Érase una vez… en Otraparte
Lecturas en voz
alta para niños de
todas las edades
—Abril 2 de 2017—
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Este será un espacio para leer juntos, para acercarnos a las palabras, al disfrute que ellas nos proporcionan desde siempre. Palabras que se trenzarán en poemas y cuentos para chicos y grandes, imágenes que saltarán por las ventanas hasta nuestros ojos, sensaciones de no tiempo y no lugar como en el paraíso de la infancia. Paladear los acentos, los ritmos y las desconocidas sonoridades que llevarán de la mano a nuestros niños (y a nosotros mismos) por paisajes e historias que de otro modo no habríamos soñado.
Se trata especialmente de abrir a los niños, en su experiencia cotidiana, un lugar para que no pierdan el asombro ni las preguntas, para cultivar su mirada y su sensibilidad, su percepción de la vida. Se trata de restituirles una región de la belleza y el sueño que en esta época de consumo y derroche tecnológico han empezado a perder.
La lectura y disfrutar el arte libremente será para ellos una experiencia enriquecedora que el tiempo, nuestra ciudad, nuestro país y la vida misma sabrán agradecer.
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El Principito
A León Werth
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada.
Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A León Werth cuando era niño
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Actividad en el marco del proyecto “Leer es mi cuento” de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa —Relata— del Ministerio de Cultura.
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Ratón de campo y
ratón de ciudad
Había una vez un humilde ratoncito que vivía muy feliz a en el hueco de un árbol seco. Su casita era muy cómoda y espaciosa, tenía sillones hechos con cáscaras de nuez, una cama con pétalos de flor y cortinas en las ventanas tejidas con hilos de araña.
Cada vez que llegaba la hora de comida para el ratoncito, salía al campo, buscaba jugosas frutas y agua fresca del río. Después, se dedicaba a corretear por la llanura verde o a descansar bajo la luz de las estrellas. Todo era muy feliz para el pequeño ratón.
Una tarde, apareció su primo, el ratón de ciudad. El ratoncito le invitó a almorzar, y preparó una deliciosa sopa de coles. Pero su primo, acostumbrado a los manjares de la ciudad, escupió la sopa tan pronto la probó. “Qué sopa tan desagradable”, exclamó.
Con el paso de los días, el ratoncito de la ciudad se cansó de estar en la casa de su primo, y decidió invitarlo a la suya para mostrarle que él vivía en mejores condiciones. El ratoncito del campo aceptó a regañadientes, y partieron rápidamente los dos animalitos.
Al llegar a la ciudad, el ratoncito de campo se sintió muy perturbado, pues allí no reinaba la paz que tanto había gozado en el campo. Los tumultos de las personas, el ruido de los carros y la suciedad de las calles terminaron por alterar a nuestro amiguito, que sólo pudo respirar tranquilo cuando estuvo dentro de la casita de su primo.
La casita era grande, llena de lujos y comodidades. Su primo de la ciudad poseía largas colecciones de queso, y una cama hecha con medias de seda. En la noche, el ratoncito de la ciudad preparó un banquete muy sabroso con jamones y dulces exquisitos, pero cuando se disponían a comer, aparecieron los bigotes de un enorme gato en las puertas de la casita.
Los ratones echaron a correr asustados por la puerta del fondo, pero su suerte fue peor, pues cayeron a los pies de una mujer que les propinó un fuerte golpe con la punta de su escoba. Tan dura fue la sacudida, que quedaron atontados en el medio de la calle.
El ratoncito del campo decidió entonces que ya era hora de marcharse a su tranquila casita, pues había comprendido que no vale cambiar las cosas lujosas y las comodidades por la paz y la armonía de un hogar.
Fuente:
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