Érase una vez… en Otraparte
Lecturas en voz
alta para niños de
todas las edades
Coordina: Mauricio Quintero
—Septiembre 16 de 2018
Kirikou
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Este será un espacio para leer juntos, para acercarnos a las palabras, al disfrute que ellas nos proporcionan desde siempre. Palabras que se trenzarán en poemas y cuentos para chicos y grandes, imágenes que saltarán por las ventanas hasta nuestros ojos, sensaciones de no tiempo y no lugar como en el paraíso de la infancia. Paladear los acentos, los ritmos y las desconocidas sonoridades que llevarán de la mano a nuestros niños (y a nosotros mismos) por paisajes e historias que de otro modo no habríamos soñado.
Se trata especialmente de abrir a los niños, en su experiencia cotidiana, un lugar para que no pierdan el asombro ni las preguntas, para cultivar su mirada y su sensibilidad, su percepción de la vida. Se trata de restituirles una región de la belleza y el sueño que en esta época de consumo y derroche tecnológico han empezado a perder.
La lectura y disfrutar el arte libremente será para ellos una experiencia enriquecedora que el tiempo, nuestra ciudad, nuestro país y la vida misma sabrán agradecer.
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Desde la primera infancia en adelante, los espacios creativos para estimular el desarrollo integral y potenciar la sensibilidad de los niños son un poderoso refugio para la imaginación. En Érase una vez… en Otraparte construimos castillos de palabras, creamos paisajes sonoros, personificamos héroes o villanos, jugamos a recrear imaginarios, soñamos, viajamos. En esta ocasión, nuestra travesía de ensoñaciones nos llevará a través de la multicolor memoria cultural de la tradición africana, desde el continente negro hasta nuestros palenques colombianos. Sus mitos, canciones y alegría despertarán en nosotros la admiración por África, cuna de la humanidad. Para ello, proyectaremos un fragmento de Kirikou y las bestias salvajes, leeremos un cuento infantil africano y nos despediremos con cuentos animados y rondas infantiles afrocolombianas.
Mauricio Quintero
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El Principito
A León Werth
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada.
Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A León Werth cuando era niño
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Cómo la sabiduría se
esparció por el mundo
—Tradición oral de Camerún—
En Camerún vivía, en tiempos remotos, un hombre llamado Padre Ananzi, que poseía toda la sabiduría del mundo.
La fama de su sabiduría se había extendido por todo el país, hasta los más apartados rincones, y todos acudían para pedirle consejo y aprender de él. Pero aquellas gentes comenzaron a comportarse mal entre sí y Ananzi se enfadó con ellos. Entonces pensó en la manera de castigarlos.
Tras largas y profundas meditaciones decidió privarles de la sabiduría, escondiéndola en un lugar tan hondo e insospechado que nadie pudiera encontrarla.
Pero él ya había compartido sus consejos y estos contenían parte de la sabiduría que, por tanto, debía recuperar. Y lo consiguió, metiendo todos sus secretos en un jarrón.
Tras ello, buscó un lugar donde esconder el Jarrón de la Sabiduría, y se dispuso a llevar hasta allí su preciado tesoro.
Pero Padre Ananzi tenía un hijo muy listo, se llamaba Kweku Tsjin. Cuando éste vio a su padre andar tan misteriosamente y con tanta cautela de un lado a otro con su jarrón, pensó para sus adentros:
—¡Cosa de gran importancia debe ser esa que esconde!
Y tan listo como era, se propuso vigilar lo que Padre Ananzi se proponía. Como suponía, lo oyó muy temprano por la mañana, cuando se levantaba. Mientras Ananzi se alejaba rápida y sigilosamente, Kweku se dispuso a seguir a su padre, con la precaución de que no se diera cuenta de ello.
Ananzi atravesó el poblado; era tan de mañana que todo el mundo dormía aún. Luego se internó profundamente en el bosque, y cuando llegó a un macizo de palmeras altas como el cielo buscó la más esbelta de todas y empezó a trepar con el Jarrón de la Sabiduría que llevaba atada sobre su cabeza.
Indudablemente, quería esconder el Jarrón de la Sabiduría en lo más alto de la copa del árbol, donde seguramente nadie acudiría a buscarlo.
El jarrón que contenía toda la sabiduría del mundo no hacía más que tambalearse. La ascensión se le estaba haciendo muy complicada.
Kweku Tsjin, que desde su puesto de observación se moría de curiosidad, ya no podía distinguir a su padre y empezó a gritarle:
—Padre, ¿por qué no llevas colgado a la espalda ese jarrón preciado? ¡Subir así, con el jarrón en la cabeza, te va a ser imposible!
Apenas había oído Ananzi estas palabras, se inclinó para mirar la tierra que tenía a sus pies.
—¡Escucha! —gritó a todo pulmón—, yo creía haber metido toda la sabiduría del mundo en este jarrón, y ahora descubro que mi propio hijo me da una lección de sabiduría.
¡Yo no me había dado cuenta de que la mejor manera de subir este jarrón sin problema y con comodidad hasta la copa de este árbol es colgándolo a la espalda!
Su decepción era tan grande que, con todas sus fuerzas, tiró el Jarrón de la Sabiduría todo lo lejos que pudo. El jarrón chocó contra una piedra y se rompió en mil pedazos. Y como es de suponer, toda la sabiduría del mundo que allí dentro estaba encerrada se derramó, esparciéndose por todos los lugares de la Tierra.
Fuente:
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Kirikou y las bestias salvajes