes toda la razón: esta tradición no me convierte en una buena persona y tampoco en un rey más justo. ¡Hoy mismo mandaré que la prohíban terminantemente!
Antes de que el chico pudiera decir nada, el monarca chascó los dedos y un sirviente le acercó una caja dorada adornada con impresionantes rubíes, rojos como el fuego. La abrió, cogió un saquito de tela repleto de monedas de oro y se la entregó al joven.
—Tu consejo ha sido el mejor que he recibido en muchos años, así que aquí tienes una buena cantidad de dinero como muestra de mi agradecimiento. Creo que será suficiente para que vivas bien unos cuantos años, pero si algún día necesitas algo no dudes en acudir a mí.
El muchacho se guardó la bolsa en el bolsillo del pantalón, hizo una reverencia muy respetuosa, y sintiéndose muy feliz regresó a su hogar. La historia se propagó por todo Handan y el misterio de las palomas quedó resuelto.
Fuente:
* * *
Ilustración © Rebecca Cobb