Club de lectura
Como Tomás por su casa
Modera: Gerardo Pérez Holguín
—Miércoles 9 de febrero—
Hora: 6:00 p.m.
Tomás González
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Grupo de lectura para leer y conversar sobre los libros de Tomás González en Otraparte, el territorio de su infancia, con la moderación del gestor cultural Gerardo Pérez Holguín, coordinador del programa «Bajo la piel de Medellín» de Compás Urbano.
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Lugar:
El Café de Otraparte
Todos los miércoles
Hora: 6:00 p.m.
En articulación con Comfama
y la Alcaldía de Envigado.
Entrada libre,
aforo controlado.
Formulario de inscripción:
Bit.ly/TomásGonzálezClubdeLectura
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Quizás porque Francisco Eladio era un nombre demasiado complicado, sus cuñados, aun antes de que se casara con Rosalía, habían empezado a llamarlo Pacho Luis. Pero el médico también se acostumbró a decirles Pacho Luis, y a veces sólo por el contexto se sabía a cuál de ellos se estaba refiriendo. «Lo que pasa es que este Pacho Luis es un manojo de nervios», decía, y se sabía que hablaba de Horacio. «Yo lo pienso dos veces antes de ir adonde Pacho Luis, porque me deja siempre embarullado», decía, y era claro entonces que se refería a su cuñado Elías.
Elías escribía libros. Durante sus casi setenta años, no había dejado nada de lo que se mueve bajo el sol sin admirar, ni autoridad humana sin criticar, ni piedra sin levantar, ni asunto humano o divino donde no armara una polvareda. «No lo deja a uno descansar, ese Pacho Luis», agregaba el médico. «Y explicame, ¿para qué da tantas vueltas, si todo está tan claro? Dios es Dios; Satanás es jodido, cojea y tiene rabo prensil. Y uno hace lo que puede».
Cuando los hermanos, hermanas, cuñados y cuñadas se reunían, los niños se alelaban, pues sus padres empezaban a llamarse Pacho Luis unos a otros. En el corredor de la finca de tierra fría que el médico tenía en la cordillera, en el corredor de la casa del escritor, en el corredor de la finquita que su hermana Ligia tenía en La Estrella o bajo los naranjos de la casa de Horacio, se reunían los sábados y domingos a fumar y hablar de la naturaleza humana, de política, de Dios, de árboles y de plantas, de vacas, de la belleza de ciertos libros, tan inmortales como el planeta —y tan poco inmortales como él—, al tiempo que llenaban los formularios de las carreras de caballos. Cuando se reunían en la casa del escritor podía llegar algún admirador suyo, que se sumaba a la entrecruzada conversación y cuando se dirigía a él lo llamaba Maestro.
—¿Para qué buscar a Dios afuera? Ese no sería Dios, ¿cierto? Ese sería un personaje —decía Elías, que usaba boina y tenía cabeza grande y ojos cafés claros, siempre admirados e inquisitivos, como los de los niños.
Tomás González
(La historia de Horacio, 2000)
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[creditos]