Conversación
Lectura de Viaje a pie
desde el camino
Decimoquinta versión
~ Enero de 2023 ~
—23 de mayo de 2023—
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Ver grabación del evento:
YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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La decimoquinta versión de nuestra lectura de «Viaje a pie» desde el camino ha sido una de la más nutridas, contando con la participación de casi cincuenta caminantes, entre colombianos y extranjeros, y con la alegría de compartir con siete jóvenes que se impregnaron no sólo del fango y de los aromas del camino, sino de las huellas espirituales de Fernando González. Ya son alrededor de setecientas personas las que nos han acompañado en los quince recorridos de este sueño viajero, y cada año los lugareños se preparan para nuestro paso con los brazos abiertos y cargados de emoción, cariño y encanto por estos locos caminantes. Además les abrimos las puertas a otros viajes literarios en Antioquia, en los que se complementa el «Viaje a pie» con rutas dedicadas a Efe Gómez, Epifanio Mejía, Gonzalo Arango, Gregorio Gutiérrez, José Asunción Silva, León de Greiff, Manuel Mejía Vallejo y Tomás Carrasquilla, entre otros escritores, generando así una red de travesías literarias que permiten un encuentro con nosotros mismos, con nuestra cultura, con nuestras montañas y paisajes, por medio de una experiencia eco-lúdico-educativa.
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Camineriacolombia.blogspot.com
Fotografías de los viajeros a pie 2023
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Así es este país que extrañé~ Diana Luz Velásquez Lopera ~Así es este país que extrañé la mitad de mi vida… * * * |
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Cambié…
~ Luis Guillermo Ospina Ortiz ~
Cambié el Caribe por la cordillera y el camino,
la playa por el bosque,
el mar por el río y la cascada,
el remo por el bastón,
el tucán y la gaviota por el carriquí, el sinsonte y el barranquero,
la arena por el pantano,
la comodidad del restaurante por el fiambre en el monte,
el sonido de las olas por la majestuosa caída de la cascada,
la sofocante sombra de una carpa en la playa por la natural frescura de la sombra de los árboles del bosque.
Cambié el color de la arena y el azul del cielo por el follaje verde y el gris y amarillo de la tierra.
Cambié el bullicio de la ciudad por el elocuente y mágico silencio del bosque.
Y por las huellas de mis pasos,
por mi respirar cansado y mi corazón agitado.
Cambié y me enamoré del sonido de la hojarasca con mis botas al pisar,
el cielo azul siempre me cobijó.
Disfruté de las historias y relatos de Fernando González.
Cambié…, y me gocé…, me disfruté el viaje a pie.
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El caminante y su lodo
~ José Lubín Torres Orozco ~
Silenciosos y cansados continuamos el camino. Bajo nuestros pies un eterno amigo…, el lodo, siempre inestable, siempre dinámico, siempre caótico, fugado de modelos apolíneos, de mentes cuadriculadas y civilizadas, hijo de las nubes, de las mágicas nubes, mil veces más fugaces, dibujando siempre paisajes de sueño en el cielo del caminante, así el lodo nos hace flotar, elevarnos, ondular por el siempre cambiante camino, apoyados en la lluvia y el viento, es el lodo un ser mágico que se funde y besa la piel de la tierra, la descuartiza, arañándola en su interior, hasta fundirla en el pantano, nos pintamos de colores, fuimos animales juguetones gozando con la lúdica del pantano, siempre cayendo al abismo…, siempre elevándonos sobre nuestras heridas, fugados de los símbolos del orden nos hicimos más terrestres, más montañeros, más primitivos, más libres, como la niebla que nos abraza con su juego eterno, impregnada de misterio, bosques y montañas.
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Nos llamamos filósofos aficionados para no comprometernos demasiado y porque ese nombre es mucho para cualquiera. Sólo un estoniano, el conde Keyserling, pudo tener la desfachatez de escribir dos enormes volúmenes con el título de Diario de viaje de un filósofo.
Todos nuestros colegas, desde antes de Thales, han sido modestos. En los manuales de filosofía lo primero que se explica es aquello de que filósofo quiere decir amigo de la sabiduría; se enseña allí, en las primeras hojas, a descomponer la palabra en philos y en sophos, con lo cual el estudiante imberbe cree que sabe griego y les repite eso a las primas, junto con aquello que decía Sócrates en los alrededores de la Acrópolis durante sus noches de moralizador: «Sólo sé que nada sé».
Habíamos principiado este diario: «Sonaban en la vecina iglesia, melancólicamente, las cinco campanadas…», y borramos eso porque eran reminiscencias del estilo jesuítico de nuestro maestro de retórica, el padre Urrutia. Un compañero nuestro, que siempre ganaba los premios, comenzaba así las descripciones de los paseos a caballo: «Eran las cinco de la mañana cuando, después de recibir la Santa Hostia, salimos alegres, como pajarillos, a caballo, nosotros y el reverendo padre Mairena…».
A las cinco (no se puede comenzar de otro modo, definitivamente), abandonamos los lechos, que, entre paréntesis, han sido los lugares de nuestras mejores lucubraciones, inclusas las referentes a Venus.
Salimos hacia El Poblado, en tranvía, por una de esas hermosas carreteras antioqueñas que son las más baratas del mundo.
Eran las siete cuando comenzamos a trepar con nuestros morrales hacia la montaña oriental del valle de los indios sedentarios del Medellín, por una carretera de un kilómetro que se continúa en una pendiente pedregosa; el kilómetro de carretera se hizo para que tres caciques fueran a sus quintas a digerir rezos y hurtos.
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